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jueves, 29 de diciembre de 2011

ALEPH: Las mujeres y la paz

Carolina Escobar Sarti
Nada ha sido gratuito para la gran mayoría de mujeres. Al término de 10 años de negociaciones que iniciaran con los Acuerdos de Esquipulas, el Gobierno de Guatemala y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca suscribieron los acuerdos de paz un 29 de diciembre de 1996. Pero si las propias mujeres, en el seno de la Asamblea de la Sociedad Civil, no hubieran hecho sus planteamientos de manera seria y sostenida, sus más sentidos anhelos y justas demandas no habrían sido incluidos en ninguna parte de aquella agenda de nación.


Reconocer la lucha sostenida de tantas por cambiar las condiciones de sus comunidades en un país como el nuestro, así como sus derechos de organizarse y participar en la vida nacional, y de acceder a la tierra, la vivienda, la salud, la educación o el crédito, fue un logro de las mismas mujeres. Hasta el inicio de los años 90 se menciona en el documento “Planteamientos y propuestas de consenso en la Asamblea de la Sociedad Civil” la discriminación contra las mujeres y su derecho al acceso de la tierra y la vivienda, lo cual queda luego inscrito en el acuerdo que las partes suscriben en Oslo, en 1994.
Para comenzar, la redacción de los Acuerdos adolece de sexismo en el lenguaje, lo cual importaría poco si no supiera, por mi amor a la palabra, que un lenguaje que no nos nombra nos hace invisibles. Ya hace mucho que Wittgenstein dijo que lo que no se nombraba no existía. Decir “todas y todos” trasciende la corrección política; en nuestro idioma es una cuestión que representa, incluso, un cambio neurológico fundamental. Si se nos nombra, nos nombramos, somos parte de algo, adquirimos una identidad específica y, por lo tanto, se reconocen nuestras particulares necesidades y derechos.
A pesar de este vacío en la redacción de los acuerdos de paz, hay menciones expresas de las mujeres en el Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas; en el Acuerdo para el Reasentamiento de las Poblaciones Desarraigadas por el Conflicto; en el Acuerdo sobre Aspectos Socioeconómicos y Situación Agraria; y en el Acuerdo sobre el Fortalecimiento del Poder Civil y el Papel del Ejército en una Sociedad Democrática. En consecuencia, el Acuerdo Cronograma establece los mecanismos para darles seguimiento a los compromisos relacionados con las mujeres, contenidos en los acuerdos antes mencionados.
Creo en los acuerdos de paz como una plataforma de la cual partir para ser país, aunque también creo que todo es perfectible. No bastó una larga década para llegar a la firma de esos acuerdos para que, en un acto de barbarie e histórico marcaje de territorialidad, saliera en aquel momento un pequeñísimo grupo de señores, acostumbrado al poder por la vía de la exclusión y la expropiación, a decir: “Esta es solo una agenda de nación, nosotros tenemos otra”. Me pareció entonces y me sigue pareciendo hoy que nunca se cansan de delimitar lo que consideran su territorio al mejor estilo canino. Sin ser esencialista o simplista al decir que las mujeres siempre nos hemos posicionado a favor de la paz porque partiría de una generalización falsa para cualquier análisis histórico, es un hecho que, para conseguir la paz viva, hablante, creadora, son las mujeres las que han sembrado las grandes alamedas.

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