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lunes, 25 de enero de 2010


Fronteras abiertas para los haitianos

John M. Ackerman

Los muros del nuevo orden mundial son igual de ominosos que los muros del extinto socialismo real. Antes se criticaba ferozmente a los países que no dejaban a sus ciudadanos salir de sus fronteras para conocer el mundo de la libertad (the free world). En contraste, hoy nadie se atreve a poner en cuestión que los haitianos estén enjaulados en su isla destruida y se vean forzados a pelearse entre sí por las migajas de comida que caen del cielo.

Los numerosos puentes aéreos que se han establecido para enviar la ayuda a Haití tienen un solo sentido. El apoyo fluye hacia a Haití, pero a los haitianos no se les permite viajar en sentido contrario.

No hay duda de que la estrategia más efectiva para resolver a corto plazo las necesidades básicas de los damnificados de Puerto Príncipe sería que los países amigos de Haiti (hoy reunidos, tanto en Montreal como en Caracas) recibieran cada uno una cantidad específica de haitianos en calidad de huéspedes distinguidos. Sería mucho más económico y efectivo llevar los enfermos a los hospitales, los niños a las escuelas y los hambrientos a los comedores ya existentes, que gastar exorbitantes cantidades de dinero en el establecimiento de rudimentarios e improvisados servicios que no alcanzan a funcionar en las ruinas que dejó el terremoto.

No se trataría de vaciar Haití de su población, sino de resolver sus urgentes necesidades de la manera más efectiva y eficiente posible, mientras se inicia la impostergable tarea de reconstrucción de esta noble nación. Así, en lugar de enfocar sus esfuerzos en la administración de enormes campamentos de refugiados y el envío de pesadas botellas de agua, la comunidad internacional podría canalizar todos sus recursos para la urgente conversión de Haití en una nación moderna y desarrollada con gran potencial en el futuro.

México se encuentra particularmente bien posicionado para encabezar un esfuerzo internacional de esta naturaleza. Históricamente nuestro país siempre ha destacado por ser particularmente generoso con los refugiados de otras naciones. En los años 30 México dio asilo a una vasta población de europeos, especialmente a los españoles durante la Guerra Civil. También se les abrieron las fronteras a los refugiados de las dictaduras del cono sur durante los años 70 y a las víctimas de las guerras de Centroamérica en la década de los 80.

En los años recientes, México no ha tenido la oportunidad de refrendar este compromiso histórico. Cada año apenas unas 500 personas solicitan asilo en el territorio nacional. Pero hoy, ante la gravedad de la crisis humanitaria en Haití, México podría revertir esta tendencia y recuperar su liderazgo internacional en la materia.

Desde luego que no sería factible que México actuara solo y recibiera de la noche a la mañana a todos los más de un millón de damnificados. Al contrario, habría que aprovechar nuestra presencia en la cumbre de Montreal para hablar claro sobre la responsabilidad de la comunidad internacional de apoyar con todos los recursos posibles a los haitianos. No es suficiente enviar dinero, militares y alimento a la isla. También habría que recibir directamente en casa a los más necesitados.

Típicamente sólo se extiende el asilo a refugiados que puedan demostrar que están en peligro de ser víctimas de alguna agresión política en su país de origen. La Convención de Naciones Unidas sobre el Estatus de los Refugiados en su artículo primero define a un refugiado como: Una persona que, debido a un miedo fundado de ser perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad, membresía de un grupo social o de opinión política en particular, se encuentra fuera de su país de nacimiento y es incapaz, o, debido a tal miedo, no está dispuesto a servirse de la protección de aquel país.

Sin embargo, en los años recientes la misma ONU ha empezado a flexibilizar sus criterios para incluir como refugiados a las víctimas de desastres naturales y de degradación ecológica. La organización internacional estima que pronto casi 50 millones de personas podrían encontrarse en esta situación. Por lo tanto, urge ampliar el tratado mencionado para incluir este otro tipo de situaciones. Con su respuesta a la crisis de Haití, México podría colocarse a la vanguardia de la urgente transformación mundial en la forma de conceptualizar el asilo en el mundo.

Si en lugar de Puerto Príncipe hubiera sido la ciudad de Estocolmo la que hubiera caído en esta desgracia, evidentemente los damnificados no tendrían los mismos problemas para salir de su país y no circularían los mismos comentarios racistas sobre la naturaleza violenta y poco civilizada de los suecos. Es hora de deshacernos de una vez por todas del racismo que todavía está presente en el mundo global, para abrir nuestros brazos sin regateos a los hermanos haitianos.

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