COVID-19 y el clima
Fuentes: Rebelión
Desde la ONU, Ginebra, Suiza
El planeta sigue transpirando. Las temperaturas
globales se disparan, a pesar del leve respiro que, paradójicamente, le da el
COVID-19 con su corolario de contracción económica y reducción del transporte.
Los próximos e imprevistos desastres naturales seguirán tocando a la puerta de
la Tierra, aunque el coronavirus buscará desplazarlos del primer plano
mediático.
Las emisiones de gases de efecto invernadero, como el
C02, responsables principales del deterioro climático, se redujeron
drásticamente durante la actual crisis. Por ejemplo, en China, principal emisor
del mundo, se estima que las mismas bajaron en torno de un 25 %.
“Suspiro” en sala de emergencia
Sin embargo, descenso momentáneo no implica solución
estratégica. Y hacia allí apunta Greenpeace, cuando afirma en su estudio
de abril del año en curso que “pese a la reducción de las emisiones en algunos
sectores como el transporte y el eléctrico, la concentración de CO2 en la atmósfera
no baja, sino que sigue aumentando. Consecuentemente la crisis sanitaria no
está contribuyendo a paliar la otra gran crisis que enfrenta el mundo: el
cambio climático” (https://es.greenpeace.org/es/noticias/la-concentracion-de-co2-sigue-creciendo-a-pesar-de-la-crisis-sanitaria-causada-por-el-covid-19/)
La ONG internacional sistematiza algunas estimaciones sobre
la reducción transitoria a raíz de la crisis. Y afirma que Alemania podría
emitir entre 50 y 120 millones de toneladas menos de CO2 este año por la enorme
bajada en la demanda de electricidad. En la ciudad de Nueva York se estima una
caída del 5-10% de las emisiones de CO2 y una caída sólida en el metano.
Carbon Brief,
referencia en el tema, sostiene que esa reducción podría ser de un 5% con
respecto a 2019 (https://www.carbonbrief.org/analysis-coronavirus-set-to-cause-largest-ever-annual-fall-in-co2-emissions). Y
sostiene que dicho descenso va a ser el más importante de la historia, desde que
se realizan inventarios. Será más significativo que las caídas de CO2
registradas, en orden descendente, durante la recesión del 1991-1992; la crisis
energética del 1980-81; la Gripe Española de 1918-1919; y la crisis financiera
del 2008-2009.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) constata que
la demanda de petróleo de este año ha caído por primera vez desde 2009. Una reducción
de cerca de 90.000 barriles de petróleo/día respecto a 2019, debido a la
profunda contracción del consumo en China y a las suspensiones en los viajes y
el comercio mundiales. Los datos más recientes indican que la demanda de
petróleo se desplomó un 25%. Para visualizarlo con una imagen, esa caída sería
como si toda Norteamérica (EEUU, Canadá y México) dejasen de consumir ese
combustible de golpe.
Cada vez peor
Los últimos cinco años, según el balance de diferentes
organizaciones internacionales especializadas, han sido dramáticos para el
clima. A pesar de los gritos crecientes de nuevos actores sociales que ganaron
asidua y activamente las calles, las cifras son categóricas.
Desde los años 80 cada década ha sido más cálida que la
anterior. La concentración del CO2, en el último quinquenio resultó un 18%
mayor que en el anterior. El año pasado se registraron los valores más elevados
en cuanto a contenido calorífico en los 700 metros superiores de los océanos,
amenazando significativamente la vida marina y los ecosistemas.
Las olas de calor golpearon entre 2015-2019 a todos los
continentes sin distinción. Y fueron una de las causas principales de los
incendios forestales sin precedentes, no solo en la selva amazónica, sino en
Australia, América del Norte y Europa.
En cuanto a la repercusión directa en la especie humana, cerca
un tercio de la población mundial vive en zonas con temperaturas potencialmente
mortales, al menos 20 días por año, debido a las enfermedades propias de ese
clima excesivo. La sequía multiplicó la inseguridad alimentaria en numerosas
regiones del globo, en particular en África, en tanto los ciclones tropicales
repetidos produjeron pérdidas incalculables.
Las lluvias intensas y desbocadas, facilitan la aparición
de brotes epidémicos. Allí donde el cólera es ya endémico, 1300 millones de
personas corren el riesgo de contraer la enfermedad.
50 años de “poco o nada”
Hace exactamente medio siglo, se “celebró” por primera
vez el Día de la Tierra. Entonces, los expertos comenzaron a alertar sobre las
consecuencias irreparables para la humanidad producto del calentamiento global.
