Por
Fuentes: Rebelión
La pandemia ya provocó en América Latina un drama mayúsculo en tres
países (Brasil, Ecuador y Perú) y escenarios de gran peligro en otro
grupo de naciones. El cuadro de situación cambia día a día y nadie sabe
cuál será el impacto final de la infección. Hasta ahora el porcentual de
fallecidos es inferior a Europa y Estados Unidos, pero la oleada de
contagios no alcanzó su pico[i].
Como el coronavirus
llegó más tarde, todos los gobiernos tuvieron cierto tiempo para implementar el
distanciamiento social requerido para aplanar la curva de contagios. Esa medida
fue rechazada o adoptada en forma tardía por los países que concentran el
grueso de las víctimas[ii].
VARIANTES DEL NEGACIONISMO
Bolsonaro es el
responsable de una tasa explosiva de infectados y un ritmo desgarrador de
muertes. Los contendores sustituyen a las morgues, las fosas comunes reemplazan
a los cementerios y los aviones transportan ataúdes. En algunos sanatorios rige
un protocolo para definir quién será sacrificado en la asignación de los
escasos respiradores.
Este
dantesco escenario es un efecto directo de la ausencia de prevención. Las
escasas medidas de protección sanitaria fueron instrumentadas en forma caótica
por los gobernadores. Bolsonaro mantiene la política criminal que Trump y
Johnson debieron abandonar. Prioriza los negocios a la vida humana y minimiza
la “gripecita”, mientras propicia actividades masivas e incentiva el
funcionamiento corriente de la economía. Actúa como un psicópata en la
presidencia que sonríe durante los paseos acuáticos, en medio del luto nacional
imperante por el récord de 10.000 muertos.
Ecuador ha sido
testigo de una crueldad equivalente. Guayaquil concentra el mayor número de
casos per cápita de la región, con fallecidos recogidos en sus domicilios sin
ninguna atención hospitalaria. Muchos cadáveres permanecieron en las calles
hasta que la alcaldía habilitó una fosa común. Ni siquiera funcionaron los
crematorios que cobran altas sumas por la recepción de los cuerpos. Lenin
Moreno oculta la magnitud de las víctimas fatales y compite con Bolsonaro en su
indiferencia ante la muerte.
En
Perú el torrente de fallecidos aumenta en forma vertiginosa, a pesar de los
controles y la inversión en reactivos. La incapacidad para implementar el distanciamiento
social ha confirmado el rol insuficiente de los testeos. Un sistema sanitario
desmantelado por años de maltrato neoliberal ha quedado desbordado por la masa
de los contagiados.
Otras variantes negacionistas
han descollado en el plano retórico. El ministro de salud de Chile convocó a
desconocer las cuarentenas y su par de Bolivia se opuso a las campañas de
prevención. Los gobiernos derechistas -que finalmente implementaron en forma
parcial el confinamiento bajo la presión de las provincias o los municipios-
intentan relajar o anular esa restricción. Colombia es un ejemplo de esa
aplicación a regañadientes y en cuentagotas de la cuarentena.
El alto número de testeos
y la baja mortalidad inicial en Chile contrastan con la gran aceleración de los
contagios y el potencial desborde del sistema hospitalario. Piñera no puede
desentenderse como Bolsonaro de la pandemia. Bajo el impacto de una gran rebelión
popular debe simular preocupación por el avance de la infección.
OTRAS RESPUESTAS
Varios gobiernos de
la región adoptaron medidas de protección sanitaria. En Argentina se introdujo
una cuarentena muy estricta y temprana para preparar los circuitos sanitarios,
bajo un inédito comando de los epidemiólogos. Estas medidas han permitido
controlar hasta ahora la tasa de contagios, el número de fallecidos y las camas
disponibles. En estos tres indicadores se verifica una abismal distancia con
las cifras de Brasil, Ecuador o Perú.
Pero el peligro
persiste en las zonas más vulnerables de los suburbios, las cárceles y los geriátricos.
Además, la proporción de personal de salud infectado se ubica en un tope
internacional y el número de testeos es muy bajo.
Cuba
ofrece otro modelo de protección, basado en un sólido sistema sanitario. La
población está preparada para lidiar con catástrofes periódicas (como los huracanes)
y afronta la pandemia con una cuarentena parcial y normas específicas de
atención de la enorme población adulta.
