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martes, 4 de febrero de 2014

Etchevehere, el jefe de los devaluadores

Eduardo Anguita
Miradas al Sur


"¿Quién puede confiar en un peso que se hace agua en las manos?”, dijo, desafiando todas las leyes de la gravedad política, Luis Etchevehere, presidente de la Sociedad Rural Argentina ayer por la mañana en diálogo con el periodista Marcelo Bonelli por Radio Mitre. Para contestarle a través de ese medio al jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, el presidente de la Sociedad Rural y jefe de los devaluadores afirmó que los exportadores de soja no son avaros sino prudentes. Por fuera de una retórica berreta, esto significa que la elite de terratenientes locales y sus socios de las multinacionales granarias decidió mantener la cosecha en los silobolsas todo el tiempo que pueda y, de este modo, empujar al Banco Central a salir a vender dólares para evitar una sangría de reservas. El calendario indica que hasta mediados/fines de marzo, quienes tienen un gran poder económico pueden acopiar soja a la espera de liquidar sus ventas al exterior en ese momento a la espera de un dólar que cueste más caro que los ocho pesos actuales.

El viernes Capitanich embistió contra estas maniobras y apuntó contra los que “amarrocan” señalando algo absolutamente certero: la gran mayoría de pequeños y medianos productores no tienen capacidad financiera para ser parte de esta maniobra. El gran problema es el poder de fuego de unos y otros: el complejo agroalimentario está concentrado en un puñado de empresas y la Mesa de Enlace está alineada con los dichos de Etchevehere. Carlos Garetto, presidente de Coninagro, y Pedro Apaolaza, vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas, salieron en coro a apuntalar las presiones devaluatorias.

El dilema de estas horas es que este sector –con el liderazgo de la Sociedad Rural, la entidad más emblemática del golpismo argentino– percibe un espacio social y político favorable para este embate. No es una conspiración, como señalaron algunos voceros del Gobierno, sino una conducta política arraigada en una historia que debió advertirse con mucha más seriedad en los últimos años. En efecto, tras los enfrentamientos con las patronales agropecuarias de mayo y junio de 2008, la dirigencia política y social argentina mostró una grieta respecto de quiénes lideraban uno y otro bloque. El Gobierno y la Mesa de Enlace, grosso modo, fueron las cabezas visibles de aquella división. El kirchnerismo logró recomponer su representación en vastos sectores que le habían dado la espalda en las horas de enfrentamiento. Tal fue la recomposición, que las elecciones de 2011 mostraron un escenario electoral favorable al Frente para la Victoria en muchos distritos que habían sido epicentro de la revuelta patronal agropecuaria.

No hubo un correlato entre esa representación y los programas económicos desplegados por el Gobierno en los casi seis años que separan estas horas complejas de aquella división argentina. Por el contrario, el bloque económico del complejo agroalimentario ganó varias posiciones: creció el área sembrada, avanzaron los paquetes tecnológicos y la presencia de Monsanto –empresa emblemática de los nuevos paradigmas de esta burguesía comercial y financiera agropecuaria– y, lo que resulta más duro todavía, jamás hubo una iniciativa oficial para que el Estado intervenga en el comercio exterior granario.

Por estas horas, con una relación de fuerzas aparentemente favorable para el sector más concentrado de la economía reprimarizada, es más difícil que se imponga un esquema de fuerte presencia estatal. Esto es, no se puede adivinar si en los círculos más altos del Gobierno se piensa realmente en recuperar algunas instituciones vinculadas a esto. Lo que sí puede advertirse es que el esfuerzo está centrado en la búsqueda de inversiones externas y en la recomposición de relaciones con organismos de crédito internacional, tanto públicos como privados. Es decir, cualquier iniciativa para torcer el brazo a los sectores minoritarios, haría mucho ruido con el rumbo actual.

Ahora bien, ¿qué debería hacer un gobierno legítimo apoyado en sostener el empleo, el mercado interno, las paritarias y todas las medidas que acompañaron una distribución de ingreso a favor de los sectores de ingresos fijos y que financia políticas sociales para sostener a los sectores más vulnerados del capitalismo vernáculo? Las múltiples respuestas a esta pregunta deberían contemplar qué sectores de la sociedad pueden dar signos de cansancio o de expectativas de cambio de signo político, y eso debería ser una oportunidad para el Gobierno. El jefe de Gabinete, el viernes, dijo que el Gobierno está absolutamente solo en estas horas en la lucha contra los grupos económicos poderosos. En algún sentido podrían tomarse esas palabras como la valentía de un funcionario para despertar de una modorra a ciertos sectores sociales proclives a sumarse a las cruzadas de la derecha. También podría interpretarse como el sincericidio de alguien que reconoce las limitaciones de estar sentado en oficinas públicas, con secretarias, teléfonos y organigramas, frente a los que ya tienen un Banco Central paralelo con las reservas en los silobolsas. Sin embargo, podría agregarse otra visión: el Gobierno tiene la legitimidad suficiente de las instituciones como para promover todas las normas administrativas y sanción de leyes que permitan recuperar instituciones capaces de evitar este desafío de los poderosos. Es más, aun en el escenario de que una visión resultadista lleve a que no sea posible modificar las cosas, ésta también es una buena hora para sembrar. Sembrar no soja sino identidad nacional, honestidad intelectual para reconocer –aunque sea en la práctica y sin hacer mea culpas– que se necesitan otras alianzas para gobernar, que se necesita dejar un camino claro para el futuro.

El jefe de Gabinete, uno de los políticos más brillantes de estas horas en el despliegue argumental, debe saber –y seguramente lo sabe– que los sojeros pueden verse fuertes de acá a fin de marzo, pero que la sociedad argentina no parece dispuesta a seguir por mucho tiempo los destinos de un plan de ajuste que imponga el poder político del complejo agroalimentario exportador.

Mañana, Capitanich recibirá a las grandes comercializadoras de granos. Es importante que hable con los presidentes y directivos de esas empresas para que les diga lo que ya saben. Es más importante que le hable al pueblo y tenga el aval y la decisión suficientes para anunciar que el Estado, convocando a productores pequeños y medianos, va a intervenir en el multimillonario comercio exterior de granos.

Fuente original: http://sur.infonews.com/notas/etchevehere-el-jefe-de-los-devaluadores

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