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domingo, 31 de enero de 2010

Gladio: las alcantarillas de su majestad

“Todo el asunto del stay-behind no tenía, a mi modo de ver, otro objetivo que garantizar, en caso de que sucediese lo peor, que un partido comunista llegaba al poder, que hubiese agentes para avisarnos, para seguir de cerca los hechos e informarnos”, tuvo que reconocer Ray Cline, uno de los directores adjuntos de la CIA. Sin embargo, las investigaciones de Ganser revelan que también tenían otros objetivos: el sabotaje y el terrorismo ante cualquier “amenaza” de izquierda

Daniele Ganser*/ Red Voltaire / Octava y última parte

En 1988, dos años antes del estallido del escándalo sobre el Gladio, la BBC reveló la existencia de una cooperación entre las fuerzas especiales estadunidenses y británicas. En un documento titulado The Unleashing of Evil, la BBC reveló al público que el británico Special Air Service (SAS) y los Boinas Verdes estadunidenses no habían vacilado en torturar a sus prisioneros en cada una de las campañas desarrolladas desde hacía 30 años en Kenya, Irlanda del Norte, Omán, en Vietnam, Yemen, Chipre y en otros países. Luke Thomson, un exoficial de Boinas Verdes, explicaba ante las cámaras de la BBC que las tropas de elite estadunidenses y británicas seguían un programa de entrenamiento común en Fort Bragg. Basándose en esa declaración, Richard Norton Taylor, el realizador de aquel documental, quien además se distinguió dos años más tarde por sus investigaciones sobre el caso Gladio, concluyó que la crueldad “está finalmente más extendida y más anclada en nuestra naturaleza de lo que nos gusta creer”.

Durante otra operación secreta, los Boinas Verdes entrenaron también a los escuadrones de Khmers Rojos, que participaron en el genocidio cambodiano, después de que se estableciera el contacto por parte de Ray Cline, alto responsable de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y consejero especial del presidente estadunidense Ronald Reagan. Cuando estalló el escándalo del Irangate, en 1983, el presidente Reagan, que quería evitar a toda costa un nuevo escándalo, pidió a la primera ministra británica Margaret Thatcher que los británicos reemplazaran a los estadunidenses.

Margaret Thatcher envió entonces al SAS a Cambodia para entrenar allí mismo a las tropas de Pol Pot. “Fuimos primero a Tailandia, en 1984”, testimoniaron más tarde varios oficiales del SAS. “Trabajábamos con los yanquis. Estábamos muy compenetrados, como hermanos. A ellos no les gustaba aquello más que a nosotros. Les enseñamos un montón de cosas técnicas a los Khmers Rojos”, recuerda el oficial. “Al principio, ellos querían simplemente entrar en las aldeas y acabar con la gente a machetazos. Les dijimos que se calmaran.” El SAS no se sentía muy a gusto en aquella misión: “Muchos de nosotros hubiésemos cambiado de bando a la primera oportunidad. Estábamos tan asqueados. Odiábamos tanto que nos asociaran con Pol Pot. Se lo aseguro, somos soldados, no asesinos de niños”.

“Mi experiencia en las operaciones secretas me ha enseñado que nunca lo son por mucho tiempo”, dijo con una sonrisa el mariscal Lord Carver, jefe del Estado Mayor y futuro comandante en jefe de la Defensa británica. Su observación pudiera aplicarse al Gladio. “Después que usted mete el dedo en el mecanismo, siempre existe el riesgo de que las Fuerzas Especiales empiecen a actuar por su cuenta, como hicieron los franceses en Argelia y quizás más recientemente en el caso del Rainbow Warrior, en Nueva Zelanda”, cuando el Servicio [francés] de Documentación Exterior y de Contraespionaje hundió, el 10 de agosto de 1985, el barco de Greenpeace que trataba de oponerse a los ensayos nucleares franceses en el Pacífico.

El “mecanismo” también designaba, por supuesto, las acciones del SAS en Irlanda del Norte, donde los republicanos irlandeses consideran a los miembros de ese servicio especial británico ni más ni menos que como terroristas. “Hay buenas razones para pensar –acusaban sus opositores– que, incluso desde el punto de vista británico, el SAS creó en Irlanda del Norte más problemas de los que resolvió”.