El sistema de salud
público e igualitario de la isla permite ajustar los dispositivos, en un
escenario económico muy deteriorado por el desplome del turismo y la retracción
de las divisas. Estos logros son silenciados por los grandes medios de
comunicación, que siempre elogian algún caso significativo (ahora Costa Rica)
para ignorar los méritos de Cuba.
También llama la atención
la rápida reacción del gobierno venezolano frente a la pandemia, en un contexto
económico-social durísimo. Se ha logrado mantener aplanada la curva de
contagios, mediante un método de control domiciliario y telefónico. El gobierno
utiliza la gran estructura de organismos populares (misiones, CLAPS) y el
asesoramiento médico cubano. Ha conseguido un alivio, en el dramático escenario
del bloqueo, la agresión externa, la dolarización informal de los altos
ingresos y la asistencia social al grueso de la población. El país bombea un
tercio del petróleo extraído en el pasado, en un marco de virulenta
desvalorización de su principal producto de exportación.
En México la tasa
de contagios y fallecidos se intensifica en un marco contradictorio. Las
confusas declaraciones presidenciales al comienzo de la pandemia fueron seguidas
por medidas de cuidado y vigilancia epidemiológica, pero sin cuarentena
general. Se puso en práctica un sistema de testeo, alerta temprana y centralización
del sistema sanitario. El gobierno explicita sus críticas a la destrucción
neoliberal de la salud pública y a la mercantilización de un sistema que
desatendió las enfermedades crónicas.
Existe además un
foco de potencial contagio en las maquilas, que si no es contenido podría convertir
a las ciudades fronterizas en la Lombardía de México. La decisión de proteger
la vida de los operarios será puesta a prueba, frente a la presión
estadounidense para forzar un retorno anticipado al trabajo en ese sector.
Nicaragua
plantea un enigma. Allí no rige la cuarentena, ni los barbijos, ni los testeos.
Tampoco se han aplicado políticas de distanciamiento social. El gobierno
convoca a concentraciones masivas, propicia las actividades festivas y mantiene
abiertas las fronteras. Además, un presidente ausente propone la lectura de la Biblia
para lidiar con la pandemia, omitiendo todas las recomendaciones de los
epidemiólogos. En ese escenario el número oficial de fallecidos es
llamativamente bajo. Seguramente se podrá dilucidar en poco tiempo esa
anomalía.
Muchos factores
inciden en los distintos casos en la evolución general de la infección, pero
las políticas de abandono o protección de la salud agravan o atenúan los
contagios. La conducta de cada gobierno es determinante de esas consecuencias.
INDEFENSIÓN POR LA DEPENDENCIA
Como la demografía
determina cursos muy variados hay que ser cuidadoso en las comparaciones con
otras regiones. Al igual que en Medio Oriente o África, no se sabe aún si en
América Latina la oleada más fuerte de coronavirus se ha demorado o pasará de
largo.
La misma cautela se
impone en los contrastes entre países. La desconexión con el exterior o las
dificultades del transporte interno (resultantes del propio subdesarrollo)
suelen actuar como barreras al movimiento de las personas infectadas. Algunos
especialistas consideran, además, que la preexistencia de otras epidemias puede
contrarrestar la expansión de las nuevas.
Lo único seguro es
el atroz efecto de la pandemia, si alcanza en América Latina la magnitud
observada en el hemisferio norte. La elevada urbanización de la región es sinónimo
de pobreza, subalimentación y viviendas
sin agua corriente. El hacinamiento y la dificultad para lavarse las manos
impiden cumplir los requisitos básicos del distanciamiento social. En tres
áreas críticas de la cuarentena -geriátricos, cárceles y femicidos- ya hay
anticipos explosivos. La emergencia sanitaria empalma, además, con otras
infecciones de gran impacto como el dengue.
El desamparo de
América Latina salta a la vista en la magnitud de la brecha sanitaria. La inversión
per cápita en salud no llega al 10% del gasto promedio en las economías
avanzadas. Mientras que la OMS recomienda destinar el 6 % del PBI a la atención
sanitaria, lamedia regional se
ubica en 2,2 %. Las 8 camas de hospital por cada mil habitantes que propicia el
organismo oscilan entre 0,3 y 2,2 en el país más poblado (Brasil)[iii].
