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domingo, 31 de enero de 2010


El petróleo detrás de la nueva guerra contra Yemen

Alfredo Jalife-Rahme

Podemos dividir el contencioso que se despliega en Yemen –muy anunciado por el centro de pensamiento británico Chatham House– en tres planos: el local, el regional y el global.

Sucintamente comentamos que en el plano local se desarrollan tres guerras simultáneas que son susceptibles de balcanizar y vulcanizar al gobierno central de Yemen que sufre poderosas fuerzas centrífugas:

1. Una guerra teológica en el norte entre sunnitas (apoyados por Arabia Saudita, Jordania y los Emiratos Árabes Unidos) y los chiítas (apuntalados por Irán).

2. Una guerra separatista en el superestratégico sur, pletórico en petróleo, y donde resaltan dos puntos muy sensibles: la isla Socotra y el Estrecho de Bab Al-Mandab –un punto de estrangulamiento (“chokepoint”) a los dos lados de Yemen y Somalia donde transitan 3.5 millones de barriles al día y cuya obstrucción afectaría el precio del petróleo.

3. La aparición fantasmagórica de 200 “terroristas jihadistas-salafistas” de Al-Qaeda (“Al-CIA”, para los lectores de Contralínea) en la zona montañosa del sur y que han puesto de cabeza, a su decir, a la tripleta israelí anglosajona.

Es evidente que, dependiendo del plano aludido en forma local, se afecte el nivel regional –desde el Cuerno de África (Somalia, Kenia, Etiopía, Yibuti, Eritrea y la costa de Sudán en el Mar Rojo), pasando por toda la Península Arábiga (primordialmente Arabia Saudita y Omán) hasta el norte del Golfo Pérsico (Irán, Kuwait e Irak)–, ya no se diga el nivel global (léase, geoestratégico), en el que nos detendremos brevemente.

En el plano global, desde 1979 (coincidentemente fecha de la revolución chiíta iraní), el teórico fundamentalista israelí británico Bernard Lewis lanzó el concepto de “arco de la crisis”, que va desde el subcontinente indio, pasa por el Medio Oriente y llega hasta el Cuerno de África. Cabe señalar que el estado de salud mental del israelí británico Bernard Lewis deja mucho que desear: aseguró hace algunos años que en una fecha específica Irán lanzaría sus bombas nucleares (que no posee) contra Israel (lo cual tampoco sucedió).

El objetivo principal del “arco de la crisis” –de confesión propia, ya no se diga por sus obscenos actos, de sus teóricos en Israel, Estados Unidos y Gran Bretaña– radica en controlar alrededor del 80 por ciento de los hidrocarburos del planeta que ubican en su seno.

El corazón del incendiado “arco de la crisis” lo representa Irán: la segunda reserva de gas en el mundo y exquisitamente ubicado en línea vertical, entre el Mar Caspio (la tercera reserva de hidrocarburos del planeta) y el superestratégico Golfo Pérsico (otro “punto de estrangulamiento” donde atraviesa alrededor del 40 por ciento del petróleo mundial, dirigido primordialmente al noreste asiático: China, Japón y Sud-Corea) y, en forma horizontal, con fronteras incandescentes tanto en Afganistán y Pakistán como en Irak.

Treinta años después del alumbramiento y la iluminación del “arco de la crisis”, el objetivo del control de sus hidrocarburos es el mismo, pero ha variado su rival, que ahora es China.

En efecto, asistimos a una genuina “guerra geoenergética” que no se atreve a pronunciar su nombre entre Estados Unidos y China: los dos principales consumidores (y contaminadores) del mundo.

“Controlar” los hidrocarburos en el “arco de la crisis” por Estados Unidos (y sus aliados de Gran Bretaña e Israel) no necesariamente significa su posesión catastral (desde la exploración hasta su producción); consiste también en impedir que China consiga su acceso (como propietario o accionario) o el libre tránsito de su abastecimiento desde los “puntos de estrangulamiento” del Estrecho de Bal Al-Mandab, el Golfo Pérsico y el Estrecho de Málaca (entre Malasia e Indonesia y que coincidentemente Al-Qaeda ha bautizado como su “segundo frente”).

Frente a los colosales obstáculos montados en los “mares calientes” (básicamente el Océano Índico) y en sus “estrechos” geográficos (los puntos de estrangulamiento) por Estados Unidos (y sus aliados de Gran Bretaña e Israel), China ha optado por buscar otras fuentes alternas: primordialmente en Asia Central, donde recientemente ha descolgado relevantes contratos de abastecimiento en Turkmenistán, Kazajstán y Uzbekistán, ya no se diga con el “Lejano Oriente Ruso”, así como en África y hasta Venezuela y Brasil.

La jugada es muy clara, así como el reparto de roles: Estados Unidos aprovecha su impresionante poderío naval en el Océano Índico, mientras China, relativamente cercada en su tránsito marítimo, se protege continentalmente en la región centroasiática mediante el Grupo de Shanghai (la alianza geoestratégica que forjó con Rusia y otros países islámicos centroasiáticos).

