“Todo poder es una conspiración permanente”.
Honoré de Balzac
“Una
dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería
básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera
soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en
el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su
servidumbre” .
Aldous Huxley
“El peligro mayor al que nos enfrentamos no es que las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a bastante peor”.
Jorge Riechmann y Adrián Almazán
I
Pese
a que se hable hasta el cansancio de “democracia” (palabra manoseada
que da para todo: para invadir países, asesinar impunemente, torturar,
mentir, manipular), lo que menos hacen “los pueblos” es justamente eso:
decidir su futuro, gobernarse. El mundo moderno, el capitalismo surgido
en Europa desde el Renacimiento en adelante que hoy día se globalizó
aplastando otras opciones, tiene en la “democracia” y en la “libertad”
sus íconos por antonomasia. Íconos, sin embargo, que no pasan de una
deslucida opacidad muy engañosa.
Lo que hacemos, pensamos,
consumimos, cómo nos divertimos, nuestra forma de relacionarnos con el
mundo, en otros términos: nuestra vida en general, cada vez más está
digitada por poderes que nos sobrepasan en manera inconmensurable.
Inmediatamente hay que hacer una imprescindible y capital aclaración:
decir esto no es ninguna conducta paranoica, una delirante visión de
conspiraciones que obran en nuestra contra.
La paranoia,
llamada por Freud “demencia paranoide” a inicios del siglo XX, hoy día
preferiblemente conocida, según los manuales de psicopatología al uso,
como “Trastorno de ideas delirantes”, es un “Grupo de trastornos
caracterizado por la aparición de un único tema delirante o de un grupo
de ideas delirantes relacionadas entre sí que normalmente son muy
persistentes, y que incluso pueden durar hasta el final de la vida del
individuo. El contenido del tema o conjunto de ideas delirantes es muy
variable. A menudo es de persecución, hipocondríaco o de grandeza, pero
también puede referirse a temas de litigio o de celos o poner de
manifiesto la convicción de que una parte del propio cuerpo está
deformada o de que otros piensan que se despide mal olor o que se es
homosexual”.
El delirio paranoico existe, sin lugar a
dudas; de hecho, en muchos casos esa “desconfianza” patológica (las
celotipias extremas, por ejemplo) puede llevar al asesinato. El otro, el
“perseguidor”, es vivido como enemigo: antes que me agreda, lo
aniquilo. Lamentablemente, dada la precariedad del abordaje de los
“problemas mentales” que se sigue padeciendo (el Psicoanálisis aún es
resistido y prima la Psiquiatría manicomial), los “enfermos paranoicos”
suelen terminar en el loquero (donde, por supuesto, nadie se cura).
El
mundo, sin dudas, está atravesado por una serie de ideas de talante
paranoico, muchas veces tomadas con cierta seriedad o, al menos,
presentadas con un grado de credibilidad, pero absurdas e insostenibles,
en definitiva: “los judíos o ciertas sectas esotéricas (Illuminati,
masones, etc.) manejan el mundo”, “los extraterrestres están entre
nosotros”, “las vacunas son un experimento en masa que provocan
autismo”, “la actual enfermedad COVID-19 se activa por las emisiones de
ondas 5G”, “la aparición de un comenta anuncia el fin de nuestro
planeta”, “las pirámides de Egipto fueron construidas por alienígenas”, y
un largo etcétera.
Por supuesto que la dinámica de las
sociedades no puede explicarse por estas elucubraciones, sin base ni
sustento científico. El delirio, definitivamente, está entre nosotros, a
veces medianamente tolerado, lo cual evidencia que la “normalidad” es
siempre una pregunta abierta, una cuestión de grado. Es decir: no hay
una normalidad definitiva, dada de una vez, única e inamovible (Hitler
era un loco que creía en la eugenesia, aunque no debe olvidarse que el
pueblo alemán masivamente lo siguió). Pero ni la historia de la
humanidad ni el mundo actual no se mueven por ideas delirantes, por
fuerzas sobrenaturales ni mensajes apocalípticos de seres
extraordinarios: son las relaciones sociales, concretas y materiales,
que establecemos los seres humanos para asegurar nuestra existencia
(individual y colectiva) las que explican la arquitectura general de las
cosas. De ahí que el materialismo histórico, por ejemplo, y su concepto
de lucha de clases da mucho más en el blanco para entender las
sociedades y sus conflictos, que la apelación a poderes malignos o
conjuras de grupos ocultos en las sombras. Dicho de otro modo: una clase
social, detentadora de los medios de producción (tierra, maquinaria,
dinero) explota la fuerza de trabajo de una mayoría, la otra clase
social, la clase trabajadora, con lo que se genera una riqueza que queda
mayoritariamente en la clase explotadora.
