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domingo, 4 de diciembre de 2011

ALEPH: Para no negar la historia

Carolina Escobar Sarti
Cuando Benedetto Croce dijo, hace ya varias décadas, que “toda la Historia es historia contemporánea”, se hizo inmortal. Solo desde el cinismo, la ceguera o el discurso simplón se puede negar que todo pasado es siempre historia del presente y todo presente es siempre historia del futuro. La historia y la memoria son los eslabones perdidos que nos hacen especie y nos reconectan con el primer ser humano que pisó la tierra y con el último que habrá de habitarla. Paradójicamente, Guatemala es uno de los países en el que la historia no existe.

Es uno de los pocos en el mundo que no tiene, dentro de su pensum de estudios, en ninguno de los niveles, el curso de Historia. Hay una clase de Estudios Sociales, que nos remite a la memorización de nuestros accidentes geográficos y a la historia criolla de los próceres independentistas, entre otras cosas igualmente “fundamentales”. Hay, en el mejor de los casos, un curso universitario que habla sobre realidad guatemalteca que, pocas veces, logra establecer vínculos importantes en el tiempo. ¿Y así queremos una juventud que conecte y se conmueva con lo colectivo y con el pasado?

Esa niñez y juventud tiene un vacío procesal, está desposeída de una lógica que se ejercita solo cuando al cerebro se pone a trabajar en otros códigos. La palabra educar, ex ducere en su sentido etimológico, significa promover que las personas en sus procesos formativos saquen de dentro suyo ideas, sentimientos, emociones, y no al revés, como se ha creído en Guatemala desde hace siglos. Aquí educar ha significado meter un cúmulo de informaciones, la mayoría de las veces inútiles en términos del desarrollo de la conciencia crítica. Esta visión adultocéntrica no solo tiende a formar generaciones de robots, sino que promueve la pedantería enciclopédica que se ve como valor y significa que manejan mucha información, pero no logran vincular nada con nada.

Con generaciones formadas de esta manera es difícil vincular un pasado histórico de opresión, discriminación y exclusión, con un presente de violencia e inseguridad ciudadana; todo sostenido por el puente de la más vergonzosa impunidad y de una sociedad altamente tolerante a la esclavitud, la mentira y las recetas simplistas. Recientemente escuché en un documental sobre justicia transicional, producido por Sebastián Porras, la voz de Rosalina Tuyuc diciendo, en este sentido, que hasta que ella acompañó los procesos de exhumación en el país, hasta entonces entendió: “Hasta entonces entendí por qué la gente lloraba”, concluyó ella.

Gran verdad, lo que no tenemos cerca de nosotras y nosotros no lo conocemos, y por lo tanto, no lo nombramos y, consecuentemente, no existe. Por eso elegimos a las personas equivocadas para que sirvan a la patria, por eso desconocemos que la justicia debe ser justa para todos pero equitativa de acuerdo a nuestra historia. “Necesitamos hablar frente a frente”, dice Rosalina, “y preguntarnos por qué no hay abuelo o por qué no hay un pueblo”. En este país hay una deuda histórica de Historia. Fortalecer el estado de Derecho de esta manera, permite interiorizar normas ciudadanas, en contraposición a lo que nos ha venido sucediendo en este país; aquí lo que se ha interiorizado es la opresión. Al Estado le toca acompañar psicosocialmente a las personas que fueron víctimas durante la guerra interna que vivimos, y hacerlo desde la identidad y la cultura. Guatemala tiene la necesidad, como dicen los del grupo Sotzil en el mismo documental, de hacer una danza en la búsqueda del equilibrio. Y esta danza pasa por la justicia.

Recordamos individualmente, pero el uso y la recomposición del recuerdo lo hacemos de manera colectiva. ¿Cómo recordamos y qué recordamos cuando esa concepción simplista y conveniente de la historia ha dictado, de generación en generación, quiénes son los buenos y los malos de la película? ¿No es desde allí que se nos dice cómo y qué recordar, qué olvidar, para qué recordar y quiénes tienen derecho a ello? La memoria y la historia son rutas complementarias para acudir al pasado y situarnos en el presente, así que a lo mejor tengamos que empezar por el principio: con las nuevas generaciones.

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