Treinta años después de
la Segunda Guerra Mundial, los partidos políticos en Canadá se pusieron
de acuerdo en que los individuos y la economía no podían ser
abandonados a la suya. Entendieron que el estado democrático debía jugar
un papel de intervención continua en la economía asegurándose que se
mantenía saludable para prevenir otra depresión profunda. El país
tendría una economía de mercado, si, pero los mercados no determinarían
la sociedad canadiense. La meta era preservar la estabilidad y favorecer
un cierto nivel de igualdad entre los ciudadanos. Es sobre este
consenso que se construye el estado de bienestar social canadiense.
Tenemos derecho a preocuparnos de si nuestro país responde o no a
nuestras necesidades. Llegué a Canadá en 1977 y experimenté los
beneficios del estado de bienestar social; me sorprendió tener acceso a
atención médica gratuita. Mis hijos, nacidos en el Hospital Misericordia
(en Edmonton), recibieron muy buen cuidado, y yo también. Visitábamos
regularmente juntos la librería pública; sacábamos libros que primero yo
les leía y que luego ellos aprendieron a leer por sí mismos,
desarrollando un amor por los libros que les dura hasta hoy. Mis hijos
fueron a la escuela elemental y secundaria, pero no tuvieron que
preocuparse de cuanto ganaban sus padres. Aprendieron a nadar como parte
de un programa de la escuela. Fueron parte de la primera generación de
niños y niñas canadienses que jugaban fútbol cada primavera y otoño;
pagábamos una cuota módica y el programa estaba casi enteramente
manejado por voluntarios. Los padres nos turnábamos en traer naranjas a
los partidos, que los niños consumían durante el descanso entre el
primer y el segundo tiempo para recuperar energía. Ellos la pasaban muy
bien, nosotros también; no puede hoy sorprendernos que tantos y tantas
canadienses le tengan un gran amor a este deporte.
La
existencia del estado de bienestar social lo facilitó todo, reduciendo
los niveles de estrés en muchas familias jóvenes con entrada limitadas y
ayudando a que se sintieran protegidos. Jugó un papel en mi decisión de
estudiar para emplearme en un área de mi interés, esto me benefició y
beneficio a mi familia ayudándome a ser una mejor persona. Se bien que
el estado de bienestar social no beneficio a todos de la misma manera;
entender esto me convenció de que los beneficios debían extenderse, no
reducirse, para aumentar la inclusión. A través de los años, sin
embargo, la ideología neoliberal se hizo dominante; los ataques sin
pausa al estado de bienestar social lo erosionaron, se cortaron
beneficios, se cuestionaron políticas, se favorece una sociedad desigual
y poco generosa. Después de 40 años de vivir en este país, viendo como
este proceso continúa, temiendo el lugar a donde vamos, me parece muy
válido promover la reflexión. Argumentar en favor de la justicia social
en un clima de austeridad es lo apropiado, como lo es promover los
derechos humanos y lidiar con la creciente pobreza y desigualdad. Mi
interpretación de lo que sucede es posiblemente más radical, pero
detener el proceso de erosión de beneficios y derechos es válido, no
importa el campo político del que vengamos. Desafiar la avaricia y la
locura corporativa es tan fundamental como encontrar soluciones a los
problemas reales que tenemos en nuestra relación con el mundo natural.
Esa erosión nos ha alejado de la meta original de lograr una sociedad
más justa, ha aumentado los prejuicios, el consumo impulsivo, el
endeudamiento, la competencia poco saludable entre las personas, la
pérdida de propósito y significado y ha incrementado la infelicidad
general.
En Canadá, se argumenta, ya no hay interés o consenso
en favor de una visión de una sociedad igualitaria, justa y basada en lo
que es moralmente correcto. El profesor Himelfarb desafía esta
perspectiva diciendo que no es verdadera, que aún queremos las cosas que
siempre quisimos: proteger el medio ambiente, construir comunidades
sustentables, una sociedad justa e igualitaria, ayudar a quienes lo
necesitan, oportunidades para los jóvenes, programas sociales fuertes.