Ahora bien: esa
clase beneficiada, que asienta su riqueza y poderío en el trabajo de
enormes mayorías a las que sojuzga, hace lo imposible para mantener sus
privilegios. Para ello, apela a los mecanismos más sórdidos, más
perversos, más sanguinarios llegado el caso. Como sin miramientos lo
dijo uno de los más connotados intelectuales orgánicos de esa clase
dominante, el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky, miembro de
connotados tanques de pensamiento de Estados Unidos y catedrático en la
Universidad Johns Hopkins: “La sociedad será dominada por una elite
de personas libres de valores tradicionales que no dudarán en realizar
sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el
comportamiento del pueblo y controlarán con todo detalle a la sociedad,
hasta el punto que llegará a ser posible ejercer una vigilancia casi
permanente sobre cada uno de los ciudadanos del planeta. (…) Esta
elite buscará todos los medios para lograr sus fines políticos tales
como las nuevas técnicas para influenciar el comportamiento de las
masas, así como para lograr el control y la sumisión de la sociedad”.
Pensar,
entonces, que hay grandes, inconmensurables grupos de poder que le dan
forma al mundo en que vivimos, que nos obligan a seguir siendo esclavos
(asalariados), mundo “en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre”,
como agudamente dijera Aldous Huxley, no es ningún delirio paranoico.
Es la constatación de una cruda y descarnada realidad: hacemos, pensamos
y actuamos según lo que poderes determinados nos dicen. No importa si
esos grupos son judíos, católicos, musulmanes, ateos, hombres, mujeres,
bisexuales, amantes del samba brasileño o la salsa colombiana: son
grupos de poder que tienen en sus manos monumentales decisiones. Eso ¿es
paranoico?
II
Para ejemplificar lo anterior, dos rápidos ejemplos.
1)
En Guatemala, Centroamérica, pequeño país “bananero” con una gran
riqueza acumulada (onceava economía latinoamericana) injustamente
distribuida (grandes familias que viven como magnates de Wall Street con
una inmensa población precarizada -el salario mínimo cubre apenas un
tercio de la canasta básica-), la corrupción es una constante histórica.
Corrupción e impunidad son parte absolutamente normalizada del paisaje
social. Pero en ese escenario sociopolítico y cultural surgió hacia el
2015 una fabulosa “cruzada contra la corrupción”. Eso resultó altamente
llamativo, por cuanto Guatemala se caracteriza -como todos los países de
Latinoamérica- por una inveterada cultura de corrupción que alcanza
todos los niveles. Para ese entonces, llamativamente todos los medios de
comunicación comerciales (de derecha, conservadores, grandes empresas
privadas lucrativas al fin, corruptas en muchos casos) pusieron en la
agenda pública como tema totalmente dominante la lucha contra la
corrupción. Por unos meses no se hablaba de otra cosa: la corrupción
pasó a ser la peor plaga bíblica sufrida, causa última de todos los
males del país. Queda claro ahora que eso fue un muy sofisticado
mecanismo geoestratégico de Washington, probado en estas tierras para
luego iniciar su trabajo de reversión (roll-back) de gobiernos que no le eran muy afines (el PT en Brasil, Cristina Fernández en Argentina).
Esa
desatada “lucha monumental contra la corrupción” (se llegó a decir que
“Guatemala daba un ejemplo al mundo”) trajo como consecuencia una
relativa movilización de la sociedad, terminando en una crisis política
que finalizó mandando a la cárcel al por entonces binomio presidencial
(Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti). Pero luego de esa bien manejada
crisis (asegurando “gobernabilidad” con la llegada a la presidencia de
un candidato idóneo para seguir el guión: Jimmy Morales, supuestamente
no tachado de corrupto) la corrupción salió de escena. Años después
corrupción e impunidad siguen marcando el pan nuestro de cada día, y no
volvieron a aparecer en la agenda mediática. ¿Es paranoico pensar que
hubo allí una bien montada operación de “psicología militar de masas”?