Al estallar el escándalo del Gladio, en 1990, la prensa británica observó que quedaba “ahora demostrado que el Special Air Service estaba metido hasta el cuello en el proyecto de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y que había servido, con el MI6 (Servicios Secretos de Gran Bretaña), para entrenar guerrilleros y saboteadores”. Los periódicos británicos mencionaron sobre todo una “unidad stay-behind italiana entrenada en Gran Bretaña. Todo parece indicar que aquello duró hasta mediados de la década de 1980 (…) se ha comprobado que los SAS prepararon en la zona alemana ocupada por los británicos una serie de escondites donde se almacenaban armas”.

Las informaciones más importantes sobre el papel que el Reino Unido había desempeñado fueron proporcionadas por la investigación del parlamento suizo sobre el ejército secreto stay-behind helvético, conocido como P26. “Los servicios secretos británicos colaboraron estrechamente con una organización clandestina armada, P26, en el marco de una serie de acuerdos secretos que vinculaban a una red europea de grupos de ‘resistencia’”, reveló un diario a una población suiza estupefacta y convencida de la neutralidad de su país.

El juez Cornu, encargado de investigar el escándalo, describió en su informe La colaboración entre el grupo [P26] y los servicios secretos británicos como “intensa”, ya que estos últimos aportaron su preciada experiencia. Según el informe, los cuadros del P26 participaron en ejercicios regulares en el Reino Unido. Los consejeros británicos, posiblemente del SAS, visitaron campos secretos de entrenamiento en Suiza.” Ironía del destino, los británicos sabían sobre el ejército secreto suizo mucho más que los propios suizos, ya que “las actividades del P26, sus códigos y el nombre del jefe del grupo, Efrem Cattelan, eran de conocimiento de los servicios ingleses, mientras que el gobierno helvético era mantenido en la ignorancia, precisa el informe. Afirma [además] que los documentos relacionados con los acuerdos secretos adoptados entre los británicos y el P26 nunca han sido encontrados”.

Durante las décadas de 1960, 1970 y 1980, los miembros suizos del Gladio se entrenaron en el Reino Unido con los instructores de las Fuerzas Especiales británicas. Según Alois Hurlimann, instructor militar y posiblemente exmiembro del Gladio suizo, el entrenamiento incluía operaciones no simuladas contra activistas del IRA (Ejército Republicano Irlandés), probablemente en Irlanda del Norte. Hurlimann dejó escapar esas revelaciones durante una conversación en el marco de un curso de inglés.

En un inglés aproximativo, Hurlimann explicó que, en mayo de 1984, él mismo había participado en ejercicios secretos en Inglaterra, que incluían la toma por asalto de un depósito de municiones del IRA. Hurlimann agregó que había participado personalmente en aquella misión, portando un traje de camuflaje, y que había comprobado la muerte de por lo menos uno de los miembros del IRA.

Resulta interesante saber que la investigación del juez Cornu permitió descubrir, en 1991, la existencia, en algún lugar de Inglaterra, del centro de mando y de comunicaciones del Gladio, equipado con el sistema Harpoon, extremadamente característico. En 1984, un “acuerdo de cooperación”, que se completó tres años después con un “memorando sobre la asistencia Técnica”, mencionaba de forma explícita “centros de entrenamiento en Gran Bretaña, la instalación de un centro suizo de transmisión en Inglaterra y la cooperación de los dos servicios sobre las cuestiones técnicas”. Desgraciadamente, como señala el juez Cornu, “no logramos encontrar ni el acuerdo de cooperación ni el memorando sobre la asistencia técnica”.

La persona responsable en el seno de los servicios secretos militares suizos declaró que había tenido que “transmitírselos a los servicios secretos británicos en diciembre de 1989 por razones desconocidas, sin conservar la copia”.

“Los cuadros de la organización suiza consideraban a los británicos como los mejores especialistas en la materia”, precisa el informe del gobierno de Berna.

