Arturo Balderas Rodríguez
Parece que el líder del Senado
estadunidense, Mitch McConnell, ha decidido protegerse y jugar un doble
papel en la comedia que Donald Trump insiste en rescribir día con día.
Su apoyo al abogado Merrik Garland como futuro director de la FBI es
sorpresivo y pone de manifiesto una de sus principales cualidades: la
hipocresía. Parece haber olvidado que en marzo de 2016, cuando Barack
Obama nominó a Garland para ocupar el puesto vacante en la Suprema Corte
de Justicia, después de la muerte del magistrado Antonin Scalia, se
negó a que Garland compareciera en el Senado, requisito necesario para
llegar a la Suprema Corte. Fue así como canceló la posibilidad de que
ocupara la magistratura vacante en esa institución. Su excusa fue que a
Obama le quedaban solamente 11 meses al frente de la nación, por lo que
era preferible esperar a la llegada del nuevo presidente. Esa insólita
declaración fue rebatida extensamente, ya que en la Constitución
estadunidense no hay disposición al respecto; en cambio, establece la
obligación del presidente de nombrar a los ministros de la Corte tan
pronto como falte alguno de los nueve que la integran.
En la misma semana de su apoyo a Garland, declaró que eran precisos
menos dramas en la Casa Blanca para evitar distracciones innecesarias en
la tarea de gobernar. Fue una clara referencia a los cotidianos
melodramas que escenifican el presidente Trump y colaboradores que lo
acompañan, con sus incesantes pifias y contradicciones entre unos y
otros. Las más recientes y graves fueron las razones que dieron los
voceros de Trump a la prensa al porqué y cómo fue despedido el director
de la FBI, y la forma en que el presidente los desmintió al día
siguiente durante una entrevista en televisión.
Ante la evidente caída en la popularidad de Trump por sus incesantes
errores y la posibilidad de que se pruebe alguna liga entre él y el
Kremlin para influir en los resultados de las elecciones, no es extraño
que McConnell pretenda ahora marcar distancia con el presidente y
mostrar un cierto acercamiento con los demócratas. No tanto porque esté
de acuerdo con ellos en torno a los asuntos de gobierno, sino por el
desprestigio con que han tenido que cargar los republicanos por la
disparatada forma en que Trump se continúa conduciendo al frente de la
nación. No es secreto que algunos de los legisladores republicanos en
ambas cámaras han mostrado un claro desacuerdo con el presidente, además
de recriminar abiertamente sus incesantes pifias.
Es evidente que entre los votantes independientes, que en
última instancia son quienes dieron el triunfo a Trump, crece la
molestia por la forma en que varios legisladores republicanos apoyan las
impopulares decisiones del presidente. McConnell está consciente de que
de no marcar distancia con Trump la relección de varios de sus
compañeros está en peligro, y por supuesto su posición como líder del
Senado.
Cada vez son más los que se preguntan hasta cuándo los líderes del
Partido Republicano estarán dispuestos a tolerar las ocurrencias de su
presidente, y con ello precipitar la caída cada vez más marcada en la
popularidad de su partido. Pensar en la posibilidad de un recambio de
partido en las elecciones de 2018 no es descabellado si el statu quo,
al que Trump criticó tan acremente, continúa predominando como hasta
ahora. Pero también es necesario que el Partido Demócrata logre superar
el marasmo que lo abruma y rescate el prestigio como un partido político
que defiende a la mayoría de los electores, y no sólo a los
privilegiados.
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