M. Samuel Mendoza G.
La Jornada
Madres y padres de migrantes centroamericanos desaparecidos, desde hace más de una década, vienen a nuestro país a recorrer más de 900 kilómetros en busca de sus hijos, siguiendo todas las pistas y buscando las huellas que puedan dar con el paradero de sus seres queridos. Transitan por las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México, caminan rápido, con la fotografía de sus hijos en el pecho. Al frente del contingente se llevan grandes carteles en los que se lee el nombre del comité al cual representan; llevan consigo un estandarte de la Virgen de Guadalupe y un megáfono al hombro, con el cual gritan: ‘‘¡Vivos los queremos...!”; “–¿Cuándo?, ¿cuándo? ¿cuándo?” –Ahora, ahora, ahora...”; “Te buscaré cueste lo que cueste…”; ¿Dónde están, dónde están, nuestros hijos dónde están?”
Caminan desde el Zócalo hasta la avenida Circunvalación, donde el tránsito está detenido ante la mirada atónita de cientos que ven la caravana. Cruzan entre automóviles y motocicletas para llegar a la calle de San Pablo, en el barrio de la Merced. Se dirigen a un encuentro con trabajadoras sexuales en la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer Elisa Martínez. Pasan por un mercado sobre ruedas. Luego llegan a un gran edificio, demasiado viejo, con grandes pasillos y muchos escalones, hasta el sexto piso. Las madres y padres respiran; sobre el piso colocan una alfombra de fotografías de mujeres, en espera de que las trabajadoras sexuales las vean.
Las madres les dicen:
Miren bien las fotos; si reconocen a alguien, avísennos para continuar con la búsqueda... Por favor. Se los vamos a agradecer.
Y las madres comienzan a hacer un pase de lista del gran tapete de fotografías:
Aracely Edith Martínez, Herlinda Gómez Núñez...
Pero las trabajadoras sexuales no logran reconocer a alguna, sólo han dicho que “en Sullivan, Tlalpan o en Corregidora es donde las pueden encontrar’’, porque por la complexión física de las mujeres de las fotografías en ese lugar probablemente puedan estar.
Es en aquel gran edificio de la Merced donde conocí a la señora Ventura Elizabeth García; no puso la fotografía en el suelo, porque ella está buscando a un varón, a su hijo Samuel Cardona Saldívar, quien hoy tiene 20 años de edad; él estudió hasta el bachillerato. Samuel es soldador y quiso conquistar el sueño americano para poner su propio taller y ayudar a salir adelante a su familia.
Se fue buscando un buen horizonte, afirma la señora Ventura, y recuerda que su hijo
es adorable; para él era un deleite trabajar, también como voluntario en el cuerpo de bomberos de Puerto Progreso, Honduras. Es un muchacho servidor, trabajador y era muy cariñoso con la familia.
Samuel salió de Puerto Progreso el 6 de mayo de 2014, y la última llamada telefónica que hizo fue el 30 de mayo de ese año. Le dijo a su mamá que estaba en Caborca, Sonora, e iba con destino al desierto de Arizona por el cerro de la Sierrita. Por lo que ha investigado la señora Ventura, su hijo iba con un compañero de viaje, al cual deportaron. Éste contó que, en efecto, cruzaron la frontera, pero migración los persiguió y a él lograron detenerlo y lo deportaron. Mientras Samuel sí pudo escapar, y puede ser que se encuentre en algún poblado de Arizona, o regresó a la frontera de México. Hasta ahora, su paradero es incierto.
Es así como se encuentran miles de casos de personas desaparecidas, en la incertidumbre y angustia. Porque no hay denuncias y persisten deficiencias en los casos de registro; porque las autoridades no tienen datos precisos ni una base sistematizada de éstos. Todo lo anterior obstaculiza las investigaciones y priva de la verdad y la justicia a las miles de familias que, ante la incapacidad institucional, toman la decisión de salir a buscar por su propia cuenta a los suyos, arriesgando la vida y propensos a sufrir problemas de salud, cardiacos o de depresión, además de no recibir la atención sicológica adecuada.
La señora Ventura Elizabeth exige a las autoridades mexicanas que les ayuden a encontrar a sus hijos.
Ellos se vinieron buscando una vida mejor; no vienen a delinquir. Dice que
con lucha y esfuerzo he logrado, junto con mi esposo, José Luis Cardona, darles una profesión u oficio a mis cuatro hijos. Su marido trabaja en el muelle de Puerto Cortés y ella es ama de casa, pero desde hace más de año y medio, tras la desaparición de Samuel, se convirtió en detective, en una defensora de la verdad.
Ante la grave situación del ámbito migratorio, es importante dejar en claro que es responsabilidad de los países de origen, tránsito y destino buscar a los migrantes desaparecidos. Lamentablemente no es así; por ejemplo, la búsqueda de Samuel Cardona se imposibilita porque no hay consulado de Honduras en Arizona y no existe un verdadero mecanismo de búsqueda para las personas desaparecidas. Los acuerdos bilaterales entre Estados Unidos y México para atender el tema de estos viajeros no están fundamentados en derechos humanos; es una política de persecución y criminalización. Es necesario, como dijo la periodista Blanche Petrich, el pasado 8 de diciembre en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, “cambiar la política policiaca por una humanitaria que permita dar refugio a los miles de centroamericanos’’ que son empujados y desplazados por la violencia y marginación en sus países de origen.
La señora Ventura dice que en Honduras no hay trabajo.
El gobierno no reúne los requisitos para darle respuesta a los ciudadanos, y con fortaleza inquebrantable, le habla a Samuel:
Hijo: estoy en México, buscándote. Qué más quisiera yo: encontrarte. Llámame, tú sabes el número. Tu madre está desesperada buscándote. Te queremos; te amo. Te necesito.
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