Después del descubrimiento de los ejércitos secretos, a finales de 1990, un exresponsable de la inteligencia de la OTAN que se mantuvo en el anonimato afirmó que “había una división del trabajo entre el Reino Unido y Estados Unidos: los primeros se encargaban de las operaciones en Francia, Bélgica, Holanda, Portugal y Noruega, mientras que los estadunidenses se ocupaban de Suecia, Finlandia y del resto de Europa”. Esta separación de tareas no estuvo exenta de dificultades en todos los países, como lo demuestra el ejemplo italiano. El 8 de noviembre de 1951, el general Humberto Broccoli, uno de los primeros directores del SIFAR, los servicios secretos militares italianos, escribió al ministro de Defensa Efisio Marras sobre las cuestiones relacionadas con la red stay-behind y el entrenamiento de los miembros del Gladio.

Broccoli explicaba que los británicos habían creado estructuras similares en Holanda, en Bélgica y “posiblemente también en Dinamarca y en Noruega”. El general estaba feliz de confirmar que Gran Bretaña “se propone beneficiarnos con su gran experiencia” mientras que los estadunidenses han “ofrecido contribuir activamente a nuestra organización proporcionando hombres, material (gratuito o prácticamente gratis) y quizás incluso hasta fondos”. Broccoli subrayaba también lo juicioso que sería enviar siete oficiales italianos cuidadosamente seleccionados a pasar un entrenamiento especial en Inglaterra, entre noviembre de 1951 y febrero de 1952, ya que esos mismos oficiales podrían transmitir después su experiencia a los miembros del Gladio italiano. El jefe de los servicios secretos militares italianos, Broccoli, pedía al ministro de Defensa, Marras “dar su aprobación a ese programa porque, aunque los británicos no lo saben, yo me puse de acuerdo con los servicios secretos americanos para que Italia participe”.

El entrenamiento Gladio que proporcionaban los británicos no era gratuito. Se trataba en realidad de un lucrativo comercio. Broccoli reconocía que “podemos esperar un costo total de unos 500 millones de liras que no pueden salir del presupuesto del SIFAR y que deberían ser incluidos en el de las Fuerzas Armadas”. Como indicaba el general italiano, el MI6 había ofrecido entrenar a los oficiales del Gladio italiano a condición de que Italia comprara armamento en Gran Bretaña. Al mismo tiempo, sin embargo, la CIA, en algo que se parece mucho a un intento por extender su esfera de influencia, proponía proveer gratuitamente las armas destinadas al Gladio.

A fin de cuentas, los italianos decidieron… no decidir. Enviaron sus oficiales a recibir la prestigiosa instrucción de los centros de entrenamiento británicos y concluyeron simultáneamente con Estados Unidos un acuerdo secreto que les garantizaba un aprovisionamiento gratuito en armas, lo cual no fue del agrado de los británicos. Cuando el general Ettore Musco, quien fue el sucesor de Broccoli a la cabeza del SIFAR, viajó a Inglaterra para visitar Fort Monckton, el recibimiento fue particularmente frío: “En 1953, los británicos, furiosos por haberse dejado engañar, le reprocharon al general Musco que ‘su servicio se haya entregado en cuerpo y alma a los americanos’”.

Italia no fue el único terreno de aquella lucha entre la CIA y el MI6 por extender sus respectivas esferas de influencia. A finales de 1990, después de enterarse de la existencia de la red secreta, el ministro de Defensa de Bélgica, Guy Coeme, explicó que “las relaciones entre los servicios de inteligencia británico y belga se remontaban a los contactos establecidos por el señor Spaak y el jefe de los servicios de inteligencia del Reino Unido [Menzies] y a un arreglo pactado entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Bélgica”.

Aquel “menage à trois” tenía también sus inconvenientes ya que el MI6 y la CIA querían garantizar –cada uno por su cuenta– que Bélgica no privilegiara a uno de ellos en detrimento del otro. El jefe del MI6, Steward Menzies, escribió entonces al primer ministro belga de aquella época, Paul Henri Spaak, una carta fechada el 27 de enero de 1949: “He tenido el placer de poder entrevistarme con usted personalmente sobre ciertos temas que atañen a nuestros respectivos países, que considero primordiales y que me han preocupado particularmente en los últimos tiempos”.

