Las recientes
elecciones en Ecuador con el triunfo del candidato de la izquierda,
Lenin Moreno, son una bocanada de aire fresco para el campo popular, una
cuota de esperanza.
Para los ecuatorianos, ello da la posibilidad
de continuar con las medidas de corte social iniciadas anteriormente por
el gobierno de Rafael Correa. De haber ganado el candidato de la
derecha, Guillermo Lasso, esas políticas hubieran sido radicalmente
suprimidas, y la sociedad en su conjunto hubiera sido llevada a modelos
del más salvaje capitalismo con matices semifeudales, tal como fue por
siglos en el país. El triunfo de Moreno mantiene los avances registrados
en estos años. En ese sentido: transmite esperanza, es una buena
noticia.
Ahora bien: para los trabajadores, los pobres y
excluidos de todo el continente latinoamericano, es difícil pensar que
esto sea una barrera que frene el capitalismo salvaje imperante,
habitualmente conocido como “neoliberalismo”. En todo caso, conviene
analizar más en detalle qué se juega ahí, y el escenario en que se
dieron las elecciones.
Desde hace décadas en toda Latinoamérica
–en todo el mundo, y por supuesto, también en Ecuador– se han impuesto
políticas de un capitalismo extremo, eufemísticamente llamado
“neoliberalismo”. Ponemos énfasis en lo de “eufemismo”, porque desde
algún tiempo también pareciera que el gran enemigo a vencer –al menos
desde el campo popular– es ese neoliberalismo. En otros términos: sería
esa “deformación monstruosa” que desde hace años parece haberse
enseñoreado del planeta, un capitalismo que prioriza el libre mercado y
la empresa privada por sobre el Estado. Ese “malo de la película”
representaría el gran problema, la causa de nuestras desventuras, de la
exclusión
Estos últimos años, desde fines del siglo pasado
aproximadamente, se dio una serie de gobiernos medianamente progresistas
en la región latinoamericana. Con la llegada de Hugo Chávez a la
presidencia de Venezuela se recuperó un discurso que parecía condenado
al museo, hundido al mismo tiempo que la Guerra Fría. En el campo
popular volvió a hablarse entonces de revolución, de socialismo, de
antiimperialismo. El ideario socialista parecía retornar. Para superar
las estreches y estigmas del estalinismo de la era soviética, fue
surgiendo la idea de socialismo del siglo XXI.
Es en ese marco
que aparecieron procesos populares, progresistas, con distintos grados
de participación popular y de avance en las conquistas. El subcontinente
sudamericano parecía salir de su letargo, luego de las sangrientas
dictaduras militares que prepararon las condiciones para los planes de
achicamiento del Estado, privatizaciones por doquier e hiper explotación
de la clase trabajadora.
Pero ninguna de esas experiencias (el
proceso bolivariano en Venezuela, los Kirchner en Argentina, el PT en
Brasil, ex tupamaros en Uruguay, Bachelet en Chile, Lugo en Paraguay, el
MAS en Bolivia, el proceso ecuatoriano con Rafael Correa) tenía como
objetivo una transformación profunda de las estructuras. Nunca se
tocaron los cimientos de la sociedad capitalista. En todo caso, fueron
importantes pasos hacia planteos redistributivos con mayor justicia
social. Al lado de las dictaduras y de políticas de ajuste monstruosas,
con una precarización terrible de la fuerza laboral (en todos los
niveles: obreros industriales urbanos, trabajadores rurales, sectores
medios de servicios, profesionales), levantar planteos socialdemócratas
tuvo un valor de enorme avance. Para los sectores empobrecidos, eso fue
un bálsamo. Para las derechas, envalentonadas con el auge del discurso
neoconservador, fue un cachetazo.
Lo curioso es que la derecha
latinoamericana, y más aún el sector financiero, nunca tuvo un
crecimiento económico tan grande como en estos últimos años bajo estos
gobiernos populares. Algo no encaja ahí: ¿por qué, si bien es cierto,
que el capitalismo latinoamericano creció enormemente en estos años,
sataniza de tal manera cualquier gobierno popular?
La
explicación hay que buscarla en resortes ideológicos, en muy buena
medida impulsados desde la Casa Blanca de Washington. El dominio casi
absoluto que comenzó a recuperar el neoliberalismo sobre el campo
popular, sobre la masa de trabajadores precarizados y desorganizados, se
puso muy tímidamente en entredicho con estos gobiernos populares. Por
eso, la sola posibilidad de ver dirigentes que le hablan de tú a tú al
pueblo, con un lenguaje campechano y accesible, eso solo ya prendió las
alarmas en las usinas ideológicas de la derecha. La creación de
fantasmas “castro-comunistas” no demoró en aparecer. Así, todas estas
experiencias socialdemócratas fueron ferozmente atacadas. Bombardeadas
sistemáticamente desde el ámbito mediático –con el tema de la corrupción
como “caballito de batalla”, corrupción que, es preciso decirlo, sí
existe efectivamente–, al no ser verdaderos procesos revolucionarios de
cambio, y al no contar con una base popular organizada (como sí la hay
en Cuba), estos procesos han venido retrocediendo.
