Entrevista a Jorge Zabalza
Hemisferio Izquierdo
Hemisferio Izquierdo (HI): En el año `71 se crea el FA ¿qué lectura hace en ese momento el MLN de esa creación?
Jorge Zabalza (JZ):
En los ‘70 la política no se hacía desde el sillón parlamentario o
el bureau institucional. El FA nació con las calles ardiendo de lucha
popular, con la represión ensañada, castigando a obreros,
estudiantes y vecinos organizados. Desde Maroñas a La Teja y el Cerro
se reprodujeron formas de lucha que hoy parecen de otro planeta:
liceos y hospitales populares, movimiento para no pagar a UTE,
campamentos de desocupados, los ‘peludos’ marchando por todo el país,
estudiantes acampando en fábricas ocupadas, comisiones vecinales de
apoyo a los obreros en huelga. En la lucha se identificaba con
claridad al enemigo: las 500 familias dueñas del Uruguay, el capital
transnacional, las fuerzas armadas, el poder judicial, la policía que
asesinaba militantes, los rompehuelgas, los parapoliciales, la
embajada de los EEUU. Decenas de miles dejaron de ser espectadores
pasivos y se transformaron en protagonistas activos de la vida
política. Formaron el espacio político que rompió con el sistema
imperante y reconoció la necesidad de revolucionarlo, que se
identificó con la iconografía combativa de la revolución cubana y
navegó en la corriente revolucionaria latinoamericana. En ese terreno
se multiplicó un nuevo tipo de luchadores, ideológicamente
inclinados a la acción directa de masas, que miraban con simpatía la
lucha guerrillera y la auto-organización armada. El movimiento
guerrillero creció y se desarrolló requerido por esos núcleos
convencidos de que su única opción era armarse para luchar. La
revolución no era un horizonte sino una cercanía, una posibilidad
actual, ¡qué difícil hacerse entender hoy día con los espíritus tan
aplacados que se vuelve imposible hablar de revolución!
El
fin de la pasividad del pueblo fue el fenómeno de carácter más
revolucionario de todo el período 1968/73. En la lucha activa las
bases sociales se fortalecieron, su espíritu se hizo tan fuerte que
logró resistir indemne el terrorismo de Estado y resurgió
incontenible en 1983. Fueron esas multitudes insurrectas las que
dieron origen al Frente. En realidad, los comités frenteamplistas de
1971 eran apenas una nueva forma de organización de las bases ya
movilizadas en los barrios y gremios. El ‘Frente-movimiento’ -con su
subjetividad anti-sistema- nació casi espontáneamente, bastante antes
que el ‘Frente-coalición’. Su existencia debió ser aceptada a
regañadientes por algunos dirigentes que tenían pavor a la auto
organización y la autonomía, y luego fue permanentemente ocultada o
tergiversada en función de mezquinos y ‘políticamente correctos’
intereses.
Se leyeron en clave de asalto al poder las
luchas populares, pero esa lectura no se supo traducir a una forma
masiva de hacer política armada, no se encontraron formas
guerrilleras que pudieran ser adoptadas por el movimiento popular,
paso previo y necesario a la insurrección popular. Como la guerra de
todo el pueblo en Vietnam, como el pueblo en armas de José Artigas.
Era el problema esencial de la revolución en el Uruguay y el MLN (T)
se lo planteó desde fines de 1968. No logró resolverlo nunca y, en
consecuencia, fracasó en su proyecto político-militar.
No
todos en el movimiento popular leían la coyuntura de la misma
manera que el MLN (T). Había quienes pensaban que la táctica de
radicalizar la lucha contra el sistema se salía de los carriles
establecidos y se salteaba las etapas del esquema preceptuado por el
dogma estalinista. De esa visión tan estructurada surgió la propuesta
de avanzar en democracia hacia la democracia avanzada, trabalenguas
que resumía la tesis acerca de la posibilidad de acceder al poder por
la vía electoral y parlamentaria en acuerdo con una burguesía
presumida nacional. El asalto al poder se debía posponer hasta que se
dieran condiciones más favorables en el campo internacional, tal vez
hasta que la URSS derrotara al imperialismo en la competencia
económica. Los afiliados a esta tesis se dedicaron a contener la
masificación de las ideas guerrilleras del ‘dos, tres...muchos
Vietnam’, que consideraban incompatibles con la coexistencia pacifica
con los EEUU. De todas maneras, pese a las tentativas de aplastarla a
golpes de ‘unidad, unidad’, la batalla de ideas sobre las formas y
métodos de lucha creó un torbellino que atravesó las organizaciones
obreras, estudiantiles y vecinales .
La brutalidad de
Pacheco Areco también provocó el cisma que separó a las dos
corrientes históricas del Partido Colorado: por un lado, los
herederos de Julio César Grauert se agruparon en torno a Zelmar
Michelini y el general Líber Seregni, rompieron con el gobierno
autoritario y terminaron creando el Frente del Pueblo y, por el otro,
los ‘colorados’ del mismo corte ideológico que Fructuoso Rivera, la
‘Defensa’ en la Guerra Grande, Venancio Flores y Lorenzo Latorre,
cerraron filas detrás de Pacheco Areco y los grupos fascistas que lo
rondaban. En el Partido Nacional se dio un fenómeno de
características similares que alineó la derecha cavernícola alrededor
del coronel Mario Aguerrondo -creador de la Logia Tenientes de
Artigas en el ejército- y de M. Recaredo Etchegoyen, al tiempo que
agrupó los sectores progresistas tras el liderazgo político e
ideológico de Wilson Ferreira Aldunate. Engendrado por el pueblo que
se movía y luchaba, el Frente Amplio nació gracias al poder de
convocatoria de Zelmar y Seregni, cuyas influencias fueron decisivas
para la concreción del proyecto.
