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domingo, 24 de mayo de 2020

Cuba: solidaridad y resistencia


Editorial La Jornada

El jueves pasado, 108 médicos cubanos arribaron a la ciudad de Veracruz con la finalidad de apoyar a las autoridades locales en la atención de pacientes contagiados del coronavirus SARS-CoV-2 en la entidad, sexta a escala nacional en número de fallecimientos a causa del Covid-19. El grupo recién llegado se suma al contingente de al menos 590 profesionales de la salud que desde abril ayudan al personal sanitario de la capital del país, gracias a un convenio entre el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi), la Secretaría de Salud de la CDMX y el gobierno cubano.
México no es el primer país que se ha visto beneficiado con la presencia de médicos cubanos en sus esfuerzos para combatir la emergencia sanitaria en curso, pues La Habana ha destinado mil 238 profesionales de la salud a 21 naciones de América Latina, el Caribe, África, Asia y, por primera vez, Europa, donde las brigadas cubanas jugaron un papel fundamental durante los momentos álgidos de la pandemia en Italia. Tampoco es la primera vez que los médicos cubanos acuden en auxilio de la población mexicana durante trances difíciles: como ejemplo cabe recordar el inestimable apoyo que prestaron en el istmo de Tehuantepec después de que el sismo del 19 de septiembre de 2017 causara el colapso de los servicios de salud en esta región oaxaqueña.
La ayuda en materia sanitaria que Cuba ha prestado al mundo durante la crisis actual no se limita al envío de médicos, sino que incluye también uno de los fármacos más prometedores en la atención de los pacientes con cuadros graves de la enfermedad, el Interferón alfa 2B recombinante. Desde inicios de febrero pasado, en este espacio se consignó el éxito que dicho medicamento, desarrollado por la biotecnológica de la isla, tuvo en el combate contra el coronavirus en China, donde se produce gracias a la colaboración binacional. Como se dijo entonces, la Comisión Nacional de Salud de China eligió este antiviral debido a su potencial curativo, probado con éxito en el tratamiento de VIH, las hepatitis de tipo B y C, la papilomatosis respiratoria recurrente, el condiloma acuminado, además de distintos tipos de cáncer.
Hay una aparente paradoja en que un país asediado por el más brutal bloqueo económico y político a lo largo de seis décadas sea un ejemplo no sólo de éxito en su propio combate contra la pandemia –hasta ayer, Cuba registraba apenas mil 908 contagios y 80 fallecimientos–, sino de la solidaridad y la cooperación globales de cuya ausencia han hecho gala muchos de los estados que se presentan a sí mismos como líderes de la comunidad internacional. Sin embargo, tal paradoja no es tal si se considera, en primer lugar, que desde sus inicios la Revolución cubana apostó su futuro al desarrollo del más valioso de los bienes con los que cuenta cualquier nación: las capacidades intelectuales y humanas de sus ciudadanos. En segunda instancia, el rol de la isla en la coyuntura actual debe explicarse por el espíritu de fraternidad que la Revolución promueve como antídoto a la competencia salvaje en la cual se basan las sociedades capitalistas de las que el pueblo cubano busca diferenciarse.
Esta doble apuesta por el conocimiento y la solidaridad le ha permitido a Cuba cosechar éxitos significativos en el campo de la salud, como ser el primer país en eliminar la transmisión de la sífilis y el VIH de madre a hijo, aplicar terapias con células madre, tener una de las tasas de mortalidad infantil más ba-jas del mundo, contar con una esperanza de vida comparable a la de las naciones más ricas y, en conjunto, haber desarrollado un sistema de salud reconocido como un modelo a seguir a escala mundial. Todo ello, mientras enfrenta el cerco inhumano con que Washington se empeña en forzar un cambio en el sistema político bajo el que los cubanos han decidido regirse.

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