El diagnóstico de entonces no era errado. Según datos de
la Organización Meteorológica Mundial, la concentración de CO2 es actualmente
un 26% mayor que las marcas de 50 años atrás. La temperatura aumentó en igual
período un 0,86°C y ya supera holgadamente en 1,1°C la de la era preindustrial.
Y la tendencia sigue en ascenso. La misma agencia de la ONU calcula saltos
significativos hasta 2024, en particular en las regiones de altas latitudes y
zonas terrestres, siendo más lento en los océanos, en particular el Atlántico
Norte y el Austral. (https://public.wmo.int/es/media/comunicados-de-prensa/el-d%C3%ADa-de-la-tierra-hace-hincapi%C3%A9-en-la-acci%C3%B3n-clim%C3%A1tica)
Desafíos monumentales
En tanto la pandemia produjo un cimbronazo mundial sin precedentes
desde la 2da Guerra Mundial, pero con impacto a corto y mediano plazo, la lucha
contra el calentamiento apuesta a la estrategia misma de sobrevivencia de la
humanidad.
“Se debe actuar
con decisión para proteger el planeta tanto del coronavirus como de la amenaza
existencial del cambio climático”, declaró recientemente Petteri Talas,
director de la Organización Meteorológica Mundial. Agregando que “debemos aplanar la curva tanto
de la pandemia como del cambio climático…Tenemos que actuar juntos en interés de
la salud y la prosperidad de la humanidad, no solo durante las próximas semanas
y meses, sino pensando en muchas generaciones futuras”.
Si se quiere controlar la pandemia climática, se
debería asegurar – lo que parece ya casi imposible- una disminución de las
emisiones globales de carbono de 7,6% para fines del año en curso. Y mantener ese
porcentaje de reducción anual durante la próxima década para mantener el calentamiento
global por debajo del 1,5°C a fines del siglo, según las previsiones del
Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
Visión compartida, al menos retóricamente, por el
Secretario General de las Naciones Unidas. En su mensaje por el Día Internacional
de la Madre Tierra, el pasado 22 de abril, Antonio Guterres insistió en que “las
perturbaciones del clima se están acercando a un punto de no retorno”. Y
definió seis principios para que la recuperación económica y financiera
postcrisis se impulse en el marco de una nueva conciencia de protección del
medioambiente. “La recuperación debe ir acompañada de la creación de nuevos
trabajos y empresas mediante una transición limpia y ecológica …la artillería
fiscal debe impulsar el paso de la economía gris a la verde y aumentar la
resiliencia de las sociedades y las personas” (https://www.un.org/es/observances/earth-day/message)
Greenpeace, por su parte, en el estudio de abril,
considera que, “aunque las reducciones puntuales en las emisiones no van a
paliar la crisis climática, sí deberían servir para iniciar los cambios
profundos y necesarios para reducir las emisiones a cero”. Sostiene que este
punto de inflexión puede y debe ser un motor de la recuperación económica y ser
la base de la prosperidad a largo plazo. Y llama a que los Gobiernos abandonen
las subvenciones a los combustibles fósiles al mismo tiempo que el apoyo a las
inversiones públicas se destinen a actividades productivas que garanticen la
sostenibilidad del planeta.
Recuperar la calle
La pandemia y las restricciones de movilización y
concentración humana frenaron en seco, por algunas semanas, la protesta ciudadana
a nivel planetario. La misma estaba en ascenso en muchos países cuando se
desató el COVID-19.
Esa cuarentena de calle golpeó particularmente a las movilizaciones
juveniles en defensa del clima, principales protagonistas sociales durante todo
2019, en todo caso en Europa. Y hoy, una de las *víctimas* indirectas de la
pandemia.
Las organizaciones nucleadas en torno la Huelga
Climática, que marcaron la dinámica social en Suiza en los últimos dos años,
se vieron obligadas a renunciar, por ejemplo, a la gran jornada de acción que había
sido originalmente convocada para el pasado viernes 15 de mayo. Que había
logrado consensuar las fuerzas juveniles medioambientales y las principales organizaciones
sindicales. Y que se proponía crear un hecho político de la dimensión de la Huelga
de Mujeres, del 14 de junio del 2019, cuando se movilizaron en todo el país medio
millón de participantes.
Cuando la lenta reapertura comienza a transitarse en una
buena parte del planeta, la pregunta de fondo es doble. ¿Logrará imponerse una
nueva racionalidad productiva que sea ecológicamente sustentable? Y,
adicionalmente, ¿conseguirán las organizaciones sociales -especialmente juveniles-
a favor del clima recuperar la energía de un año antes o sufrirán el impacto del
lockdown impuesto por los gobiernos para evitar la propagación de la
pandemia?
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