Durante meses la
política con armas había desplazado a la política electoral del
centro de la atención pública, pero la progresiva militarización de
las acciones guerrilleras y el apartarse del entendimiento popular,
se tradujo en un fuerte deseo de detener el sacrificio y el
derramamiento de sangre. En el imaginario popular la apertura de un
camino alternativo a la guerra civil se sintió como un alivio a la
tensión. ¿Cómo desconocer esas esperanzas? Era imposible soslayar el
fenómeno de indudable carácter popular, que introducía un nuevo actor
y determinaba una nueva coyuntura. La oferta de recomponer el país
de los amortiguadores de modo que hiciera posible ‘el cambio
revolucionario en paz’ canalizó la lucha popular hacia lo electoral y
lo parlamentario, viraje decisivo de la subjetividad popular que el
MLN (T) contempló al apoyar críticamente el nacimiento del Frente
Amplio, pero que desconoció al persistir en la militarización de su
accionar político. El desarrollo de la coalición no se detendría,
independientemente de la voluntad del MLN (T). Raúl Sendic fue el
principal promotor del “apoyo crítico” al FA con el propósito de
evitar el aislamiento de la guerrilla tupamara y la caída en posturas
sectarias respecto a otras fuerzas de izquierda. Por el contrario,
dividir la izquierda y obstaculizar la creación del FA sólo traería
desánimo y decepción en el movimiento popular, un clima muy poco
propicio para continuar haciendo política con armas.
El MLN (T) entendió públicamente que (…) “no
creemos, honestamente, que en el Uruguay, hoy, se pueda llegar a la
revolución por las elecciones. No es válido trasladar las
experiencias de otros países”. Pese a su congénita desconfianza hacia lo electoral, entendió que era bienvenida “la
unión de fuerzas populares tan importantes, aunque lamentamos que
esta unión se haya dado precisamente con motivo de las elecciones y
no antes. (...) Al apoyar al Frente Amplio, entonces, lo hacemos en
el entendido de que su tarea principal debe ser la movilización de
las masas trabajadoras y de que su labor dentro de las mismas no
empieza ni termina con las elecciones (...) La lucha armada y
clandestina de los tupamaros no se detiene”. El ‘Movimiento de
Independientes 26 de Marzo’ agrupó la consciencia insurgente, que
veía las elecciones de 1971 como un paso inevitable camino a la
insurrección popular. La lucha armada no se detuvo, es cierto, pero
la historia enseña que en adelante predominaron las urnas y el
palacio legislativo sobre las formas de acción directa y se
adormecieron las ideas de lucha revolucionaria.
HI: ¿Cuáles son las razones que tiene el MLN a la salida de la dictadura para ingresar al FA?
JZ:
En 1985 las y los liberados buscaron reorganizar su identidad
tupamara, más por instinto de supervivencia que tras un programa o
proyecto político definido. Por el contrario, la dispersión en las
cárceles y el exilio produjo más de una docena de proyectos
diferentes, todos ellos aspirantes a hegemonizar la reorganización.
Además, el aquelarre aquél de los primeros días fue tironeado por
impulsos contradictorios, de un lado el deseo de reincorporarse
organizadamente a la vida política, mientras que del otro, el
escepticismo congénito de los tupas hacia la democracia formal se
resistía a aceptar de buenas a primeras el régimen instalado luego
del Club Naval. Deseo y escepticismo fueron determinando oscilaciones
en el pensamiento y actitudes de cada liberado y cada liberada.
A
medias empujados por el movimiento popular y con su impunidad
asegurada por el Pacto del Club Naval, los milicos se replegaron
ordenadamente a los cuarteles. Desde su atalaya vigilaban y
controlaban las fuerzas populares que los habían rechazado en el NO
de 1980 y en el Río de Libertad de 1983. Conservaron intactas sus
fuerzas, su cadena de mando y su estructura ideológica, sujetando a
la tutela militar la ‘democracia a lo Sanguinetti’. Por otra parte,
la reconquista de algunas libertades sindicales y populares creaban
la sensación de que habría democracia para rato... aunque fuera
tutelada. El híbrido político que bosquejamos en 1985, resultaba de
la cruza entre el respeto hacia el sentimiento popular de haber
reconquistado la democracia y la necesidad de defenderse de los
tuteladores. El espanto que causaba la serpiente enroscada en los
cuarteles apresuró los acuerdos entre los reorganizadores del MLN
(T). La profecía del acto del Franzini sobre la posibilidad cierta de
malones cuarteleros no era ninguna locura. Los ‘carapintadas’ se
encargarían de confirmarla.