Después de esto, Menzies insistía en la necesidad de intensificar la colaboración “sobre la cuestión del Kominforn y de posibles actividades hostiles” y de comenzar “a concebir organizaciones de inteligencia y de acción útiles en caso de guerra”. Más exactamente, “ciertos oficiales deberían viajar al Reino Unido en los próximos meses para estudiar, en colaboración con mis servicios, los aspectos concretos de esas cuestiones”. Muy inquieto ante la idea de que Spaak pudiese preferir tratar con la CIA antes que con el MI6, Menzies subrayó que él mismo había “considerado siempre la participación de los estadunidenses en la defensa de Europa occidental como algo capital”, pero que seguía convencido de que “los esfuerzos de todos, incluyendo los de los estadunidenses, deben inscribirse en un conjunto coherente.

“Por consiguiente, si Estados Unidos tuviese que realizar, conjuntamente [con los servicios belgas] preparativos con vistas a enfrentar una guerra, [a él le parecía] esencial que esas actividades se coordinen con las [suyas]” y que sabía que podía contar con la comprensión del primer ministro belga.

Menzies se refería después al Comité Clandestino de la Unión Occidental, un órgano creado en 1948 que dirigió las operaciones de guerra no convencional hasta que se firmó, en 1949, el Tratado del Atlántico y que la OTAN se hizo cargo de la coordinación de la red Gladio. “Ese tipo de cooperación”, insistía el británico Menzies en su carta al primer ministro belga Spaak, “permitirá, ante todo, evitar complicaciones con los jefes del Estado Mayor de la Unión Occidental”.

“Ya indiqué al jefe de los servicios americanos que estoy dispuesto a elaborar planes para establecer el marco de una profunda cooperación con él sobre esa base, por eso sugiero que todos los proyectos formulados por ellos sean sometidos a Washington antes de ser discutidos en Londres por los servicios americanos y británicos.” Menzies señalaba también que el Gladio belga tenía que equiparse y precisaba que: “Los pedidos en materia de entrenamiento y equipamiento tendrán que ser formulados en breve”.

“Ya ordené la construcción de ciertas instalaciones destinadas al entrenamiento de los oficiales y de personas recomendadas por la dirección de los servicios secretos de ustedes y tendré la posibilidad de conseguir para ustedes el equipamiento actualmente en proceso de fabricación (como los walkie-talkie) que se necesitará en las operaciones clandestinas en un futuro próximo.” Según el jefe del MI6, una parte de aquel material podía ser entregada gratuitamente al Gladio belga mientras que otra parte tendría que ser comprada: “Ese equipamiento especializado podrá ser cedido o alquilado pero, en lo que se refiere al equipamiento más tradicional (como armas ligeras u otro material militar), yo sugiero que las tarifas sean objeto de negociaciones amistosas entre los servicios belgas y británicos”.

Aunque estaba de más decir que la creación del Gladio belga tenía que desarrollarse en el más absoluto secreto, al final de su carta, Menzies precisaba de todas formas: “Sé que es inútil recordarle a usted que este correo tiene que mantenerse altamente confidencial y no debe ser divulgado a terceros sin nuestros respectivos consentimientos previos”.

Alrededor de dos semanas después, Spaak respondió a Menzies con otra carta en la que se felicitaba por recibir la ayuda de los británicos, aunque indicaba que los estadunidenses también se habían acercado a las autoridades belgas sobre el mismo tema y que a él le parecía que era preferible que Washington y Londres arreglaran primero la cuestión entre sí. “Estoy enteramente de acuerdo”, escribía el primer ministro belga, “en que una colaboración entre los tres servicios (británicos, estadunidenses y belgas) sería extremadamente provechosa.” Consciente de la rivalidad existente entre la CIA y el MI6, Spaak agregaba: “Si uno de los dos servicios, el estadunidense o el belga, rechazara esta colaboración, los servicios belgas se verían en una situación extremadamente delicada y difícil. Por eso me parece que se impone la necesidad de negociaciones al más alto nivel entre Londres y Washington para zanjar esta cuestión”.

