La fábrica de
generar pobreza que es el neoliberalismo ha demostrado que puede dejar
de lado las formas y arremeter con todo a fondo. En Argentina, en Brasil
y en todas partes. Hacer un ejercicio de reflexión no parece solo un
imperativo moral, sino también una cuestión de supervivencia.
Días atrás, la Plaza de los Pañuelos
fue algo más que un saludable acto de memoria y justicia. El 10 de mayo
pasado, las cientos de miles de personas movilizadas en todo el país y
el mundo contra el funesto fallo de la Corte Suprema, que había
habilitado el 2x1 a genocidas, lograron mucho más que contrarrestar la impunidad en un tema que parecía saldado por la historia: mostraron también que la socialización de un reclamo es el mejor antídoto contra toda pretensión del neoliberalismo, emblema siniestro de la individualización de las sociedades.
Fue
a partir de los años setenta y ochenta que la aparición del capitalismo
neoliberal generó, según el sociólogo Ulrich Beck, un repliegue
institucional en el que lo colectivo fue desplazado por procesos de individualización
de la sociedad, los cuales suponen la capacidad –pero también las
vulnerabilidades– de cada individuo para enfrentarse a las
transformaciones constantes y a la flexibilidad de sus vínculos. Esa
individualización tiene que ver con aquellos ajustes subjetivos en los
que ya no tienen preeminencia las instituciones ni las clases sociales.
El tercer desembarco neoliberal en la Argentina –de la mano de Cambiemos–
tiene muy en claro sus metas: achicar el Estado, endeudarse, beneficiar
a los sectores empresarios corporativos y debilitar el salario de los
trabajadores, acentuar la primarización de la economía menoscabando la
industria, promover la sumisión de las clases trabajadoras asfixiando la
protesta social o forzando la capitulación sindical. Y fomentar la amnesia, condenando el pasado y la memoria histórica al olvido.
Cada
una de estas medidas tiene correlación con el análisis que planteó
Beck: el Estado solo debe ser garante de la seguridad, y por lo tanto ya
no tiene que comprometerse a reducir las desigualdades. La protesta y el reclamo social van en contra de ese modelo de desinstitucionalización e individualización,
que tiene como objetivo hacer que la vida de las personas sea
responsabilidad de cada individuo. En esta dirección va, por ejemplo, el
planteo del macrismo de discutir las condiciones laborales –horarios,
salarios, derechos sociales– en forma individual: una concepción
inspirada en la desarticulación de la acción colectiva cara al neoliberalismo. Por eso este tipo de sociedades solo se organizan montadas en un proyecto político policial y represivo.
Este
modelo propone, además, flexibilizar las relaciones identitarias, de
tal forma que el individuo evalúe todo ascenso económico como producto
de un esfuerzo personal y no social. Ese sujeto prescinde del colectivo,
de su representación del Otro social y hasta de las instituciones. Pero
ese individuo en constante transformación vive en riesgo e
incertidumbre permanente: el Estado ya no lo asiste, y queda librado al
arbitrio de una sociedad que no lo contiene. El neoliberalismo necesita
sujetos preparados para lidiar con esa incertidumbre laboral y social,
ya que no está en su naturaleza la idea de asistencia ni el concepto de colectivo.
Y si ese riesgo se democratizó, como afirmó Beck, afectando de manera
inesperada a personas y grupos que hasta entonces habían mantenido unas
estables y seguras condiciones vitales, los efectos han sido y serán
mayores para aquellos que partan de condiciones más precarias o
frágiles.
Ahogar la protesta social es su imperativo cultural,
generar la mansedumbre y la subordinación de los individuos a la
incertidumbre y el riesgo. Como afirmó el ministro Esteban Bullrich, “es necesario fomentar sujetos que puedan afrontar aquella incertidumbre disfrutándola”.
¿Cómo acostumbrarse a la incertidumbre de no llegar a fin de mes o de
vivir en medio de la precariedad laboral? ¿Cómo sostener el riesgo
provocado por la falta de horizontes personales o sociales? ¿Cómo vivir
manteniendo unas inestables e inseguras condiciones de vida?