La crítica al
militarismo del pasado ayudó a concebir la organización del futuro
como instrumento para el desarrollo de un movimiento de masas capaz
de resistir los malones fascistas que avistábamos en el horizonte. Ya
no creíamos en un aparato armado-ombligo del mundo, sino en una
revolución que suponía el florecimiento de las ideas de poder popular
y que, en 1985, pasaba por la transmisión del alerta a través de la
militancia inserta en sindicatos, cooperativas, gremios y
organizaciones vecinales. Las experiencias de movilización bajo
dictadura y la concepción de poder popular llevaban a confiar en la
capacidad de iniciativa y auto-organización de la gente. Raúl Sendic
planteó que la unidad debía re-surgir desde las bases sociales,
porque “tal vez lo que los dirigentes no consigan lo logremos
trabajando desde abajo, pacientemente, codo a codo con hombres y
mujeres de diferentes tendencias” (Acto del Franzini,
19/12/1987). Propuso un Frente Grande no para ganar elecciones sino
para movilizarse por el programa popular, para distribuir las tierras
y mejorar la vida de los trabajadores rurales, para terminar con la
banca extranjera y con la sangría de la deuda externa, para un
aumento general del salario que traiga el ensanchamiento del mercado
interno. Un Frente Grande para unirnos sin exclusiones, pero no para
transar, ni para transar con el que transa. ¡Un Frente Grande de
imbancables!
También fue cierto que, al abrirse las
cárceles, zambullimos en el mar de emociones y sentimientos
frenteamplistas que sobrevivió el estigma, las persecuciones y el
terrorismo. El movimiento popular sentía que las banderas de la
reconquista y la esperanza eran tricolores y que el Frente era el
lugar hacia donde convergían en masa tanto lo más progresista del
país como parte de la militancia que pretendía revoluciones. Además,
de la crítica del pasado, la mayoría de los tupamaros habíamos
inferido que en el tercer mundo las revoluciones se organizarían en
forma de frentes. El Frente Grande contenía y generalizaba el
proyecto de cambio popular que representaba electoralmente el Frente
Amplio. Estas consideraciones, muy diferentes a las de 1971, llevaron
a pasar del apoyo crítico a pensar en la incorporación lisa y llana a
la coalición. Aún así, en el debate interno no hubo unanimidades y
una minoría del Comité Central consideramos que se debía postergar el
pedido de ingreso hasta que el MLN (T) alcanzara el peso social
suficiente para hacerse escuchar con atención. En concreto, antes de
ingresar se debía consolidar la influencia de las agrupaciones
ampliadas en el movimiento social y el desarrollo del frente grande.
También era cierto que mucha gente vinculada a los tupamaros ya
integraba los comités de base antes de 1985, sin sentir que se
opusieran su militancia frenteamplista y la disciplina a ese MLN (T)
que ayudaban a reorganizar. Por aclamación se decidió pedir el
ingreso el 11 de abril de 1986 en un Palacio Peñarol repleto de
militancia tupamara. Fue mayoría la voluntad de ingresar al Frente
Amplio pese a ser sumamente críticos de su ya evidente retroceso
hacia las políticas conciliadoras.
Los meses que
transcurrieron entre la ley de impunidad (22/12/86) y el plebiscito
del Voto Verde (19/04/89) estuvieron signados por la militancia de
los núcleos más activos. Fueron tiempos de agitación del ‘juicio y
castigo a los culpables’, de la recolección y de la defensa de las
firmas contra la ley de impunidad y, finalmente, de la campaña por el
Voto Verde en los primeros meses de 1989. También fue un período
álgido de la lucha sindical -Sanguinetti se vanaglorió de no haber
perdido ni un conflicto- y de las ocupaciones de tierras para vivir,
algunas organizadas, otras espontáneas. La lucha social creó un punto
de encuentro para la militancia radical, ya fuera organizada en
partidos o actuando individualmente. La confluencia se cruzó con la
necesidad de crear un polo ideológico revolucionario para
contrarrestar el retroceso general y, en consecuencia, como expresión
de lo más radical y combativo surgió el Movimiento de Participación
Popular. Quién diría que la radicalidad combativa haya sido el origen
de este MPP esclerosado, aparato que respalda ciegamente las medidas
más impopulares del progresismo. El calendario electoral apresuró su
lanzamiento formal que tuvo lugar el 6 de abril de 1989 y con el
Partido por la Victoria del Pueblo (PVP), el Partido Socialista de
los Trabajadores (PST), el Movimiento Revolucionario Oriental (MRO),
el Partido Comunista Revolucionario (PCR), el MLN (T) y muchos
militantes independientes entre los que se destacaban Helios Sarthou,
Carlos M. Gutiérrez, Jorge Durán Mattos, Marcos Abelenda, Daniel
Olesker, Juan Chenlo.
Recién entonces, luego de la
demostración de fuerza que significó la creación del MPP, se logró
superar la oposición al ingreso del MLN (T) al Frente Amplio, tanto
la pública y transparente de los demócratas cristianos como la opaca y
solapada del estalinismo criollo. La lucha contra la impunidad,
donde la militancia de base cobró una fundamental importancia, sirvió
para disimular las concesiones y retrocesos del Frente Amplio. La
desconfianza de Raúl Sendic hacia la conducción frenteamplista se
transmitía en forma de Frente Grande, mientras que en otras y otros
tupas, esa misma desconfianza tomó forma de polo ideológico
revolucionario. Un tercer agrupamiento dentro del MLN(T) ya estaba
carburando la idea de subirse al carro de la conciliación de clases y
tomar sus riendas, estrategia que se concretó en los años
siguientes.