En Noruega, el jefe de los servicios secretos, Vilhelm Evang, fue simultáneamente el artífice de la fundación de la red stay-behind y de la creación de la primera agencia de inteligencia de ese país, el Norwegian Intelligence Service (NIS). Este graduado de ciencias, originario de Oslo, se había unido al pequeño núcleo encargado de la inteligencia en el seno del gobierno noruego exilado en Londres en 1942. Al regresar a su país, Evang, que había establecido excelentes relaciones con los británicos, fundó el NIS en 1946 y lo dirigió durante 20 años. Sus escritos nos informan que, en febrero de 1947, Evang se reunió con un oficial del MI6 británico cuyo nombre se ignora pero que estaba “bien relacionado con las altas esferas del ejército y la Defensa.

“Las inquietudes de los ingleses los han llevado a interesarse de cerca por las estrategias de defensa en los países bajo ocupación enemiga. Parece que Holanda, Francia y Bélgica han emprendido procesos de instalación de estructuras necesarias para un ejército clandestino.”

En la Suecia vecina, y supuestamente neutral, los británicos desempeñaron, con ayuda de la CIA, un papel preponderante en la formación de los dirigentes del Gladio local. Así lo reveló Reinhold Geijer, un exmilitar de carrera sueco reclutado en 1957 por la red Gladio local, quien dirigió una de sus divisiones regionales durante varias décadas. En 1996, Geijer, ya cerca de los 80 años, contó ante las cámaras del canal sueco TV 4 cómo los británicos lo habían entrenado en Inglaterra con vistas a la realización de acciones clandestinas. “En 1959, después de una escala en Londres, me fui directamente a una granja en el campo cerca de Eaton.

“Mi viaje se desarrollaba dentro de la más absoluta confidencialidad; yo utilizaba por ejemplo un pasaporte falso. Ni siquiera estaba autorizado a llamar por teléfono a mi esposa”, testimoniaba Geijer. “El objetivo de aquel entrenamiento era aprender a utilizar técnicas de buzones seguros para recibir y enviar mensajes secretos, y otros ejercicios al estilo de James Bond. Los británicos eran particularmente exigentes. A mí me parecía que aquello era exagerado.”

A finales de 1990, mientras seguían apareciendo ejércitos secretos por toda Europa occidental y los proyectores estaban enfocados hacia Inglaterra y el papel que ese país había desempeñado por debajo de la mesa, el gobierno de John Major se negaba obstinadamente a hablar del asunto. “Nosotros no hablamos de cuestiones vinculadas a la seguridad nacional”, respondían incansablemente los voceros ante las preguntas de los periodistas británicos. El Parlamento británico no vio la necesidad de abrir un debate público o una investigación oficial sobre el tema, actitud que –en el verano de 1992– inspiró al periodista Hugh O’Shaughnessy la siguiente crítica: “El silencio de Whitehall y la ausencia casi total de curiosidad por parte de los parlamentarios sobre un escándalo en el que Gran Bretaña está tan profundamente implicada resultan extraordinarios”.

La BBC se encargó de concluir: “El papel desempeñado desde Gran Bretaña en la creación de los ejércitos stay-behind a través de Europa [fue] fundamental”. En su edición nocturna del 4 de abril de 1991, la BBC puso énfasis en el aspecto criminal de los ejércitos secretos y señaló: “Cayó la máscara y cubría numerosos horrores”.

La BBC descubrió que, paralelamente a su función stay-behind, los ejércitos secretos habían desempeñado también una labor de manipulación política: “Al igual que la antigua espada, la historia del Gladio moderno es de doble filo.” El documental de la BBC planteaba toda una serie de interrogantes: “¿Era el Gladio, con sus reservas secretas de armas y de explosivos utilizados por sus inspiradores, [un instrumento] de subversión interna contra la izquierda? ¿Fueron los agentes del Gladio culpables de atentados terroristas?” Y ¿cuál fue exactamente el papel de Gran Bretaña? El parlamentario italiano Sergio de Julio declaraba ante las cámaras: “Nosotros tenemos pruebas que demuestran que, a partir de la creación del Gladio, hubo oficiales que fueron enviados a Inglaterra para entrenarse. Ellos estaban encargados de conformar los primeros núcleos de la organización Gladio. Ésa es la prueba de una, digamos, cooperación entre el Reino Unido e Italia”.