Lo que sucede es que ya no estamos seguros de que sea posible, por lo
que hemos aceptado compromisos que limitan nuestra visión. La acción
colectiva es fundamental si hemos de lograr esa visión y allí radica,
piensa Himelfarb, la mayor limitación; le preocupa la gran paradoja de
nuestros tiempos: que cuando nuestros desafíos colectivos parecen más
formidables que nunca, nuestras herramientas colectivas sean tan
débiles. Hay una profunda erosión de la confianza –la que tenemos en
cada uno de nosotros, entre nosotros y en nuestras instituciones, y la
confianza, explica Himelfarb, es un pre-requisito para la acción
colectiva.
El neoliberalismo global y la soberanía canadiense
Durante los años de Stephen Harper (2006-2015) en Canadá emerge el país
avaro, antisindical, poco caritativo, egoísta, un país donde la tala de
árboles, la minería y la polución de ríos, lagos, esteros, se hace
aceptable; un país con creciente desigualdad en la distribución de
ingresos en creciente beneficio de unos pocos privilegiados; un país
donde la violencia afecta a una de cada cuatro mujeres y niñas; y donde
los pueblos aborígenes constituyen el grupo de ciudadanos más pobres,
menos empleados y más encarcelados. En este país un millón de ciudadanos
depende de los bancos de alimentos para sobrevivir y la pobreza aflige a
uno de cada siete canadienses (más de un millón de ellos niños menores
de 18 años). Un proyecto focalizado en la igualdad, equidad y justicia,
podría dar respuesta a estos desafíos, favoreciendo la seguridad y el
bienestar de todos los canadienses. Y sin embargo, este país egoísta no
es solo culpa de Harper.
Si, es cierto que Harper manejó el
país en formas que no habíamos visto desde Richard B. Bennett en 1930
(un millonario inflexible, creador de los opresivos campos de asistencia
y fanático creyente en la economía de libre mercado) pero el proyecto
neoliberal en Canadá emerge con Brian Mulroney (1984-1993) –el primer
ministro que ha hecho más que todos sus predecesores combinados para
erosionar la soberanía canadiense. Mulroney entendía el significado de
la ideología que promovía, durante una entrevista con William Watson el
2000, así lo dijo: “Si usted cree en el libre intercambio, entonces
tiene que creer en el libre intercambio, la desregulación y la
privatización. Estos han sido los cambios que hemos implementado porque
van juntos. Es un paquete de actitudes: intercambio libre, eliminar la
Agencia de Evaluación de la Inversión Extranjera (FIRA en inglés),
eliminar el Programa Nacional de Energía, privatizar Air Canada,
privatizar Petro-Canada…Y así lo que comenzó como libre intercambio
terminó dándole forma a las actitudes, no sólo de mi gobierno y mi
partido y la gente de derecha, sino que ha forzado a los liberales a
adoptar de nosotros un grupo totalmente nuevo de políticas.”
Los gobiernos ya no responderían a las necesidades y deseos de sus
ciudadanos sino a las necesidades y deseos de las corporaciones
multinacionales y la élite. El gobierno bajaría los impuestos a los
ricos y a las corporaciones al tiempo que recortaba los fondos a los
programas sociales para el resto de nosotros. Estos acuerdos también
favorecen el crecimiento de estados de seguridad –aumenta la vigilancia a
los ciudadanos, las políticas policiales duras, se incrementan los
fondos de los militares y la demonización de la disidencia.
Recientemente el Presidente Trump amenazó con reabrir los condiciones
del NAFTA (North America Free Trade Agreement) para favorecer más los
intereses de las corporaciones americanas; el Primer Ministro Trudeau
integra a Mulroney (amigo personal de Trump) como consultor de su
oficina y del gobierno canadiense. Aparentemente, la esperanza de
Trudeau es que las re-negociaciones del NAFTA no causen daño adicional a
Canadá. La invitación a Mulroney muestra no solo cuanto se ha
transformado este país, su nivel de confluencia política, sino también
la ironía de invitar como consultor justamente a quien empujó al país a
la firma de estos tratados corporativos que tanto han debilitado su
soberanía.