HI: ¿Cuales son los motivos por los cuales abandonás el FA?
JZ:
Intrincada madeja. No fue una decisión individual. Hubieron
varias esquinas sin retorno que luego de dobladas fueron marcando la
línea recta del alejamiento. En realidad nos expulsaron del MLN-MPP,
cuando la mayoría se había incorporado al retroceso ideológico,
cuestión hoy muy evidente por cierto. Al igual que en toda la
historia, las diferencias de concepción surgieron en la discusión
concreta de los acontecimientos, donde las actitudes de cada uno
decían mucho más que su discurso. Los sermones ‘izquierdosos’ se
utilizaban -se utilizan- para encubrir hechos que arrimaban los
apóstatas a los dueños de todo y, especialmente, a los militares
defensores de la impunidad.
Conviene empezar por el
análisis la marejada de ocupaciones de terrenos de 1988/89, un hecho
social definitorio. El encarecimiento del costo de la tierra en las
zonas urbanas con mejores servicios, obligó a emigrar a quienes no
podían pagar alquileres o las cuotas del banco hipotecario. Muchos se
fueron del país, pero otros terminaron repoblando las periferias de
las ciudades. Asimismo, esa crisis en los bolsillos con ingresos
fijos hizo crecer y reproducirse la venta ambulante: la gente salió
en masa a vender lo que podía. Desde el gobierno se exigió que los
damnificados por la política económica resolvieran sus angustias en
orden, haciendo cola en los mostradores institucionales. En 1990 el
pueblo había concretado sus esperanzas logrando que ‘nuestro’
Frente Amplio gobernara Montevideo y, naturalmente, quienes vivían
irregularmente en los asentamientos y quienes vendían irregularmente
en las veredas, esperaban el inicio de una nueva era, de ‘nuestra’
era. Más a la corta que a la larga pudieron comprobar que la
descentralización, la cartera municipal de tierras y el banco de
materiales no marchaban rumbo a la formación de un pueblo en
condiciones de gobernarse a sí mismo. Que la regularización de la
venta callejera era un instrumento de control y recaudación. Que la
descentralización no era el traslado de poder a los vecinos sino la
mera desconcentración del pizarrón de quinielas. Por el contrario,
con la llamada ‘actualización ideológica’ se disfrazaba de izquierda
la aplicación del esquema ‘neoliberalismo con asistencialismo
social’ que, en los hechos aunque no en las palabras, significaba la
institucionalización de un pensamiento antipopular. La represión
municipal a los vendedores ambulantes y a los vecinos que ocupaban
terrenos fueron gestos para ganarse las simpatías de los poderosos,
las intendencias Tabaré-Arana prefiguraron y anticiparon los
gobiernos de Tabaré-Mujica-Astori.
El Frente Amplio
solamente permitía el debate en los organismos de conducción que
controlaban Tabaré-Astori; el autoritarismo en la interna no
soportaba que las disidencias internas se expresaran muscularmente o
votando aparte de la bancada en el parlamento nacional o en el
departamental. Estaba prohibido manifestar descontento cuando Tabaré
entregaba las llaves de la ciudad al asesino George Bush (padre). Si
bien en el MLN-MPP dominaban los sentimientos de solidaridad, las
exigencias prácticas alimentaron la idea de jugar al achique: las
olas disidentes debían ser pocas, chicas y mansas para no perjudicar
la campaña electoral de Tabaré. Como les encantaba ‘estar’ donde se
corta el bacalao, la crítica y la lucha de ideas debía ser dada con
‘lealtad’ hacia los socios coaligados, aunque ellos implicara
deslealtad hacia las expectativas y las luchas de los trabajadores o
de los vecinos organizados. Los sectores más conservadores del Frente
debían sentir seguros con el MLN-MPP, precisaban garantías
disciplinarias de antemano y, a cambio, le permitirían algunas
pataletas para mantener contenta la gilada. Era la manera en que el
Frente Amplio se convertiría en otro partido del orden burgués,
totalmente distanciado de los sectores descartados por el
capitalismo.
Puede parecer aberrante pero, de hecho, el
Frente se oponía en lo nacional a las políticas privatizadoras que
justificaba en la intendencia montevideana. Fue larga y enconada la
lucha para mantener en la esfera estatal pública la propiedad del
histórico Hotel y Casino Carrasco. En 1997 provocó la renuncia de
Tabaré Vázquez a la presidencia del FA y la excomunión del presidente
de la Junta Departamental por haber votado contra el proyecto
presentado por Mariano Arana. De todas maneras las privatizaciones se
multiplicaron en el ámbito municipal y finalmente, durante el
gobierno de Ricardo Erlich, el Carrasco pasó a manos privadas en las
cuales vegeta inútilmente. Ambos fenómenos, ocupaciones y
privatizaciones municipales, despertaron demonios y fantasmas no sólo
en la derecha y, lenta y paulatinamente, amansaron los leones
desdentados, que se incorporaron sin escrúpulos a la línea de la
contrarreforma agraria y de la pleitesía frente al capital
extranjero.