El periodista de la BBC Peter Marshall interrogaba después al general italiano Gerardo Serravalle, quien había dirigido el Gladio italiano entre 1971 y 1974, sobre el papel que habían desempeñado los británicos. Serravalle confirmó la existencia de una estrecha colaboración: “Yo invité [a los británicos] porque a nosotros nos habían invitado a visitar sus bases en Inglaterra –las infraestructuras stay-behind– así que yo les devolví la cortesía”. Marshall le preguntó entonces: “¿Dónde se encuentra el centro de la red británica?”. A lo que el general italiano respondió: “Lo siento pero no se lo diré porque eso constituye un secreto militar de su país”. El periodista británico hizo después una pregunta para la que podía razonablemente esperar una respuesta de parte del general italiano: “Pero, ¿se sentía usted impresionado por los británicos?” Serravalle respondió afirmativamente: “Sí, lo estábamos porque es (sic) muy eficaz, extremadamente bien organizado y había excelentes elementos”.

Un año después, la BBC se interesó nuevamente por el caso Gladio al transmitir una excelente serie de tres documentales de Allan Francovich dedicados a ese tema. No se trataba del primer trabajo de ese realizador, quien ya en 1980 había ganado el premio de la crítica internacional en el Festival de Berlín con su film On company business, donde revelaba el lado oscuro de la CIA. Después de su investigación sobre Gladio, Francovich rodó The maltese double cross, donde demostraba la existencia de puntos de contacto entre el desastre del vuelo 103 de la PanAm cerca de Lockerbie, en 1988, y la destrucción por error, aquel mismo año, de un avión de Irán Air por parte del navío estadunidense USS Vincennes. “Son muy pocos los que luchan incansablemente por la verdad, aunque ello implique ponerse en peligro ellos mismos, como hizo Francovich”, recordó Tam Dayell después de la muerte de su amigo, como resultado de una crisis cardiaca sufrida en oscuras circunstancias, en la zona de espera del aeropuerto de Houston, el 17 de abril de 1997.

Basados principalmente en entrevistas, los documentales que rodó Francovich para la BBC se dedicaban casi exclusivamente a las redes Gladio de Bélgica e Italia. Incluían testimonios de participantes tan importantes como Licio Gelli, jefe de la Logia P2; el activista de extrema derecha Vincenzo Vinciguerra; el juez veneciano y “descubridor” del Gladio, Felice Casson; el general Gerardo Serravalle, comandante del Gladio italiano; el senador Roger Lallemand, quien presidió la comisión investigadora del parlamento belga; Decimo Garau, exinstructor de la base del Gladio en Cerdeña; el exdirector de la CIA William Colby y Martial Lekeu, un exmiembro de la Gendarmería belga, por sólo citar unos cuantos.

“Todo el asunto del stay-behind no tenía, a mi modo de ver, otro objetivo que garantizar, en caso de que sucediese lo peor, si un partido comunista llegaba al poder, que hubiese agentes para avisarnos, para seguir de cerca los hechos e informarnos”, explicaba Ray Cline, director adjunto de la CIA desde 1962 hasta 1966, ante la cámara de Francovich. “Es probable que grupúsculos de extrema derecha hayan sido reclutados e integrados a la red stay-behind con el fin de poder prevenirnos si se preparaba una guerra. Desde esa óptica, la utilización de extremistas de derecha, con fines de inteligencia y no políticos, me parece que no plantea ningún problema”, proseguía Cline.

Al día siguiente, la prensa inglesa publicaba lo siguiente: “Era de esos escándalos de los que uno piensa que pueden derribar un gobierno, pero como la amnesia de los telespectadores es lo que es, no queda más que un cintillo en los periódicos al día siguiente”.

*Historiador suizo, especialista en relaciones internacionales contemporáneas. Se dedica a la enseñanza en la universidad de Basilea, Suiza

Fuente: CONTRALÍNEA 167 / 31 DE ENERO DE 2010

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