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domingo, 14 de mayo de 2017

La batalla de las ideas, según la pupucracia venezolana



Álvaro Verzi Rangel (*)
En una nueva escalada de la violencia callejera, manifestantes opositores, pertrechados con costosos equipos que incluían máscaras antigás, intentaron el miércoles lanzar frascos con heces y orina –bautizados como puputov– contra efectivos de seguridad bolivarianos.
Quizá haya sido el capítulo más vergonzoso de las protestas violentas opositoras, que se sumaron a las guarimbas de meses y años anteriores, contra el gobierno, que además culminó con el saldo trágico de la muerte del joven Miguel Castillo, asesinado con una bala de plomo disparada con un arma artesanal explosiva fabricada con tubo de acero, eventualmente por alguien que estaba al frente de la víctima y a no más de 5 metros.
La víctima llevaba un casco con una cámara GoPro que debió registrar el disparo del agresor. Un video que circula en redes muestra el interés inusitado de uno de los compañeros de Miguel Castillo por quitarle el casco y la cámara al joven mientras era socorrido. El video, captado por la GoPro de la víctima, no ha aparecido públicamente.
La manifestación partió de tres puntos del este de Caracas intentando llegar al Tribunal Supremo de Justicia, pero no cumplió sus objetivos, al igual que 14 o 15 marchas previas que dirigentes opositores convocaran desde abril.
Las imágenes de las agencias noticiosas internacionales –difusoras mundiales de la supuesta guerra civil en Venezuela, imponiendo un imaginario colectivo adverso al gobierno bolivariano– demuestran que no se trata de marchas pacíficas, como intentan vender, sino de bandas pertrechadas con equipos de ataque, que incluyen máscaras antigás, atuendos especiales y armas diversas, desde agresivos palos de golf hasta sofisticadas gomeras (chinas, hondas) lanza puputovs.
Utilizan los manuales de Gene Sharp y su teoría de la no violencia y la desobediencia civil como arma política (aplicada por los organismos de seguridad estadunidenses y sus cómplices en los golpes blandos de los últimos 15 años en todo el mundo). Intentan copiar las primaveras de colores del este europeo. Pero este miércoles tampoco fue la represión lo que los paró: una lluvia que cayó al final de la tarde dispersó la marcha.
A principios de siglo y de milenio, insistimos en que abandonadas las formas bélicas tradicionales, entrábamos en plena guerra cultural, en la batalla de ideas, donde las armas ya no eran tanques o ametralladoras, sino la palabra, la imagen, las distintas formas de comunicación. Sabíamos que sin superar los escollos que la hegemonía neoliberal (a nivel de las ideas) había impuesto a la sociedad era mucho más difícil construir y consolidar alternativas que superaran todas las duras herencias recibidas del neoliberalismo.
Y ahí salimos a compartir, a debatir nuestras ideas, lo que teníamos en nuestras cabezas, en nuestra mente. Muchos habíamos vivido el apagón de las dictaduras genocidas, otros lo de los gobiernos bipartidistas que toleraban y sustentaban los poderes fácticos de nuestros países.
Claro, en esta batalla cada uno pelea con lo que tiene. Unos tienen ideas y salen a confrontarse con ellas, otros deben conformarse con combatir con excremento, con lo que tienen. Porque en 18 años no han podido presentar una sola idea, propuesta, plan, proyecto. Y eso es dramático, porque ni siquiera se les ha pegado una idea, aunque fuera ajena…
Hoy han ido a la más vieja historia de la humanidad para buscar nuevas armas biológicas: ya los escitas, pueblo nómada eurasiático que vivió desde el siglo nueve antes de nuestra, usaban flechas sumergidas en una mezcla de veneno de víbora, cadáveres de serpientes, sangre humana y excremento, que podían causar gangrena y tétanos al eventual herido.
Y hoy las armas intelectuales que presenta la oposición venezolana, estos recipientes llenos de heces, que nada tienen de rudimentarios, son armas biológicas, que no sólo están prohibidas en el país, sino en todo el mundo.
Usar productos tóxicos no vivientes, incluso si son producidos por organismos vivos (por ejemplo, toxinas), es considerado arma química bajo las provisiones de la Convención de Armas Químicas. Un arma biológica puede estar destinada a matar, incapacitar o impedir seriamente a un individuo, así como a ciudades o lugares enteros.
Ni hablar del grado de deshumanización al que pretenden reducir el debate político. Es que cada uno pelea con lo que tiene en la cabeza. Y esta es otra enseñanza de la pupucracia venezolana. Esta es la versión pupucrática de la batalla de las ideas, que ya dejó una cuarentena de víctimas a su paso en el último mes.
(*) Sociólogo, investigador del Observatorio en Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).

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