¿Por qué sería delirante? ¿Qué argumento científico de peso puede
oponérsele? ¿Movilización popular espontánea? Nada lo indica, porque las
clases oprimidas siguieron tan oprimidas como siempre.
2)
Hasta hace unos años, las mujeres occidentales solían pintarse las uñas
de las manos con los cinco dedos llevando el mismo color. De pronto,
cuatro dedos empezaron a mostrar un color, y un quinto dedo
-preferentemente el anular- otro. Se hizo moda, y una enorme cantidad de
mujeres empezó a hacerlo así. Puede parecer superficial la pregunta,
pero pretende no serlo, en absoluto: ¿quién marcó esa pauta? Seguramente
no fueron los platos voladores, los masones ni los Illuminati. Sin
dudas, alguien lo decidió (así como se deciden las modas). ¿Es
paranoico, delirante, es apelar a teorías conspirativas considerar que
alguien estableció una pauta de consumo determinado? ¿No es eso la moda
acaso?
Estos dos ejemplos intentan poner en evidencia que
las conductas de las masas, del grueso de la población, no son -en
general- producto de una reflexión sopesada, de actitudes críticas. Esto
no significa que las masas sean “tontas”, que la población sea
felizmente una esclava silenciosa que “gracias al consumo y al entretenimiento, amaría su servidumbre”.
Las masas a veces reaccionan, se enardecen, revolucionan lo existente, y
el mundo cambia. Eso, y no otra cosa, es la lucha de clases. El mundo
sigue cambiando (de la Edad de Piedra o la época de los faraones a la
fecha hubo muchos cambios), pero justamente los grupos detentadores del
poder hacen lo imposible para que las cosas no cambien. Y desde las
sombras elucubran cómo mantener el estado de cosas. ¿O acaso es distinta
la historia de la Humanidad?
¿Por qué ahora la Embajada de Estados Unidos en Guatemala, según un paper
secreto recién filtrado, está tan sumamente preocupada por la situación
de la pandemia del COVID-19? No por la salud de la población, sino por
la posibilidad real de estallidos sociales a que el hambre podría dar
lugar. Si algo se busca a toda costa, es la “gobernabilidad”, es decir:
que nada cambie (que los privilegios de la clase dominante se
mantengan). Un estallido social puede encender mechas que luego se
vuelven inmanejables (por eso, por ejemplo, Mike Pompeo, Secretario de
Estado de Estados Unidos, pudo decir refiriéndose a las protestas
populares de Chile del año pasado: “América del Sur se nos puede
embrollar de modo incontrolable si no tenemos siempre a la mano un líder
militar, y en el caso de Chile, esto reclama un jefe de la calidad
solidaria del general Augusto Pinochet”). ¿Es acaso paranoico
pensar que la recomendación de la Embajada de Estados Unidos en Santiago
a las fuerzas armadas trasandinas se cumplió al pie de la letra? Cada
explicación alternativa a los discursos oficiales (siempre mentirosos,
manipuladores, que trastocan los hechos), cada explicación que
contradice el “mundo feliz” que nos transmiten los medios masivos de
comunicación, ¿es un delirio paranoico, es ver marcianos y
conspiraciones? Pero… en Chile mucha gente perdió la vista por la
represión de los carabineros. Alguien dio esa orden, ¿verdad? ¿Por qué
Pompeo diría eso en una reunión en Washington? No parece muy delirante
pensar que unos cuantos funcionarios en Estados Unidos deciden lo que
debe pasar en Latinoamérica. ¿O hay que mandar al manicomio a quien
denuncie algo así?
III
La
marcha del mundo tiene una lógica. Lo que hacemos cada día, responde en
muy buena medida a planes trazados. Y esos planes no los traza la
mayoría en decisiones populares, en asambleas abiertas. ¡En absoluto!
Eso que se nos presenta como democracia es la más artera mentira,
manipulada muy eficientemente. Por supuesto que sí, hay formas
auténticas de democracia de base,
de poder popular donde se deciden las líneas por donde transitará una
comunidad. Pero, a todas luces, esas son de momento expresiones muy
embrionarias. Solo las experiencias socialistas las han permitido en
parte, de ahí que el socialismo siga siendo la única esperanza real de
un mundo más justo. Este mito de la democracia parlamentaria actual no
es sino eso: mito, ficción, fantasía, burda manipulación.
El
orden del mundo no lo decide el “ciudadano” votando cada cierto tiempo.