Sinclair & Trew definen los tratados de libre
comercio no como documentos de comercio sino como documentos parecidos a
una constitución que debilita substancialmente las instituciones
democráticas liberando así de toda intervención gubernamental el
comercio y las actividades relacionadas a la inversión de las
corporaciones multinacionales. Según ellos, una estrategia que promovió
Mulroney y su partido (Progressive Conservative) pero que los Liberales
compraron totalmente a partir de la elección de 1993. El tratado inicial
entre Estados Unidos y Canadá (CUSFTA) creció y se transformó (NAFTA)
pero el proteccionismo de los Estados Unidos persistió; según ellos, una
lección que Canadá se niega a entender y por la que gobiernos
conservadores o liberales terminan haciendo concesiones significantes a
los Estados Unidos en intercambio comercial pero también en seguridad,
inmigración y asuntos de privacidad ciudadana.
El proceso por
el que diferentes gobiernos canadienses aceptan perder soberanía no es
diferente al de otros países del mundo que firman similares tratados.
Los resultados han sido también similares, mayores ganancias y derechos
para las corporaciones multinacionales, bajas de salarios, de calidad y
de número de empleos para los ciudadanos; además, pérdidas de entradas
para los estados y justificación para erosionar los beneficios estatales
a los ciudadanos, para privatizar empresas estatales, para
desregularizar y aumentar la “flexibilidad” de inversión y laboral, con
el esperado aumento de la desigualdad en cada país y del empobrecimiento
ciudadano, la pérdida de derechos ciudadanos frente al aumento de
derechos corporativos en todas partes.
Ideología Neoliberal
Ursula Franklin fue la primera que entendió el significado de la ideología neoliberal: “Estamos
siendo ocupados por los “libre-mercadistas” como los franceses y los
noruegos fueron ocupados por los alemanes. Tenemos, como ellos,
gobiernos marionetas que manejan el país para el beneficio de las
fuerzas de ocupación. Tenemos, como ellos, colaboradores. Tenemos, como
los franceses y los noruegos de esos tiempos, que proteger nuestras
familias y en muchas ocasiones tenemos que trabajar con las fuerzas de
ocupación…Somos, como ellos fueron, amenazados deliberadamente por gente
que siente solamente desprecio por nosotros (quienes vivimos en los
países que ellos ocupan) y que ven como su misión entregar nuestro
territorio a sus amos.” Las fuerzas de ocupación de las corporaciones multinacionales desembarcaron en todo el mundo, incluso en los Estados Unidos.
Pero la economía es una creación humana. Michael Hudson (economista
americano) explica que la economía neoliberal es “basura” –una excusa
para las ganancias y la toma financiera del mundo, una justificación de
la clase rentista y los grandes bancos que financiaron la transformación
económica del poder consumidor de la compra de bienes y servicios (que
hace andar a la economía real) al pago de intereses y tarifas a los
bancos y a los ricos. Los gobiernos ya no cobran impuestos a las
aventuras improductivas como antes sino que lo hacen al trabajo y a la
producción. Las economías funcionan con un gran costo de operación para
asegurar el enriquecimiento de una clase parasitaria. La economía basura
legitima el robo a trabajadores y productores en beneficio de esa clase
no productiva; se trata de una invención predatoria que justifica las
entradas exorbitantes del 1 por ciento que está arriba mientras culpa al
resto del endeudamiento creciente al que están forzados para seguir
andando.
Esto también se ve en Canadá donde, según Andrew
Jackson, hay crecientes niveles de especulación; gran parte del
crecimiento experimentado la década pasada (especialmente desde el 2009)
ha sido producto del endeudamiento por hipotecas. En este país el valor
de las casas, relativo a las entradas, está a un nivel similar al que
estuvo en Estados Unidos previo al colapso del mercado el 2007. La deuda
por hogar ha llegado a más del 160 por ciento de las entradas
disponibles, un record. Los inflados precios de las propiedades y el
alto nivel de endeudamiento hacen que cualquier recuperación económica
sea lenta y vulnerable. La distribución de recursos también es
crecientemente sesgada y la desigualdad extrema ha aumentado mientras
que el 0.01 por ciento de los más ricos han casi doblado sus entradas.