Ello marca
que el trabajo hecho por las dictaduras de las décadas pasadas, pero más
aún las políticas neoliberales de empobrecimiento y sojuzgamiento aún
vigentes, desarmaron muy hondamente la protesta popular, la
organización, la lucha sistemática. Y más todavía (¡esto es, quizá, lo
más importante!), desmantelaron –al menos por un tiempo– el ideario de
cambio revolucionario.
Ante esa orfandad y precariedad,
propuestas tibias de “capitalismo con rostro humano”, tal como las que
se han venido teniendo en Latinoamérica estos años, para la izquierda
–nostálgica de otros tiempos, de idearios que hoy no parecieran atraer a
nadie– vio en ello un retorno del socialismo. Pero todo indica que no
hubo tal retorno.
El reciente triunfo de Lenin Moreno en
Ecuador –aunque la derecha troglodita lo vea como un inminente “peligro
comunista”, un desembarco de tropas cubanas para llevarse los hijos de
familias ecuatorianas a campos de entrenamiento de terroristas y una
hiper expropiación de todo lo que se pueda expropiar (los mismos
fantasmas de 50 años atrás en plena Guerra Fría)– es una buena noticia
para los trabajadores y excluidos del país sudamericano. ¡Pero no es el
presagio de la revolución socialista! ¿Se la puede considerar seriamente
como un freno al neoliberalismo en la región? ¿Hay, acaso, un retroceso
de la derecha en Latinoamérica?
Si bien en la izquierda nos
vivimos peleando y fragmentando (por protagonismo, por luchas sórdidas
de poder, aunque no se lo acepte en voz alta), la derecha se une mucho
más monolíticamente ante los peligros. En eso nunca se equivoca. Se une,
porque tiene verdaderamente mucho que perder. Sus privilegios de clase,
así de simple. La derecha se une como clase y reacciona ante el más
mínimo intento de democratización del poder. Por eso todas estas tibias
experiencias de capitalismo moderado (economía mixta, capitalismo
“serio”, pacto social, empresa social) pueden ser vistas como “demonio
comunista”.
Saludamos y damos la bienvenida al triunfo de Lenin
Moreno y a la continuidad de las políticas sociales que se vienen dando
desde la administración de Rafael Correa, pero parece un tanto
aventurado pensar que esto es un golpe a la derecha. Una mirada objetiva
de la realidad latinoamericana nos confronta con la casi totalidad de
países capitalistas gobernados por equipos neoliberales con planteos
ultraderechistas, con empobrecimiento de la gran masa trabajadora, con
auge de la precarización laboral (¡también en todos estos países
socialdemócratas!), con inversiones extranjeras centradas en el
extractivismo depredador, y con 74 bases militares estadounidenses
cuidando celosamente la región. ¿Retroceso de la derecha?
El
presente escrito no pretende ser agorero ni aguafiestas. Ni tampoco
ubicarse en posiciones ultras. Busca, muy modestamente, tener los pies
posados en la realidad. Por allí se dijo que con el triunfo de Moreno el
neoliberalismo en la región retrocede, y que tenemos que descorchar
champán por esta victoria. ¿Será cierto?
Más humildemente
digamos que esto nos muestra que las poblaciones en su conjunto siguen
siendo sufridas, golpeadas, excluidas, y que si tienen la posibilidad de
expresarse, a veces optan por candidatos populares en esta restringida
democracia capitalista (a veces, enfaticémoslo: en Argentina, por
ejemplo, optaron por su verdugo, dada la muy bien orquestada campaña
anticorrupción contra la presidenta Fernández). El triunfo de un
candidato no tan a la derecha como el banquero Lasso es una buena
noticia, pero el capitalismo sigue inalterable. Eso no debe olvidarse.
Como conclusión, importantísima para no extraviarnos en esta difícil
realidad, entiendo que no debe perderse de vista que el neoliberalismo
–si así decidimos llamarle a este salvaje capitalismo hiper depredador y
sin anestesia que hace, por ejemplo, de un vendedor ambulante un
microempresario que debe pagar impuestos, y de un trabajador explotado
un colaborador de la gran familia-empresa (¿?)– es una forma más del
capitalismo. Si hacemos de ese neoliberalismo el enemigo a vencer, ¿nos
olvidamos del capitalismo? Cuidado con esa falacia.
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