Eso es patéticamente absurdo. Los presidentes -todos, de todos los
países- son, en definitiva, empleados de los verdaderos tomadores de
decisiones. ¿Quién establece el precio del petróleo, lo que un país debe
producir, el inicio de las guerras, el entretenimiento para mantener
“felices a los esclavos”? La gente, el ciudadano de a pie, la persona
que está leyendo este mediocre opúsculo: ¡no! Eso se decide a puertas
cerradas entre muy pocas personas en el mundo. En las sociedades de
clase, siempre fue así: el rey y su séquito, el faraón, el sumo
sacerdote, los mandarines, la gente que maneja el Fondo Monetario
Internacional o los que se sientan en un lujoso pent house
climatizado con enormes jacuzzis, esos a los que “la plebe” no puede
acceder jamás, esos de quienes ni siquiera conocemos sus nombres, esos
son los que deciden (¿quiénes son los dueños de la Exxon-Mobil, o de la
Coca-Cola Company, o del JPMorgan Chase & Company?). ¿Cuándo
cambiará eso? …, no lo sabemos ni lo estamos previendo. Lo que sí está
por demás de claro, como dijo el francés Honoré de Balzac, que “todo poder es una conspiración permanente.” Las leyes, lo sabemos, no son justas ni equitativas, y no las deciden las mayorías: “La ley es lo que conviene al más fuerte”, expresó Trasímaco de Calcedonia en el siglo IV antes de nuestra era. “Las leyes están hechas para y por los dominadores, y conceden escasas prerrogativas a los dominados”, dijo Sigmund Freud en 1932.
¿Por
qué ahora los Estados, a partir de las políticas neoliberales vigentes
en estas últimas décadas, se adelgazaron terriblemente siendo
reemplazados por la “beneficencia” de eso que se llama “cooperación
internacional”, o sustituidos por grandes mecenas? ¿Una forma de
precarizar cada vez más la vida de la clase trabajadora global, para
someterla más y más? Los servicios básicos los debe brindar el Estado y
no bienhechores magnánimos. Daniel Espinosa nos informa que “Los
“Silicon Six”, como se conoce a Microsoft, Google, Apple, Facebook,
Netflix y Amazon, son expertos en elusión tributaria, una realidad que
han sabido ocultar tras su imagen de modernidad, de empresas “cool” (y
muchos millones en donaciones “caritativas” a medios de comunicación).
De acuerdo con una investigación reciente de Fair Tax Mark, esas seis
compañías lograron ahorrarse cerca de 100 mil millones de dólares en
impuestos entre 2010 y 2019”. ¿Qué mortal de a pie decidió acabar
con los Estados nacionales y precarizar sus servicios básicos: salud,
educación, infraestructura, seguridad? ¿Es una elucubración delirante
pensar que esa desaparición del estado de bienestar se hizo para
explotar más aún a los explotados de siempre?
¿Por qué
sería un “trastorno de ideas delirantes” típico del Presidente Schreber
(caso de psicosis teorizado por Freud a partir de la lectura de
“Memorias de un neurópata”) pensar que grupitos minúsculos de poderosos
magnates deciden lo que pasa en el mundo?
“De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional, que se ha practicado durante siglos en el pasado, por la soberanía de una elite de técnicos y de financieros mundiales”, pudo decir el recientemente fallecido David Rockefeller, nieto del legendario John Davison Rockefeller, en su momento la persona más acaudalada del mundo, fundador de la mítica dinastía de banqueros e industriales petroleros de Estados Unidos. “Todo lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial”, agregó en su momento, él, que fuera uno de los más grandes conspiradores, arquitecto de la política mundial, factótum de importantes grupos “selectos” que deciden la marcha de la sociedad planetaria, donde no puede llegar “la chusma”, instancias por el Grupo Bilderberg, o la Comisión Trilateral (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón), según su propio decir, “altas personalidades” que deciden lo que ha de suceder en la humanidad: “el conjunto de potencias financieras e intelectuales mayor que el mundo haya conocido nunca”. ¿Es ver fantasmas pensar que todo eso existe? El 1% de la población mundial detenta el 50% de la riqueza mundial; y de ese mínimo porcentaje, solo el 0.01% es el que da las órdenes a los presidentes. Decir eso, ¿es ser paranoico?