Unos setenta multimillonarios (los Thomsons, Westons, Irvings, Rogers,
Saputos) son mucho más ricos de lo que nos hacen creer dice Linda
McQuaig quien cuestiona los costos de permitir crecientes privilegios a
unos pocos cuando se le niega derechos a la mayoría –es democracia o
plutocracia, pregunta.
Naturaleza Igualadora: Construcciones Humanas y el Mundo Natural
Los problemas del medio ambiente son los más urgentes pero también los
más serios. En un mundo donde las construcciones humanas son
crecientemente guiadas por ideologías destructivas, la Naturaleza puede
volverse la “igualadora” desafiándonos a todos con el mismo dilema.
Enfrentamos muchos desafíos (aumento de la desigualdad, pobreza,
privación de derechos) y problemas sociales en conexión con la
privatización de áreas públicas; sin embargo, la destrucción del mundo
natural no puede compararse con ninguno de estos desafíos conectados al
efecto que tienen nuestras construcciones humanas.
Nuestras
construcciones (capitalismo, la economía, los mercados, los derechos de
propiedad, el neoliberalismo) en las que creemos y a las que tratamos
como sagradas, son creaciones de nuestra mente (cerebro) y
frecuentemente necesitan transformarse o desaparecer y pueden hacerlo
porque no son sagradas. Las leyes de la Naturaleza si son sagradas y sin
embargo no las consideramos con seriedad aunque no pueden ser
transformadas. El mundo natural es poderoso y establece nuestras
limitaciones reales. Nuestro planeta es el único en nuestro sistema con
una biosfera. Sin biosfera no podemos sobrevivir. Le llevó a la
Naturaleza millones de años crear la biosfera, prácticamente un milagro;
pero nos está tomando apenas unos cientos de años destruirla. Sin duda
enfrentamos muchos desafíos resultantes de equivocadas creaciones de
nuestra mente, pero ninguno tan importante como ignorar y rebajar el
mundo natural al tiempo que elevamos nuestras construcciones por encima
de todo. Es una actitud errada que debe terminar –nada es más importante
que el agua potable, el aire limpio, el suelo no contaminado, los
océanos saludables, la preservación de otras especies, la no
interrupción de los procesos naturales esenciales para nuestra
existencia. Nada podremos crear sin proteger el mundo natural que nos
sostiene; pero se nos hace muy difícil de hacer.
David Suzuki
habla de las consecuencias de la Época Antropocena, del impacto humano
(extinciones masivas de especies, polución de océanos y alteración de la
atmósfera) sobre el medio ambiente y el mundo natural. La producción de
CO2 es tan alta que no puede ser absorbida por la fotosíntesis y ha
bajado el pH de los océanos cuando se disuelve en ellos; la basura
humana contamina el planeta formando islas de plástico; los escapes de
la agricultura crean zonas muertas en los mares y nuestras existencias
de peces han desaparecido; tóxicos químicos de la industria y la
agricultura están en todas partes –en nuestro aire, agua, suelo, en
nuestros cuerpos y en los cuerpos de otras especies. Nuestras máquinas
hacen agujeros que remueven las cumbres de las montañas devastando
ecosistemas enteros. Nos hemos convertido en una fuerza de la
Naturaleza: necesitamos cambiar. La actividad humana ha matado
poblaciones de pájaros, mamíferos e insectos y amenaza nuestra propia
especie. “Somos una especie en su infancia en término evolucionario
(unos 150 mil años) pero estamos destruyendo las cosas mismas que nos
mantienen vivos y saludables.”
Nuestra historia como especie es
extraordinaria dice Suzuki: “No tuvimos el número, el tamaño, la
velocidad, la fortaleza….la agudeza de vista, olfato u oído que otras
especies tienen…nuestra ventaja competitiva: un órgano que pesa dos
kilos y está enterrado profundamente en nuestro cráneo. El cerebro
humano tiene curiosidad, una memoria notable y una impresionante
creatividad.” Nuestro cerebro nos lleva a que tratemos de encontrar
sentido y entender lo que sucede a nuestro alrededor buscando causa.