Sin
embargo algo ha cambiado en nuestra sociedad, que pretende disputarle al
neoliberalismo algo más que su blasón cultural. La ampliación de
derechos impulsada por los gobiernos populares de la década anterior,
aquí y en Latinoamérica, ha permeado en la ciudadanía, que no parece
dispuesta a ceder las conquistas ni a mirar indiferente el deterioro de
sus condiciones de vida. En medio del asedio neoliberal, han surgido algunos anticuerpos:
si en otros tiempos fueron toleradas las leyes de Punto Final y de
Obediencia Debida, así como también los Indultos a civiles y militares
que cometieron crímenes durante la dictadura, el 10 de mayo pasado quedó
claro que la sociedad argentina está determinada a condenar el
negacionismo y la impunidad, al marchar contra el fallo de la Corte
Suprema de Justicia. Y la protesta hizo claudicar las pretensiones de
los cortesanos, que debieron retroceder quedando expuestos ante la
sociedad.
Negociaciones paritarias, movilizaciones gremiales, reclamos sociales: toda acción colectiva desbarata el propósito neoliberal. Está claro que esas acciones colectivas minan la resistencia de los gobiernos conservadores de derecha. Un grafiti
en las calles de la Buenos Aires de los años noventa –cuando aconteció
el segundo desembarco del neoliberalismo en la Argentina– expresaba su
contundencia: “Venzamos el aislamiento. Ganemos la calle”. Sin
dudas hoy existe una conciencia mucho más lúcida respecto de ese enemigo
que, más allá de los nombres, parece invisible. Conciencia de, al
menos, una gran porción de la ciudadanía que intenta hacer de la
historia reciente un ejercicio de memoria. “El mayor problema que encaran Macri y Temer, y con ellos las élites que los respaldan -afirmó Andrés Mora Ramírez, investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica- es la creciente y multitudinaria movilización social en rechazo de sus políticas”.
Algunas
estadísticas son elocuentes respecto de la acción nociva del
neoliberalismo en nuestro país: en 1974 el desempleo tuvo su mínimo
histórico de 2,7% para alcanzar, en 2001, el récord de 21,5%. El nivel
de la deuda externa pública en relación al Producto Interno Bruto (PIB)
en aquellos años setenta previos a la dictadura estaba en 10%, y fue
aumentando desde Martínez de Hoz para ubicarse al final del mandato de
De la Rúa en 160%. A su vez, la pobreza representaba en ese tiempo
pre-dictadura el 7%, en tanto llegó a superar el 50% veinticinco años
después. ¿Qué ocurrió entre los primeros años setenta y la crisis
terminal de 2001? Gobernó el neoliberalismo, con su estela de miseria y
destrucción, de la mano de Martínez de Hoz durante la dictadura y de
Menem en los noventa, con el interregno de Raúl Alfonsín.
El
experimento se volvió a repetir una vez más con el triunfo de Cambiemos.
Y el gobierno se anima a reincidir con las mismas recetas que llevaron
al país a la desolación. Son los arrestos de la vieja oligarquía y los
nuevos dueños del país que nunca se resignarán a desatender sus
dominios. Lo tienen todo: los medios de producción, el poder simbólico y
estratégico y los medios de comunicación. Si fuesen más inteligentes y
menos angurrientos, si tuviesen políticas apenas más equitativas y
éticas en la distribución del ingreso, podrían gobernar sin sobresaltos.
Sin embargo, se atreven a depredar el país y sus instituciones, con el
descaro que se les reconoce: meter jueces por la ventana para proteger
sus derechos corporativos, arropar la impunidad del 2x1 y luego
desdecirse como si nada, negar la verdad con entusiasmo adolescente,
beneficiar a los suyos evidenciando el obsceno conflicto de intereses en
las propias narices de los ciudadanos, sumir en la pobreza y el
desempleo a millones de argentinos sin que se les mueva un pelo.
No es tiempo de apatía social, como sucedió en los años noventa.
Y contra toda pretensión de despolitización de la realidad, debemos
esforzarnos por otorgar mayor contenido y compromiso político a
cualquier pensamiento o acción: cuestionar el discurso hegemónico, desnudar las estrategias de la prensa oficialista,
sostener el reclamo colectivo, todo dentro del marco que nuestra
democracia exige. Y, por sobre todas las cosas, decirles NO en octubre.
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961) Periodista y escritor. Todos sus trabajos en el sitio web www.gabrielcocimano. wordpress.com
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