El grupo de militantes encabezado
notoriamente por Helios Sarthou rechazamos el disciplinamiento de la
expresión política. Expresábamos la solidaridad compartiendo calle y
palos con los ambulantes y ocupando con los ocupantes, defendiéndolos
en los desalojos fuera quien fuera que los desalojaba.
Recíprocamente los descartados nos fueron transfiriendo su irritación
e intransigencia, fuimos endureciendo el discurso y la actitud que
ya venían endurecidas de la lucha por el Voto Verde. A los
feligreses más crédulos les incomodaba el ojo crítico y la
desobediencia indebida. Nos volvimos ‘asquerosos’. Las
privatizaciones municipales sellaron la domesticación final del
MLN-MPP que, en consecuencia, como demostración de buena fe, se
sintió obligado a expulsar de sus filas la disidencia indomesticable.
Personalmente
sentí haber fracasado en dos aspectos sustanciales: en primer
lugar, en los esfuerzos por crear una organización de asentamientos
al estilo FUCVAM y un movimiento que centralizara los reclamos de la
venta callejera. La tentativa ratificó que no es posible organizar la
lucha social desde las instituciones estatales. En segundo lugar,
fracasé en divulgar y convencer del giro a la derecha del MLN-MPP,
nadie creía que tamaña hipocresía fuera posible en quienes habían
sufrido calabozos por sus ideas revolucionarias. Ambos hechos
repercutieron con mucha contundencia en mi ánimo y me hicieron poner
en dudas mis capacidades para contribuir a una acumulación de fuerzas
con sentido revolucionario. Me dediqué a ganarme la vida como
carnicero.
Sin embargo, la infidelidad que motivó el
divorcio ideológico tuvo lugar el martes 24 agosto de 1994. A
consecuencia de las ideas separadas llegaría más tarde el divorcio
político-organizativo. Esa mañana el PITCNT declaró paro general y
convocó a concentrarse alrededor del Hospital Filtro para manifestar
solidaridad con los vascos en huelga de hambre seca. Lacalle los
extraditó al estado Español y la tortura. El transporte aéreo ya
había aterrizado en Carrasco. Los ‘radicales’ habíamos mantenido una
vigilia en la calle. FUCVAM se sumó al movimiento. Difundieron CX 44
Radio Panamericana y CX 36 Radio Centenario y la concentración se
volvió masiva. Ese mediodía la Mesa Política del FA concurrió en
pleno. A las cinco exactamente la Republicana arremetió a caballo,
apaleando mujeres con bebés, ancianos y niños. La multitud se
defendió de la brutalidad represiva. La policía asesinó a Fernando
Morroni. Hirió de cuatro balazos en la espalda al enfermero Esteban
Massa que asistía en el suelo al lastimado Ruben Sassano. Carlos Font
fue internado con pérdida de masa encefálica y Mónica Ramírez con
heridas de balas en el vientre. Esa noche fue asesinado Roberto
Facal. Quedaron heridos más de 100 manifestantes en la operación
represiva, 15 de ellos a balazos. El miércoles 25 de agosto miles
acompañaron a Fernando hasta el Cementerio del Norte. Tres ministros
del interior progresistas después, no se ha hecho pública ninguna
investigación. Los asesinos y los que comandaron la represión
continúan impunes.
Estalló la polémica. Sacaron los
fantasmas de la buhardilla y concentraron sus ataques en los
tupamaros para asustar a los pusilánimes. La derecha presionaba para
que el progresismo desmontara el agrupamiento radical. Rápidamente,
el Frente Amplio adjudicó su derrota electoral de 1994 a los
insoportables núcleos radicalizados. En el Comité Central del MLN(T)
se esgrimió la tesis de la ‘no violencia activa’ o acción
no-violenta. Se argumentó que al enfrentar organizadamente la
represión en Jacinto Vera, se había provocado la masacre y que, de
alguna manera, la responsabilidad de la muerte de los compañeros
recaía sobre nuestros hombros. Para no dar justificativos a la
policía y que no se repitieran sus asesinatos, había que renunciar a
la estrategia de crear una fuerza militante con espíritu combativo y
sustituirla por la de desobediencia civil o resistencia
no-violenta. La conducción frenteamplista quedaría satisfecha de esa
manera.
Dispersa pero activa, la militancia radical
había descubierto otros lugares de encuentro: las Comisiones
Barriales de lucha por Verdad y Justicia, la columna Cerro-Teja de
los primeros de mayo, la batalla contra el artículo 23, el apoyo a
las ocupaciones de tierra y a los conflictos obreros del Espinillar,
de la construcción, de la bebida, la química y del transporte. Allí
fueron haciendo su propia y montaraz historia, conociéndose y
descubriendo formas de coordinación horizontal. Los núcleos activos
fueron lo suficientemente hábiles para responder a los ataques de la
policía sin aislarse de la abigarrada multitud que rodeó el Hospital
Filtro. También logró con su militancia que el 63% del electorado
rechazara la “minirreforma” el 28 de ese mismo agosto de 1994. Los
representaban un senador y los ediles de Montevideo y Trinidad que
denunciaban y actuaban con espíritu extraparlamentario. Caminando
hacia un horizonte insurreccional, esa dispersa y poco ordenada
fuerza militante demostró ser capaz de actuar con efectividad y de
golpear coordinadamente. Su fuerza en blancos, colorados, dirigentes
frenteamplistas y ex-guerrilleros domesticados, la necesidad de
cortar las uñas del gatito antes que se transformara en tigre.