No es ninguna novedad (¿o es
un delirio paranoico, una voz alucinada?) constatar que infinidad de
hechos políticos que suceden están pergeñados en oficinas de la más alta
secretividad, sin que las poblaciones tengan la más remota idea: Pearl
Harbor, el asesinato de Kennedy para continuar con la guerra de Vietnam a
la que él se oponía, la caída de las Torres Gemelas, las supuestas
armas de destrucción masiva en Irak, el ataque a Nicaragua antes de que
el sandinismo -cuando aún era revolucionario- “invadiera Texas”, el
financiamiento de la Ford Motors Company al nazismo en sus inicios -para
que invadiera y terminara con la Unión Soviética-, los experimentos
sobre la sífilis hechas, sin conocimiento de las autoridades, con
población guatemalteca en la década de 1950, armas bacteriológicas
desconocidas por el público, los secretos revelados por la crisis de
conciencia del ex espía estadounidense Edward Snowden, y la lista puede
continuar interminable. El medicamento cubano Interferón alfa 2B
recombinante sirvió para parar la epidemia en China, ¿por qué no se dijo
una palabra de eso en el “mundo libre”? ¿Es ser un desubicado psicótico
preguntarse el porqué de ese silencio? ¿Son todas elucubraciones
paranoicas, afiebradas visiones conspirativas del mundo, delirios
insanos para mandar al manicomio a quien exprese preguntas sobre todo
esto?
IV
Hoy día cursamos una pandemia de un virus nuevo, desconocido en todo su potencial, el coronavirus.
“La
nueva neumonía por coronavirus no es tan grave como otras enfermedades
contagiosas de clase A (peste y cólera) todavía. Sin embargo, debido a
que es una enfermedad recién descubierta, con un riesgo relativo
considerable para la salud pública, todos deben estar atentos y bien
protegidos. Tomar las medidas de control de Clase A genera
notificaciones y publicidad más rápidas; Esto facilita a los
trabajadores de la salud en la prevención y el control de la enfermedad,
así como al público en la adquisición de la información más reciente
para una mejor respuesta a la epidemia”, puede leerse en el Manual de prevención del coronavirus puesto a circular por el gobierno de la República Popular China recientemente, al aparecer el brote en la ciudad de Wuhan.
Efectivamente, no es tan grave, pues según el grado de letalidad, tenemos que hay afecciones mucho más dañinas: Peste (Yersinia pestis):
100%, peste pulmonar: 100%, VIH-SIDA: 100%, leishmaniasis visceral:
100%, rabia: 100%, viruela hemorrágica: 95%, carbunco: 93%, ébola: 80%,
viruela en embarazadas: 65%, MERS (Síndrome respiratorio de Oriente
Medio): 45%, fiebre amarilla: 35%, dengue hemorrágico: 26%, malaria:
20%, fiebre tifoidea: 18%, tuberculosis: 15%. El índice de letalidad del
COVID-19 está alrededor del 4% (puesto en entredicho, incluso, por
estudiosos del tema, que estiman que es menor).
Como es un
agente patógeno nuevo, no se sabe mucho acerca de él. Lo que sí ya se
ha podido ver es que tiene un potencial de contagio muy alto, de ahí que
las autoridades sanitarias recomendaron confinamientos. De todos modos,
hay algo llamativo en esta cuarentena militarizada que vivimos. El
mundo se detuvo prácticamente, cuando hay voces -tan autorizadas como
quienes dicen lo contrario- que alientan sobre lo llamativo del pánico
creado. El destacado inmunólogo colombiano Manuel Elkin, quien trabajara
en una vacuna contra la malaria, llama la atención sobre “la
desproporción que supone que la malaria aflige entre 230 a 250 millones
de personas al año y, de ellos, mueren de 1.250 a 1.500 al día”. Nos llama a reflexionar: “Paremos un poco esa histeria colectiva. Desde el principio de la enfermedad del coronavirus nos metieron un pánico excesivo; es una enfermedad a la que hay que ponerle cuidado, pero no para una histeria colectiva que no sirve para nada”.
Del mismo modo Johan Giesecke,
destacado epidemiólogo consejero del gobierno sueco y miembro del Grupo
Asesor Estratégico y Técnico para Riesgos Infecciosos de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), dijo que “Esta enfermedad se
propaga como un incendio y lo que uno hace no cambia demasiado. Todos
se van a contagiar, todo en el mundo al final”.
