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jueves, 28 de enero de 2010


¡Haití! ¡Sí hay país!

Sabine Manigat*

Puerto Príncipe. Desde el 12 de enero mi país es, de nuevo, objeto de todas las fantasías catastrofistas –la maldición haitiana– y pan de todos los folclores. A raíz de ello se han reforzado visiones y diagnósticos tendientes a ningunear a esta nación, a sus instituciones y, desde luego, a su pueblo. Lo que en realidad está pasando en Haití no ha sido traducido por la prensa ni en las informaciones que se han difundido a la comunidad internacional, a pesar de que tuvieron presencia masiva en este territorio. Las pocas excepciones al discurso paternalista-asistencialista no han logrado cambiar la visión del gran público. En estas circunstancias tan trágicas no es posible ni sería justo pasar por alto lo que ha hecho y sigue haciendo la población haitiana diariamente, con una determinación digna de admiración y respeto, de la cual quiero dar mi testimonio.

Los primeros días, después del sismo, como bien recalcaron los brasileños Omar Ribeiro Thomaz y Octavio Calegari Jorge en su artículo Haití. ¿Qué ayuda?: la misión de las Naciones Unidas fue incapaz de ir más allá de rescatar sus propios muertos y heridos. Ante la amplitud de la catástrofe, sólo vi que los primeros esfuerzos partieron de los haitianos para ayudar a los haitianos: salvándole la vida al embajador de Taiwán, rescatando a decenas de personas de los escombros en Nérette y Morne Hercules, y de los barrios particularmente afectados de Pétion Ville; sacando cuerpos y colocándolos ordenadamente al borde de las calles para su rápida evacuación; organizando brigadas de distribución de agua, sábanas, comida (la poco disponible); iniciando espontáneamente, en aldeas y comunas, el traslado de familias, en especial de niños, hacia las provincias no afectadas. Todo esto se llevó a cabo antes de las consignas gubernamentales y sin subvención de gasolina.

Las siniestrados son millares en las calles de Puerto Príncipe y en las comunidades de los alrededores. Las plazas más importantes de la zona metropolitana las ocupan los sobrevivientes de barrios enteros. En Pétion-Ville, en la Plaza Boyer, son 5 mil; en Plaza St-Pierre, casi 7 mil; en el estadio Sainte-Thérèse, otros tantos. Hasta el día de hoy en ninguna de ellas ha habido reparto de tiendas de campaña ni de raciones alimentarias, que llegan sólo esporádicamente; los circuitos cívicos fueron durante varios días los únicos en operación que abastecieron de agua. La economía informal da aquí lo mejor de su potencial y gracias a las solidaridades de base la gente come, mientras duran sus magras reservas. La determinación y la serenidad, entre otros rasgos socioculturales de este país, pueden más que las frustraciones y la cólera y demuestran el potencial organizativo para lograr una distribución más rápida y eficiente de la ayuda.

Los conocedores de Haití, entre ellos algunas ONG de renombre, como la estadounidense Fundación Panamericana de Desarrollo (PADF, por sus siglas en inglés) y el Centro Canadiense de Estudios y de Cooperación Internacional (CECI), lo saben bien y están tratando de convencer de ello a los contingentes de ayudantes. Ojalá sean lo suficientemente elocuentes porque estoy convencida de que la tan esperada ayuda –amontonada en las bases, los barcos, puertos y aeropuertos–, mal distribuida podría desatar lo que el civismo de este pueblo ha logrado hasta ahora evitar: brotes de desorden, peleas por los productos y otros derrapes que tanto temen los donantes, al grado que han tenido la precaución de desplegar sus tropas como prioridad número uno. Hay que hablar también de esos lanzamientos de alimentos desde el cielo. Prekosyon pa kapon! (más vale ser precavido) Pero, ¡ojo!, ninguna paciencia es eterna. Ninguna concentración urbana está exenta de su lote de delincuentes y de buitres que se aprovechan de situaciones de crisis. O se entiende esto rápidamente o se cae en el juego de la exasperación y de la provocación con los riesgos que entrañan.

Porque, a fin de cuentas, 8 mil, más 12 mil, más… ¿para qué esos soldados armados en la guerra contra la muerte y la miseria que se libra en Haití, que hoy, como en 2004 empezaron a llegar? Hasta hoy sólo se les ha visto paseando en las calles con tanquetas y camiones militares... o ¡tomando fotos!, como en la noche misma del terremoto, cuando rebasaron a un grupo de gente sobre la carretera nacional del sur dejándoles la tarea de quitar los escombros con las manos para restablecer la circulación.

Han venido para ayudar, nadie lo duda, así que ¡a trabajar! ¡Organizar albergues decentes! ¡Dar agua! ¡Quitar escombros! La población espera y ha dirigido sus reclamos y frustraciones hacia sus gobernantes, como tiene que hacerlo, porque todos el día escucha los promocionales sobre la ayuda que se amontona, mientras los aviones sobrevuelan y los comunicados informan las múltiples gestiones de todo esto. Debe verse, muy rápidamente, por las condiciones de sobrevivencia, los efectos de toda esta movilización. Ya es tiempo de hacer algo, o mejor dicho, el tiempo apremia. El jefe de Protección Civil, doctor Guido Bertolaso, coordinador de la ayuda italiana, acaba de advertirlo: la población de este país ha sido muy paciente, demasiado; hay que temer que deje explotar su frustración si la ayuda anunciada no se despliega de inmediato. No se puede ser más claro.

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