Muy
influida por el gandhismo-tupamaro, para no provocar la
represión, la juventud del MPP intentó suspender la marcha que, en
setiembre de 1994, varias organizaciones estaban coordinando al
cumplirse un mes de la Masacre de Jacinto Vera. ‘Manos desconocidas’
acercaron a la orgánica MLN-MPP una cassette grabada en una
cuchipanda realizada en la guardia republicana, donde el ministro
Ángel Gianola arengaba a sus oficiales para que reprimieran a los
grupos radicalizados. La cassete fue esgrimida en la discusión como
argumento disuasivo contundente. En la interna del MLN (T) estaba en
curso un debate sobre de las relaciones con un grupo de oficiales de
los servicios de inteligencia militares. Más allá del testimonio
personal -participé en dos de las primeras reuniones, como ya he
relatado- resultaba evidente que el MLN(T) estaba siendo atacado por
una operación de inteligencia que buscaba neutralizar las
perspectivas revolucionarias. Además de ‘establecer un teléfono rojo
para impedir que nos enfrenten a militares y tupamaros como en el
pasado’ no hubo otras explicaciones. De hecho, al vincularse con el
núcleo central del aparato represivo, el MLN(T) estaba pasando por
arriba del sentimiento de verdad y justicia para los desaparecidos y
asesinados por el terrorismo de Estado. Se cruzaba el Rubicón de la
ética y la moral. La actitud hizo que muchas y muchos se sintieran
empujados fuera del MLN, una manera de expresar con los pies la
discrepancia. Otros optaron por quedarse, actitud que significaba
convalidar con su presencia la concepción conciliadora.
HI:
¿Cuáles entendés que son las tareas políticas para la etapa y
cuales entendés que son los principales desafíos para el futuro?
JZ: En
los ‘70 debieron recurrir al terrorismo de Estado para aplastar las
revoluciones y suministrar la medicina neoliberal a los pueblos. Una
vez marchitas las dictaduras en los ‘80, en varias de las comarcas
latinoamericanas se alzaron los pueblos contra el consenso de
Washington y la revuelta se tradujo en acceso de fuerzas progresistas
al gobierno, que llegaron con la promesa de hacer temblar hasta las
raíces de los árboles. Hoy día, en el 2017, está claro que sus
políticas asistencialistas no hicieron temblar nada, apenas lograron
que los pobres consumieran un poco más que antes o, dicho de otra
manera, incorporaron los sectores descartados a la sociedad
consumista. También incrementaron el salario, aunque su monto no
alcanza a cubrir las necesidades materiales, educativas y culturales
del asalariado. Está claro que la política económica del progresismo
también favoreció un aumento en la concentración del capital y la
propiedad de la tierra, que se puede leer como una mayor degradación
de la vida democrática. Aumento de salario y asistencialismo social
han sido tan inútiles para resolver el fondo de la cuestión social
como los vademécums ortodoxos aplicados por los gobiernos anteriores.
Protegida por el progresismo, la burguesía prosigue en su carrera
por aumentar la tasa de ganancia a costillas del trabajo y, por
consiguiente, la lucha de los pueblos asalariados es un eterno
recomenzar.
En la medida que requiere redistribución
del ingreso, el asistencialismo se contrapone a la voracidad
insaciable de las élites dominantes. Sólo les sirve el neoliberalismo
sin fomentos. Tampoco la ‘agenda social’ del progresismo es
compatible con sus estructurados modos de pensar y de sentir, en
especial, les caen gruesas la legalización del aborto, la
desproscripción de la marihuana, la defensa de la igualdad entre los
géneros y el matrimonio igualitario. Pese a los privilegios para los
inversores extranjeros, las zonas francas y las exoneraciones varias,
las élites sienten que las democracias, mientras están administradas
por el progresismo, han dejado de ser instrumentos útiles a sus
designios. En consecuencia, decidieron suministrar sin intermediarios
la pócima y el retorno de los brujos parece ser el signo de los
tiempos. El fenómeno trajo a Donald Trump y sus cómplices de Wall
Street y del complejo de industrias armamentísticas, pero también al
fascismo a cielo abierto en Europa y acá, en América Latina, a lo más
reaccionario de la derecha, por las buenas en algunos casos
-Macri, Kuczynski-, por las malas en otros -Temer- y por las peores
también, como ocurrió en Haití y Honduras. Sienten el progresismo
como una enfermedad de las democracias formales, sea en Europa, en
EEUU o en América Latina.
Los pueblos defienden
pacíficamente sus conquistas y manifiestan su descontento con el
cariz que van tomando las cosas: grupos de estadounidenses protestan
frente a los portones y las rejas de la Casa Blanca; los mejicanos
denuncian masivamente la política de desapariciones y asesinatos del
Estado fallido y narcotraficante; los argentinos amagan con reeditar
las jornadas de diciembre del 2001 y los chilenos hacen masivas
demostraciones contra las medidas neoliberales del progresismo de la
Bachelet. Entonces, para conformar lo más reaccionario, algunos de
los gobiernos empresariales emiten señales amenazantes y, en otros
casos, como el mejicano y el colombiano, pasan a dar palos sin más.