Lo
curioso es que una enfermedad que no es especialmente letal (el 96% de
infectados se recupera), que ataca mortalmente solo a un segmento
pequeño (ancianos, gente con inmunodeficiencias, población que se puede
reinfectar muchas veces como el personal sanitario), ha causado un
revuelo sin precedentes, paralizando el mundo. El epidemiólogo británico
de la Universidad de Oxford, Christopher Fraser, considera que la
proporción de casos sin reportar podría ser del 50%, por lo que “la tasa de letalidad rondaría el 1%”. El experto en virus, el español Adolfo García-Sastre, investigador del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, piensa que “existen de cinco a diez veces más infectados que lo que se está contabilizando actualmente, lo cual reduce mucho su letalidad”.
Considerando que la curva epidemiológica comenzó a aplanarse en los países que mayor número de contagios presentaron -con tasas de mortalidad
diversas, pero siempre manteniendo una tasa de letalidad similar, que
no supera el 5% (o quizá mucho menos)- la proyección en muertes nos
muestra que al final del año el número total de decesos podría ser
similar a la de la gripe estacional: entre 600 y 700 mil. Seguramente
las medidas de confinamiento podrán haber evitado más muertes. Pero allí
es donde se abre la pregunta.
Acusar de paranoia a quien se plantee preguntas críticas puede ser peligroso. Como dijo Luis Tuchán: “Llamar teoría conspirativa a toda explicación alternativa a la del poder, es ahora la forma de satanizarla”.
La crisis actual, sanitaria en principio, abre preguntas. No es ninguna
novedad -porque está reportado hasta el cansancio, incluso por las
mismas Bolsas de Valores de distintas partes del mundo-, que el sistema
capitalista en su conjunto entró en una terrible, tremenda, catastrófica
crisis, similar -o peor- que la Gran Depresión de 1930. “No solo la
crisis financiera estaba latente desde hacía varios años y la
prosecución del aumento de precio de los activos financieros constituían
un indicador muy claro, sino que, además, una crisis del sector de la
producción había comenzado mucho antes de la difusión del COVID, en
diciembre de 2019. Antes del cierre de fábricas en China, en enero de
2020 y antes de la crisis bursátil de fines de febrero de 2020. Vimos
durante el año 2019 el comienzo de una crisis de superproducción de
mercaderías, sobre todo en el sector del automóvil con una caída masiva
de ventas de automóviles en China, India, Alemania, Reino Unido y muchos
otros países”, anunciaba una voz autorizada como el economista
Erick Toussaint. Es ahí, entonces, donde entran las preguntas críticas,
acusadas de delirio paranoico por algunos.
Sabemos que el
sistema capitalista, o más aún, quienes disfrutan los beneficios de ser
la clase dirigente allí, están dispuestos a hacer lo imposible para
mantener sus prebendas: ¿no alcanza todo lo dicho para entenderlo?
¿Habrá que agregar dos millones y medio de muertos en Irak y más de un
millón para mantener, respectivamente, el petróleo y el gas/negocio de
la heroína? ¿Habrá que agregar Guantánamo? ¿Habrá que agregar dos bombas
atómicas arrojadas impunemente sobre población civil no combatiente en
Japón cuando la guerra ya estaba decidida? ¿Habrá que agregar todos los
golpes de Estado en Latinoamérica, y su cohorte de muertos, torturados y
desaparecidos, aconsejados por “expertos” estadounidenses? (recuérdese
la cita anterior de Mike Pompeo). El sistema está dispuesto a hacer
cualquier cosa para mantenerse: por eso miente, embauca, distorsiona.
Las enseñanzas de Goebbels (“Una mentira repetida mil veces se transforma en una verdad”)
fueron amplificadas en un grado sumo en la tierra “de la democracia y
la libertad”. Se nos vive mintiendo todo el tiempo, y eso no parece un
delirio paranoico. En Guatemala se hizo creer que la “ciudadanía” sacaba
del poder a un presidente corrupto…. Y no era así. ¿Quién dijo que la
uña del dedo anular de una mujer es más bonito y que hay que seguir el
dictado de la moda pintándoselo de otro color? ¿Los marcianos? ¿Los
masones? ¿Los Rosacruces? ¿O quienes fijan la moda, y venden las
mercaderías correspondientes?
