A los maximalistas de izquierda asisten razones para criticar al
PepeMujica. Pero junto con los cínicos de derecha, coinciden que la ética, integridad y dignidad del ex presidente de Uruguay (2010/15) contrastan con el abyecto perfil de Luis Almagro Lemes, secretario general de la OEA.
En mayo de 2015, la autoridad moral del
Pepefue determinante para que Almagro asumiera la jefatura de la OEA. Entonces, muchos se ilusionaron creyendo que bajo su gestión, podría paliarse la merecida fama de
ministerio de coloniasdel organismo internacional parido por Washington en Bogotá, hace 69 años (abril de 1948).
¿Acaso Almagro no había impulsado la Unión de Naciones Suramericanas
(Unasur, 2008) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(Celac, 2010), concebidas, justamente, para terminar con la OEA? ¿Acaso
en la delegación especial de la Unasur a Venezuela (2014) no había sido
un promotor del diálogo entre el gobierno y la oposición? ¿Acaso en este
mismo año, la revista Foreign Policy no lo había elegido entre los “10 pensadores globales del mundo (sic)…”?
Un año después, a seis meses del nombramiento,
el Pepedivulgó la carta enviada a su ex canciller, con motivo de su actitud frente a Venezuela:
Sabes que siempre te apoyé y te promoví. Sabes que tácitamente respaldé tu candidatura para la OEA. Lamento que los hechos reiteradamente me demuestren que estaba equivocado. No puedo comprender tus silencios sobre Haití, Guatemala y Asunción. Entiendo que sin decírmelo, me dijiste adiós.
Sigue: “La preocupación mía no es como nos ven o entienden los medios
de prensa o los políticos. No, la línea de preocupación es cómo incidir
algo a favor de la gran mayoría de los venezolanos (…) Lo central no es
cómo nos ven sino ser útil o no a la mayoría de la gente corriente (…)
Todos sabemos que Venezuela es reserva petrolera para los próximos 300
años. Allí radica su riqueza y su desgracia, porque Estados Unidos es
adicto al petróleo…”.
Sigue: “También esto hizo posible la deformación sociológica de
acostumbrarse a vivir de la renta petrolera y terminar importando hasta
lo elemental: el grueso de la comida. La revolución bolivariana no pudo
escapar con voluntarismo de esa realidad, aunque derramó recursos y
reservas en favor de los siempre postergados (…). Venezuela nos necesita
como albañiles y no como jueces (…) La verdadera solidaridad es
contribuir a que los venezolanos se puedan autodeterminar respetando sus
diferencias, pero esto implica un clima que lo posibilite…”.
La carta del
Pepe, termina así:
lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversible, por eso ahora formalmente te digo adiós y me despido.
Sin embargo, hasta junio del año pasado, Almagro no encontraba
en la OEA el consenso requerido para aplicar a Venezuela la llamada
Carta Democrática, inventada en 2001 para intervenir (en contra de sus
estatutos) la política interna de los países miembros.
El Consejo Permanente adoptó una declaración en apoyo al diálogo y ni siquiera Estados Unidos invocó la carta por
alteración del orden constitucional, tal como lo querían Almagro y los gobiernos derechistas de América Latina.
Incluso, la correveidile Susana Malcorra (canciller de Mauricio
Macri) manifestó que la carta no necesariamente servía “…para resolver
los problemas”. Es más: dijo que su uso estaba
inflado(sic) y ponderó que en Venezuela hubiera un presidente elegido democráticamente y una oposición con mayoría en el Poder Legislativo.
Así las cosas, el Consejo Permanente respaldó la iniciativa de José
Luis Rodríguez Zapatero (ex presidente del gobierno español), Leonel
Fernández y Martín Torrijos (ex presidentes de República Dominicana y
Panamá, respectivamente), para reabrir un diálogo efectivo. Pero en esos
momentos, Almagro estaba en su despacho con el dirigente opositor
Carlos Vecchio, quien decía tener un acuerdo de la Asamblea Nacional en
favor de invocar el bendito documento intervencionista.
En realidad, Almagro empezaba a jugar sus propias cartas para dar el
golpe que, a inicios del mes en curso, tuvo lugar en la OEA. Bueno, no
tan propias, luego de que trascendieron las pláticas que el 25 de
febrero de 2016 sostuvo con el almirante Kurt Kidd, comandante en jefe
del Comando Sur, poco antes de que se llevaran a cabo las elecciones
parlamentarias que en la Asamblea Nacional dejaron en minoría al poder
bolivariano.
Prueba de aquello fue el documento de inteligencia Venezuela Freedom-2
(elaborado por Kidd con la cooperación de la OEA), cuyo propósito
apunta a implementar un enfoque de cerco y asfixia terminal sobre la
sociedad y el gobierno venezolano. Maniobras desestabilizadoras que en
septiembre del mismo año gravitaron en la
toma de Caracaspara exigir el referendo revocatorio contra el mandado del presidente Nicolás Maduro. Y ocasión en la que ondearon banderas de
Israel, entre las de la oposición. Dato que al diario Haaretz de Tel Aviv llevó a decir que “…los israelíes están en el centro de la batalla por el cambio económico en Venezuela”.
Luego todo cambió para peor: ganó Trump. Y con Trump se fortalecieron
personajes de la extrema derecha como el senador cubano americano Marco
Rubio y otros de su banda, que denunciaban las supuestas vinculaciones
del gobierno bolivariano con
el terrorismo y el narcotráfico.
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