Con su apología de la tortura y de Guantánamo, Trump se convierte en
abanderado de las ideas fascistas. Lo sigue el gobierno de Méjico,
cómplice en las desapariciones de los 43 normalistas y del asesinato
de más de cien periodistas al año. También la Bachelet, que ha
dejado totalmente al descubierto su naturaleza racista y autoritaria,
aunque encabece una fuerza que pretende ser socialista. Mauricio
Macri se burla y ataca a los movimientos sindicales, barriales y
feministas. ¿De qué paz y democracia hablan en Colombia y Honduras,
donde los paramilitares asesinan luchadores que defienden el medio
ambiente y a campesinos de origen maya?
Una vez
más el estamento oligárquico latinoamericano suelta de la correa a
sus cancerberos y vuelve posible e inminente la extensión del
ejercicio de la violencia institucionalizada contra el movimiento
popular. Las organizaciones del pueblo están sabiendo que en la
defensa de lo conquistado corren el riesgo cierto de ser ferozmente
reprimidos por la policía… ¿De qué manera puede responder el pueblo
mapuche atacado sin piedad por la progresista Bachelet luego de más
de 500 años de sometimiento? ¿qué pueden hacer los pueblos de origen
maya en Chiapas, Guatemala y Honduras? ¿en qué salida electoral y
parlamentaria pueden creer los trabajadores agrarios brasileros,
perseguidos como en los tiempos de Canudos? ¿cómo pueden enfrentar la
matanza los mejicanos? Hoy día, en América Latina, el análisis
político está obligado a tener en cuenta que la ofensiva violenta de
la clase dominante legitima las posibles respuestas contraviolentas
que obtendrá. Los movimientos de masas nunca se dejaron arrear a los
ponchazos.
Sin embargo, nada permite augurar
una pronta salida de la pasividad del pueblo uruguayo. Acá la
hegemonía burguesa funciona a las mil maravillas. Fue así en el
Uruguay Batllista y lo es hoy, en el Uruguay Progresista, donde las
formalidades democráticas continúan contando con una ancha banda de
consentimiento. Basta con permitir consejos de salarios aunque los
aumentos no recuperen los triangulitos robados, conque ‘Juntos’
regale unos ranchos mal construidos y Tabaré se deje sacar unas
‘selfies’ en los consejos ministeriales de ‘cercanía’, para cooptar a
miles de luchadores y transformarlos en revendedoras de espejitos y
cuentas de colores. La lentitud para sacudir la melena es
consecuencia directa de la acción de ese colchón de clientes
políticos y de sus efectos adormecedores sobre la conciencia social.
La
historia reciente muestra que los sectores reaccionarios tampoco
pudieron evitar los efectos de la amortiguación sobre las conductas
políticas. Tal vez por esa razón, años de endurecimiento jurídico
paulatino y de represión de baja intensidad debieron preceder al ‘68
del ejercicio abierto de la violencia contra el pueblo. Tal vez para
satisfacer esas tradiciones amortiguadores, al dar su golpe de Estado
el 9 de febrero de 1973 y antes de pasar abiertamente al terrorismo,
los mandos militares recurrieron a la triquiñuela de sentar un
títere de cartón en el sillón presidencial y permitieron que el
parlamento continuara siendo caja de resonancia de quienes resistían
el golpe de Estado. La aceptación de las formalidades democráticas y
de los mecanismos amortiguadores ha sido una característica de la
vida política a la uruguaya. A la hora de caracterizar coyunturas y
definir tareas, el desconocimiento del fenómeno puede conducir al
onanismo político.
Aunque no todos fueran conscientes
de las consecuencias de su actitud, los delegados frenteamplistas que
aplaudieron de pie las palabras de Huidobro en la polémica con Hugo
Cores del Congreso del 2003, estaban ratificando de hecho la vigencia
de la ley de caducidad. Cierto, los feligreses habían sido inducidos
por un demagogo de gran calibre, pero las manos alzadas dejaron
constancia de que estaban dispuestos a tolerar que tiraran los
principios por la borda con tal de ganar unos votos más. Tras esa
victoria ideológica, los caudillos frenteamplistas no tuvieron más
obstáculos para lanzar por elevación, uno tras otro, la serie de
misiles que indujeron el actual clima de impunidad. Se estaba
ratificando, veinte años después, el acuerdo de impunidad que
sobrevolaba o subyacía el Club Naval. El Frente Amplio se unió ‘de
facto’ al pacto de silencio de la mafia militar y policial. Inmoral y
solapada política simbolizada con la figura de Fernández Huidobro,
pero respaldada indudablemente por la tríada Tabaré-Mujica-Astori. No
son inocentes aunque los absuelva la credulidad de sus fieles.
La
primera señal del endurecimiento ocurrió el 10 de abril del 2007,
día que el parlamento de mayoría progresista -que no quiso anular la
ley de caducidad- transformó en delito penal las ocupaciones de
tierras, fuera para vivir o para trabajar. Esta ley pasó
desapercibida en general, pero marcó la disposición de los
parlamentarios progresistas para aceptar la mano dura que promovía el
poder ejecutivo. A diez años de aquel primer paso, Vázquez firmó el
decreto que permite, sin previa actuación judicial, la intervención
de otros organismos públicos -léase las fuerzas armadas- para apoyar a
la policía en la represión de los cortes de ruta o de calles. Los
ministros han salido sin mucho pudor a defender con argumentos
banales el permiso para el empleo de la violencia institucionalizada
contra la ciudadanía. El decreto solamente cae simpático a los
inversores extranjeros y a la rosca empresarial criolla.
