Álvaro Verzi Rangel (*)
En una nueva escalada de
la violencia callejera, manifestantes opositores, pertrechados con
costosos equipos que incluían máscaras antigás, intentaron el miércoles
lanzar frascos con heces y orina –bautizados como puputov– contra efectivos de seguridad bolivarianos.
Quizá haya sido el capítulo más vergonzoso de las protestas violentas opositoras, que se sumaron a las guarimbas
de meses y años anteriores, contra el gobierno, que además culminó con
el saldo trágico de la muerte del joven Miguel Castillo, asesinado con
una bala de plomo disparada con un arma artesanal explosiva fabricada
con tubo de acero, eventualmente por alguien que estaba al frente de la
víctima y a no más de 5 metros.
La víctima llevaba un casco con una cámara GoPro que debió registrar
el disparo del agresor. Un video que circula en redes muestra el interés
inusitado de uno de los compañeros de Miguel Castillo por quitarle el
casco y la cámara al joven mientras era socorrido. El video, captado por
la GoPro de la víctima, no ha aparecido públicamente.
La manifestación partió de tres puntos del este de Caracas intentando
llegar al Tribunal Supremo de Justicia, pero no cumplió sus objetivos,
al igual que 14 o 15 marchas previas que dirigentes opositores
convocaran desde abril.
Las imágenes de las agencias noticiosas internacionales –difusoras
mundiales de la supuesta guerra civil en Venezuela, imponiendo un
imaginario colectivo adverso al gobierno bolivariano– demuestran que no
se trata de marchas pacíficas, como intentan vender, sino de
bandas pertrechadas con equipos de ataque, que incluyen máscaras
antigás, atuendos especiales y armas diversas, desde agresivos palos de
golf hasta sofisticadas gomeras (chinas, hondas) lanza puputovs.
Utilizan los manuales de Gene Sharp y su teoría de la no violencia y
la desobediencia civil como arma política (aplicada por los organismos
de seguridad estadunidenses y sus cómplices en los golpes blandos de los
últimos 15 años en todo el mundo). Intentan copiar las primaveras de colores
del este europeo. Pero este miércoles tampoco fue la represión lo que
los paró: una lluvia que cayó al final de la tarde dispersó la marcha.
A principios de siglo y de milenio, insistimos en que abandonadas las
formas bélicas tradicionales, entrábamos en plena guerra cultural, en
la batalla de ideas, donde las armas ya no eran tanques o
ametralladoras, sino la palabra, la imagen, las distintas formas de
comunicación. Sabíamos que sin superar los escollos que la hegemonía
neoliberal (a nivel de las ideas) había impuesto a la sociedad era mucho
más difícil construir y consolidar alternativas que superaran todas las
duras herencias recibidas del neoliberalismo.
Y ahí salimos a compartir, a debatir nuestras ideas, lo que
teníamos en nuestras cabezas, en nuestra mente. Muchos habíamos vivido
el apagón de las dictaduras genocidas, otros lo de los gobiernos
bipartidistas que toleraban y sustentaban los poderes fácticos de
nuestros países.
Claro, en esta batalla cada uno pelea con lo que tiene. Unos tienen
ideas y salen a confrontarse con ellas, otros deben conformarse con
combatir con excremento, con lo que tienen. Porque en 18 años no han
podido presentar una sola idea, propuesta, plan, proyecto. Y eso es
dramático, porque ni siquiera se les ha pegado una idea, aunque fuera
ajena…
Hoy han ido a la más vieja historia de la humanidad para buscar
nuevas armas biológicas: ya los escitas, pueblo nómada eurasiático que
vivió desde el siglo nueve antes de nuestra, usaban flechas sumergidas
en una mezcla de veneno de víbora, cadáveres de serpientes, sangre
humana y excremento, que podían causar gangrena y tétanos al eventual
herido.
Y hoy las armas intelectuales que presenta la oposición venezolana,
estos recipientes llenos de heces, que nada tienen de rudimentarios, son
armas biológicas, que no sólo están prohibidas en el país, sino en todo
el mundo.
Usar productos tóxicos no vivientes, incluso si son producidos por
organismos vivos (por ejemplo, toxinas), es considerado arma química
bajo las provisiones de la Convención de Armas Químicas. Un arma
biológica puede estar destinada a matar, incapacitar o impedir
seriamente a un individuo, así como a ciudades o lugares enteros.
Ni hablar del grado de deshumanización al que pretenden reducir el
debate político. Es que cada uno pelea con lo que tiene en la cabeza. Y
esta es otra enseñanza de la pupucracia venezolana. Esta es la versión pupucrática de la batalla de las ideas, que ya dejó una cuarentena de víctimas a su paso en el último mes.
(*) Sociólogo, investigador del Observatorio en Comunicación y
Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
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