Se trata de la misma “guerra multidimensional” con dos estrategias y dimensiones diferentes: Estados Unidos emplea a fondo su poderío militar para dañar a China en el “arco de la crisis” y en la “línea Brzezinski”, mientras China juega a la “guerra geoeconómica” y recientemente a la “guerra geofinanciera” (dotada de las mayores reservas de divisas).

Así las cosas, asistimos de facto a una “guerra geoenergética” entre los paralelos 20 y 40, que hemos denominado la “línea Brzezinski” y que en forma horizontal va de la costa oriental del Mar Mediterráneo (Gaza, Líbano y Siria), atraviesa el corazón del “arco de la crisis” (Irán, al unísono de Irak) y alcanza Afganistán, Pakistán y Cachemira (y recientemente India, como quedó plasmado con los diversos atentados en Bombay).

Por el despliegue de las guerras de Baby Bush, que parece avalar Obama (totalmente secuestrado por el “complejo-militar-industrial”), la “línea Brzezinski” se entrecruza con el “arco de la crisis” de Bernard Lewis, lo que explica el incendio (relativamente reciente) de Somalia y Yemen, así como su nada improbable propagación bélica a su “periferia inmediata”: Sudán (con pletóricas reservas de petróleo), Omán y Arabia Saudita (la primera reserva mundial de petróleo).

Justamente el petróleo de Yemen sintetiza las tres diferentes guerras “locales” que libran en sus entrañas, pero con profundas ramificaciones y repercusiones tanto regionales (la primacía de Irán y Arabia Saudita: relevantes productores de hidrocarburos) como globales (geoestratégicas), cuando pueden afectar palmaria y primariamente a China.

Después de analizar la relevancia estratégica de Yemen en el Estrecho de Bab Al-Mandab (que en árabe significa “la puerta de las lágrimas”), a sus importantes vecinos y la militarización de Bab Al-Mandab por el Pentágono, Pepe Escobar de Asia Times (13 de enero de 2010), residente en las afueras de Washington, expone “la visión de Washington” sobre las pletóricas reservas de crudo del nuevo frente de Obama: “En Yemen, cerca de Arabia Saudita, existe el potencial de reservas de petróleo en Masila y Shabwa, que en un futuro no muy distante pueden caer gratamente bajo el cobijo de las trasnacionales petroleras de Estados Unidos”.

Escobar revela, como si no se supiera, que “la producción actual de Yemen se encuentra crucialmente en el sur” (léase, donde se libran dos guerras: una secesionista, muy real y con nada descabelladas probabilidades de triunfo, y otra de Al-Qaeda, muy inflada a conveniencia por los multimedia israelí anglosajones). Los mismos servicios de inteligencia de Estados Unidos admiten que los jihadistas-salafistas de Al-Qaeda difícilmente alcanzan el magro número de 200.

Explaya que la estrategia del Pentágono (técnicamente conocida como Control de Espectro Total) aplicada a Yemen puede, como siempre, consistir en contener la importación del petróleo de China (6 por ciento de su total) de Puerto Sudán en el Mar Rojo, justo al norte del estrecho de Bal Al-Mandab.

Considera que “aunque Estados Unidos controle eventualmente el Puerto de Aden, la entrada de Asia a través del Océano Índico, China desplegará su estrategia compleja para evitar los puntos de estrangulamiento como el Estrecho de Ormuz (en el Golfo Pérsico), el Estrecho de Málaca o el Estrecho de Bab Al-Mandab”.

A juicio de Escobar, el Control de Espectro Total del Pentágono consiste en “amenazar el cese de flujos energéticos no solamente a China, sino también a la Unión Europea o cualquier país importante que se atraviese en el camino de los hacedores de la política de Washington. Y se puede tratar de Arabia Saudita como de China, ya que las exportaciones del petróleo saudita deben cruzar el Estrecho de Bab Al-Mandab. Los llamados intereses en Yemen significan un gráfico de advertencia a la Casa de los Saud: no se atrevan a comerciar su petróleo en euros o en una canasta de divisas que incluyan al yuan chino”.

Aduce que tal estrategia del Pentágono implica “aislar a Irán” en la confrontación de sunnitas contra chiítas que paulatinamente contamina y mina los dos lados de la Península Arábiga y colisiona a Irán contra Arabia Saudita.

Concluye que “los vencedores serían el Pentágono, la Agencia Central de Inteligencia y el Mossad (los servicios de espionaje de Israel), mientras los perdedores deberán ser China, Rusia e Irán”, de acuerdo con el escenario del Control de Espectro Total del Pentágono, mediante el cual se pretende “recargar el imperio estadunidense”.

¿La resurrección de Estados Unidos (y, de paso, de Gran Bretaña e Israel) pasa por la destrucción del resto del planeta, en particular, de dos gigantes como Rusia y China y , en general, de los países que se ubican en el cruce del “arco de la crisis” y de la “línea Brzezinski”?¿No es exagerado y catabólicamente alto el costo?

¿Cuál será la réplica de Rusia y China?

Fuente: CONTRALÍNEA 167 / 31 DE ENERO DE 2010

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