Estas carencias de
larga data fueron agravadas por el desmantelamiento neoliberal de la salud
pública. El abandono del principio de universalidad ha derivado en estructuras privadas
de calidad para una minoría, en medio del generalizado colapso del sector
público.
El
deterioro en ese ámbito es monumental. No sólo faltan camas y respiradores para
la emergencia, sino que los propios testeos han sido muy reducidos. Todos los
países afrontan dificultades para importar los buscados reactivos, que los estados
solventan luego de un ensayo de comercialización privada a altísimos precios[iv].
La indefensión
latinoamericana frente a la pandemia es un resultado de varias décadas de
neoliberalismo, precedidas de una larga trayectoria de capitalismo dependiente.
Esa condición impide erigir diques efectivos contra el contagio. La misma
fragilidad se ha verificado frente a otras calamidades naturales. Cada
terremoto, inundación o sequía provoca desastres humanitarios, en una región
que ingresó al mercado mundial bajo la sombra de una infección mortal. La
viruela introducida por los conquistadores europeos diezmó en muchas zonas al
70% de la población originaria.
El
coronavirus ha puesto de relieve no sólo el inconmensurable desamparo que
prevalece en comparación a las economías centrales. El contraste es también
significativo con los países asiáticos. Se ha verificado una distancia sideral
con Corea o Singapur en el manejo de reactivos, respiradores, hospitales o mecanismos
informáticos de seguimiento de los contagiados. La pandemia ha retratado en
forma dramática, el lugar que actualmente ocupa cada país en la división global
del trabajo.
La propia geografía
del virus confirma esas diferencias. La infección irrumpió en Asia que opera
como el taller del mundo y concentra todas las tensiones contemporáneas de la
urbanización, la globalización y la industrialización agropecuaria. América
Latina ha sido receptora de los contagios, en su condición de región agobiada
por la desposesión, el extractivismo y el drenaje de la renta. Soporta una
calamidad externa y exhibe poca capacidad para lidiar con esa adversidad.
OTRA ESCALA DE LA CRISIS
Los pronósticos de
derrumbe económico regional son aterradores. La CEPAL ya había modificado su
previsión de una leve mejora del PBI en el 2020 (1,3%) a una contracción (1,8%)
y ahora proyecta un desplome del 5,3%. Estimaciones muy semejantes de la
debacle difunden el Banco Mundial (4,6%) y el FMI (5,2%)[v].
Esas cifras son
equivalentes al derrumbe padecido durante la depresión de 1930 (5%) o en la
Primera Guerra Mundial (4,9%). La magnitud de la regresión se verifica también
en la comparación con la caída del 2009 (2%).
La
gravedad de la crisis deriva de cuatro adversidades convergentes. Los precios
de las materias primas se desploman, China frenará las compras de productos
básicos, habrá escasez de divisas por la retracción conjunta del turismo y las remesas
y el deterioro de las cadenas globales de valor afectará al enlace
centroamericano.
El
efecto social de esa tormenta ya se vislumbra en la previsible destrucción de 31
millones de empleos. La pesadilla de la pandemia para los trabajadores
informales persistirá por la creciente pobreza que sucederá al aislamiento.
Una diferencia significativa
con la crisis del 2009 es la abrupta reducción de la capacidad de endeudamiento
regional. Todos los países cargan con los efectos del significativo incremento
de la deuda pública, que en la última década saltó del 40% al 62%.del PBI. El
costo relativo de la financiación se acentúa y circulan numerosas previsiones
de un default generalizado.
Argentina afronta
esa potencial cesación de pagos desde el año pasado. Ha forzado la prórroga de
todos los vencimientos en moneda local, intenta postergar obligaciones con su
principal acreedor (FMI) y discute con los acreedores privados un canje de
títulos con quitas y exenciones en las erogaciones inmediatas.
La quiebra de las finanzas
ecuatorianas es muy semejante. Su economía sobrevive con el respirador que
administran los acreedores, mediante un continuado pago de intereses para
refinanciar los vencimientos, que agiganta el pasivo y contrae las reservas.