Pensar que hay “gato
encerrado” en las políticas que digitan nuestras vidas parece muy sano,
porque demuestra una actitud crítica, algo más que la feliz y pasiva
aceptación del entretenimiento con que se mantiene a la esclavitud. El
tratamiento militarizado y compulsivo que se le da a la actual pandemia,
según se puede pensar, perfectamente podría entenderse como “honrosa”
salida del capitalismo global ante una crisis fenomenal. La desocupación
y el hambre son “culpa” de este agente patógeno entonces.
¿Estaba
todo esto ya pergeñado? ¿Hay agendas ocultas trazadas? Como son temas
álgidos, complejos, con infinidad de aristas en juego, se hace difícil
-con la orfandad de datos que existe todavía- expedirse categóricamente.
Las ciencias, por otro lado, nunca se expiden “categóricamente”:
formulan saberes, que son siempre cambiantes, relativos (la física
newtoniana no alcanza para ciertas cosas, por lo que surge la física
cuántica; la descripción psiquiátrica no alcanza, por lo que surge el
Psicoanálisis, la geometría euclidiana es ampliada por la geometría
fractal, etc.). No puede aún darse una visión globalizante del fenómeno
de esta pandemia, pero quedan cabos sueltos.
¿Es realmente
necesaria la militarización de la vida cotidiana, o hay allí otras
perspectivas en juego? ¿Un ensayo de lo que vendrá? “La crisis
sanitaria ha sido la oportunidad perfecta para reforzar nuestra
dependencia de las herramientas informáticas y desarrollar muchos
proyectos económicos y políticos previamente existentes: docencia
virtual, teletrabajo masivo, salud digital, Internet de las Cosas,
robotización, supresión del dinero en metálico y sustitución por el
dinero virtual, promoción del 5G, smart city… A esa lista se puede añadir los nuevos proyectos de seguimiento de los individuos haciendo uso de sus smartphones,
que vendrían a sumarse a los ya existentes en ámbitos como la
vigilancia policial, el marketing o las aplicaciones para ligar en
internet. En conclusión, el peligro mayor al que nos enfrentamos no es
que las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a bastante peor”, razonan Jorge Riechmann y Adrián Almazán.
Definitivamente
hay manejos en todo esto que dejan interrogantes. Hay una crisis
sanitaria, porque la enfermedad existe y los muertos ahí están, pero
también existe el peligro real que las cosas vayan a bastante peor, y no
por el coronavirus precisamente. ¿Es paranoico pensar que el mundo que
seguirá a la pandemia (vigilancia absoluta, distanciamiento de las
personas, control omnímodo de nuestras vidas) puede ser aterrador? ¿Ya
no más apretones de manos ni besos en la mejilla? Pero peor aún: ¿quién
manejará esa información total, completa, omnímoda de nuestras vidas,
información a la que no podremos resistirnos suministrar? Más aún: ni
siquiera habrá que suministrarla, porque las técnicas de control la
obtendrán de otra manera, sin esfuerzo, sin violencia. ¿Ese es el mundo
post pandemia?
Está claro que se ha creado un pánico
monumental, evidentemente desproporcionado en relación a lo que es la
enfermedad del COVID-19 propiamente dicha. Ningún otro hecho colectivo
había causado tamaño estupor. Y como los números lo indican, la nueva
enfermedad no es sinónimo de muerte inmediata y masiva (según algunas
voces autorizadas, muchísima gente la cursa asintomáticamente, o se cura
sola. Solo población en riesgo -tercera y cuarta edad e
inmunodeprimidos- tiene posibilidades reales de fallecer). ¿Por qué
tanto pánico? ¿Está inducido? Recuérdese el manejo sobre la corrupción
en Guatemala antes citado. Los climas sociales, esto no es ninguna
novedad, se crean. ¿Por qué masivamente se piensa que “los musulmanes
son terroristas”, o que “los colombianos son narcotraficantes”? ¿Por qué
nos la pasamos hablando de fútbol o de series chabacanas y no podemos
pensar críticamente en otros asuntos? ¿Alguien lo decide? ¿Es delirante
pensar que allí hay agendas de grandes poderes que digitan la vida
colectiva? “La televisión es muy instructiva, porque cada vez que la encienden, me voy al cuarto contiguo a leer un libro”, dijo Groucho Marx. ¿Delirio paranoico?