En
este marco de endurecimiento paulatino, no hay inocencia en el
fortalecimiento desmedido de la policía, que hoy día no tiene nada
que envidiar a las fuerzas armadas en equipamiento, organización y
entrenamiento. Como algunos pensaban del ejército en los ‘70, una
conducción política adecuada podría transformar la policía en partido
del desarrollo económico y social. A medida que la policía es más
fuerte, las formalidades democráticas se hacen más débiles. En
realidad el Frente Amplio se ha transformado en otro partido político
del orden, de un orden ajeno y antipopular, cuyo centro ideológico
está en Washington D.C. y beneficia principalmente a las élites
criollas. No se hable más de agotamiento del progresismo, debe
hablarse lisa y llanamente de su incorporación al sistema de
dominación capitalista. Es una rendición incondicional.
Tras
una ingente y porfiada lucha de ideas, los sectores más activos
del movimiento popular logran, por momentos, que la gente se libere
de sus ligazones ideológicas y salga a protagonizar inesperados picos
de lucha social: las marchas del silencio y las que defienden la
tierra, el aire y el agua, la pueblada contra el decreto de
esencialidad, la enorme manifestación por la igualdad entre los
géneros. Sus reivindicaciones teñirán la lucha de clases del futuro:
verdad y justicia, medioambiente, antiautoritarismo e igualdad. Se
han conformado columnas masivas de pueblo que marchan en comunicación
muy estrecha con el activismo de algunos grupos y que se escurren
entre los dedos de la amortiguación y la manipulación del
progresismo. Tal vez en esta práctica cotidiana se logre concebir
formas de organización revolucionaria distintas al partido único de
cuadros profesionales férreamente disciplinados.
Del
cruce entre el movimiento masivo y los sectores activos tal vez
pueda nacer una fuerza libre de alienaciones y hegemonías, una marea
arrolladora que haga permanente lo episódico y supere lo inmediato
proponiéndose la transformación revolucionaria de la sociedad. ¿Será
posible que esta militancia auto-liberada, que ha reconquistado la
libertad de pensar críticamente y la autonomía para organizarse, sea
capaz de fundar el movimiento revolucionario que necesita el pueblo
uruguayo? ¿Qué se den maña para mantener su fluida comunicación con
las diversas particularidades del mundo social? ¿Qué aprendan a
sostener con firmeza sus convicciones revolucionarias sin por ello
creerse diferentes o superiores? Tal vez el misterio de la masividad
radique precisamente en la forma que los núcleos activos respetan
la igualdad de la multitud y se sienten identificados con ella. Lo
cierto es que la convocatoria de estos movimientos sociales ha ido
creciendo en la misma medida que ha decrecido notoriamente la de los
aparatos políticos.
En la medida que el Uruguay no es
ninguna excepción en América Latina, en la mano dura que agitan
los partidos del orden se vislumbra su decisión de ejercer el poder
en todas sus formas, la violencia institucional inclusive. Una manera
de contribuir al ‘nunca más’ es divulgar el alerta: asoman malones
represivos, haya o no gobierno progresista. ¿Es una exageración
sectaria o son las perspectivas que indican las señales que está
dando el poder político? Al endurecimiento de baja intensidad
corresponde crear consciencia sobre la necesidad de auto-defenderse
de las agresiones. Claro que, para hacerse comprender por el
movimiento social masivo, se debe respetar la idiosincrasia generada
por la amortiguación y se vuelve imprescindible encontrar en cada
ocasión los métodos y los medios adecuados. La auto-defensa es un
acto de justicia popular, aceptado o protagonizado por el pueblo, que
debe adecuarse a sus sentimientos y emociones; es la respuesta justa
y proporcional al grado y la forma de violencia de la represión
institucionalizada. No puede ser tan desproporcionada ni tan avanzada
que se desprenda de la comprensión popular. La tarea central parece
ser la formación de ese necesario movimiento de masas y sectores
activos capaz de resistir y defenderse de las agresiones de las
élites burguesas y gobernantes. ¿Difícil? Por supuesto. Todo depende
de tener la sabiduría suficiente para tejer las necesarias telarañas.
Notas:
1-
“Porqué se nos exige que seamos pacíficos hasta la muerte? ¿por qué a
nosotros? ¿por qué no podemos usar la violencia contra ellos? Si
tenemos al Pueblo Mapuche como ancestros, nuestros ancestros nos son
los cobardes españoles, son el Pueblo Mapuche que hizo retroceder a
los cobardes españoles.....a punta de lanza !!...” Palabras de Luisa
Toledo, madre de los hermanos Rafael y Eduardo Vergara Toledo,
jóvenes de 18 y 20 años asesinados por Carabineros el 29 de Marzo de
1985, fecha en que cada año el pueblo mapuche conmemora el “día del
joven combatiente” (Tomado de ‘Resumen Latinoamericano’).
2-
Disculpen que me haya ido muy largo. Últimamente tengo la sensación
de estar escribiendo testamentos y hay cosas que no puedo dejar decir
aunque parezcan obvias y reiteradas.
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