Venezuela resiste. No sólo al imperialismo, que
estos días recrudece sus ataques y amenazas ante la solidaridad sur-sur
de Irán, sino también al coronavirus.
Las cifras hablan por sí solas: se contabilizan 10 muertos por coronavirus frente a los más de 650 de su vecina Colombia.
El resto de las métricas también se pueden considerar positivas.
Venezuela acumula 882 casos de contagio, de los que la mayoría son
importados, ninguno desde China: 303 proceden de Colombia, 65 de Brasil,
49 de Perú, 35 de Ecuador, 29 de España, 10 de República Dominicana,
cinco de Chile, cuatro de Estados Unidos y cuatro de México.
Ante estos datos, mucha gente se pregunta cómo es posible que un país
de 30 millones de habitantes y que vive una crisis económica
importante, pueda estar haciéndolo mejor que otros países
latinoamericanos integrantes de la OCDE, sean gobernados por fuerzas
progresistas, como México, o de derecha, como Chile.
La respuesta parece sencilla, pero no lo es. Vamos a resumirla en
tres elementos, cada uno de ellos igual de importante que los otros:
medidas estrictas de cuarentena, un sistema de salud de proximidad y el
uso masivo de la tecnología.
En primer lugar, Venezuela decretó la cuarentena total el 17 de
marzo, siendo el primer país latinoamericano en hacerlo. Cerró fronteras
y vuelos provenientes de Europa ante lo que Nicolás Maduró llamó
la situacion más grave que hayamos enfrentado nunca. Cinco días después, 22 de marzo, Maduro insistió en
radicalizar la cuarentena, imponiendo medidas de restricción de la movilidad, con excepciones limitadas como los trabajadores de la salud o compra de medicinas y alimentos, y el uso obligatorio de mascarilla en cualquier espacio público.
Pero además, estas medidas tan estrictas se hicieron protegiendo los
derechos sociales y laborales del pueblo venezolano. Se decretó la
inamovilidad laboral en el país en defensa de los trabajadores hasta el
31 de diciembre de este año, y contempló un plan especial de pago por
parte del Estado de las nóminas de pequeñas y medianas empresas privadas
durante seis meses, además de la suspensión de alquileres de comercios y
viviendas durante el mismo lapso, con el compromiso gubernamental de
compensación a los arrendadores.
El segundo elemento a ser tomado en cuenta se resume en el acrónimo
CDI (Centro de Diagnóstico Integral). En 2003, el comandante Chávez
impulsó la democratización del sistema de salud venezolano, instalando
consultorios médicos en los barrios de techos de cartón, allá donde se
oía triste la lluvia y la esperanza pasaba lejos. Con la Misión Barrio
Adentro llegaron médicos cubanos donde jamás quiso llegar un médico
venezolano, haciéndolo además de la mano de sus líderes comunitarios.
Nadie me lo contó, yo estaba allá en el verano de 2003 y vi con mis ojos
a la gente más humilde llorar al ver un médico pisar por primera vez su
barrio.
Hoy esos CDI, que cuentan con salas de aislamiento y están provistos
de interferón, un medicamento producido en Cuba que se ha revelado como
el más útil hasta el momento para tratar el Covid-19, son la primera
trinchera a la hora de detectar y aislar casos positivos e impedir que
se expanda la pandemia.
Pero además el tercer elemento, el uso de la tecnología, complementa
de manera muy efectiva la red territorial de salud. El 30 de marzo
llegaba a Venezuela el primer avión chino enviado a América Latina,
cargado con medicamentos, respiradores, máquinas portátiles de
ultrasonido de color, kits de prueba de ácido nucleico, mascarillas
médicas y trajes de protección. Pero sobre todo, en ese avión venían
también ocho expertos de la Comisión Nacional de Salud de China, con la
misión de ayudar al gobierno venezolano a evaluar la situación y diseñar
una estrategia de prevención y contención. Tras eso, han llegado a
Venezuela más de un millón de tests rápidos, que se han decidido aplicar
a cualquiera que lo solicitase, presentase síntomas o no. Hasta el
momento se han aplicado alrededor de 700 mil pruebas de detección de
Covid-19, lo que equivale a más de 23 mil pruebas por millón de
habitantes, una de las tasas más altas del mundo.
Pero estas tres medidas impulsadas por el gobierno venezolano se
pueden sintetizar en un solo concepto: chavismo. El chavismo que,
insistimos, es mucho más que una identidad política, se ha traducido en
el retorno de lo público, en un Estado fuerte con un sistema de salud
que a pesar de las dificultades, resiste la embestida de la pandemia, y
en una relación geopolítica privilegiada con China que le han asegurado,
como socio clave en América Latina, cooperación en materia de salud y
tecnología.
Todo ello en medio de un bloqueo económico que empezó con las
sanciones impuestas por Obama mediante la orden ejecutiva que declaraba a
Venezuela un peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos, y se
intensificó con las órdenes ejecutivas de Trump contra la industria
petrolera venezolana, dando una vuelta de tuerca que incluyó en 2018 el
embargo de todos los activos venezolanos en Estados Unidos, superando 7
mil millones de dólares, y el bloqueo de CITGO, la filial venezolana en
Estados Unidos mediante la que además se importaban muchas piezas de
recambio para PDVSA.
Pese a ello, podemos afirmar sin duda que Venezuela está derrotando
no sólo al imperialismo, sino también a la pandemia que azota el
sistema-mundo.
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