Luego
de la pandemia de coronavirus todo indica que viene la vacunación
masiva. Bill Gates, uno de los mayores magnates actuales del planeta
-propietario de una de esas empresas antes citadas, campeonas de la
evasión fiscal- es uno de los más grandes filántropos en el mundo y
promotor de esa vacunación. “Las próximas guerras serán con microbios, no misiles”,
dijo repetidamente. De hecho, él y su cónyuge Belinda constituyen uno
de los principales sostenes financieros de la Organización Mundial de la
Salud -OMS-, mecenas preocupado por la salud de la humanidad. ¿Seremos
paranoicos si nos abrimos preguntas al respecto, si desconfiamos de
tanta bondad? (porque alguien que evade impuestos da que pensar, ¿no?).
La sociedad global cada vez más se encamina hacia tecnologías de
vanguardia, revolucionarias (en las que China ya le está tomando la
delantera a Estados Unidos). Las fortunas más grandes se van acumulando
ahora en las empresas ligadas a la cibernética, la inteligencia
artificial, la informática, la robótica. Como ejemplo representativo, el
cambio que se ha venido dando en la dinámica económica de la principal
potencia capitalista, Estados Unidos: para 1979, una de sus grandes
empresas icónicas, la General Motos Company, fabricante de ocho marcas
de vehículos, tenía un millón de trabajadores -daba trabajo a la mitad
de la ciudad de Detroit, de tres millones de habitantes-, con ganancias
anuales de 11,000 millones de dólares. Hoy día Microsoft, en Silicon
Valley, mientras Detroit languidece como ciudad fantasma con apenas 300
mil pobladores, ocupa 35 mil trabajadores, con ganancias anuales de
14,000 millones de dólares. El capitalismo está cambiando. En el año
2017 la familia Rockefeller se alejó del negocio petrolero. ¿Vamos hacia
las energías renovables? ¿Las próximas guerras serán por el agua?
¿Quién decide eso?
Llama la atención que un mecenas como
Gates (que no parece tan “trigo limpio”, si es tamaño evasor fiscal y
destructor de los Estados nacionales -la beneficencia no puede suplir al
Estado-) se preocupe tanto de las vacunaciones. Quizá deba incluirse
también en los negocios de futuro (¿el petróleo dejará de serlo?) a la
gran corporación farmacéutica, la Big Pharma. Según datos que llegan
dispersos, representantes de la GAVI, la Global Alliance for Vaccines
and Immunization, y su fundador y principal financista, Bill Gates con
su benemérita Fundación, insisten cada vez más en la necesidad de una
inmunización universal. Como todo esto de la pandemia está aún muy
confuso, nadie puede asegurar categóricamente nada.
¿Seguirá
a toda esta parafernalia una vacunación obligatoria con insumos que
habrá que pagar? ¿Será toda esta militarización de la vida cotidiana una
muestra de cómo es el futuro inmediato? China, con un “socialismo” en
el que no puede mirarse la clase trabajadora mundial -por ser un
capitalismo desaforado disfrazado de socialismo-, al igual que las
potencias occidentales -o más aún-, desarrolla un hipercontrol
monumental sobre su población. Las tecnologías informáticas sirven para
eso (y no hay duda que en eso llevan la delantera, pues ya están en la
5G, preparando la 6G). ¿Ese es el modelo a seguir?
“¡Los
marcianos existen, son verdes y con antenitas!” Asegurar con toda
convicción cosas de las que no se tiene pruebas es patológico: “aparición
de un único tema delirante o de un grupo de ideas delirantes
relacionadas entre sí que normalmente son muy persistentes”, según
la oportuna descripción psiquiátrica. Pero abrirse preguntas críticas no
es enfermizo: es muestra de salud. Definitivamente la pandemia nos ha
venido a conmover. Dado que las cosas están confusas, nadie tiene la
verdad con certeza ni puede predecir con exactitud qué continúa ahora.
Lo que está claro es que seguirá más capitalismo (socialismo no se ve
cercano por ahora), quizá más reconcentrado en menos manos y más
controlador (¿alguien puede explicar por qué Estados Unidos reacciona
tan desesperadamente anta la delantera china en la 5G?). La organización
popular para plantearse cambios no parece muy en alza hoy. Si estamos
antes la presencia de grandes poderes que deciden sobre la vida de la
Humanidad con planes a largo plazo de los que nada sabemos, preguntarse
por todo ello no es un delirio enfermizo: es casi una obligación.
Marcelo Colussi
Analista político e investigador social, autor del libro Ensayos
https://www.alainet.org/es/articulo/206737
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