Construimos puntos de vista en el que todo está interconectado y es
interdependiente. Aprendemos por “observación, experiencia, ensayo y
error y pasamos ese conocimiento, esas percepciones sin precio, para
sobrevivir.” Previsión, visión, presagio, han permitido que los primeros
humanos evitaran peligros y explotaran oportunidades. Irónicamente,
dice, hoy “con toda la amplificada habilidad predictiva de científicos y
superordenadores, ignoramos o negamos sus advertencias de que estamos
en un camino peligroso. Nos negamos a aceptar nuestro gran atributo de
supervivencia: esa previsión, visión y presagio.”
Suzuki
argumenta que barreras sicológicas bloquean la implementación de
soluciones que hoy son factibles. Estamos sin embargo detenidos; es
posible que el mundo natural despierte en nosotros conciencia de
nuestros límites. Somos criaturas vulnerables a pesar de nuestras
capacidades que nunca podríamos sobrevivir sin la naturaleza,
necesitamos aire, agua, suelo, sol para vivir. Como especie demostramos
una fuerte necesidad de mantener control y controlar puede volverse una
obsesión. Llevamos las cosas a extremos –abuso, morir o matar. En
literatura identificamos a la naturaleza como “el otro” y con la
necesidad de conquistarla. Feminizamos a la naturaleza vista como madre a
quien amamos, tememos, tratamos mal. Vivimos en mundos artificiales de
nuestra propia creación (ciudades); separados del mundo natural que
relegamos a “reservas.” La naturaleza se vuelve el medio encerrado, un
recurso, controlado y vendido por dinero. Árboles, ya no vistos como
organismos vivos en los que dependemos por aire y energía, se vuelven
madera. El agua, no vista como el elemento dador de vida sin el que no
podemos sobrevivir más que un par de días, embotellada y vendida en el
mercado para enriquecer corporaciones.
La proximidad a las
cosas y la gente que queremos alimentan la conexión, alivian la
ansiedad; mientras que la distancia rompe los vínculos y las conexiones.
La vida de ciudad no es panacea pero es predecible y nos hace sentir en
control: abrimos la canilla y aparece el agua, abrimos el refrigerador y
encontramos alimentos. Cuando vivimos en ciudades no debemos olvidar
que dependemos fuertemente del mundo natural, que nuestra dependencia es
real, que puede ser ignorada solamente a un alto costo. La historia
está llena de ejemplos de ciudades que colapsaron debido a la
degradación y destrucción de su medio ambiente. Y aún, podemos ser muy
arrogantes para escuchar o muy desconectados para que nos importe, pero
pocos entre nosotros pueden ignorar que de los desafíos que enfrentamos
en el mundo corporativo del siglo 21 nuestro destino puede ser sellado
por la destrucción que continuamos causando a nuestro mundo natural.
Hemos sido una especie creativa, pero también despiadada que ha matado,
hambreado y esclavizado a los suyos, y a otros. Puede que nos mueva el
sufrimiento de los nuestros, puede que no; pero maltratar la naturaleza
tiene consecuencias: puede ser nuestra perdición.
Canadá no
está fuera de esta realidad; nuestras políticas no son muy diferentes de
las políticas del resto. Destruimos naturaleza a mas o menos al mismo
ritmo que otros. Al considerar los desafíos que el neoliberalismo nos
presenta, o al identificar líderes políticos particulares por su papel
en promoverlo, no debemos olvidar que el proyecto neoliberal es global.
Los pueblos indígenas han entendido lo sagrado del mundo natural,
preocupados por la destrucción del medio ambiente mucho antes que
nosotros, luchado por proteger la tierra y el agua, conscientes de que
no podemos sobrevivir la inmensa destrucción que estamos causando.
Fieles a su mandado continúan enfrentando los destrozos que causamos en
todas partes. La esperanza es fundamental a esta lucha: esperemos que
tengamos previsión, visión y presagio, cualidades que aseguraron nuestra
ascendencia como especie, nos proteja de destruir nuestro mundo,
nuestro sistema de soporte vital, nuestro hogar.
Referencias
“Canada
after Harper. His ideology-fuelled attack on Canadian society and
values, and how we can now work to create the country we want.” (2015) Finn, Ed (Editor), James Lorimer & Company Ltd.
Hudson, Michael, “J is for Junk Economics: A Guide to Reality in an Age of Deception.” (2017), ISLET
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