Mientras más peligroso
se vuelve el chiflado presidente estadunidense, más sano cree el mundo
que está. Basta con mirar la mitad inicial de sus primeros 100 días en
el cargo: los frenéticos tuits, las mentiras, las fantasías y
valoración de sí mismo de este líder misógino del mundo occidental nos
tenían pasmados a todos. Pero en el momento en que se lanzó a la guerra
en Yemen, disparó misiles a Siria y bombardeó Afganistán, hasta los
medios estadunidenses a los que Trump había condenado con tanta
ferocidad comenzaron a tratarlo con respeto. Y lo mismo hizo el resto
del planeta.
Una cosa es tener en la Casa Blanca a un lunático que ve la televisión de madrugada y tuitea
todo el día. Pero ahora resulta que cuando ese lunático va a la guerra
se vuelve una mejor apuesta para la democracia, un presidente fuerte que
enfrenta a los tiranos (a menos que sean sauditas, turcos o egipcios) y
que actúa por emoción humana y no por cinismo.
¿De qué otro modo puede uno explicarse la extraordinaria nota en el New York Times que relataba cómo la angustia de Trump ante las imágenes de la muerte de bebés sirios lo impulsó a abandonar el aislacionismo?
A los estadunidenses les encanta la acción, pero típicamente han
confundido el infantilismo guerrerista de Trump con una toma madura de
decisiones. ¿Qué otra cosa se puede pensar cuando un columnista
normalmente sano como David Ignatius compara de pronto a Trump con Harry
Truman y elogia la flexibilidad y pragmatismo de su demencial presidente?
Es ridículo. Un orate que fanfarronea por cualquier cosa que no le
gusta en CNN está sencillamente loco de remate. Un hombre de mente
enferma que ataca a tres países musulmanes –dos de los cuales estaban
incluidos en su veto a refugiados de siete naciones– es un peligro para
el mundo. Y sin embargo, en el momento en que dispara 59 misiles a Siria
después de que más de 60 civiles perecen en un aparente ataque químico
del cual culpa a Assad –pero ninguno después de que muchos más son
masacrados por un atacante suicida sirio–, hasta Angela Merkel pierde el
seso y alaba a Trump, junto con la matrona de Downing Street, la
signora Mogherini y diversos potentados más. ¿Acaso nadie se ha dado
cuenta de que ahora Trump está llevando a Estados Unidos a una guerra a
balazos?
Dar más poder al Pentágono –virtualmente el acto más peligroso de
cualquier presidente estadunidense– significa que el secretario de la
Defensa, James Perro Rabioso Mattis, anima ahora a los sauditas cercenadores de cabezas a bombardear Yemen –añadiendo aún más activos
estadunidenses de inteligencia a esa empresa criminal– y da vuelo a la
idea engañosa de los árabes del Golfo de que Irán desea conquistar el
mundo árabe.
Adonde quiera que miren, dijo Mattis a sus anfitriones sauditas este mes,
si hay disturbios en la región, encuentran a Irán,
¿Eso es entonces lo que ocurre en Egipto, hoy bajo ataque del Isis mientras su presidente desaparece
a miles de sus propios ciudadanos? ¿Es así en Turquía, cuyo aún más
demencial presidente ha encerrado a decenas de miles de sus compatriotas
mientras se convierte en dictador por ley?
Echemos un vistazo a la reacción de Trump al tramposo referendo de
Recep Tayyip Erdogan, que le ha dado el poder de un califa sobre
Turquía. Un recuento de las cifras más recientes de Turquía, hecho por
el periódico francés Liberation, muestra que ha habido 47 mil
arrestos desde el golpe fallido del año pasado; se han revocado 140 mil
pasaportes, 120 mil hombres y mujeres han sido despedidos de su empleo
(entre ellos 8 mil oficiales militares, 5 mil académicos, 4 mil jueces y
abogados, 65 alcaldes y 2 mil periodistas). Mil 200 escuelas y 15
universidades han sido cerradas, junto con 170 periódicos, televisoras y
radiodifusoras.
Y después del referendo que dio a Erdogan una estrecha (y muy
dudosa) mayoría para legitimar estas atrocidades, Trump telefoneó al
presidente turco para felicitarlo por su victoria. Así como sigue
felicitando al mandatario egipcio Abdul Fattah al-Sisi por su batalla contra el terror,
guerra en la cual Al Sisi –quien llegó al poder mediante un golpe de
Estado contra el primer presidente electo de su país– parece estar
perdiendo. Al Sisi, dijo Trump con entusiasmo, será alguien
muy cercano a él.
Todos sabemos que el ataque de las Fuerzas Especiales de Estados
Unidos a Yemen, en el cual pereció Wiliam Owens, de los Seals, mató a
más civiles que miembros de Al Qaeda. No sabemos (o, sospecho, no nos
importa) mucho de lo que hizo la madre de todas las bombas en
la provincia afgana de Nangahar. Primero dio muerte a 60 combatientes
del Isis. Luego fueron 100 combatientes del Isis y ningún civil… sin
duda algo que jamás había ocurrido en la historia militar estadunidense.
Pero luego, extrañamente, no se ha permitido a nadie ir al sitio de la
explosión de la monstruosa bomba. ¿Sería porque sí hubo víctimas
civiles? ¿O porque –y esto es un hecho– los sobrevivientes del Isis
continuaron combatiendo a las tropas de tierra estadunidenses después
del estallido?
Ahora Trump envía un grupo de batalla naval a amenazar a Corea del
Norte, ella misma consumada maestra en amenazas infantiles. ¡Cielos! ¿Y
este es un hombre que es ahora flexible y pragmático? Es instructivo notar que después de su primera edición, el New York Times cambió su encabezado sobre la angustia de Trump por Siria por
Trump vira drásticamente su política exterior, concediéndole una política exterior (inexistente) pero quitando la angustia. Me cuentan que el encabezado original de la primera edición decía:
En el ataque a Siria, el corazón de Trump pesó primero. Interesante. Si en verdad fue así, se puede ver cómo el NYT cayó poco a poco en cuenta –muy poco a poco– de que había empezado a enamorarse de su bravucón presidente.
Ahora todos esperamos la batalla por Corea, olvidando esa guerra
anterior que ahogó en sangre la península: sangre estadunidense y
británica, al igual que coreana y china. Tal vez Trump, en su estilo
vago y aterrador, ha decidido que el sudeste de Asia será su verdadero
frente. Y ahí, desde luego, la comparación con Truman se acerca mucho
más a la realidad. Porque Truman llegó apenas al final de la Segunda
Guerra Mundial, después de la muerte de Roosevelt, y su logro culminante
en el conflicto fue también en el sudeste de Asia: las bombas atómicas
sobre Hiroshima y Nagasaki.
El cielo nos libre de los próximos 100 días.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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