En otros países
predomina el efímero alivio generado por la renovación del endeudamiento. Pero
la crisis actual ha desatado una acelerada emigración de capitales, que vacía
por una ventanilla las divisas ingresadas por otros circuitos. Varias economías
latinoamericanas forman parte del pelotón de los emergentes que sufre esa
dramática salida de fondos. Ese drenaje en el mundo ya alcanzó un monto que
quintuplica las expatriaciones registradas en el 2009 (100.000 millones de
dólares).
Ese turbulento
contexto explica el creciente clamor por la condonación de la deuda
latinoamericana. La petición no se limita al Papa Francisco y a un espectro de
economistas consagrados. El propio FMI afloja el financiamiento general,
anticipando una eventual escalada de cesaciones de pagos. La moratoria que dispuso el G 20 para los
76 países ultra-empobrecidos es
irrisoria, pero expresa el mismo temor.
Tal como ocurre a
escala global, el coronavirus detonó en América Latina una crisis precedente.
Los últimos siete años de bajo crecimiento anticiparon la presencia de otra
década perdida y la pandemia ha precipitado la eclosión de los desequilibrios
acumulados en varios frentes. En las finanzas impera una asfixia de pagos, en
el comercio aumenta el desbalance, en la producción se confirman las carencias
para proveer insumos sanitarios y todos los mercados internos sufren agudas
contracciones. El coronavirus ha desencadenado otra típica crisis del
capitalismo dependiente.
AGRESIONES Y RESCATES
Las
clases capitalistas utilizan la pandemia para multiplicar sus agresiones contra
los trabajadores. Cuentan con el sostén explícito de los gobiernos derechistas
y aprovechan la pasividad de los mandatarios de otro signo.
En
Brasil se han dispuesto suspensiones, reducciones de salarios y anulaciones de
contratos. En Perú se autorizan licenciamientos sin compensaciones y en Ecuador
despunta una mayor flexibilización laboral con despidos en la administración pública.
En Chile resucitaron una ley que desprotege a los asalariados y en Costa Rica
se concertaron acuerdos para reducir el salario a la mitad. En Panamá el
gobierno habilitó a los empleadores para cancelar los contratos laborales
vigentes.
Algunos
cínicos neoliberales afirman que esa contracción de los ingresos populares
proveerá al fisco el dinero requerido para los gastos en salud. Recurren a
cálculos arbitrarios para describir cómo la ausencia de austeridad estatal
privó a los países de esos recursos[vi].
Con ese razonamiento
contra-fáctico divulgan estimaciones que no resisten la menor evaluación. Nadie
sabe lo que hubiera ocurrido con otro manejo del gasto público, pero salta a la
vista que el fanatismo neoliberal demolió un hospital tras otro.
En
el campo opuesto los gobiernos enemistados con la derecha han intentado una
gestión más equilibrada, disponiendo limitaciones a los atropellos
capitalistas. En Argentina se anunció la prohibición de los despidos, pero sin
ninguna acción para impedir las cesantías. En los hechos ha imperado la
convalidación oficial de la pérdida de empleos o el apañamiento de las empresas
que desacatan las normas. El chantaje patronal ya forzó un duro compromiso de
reducción de los haberes.
Como ya ocurrió en
todas las crisis precedentes ha reaparecido el protagonismo de los estados en
el sostén de la economía. Frente a ese dato los neoliberales cajonean sus
doctrinas de inutilidad del sector público o invariable reinado del mercado.
El socorro estatal
en América Latina es muy inferior al prevaleciente en las economías centrales.
Una estimación destaca que los auxilios fiscales promedian el 10% del PBI en Estados
Unidos, el 14,5% en Alemania y casi el 20% en Japón. Pero sólo oscilan entre el
0,7% y el 3,5% en Argentina, Brasil y México[vii].
Otro cálculo considera que los paquetes dispuestos en los países metropolitanos
rondan el 16,3% del PBI y apenas el 4,1% en América Latina[viii].
En el marco de esa brecha
la magnitud de los auxilios nacionales es muy variada. Chile, Perú o Colombia
habrían lanzado planes más ambiciosos que Argentina, Bolivia o Ecuador, pero
las cifras en danza son muy controvertidas. Las mediciones del programa fiscal
argentino, por ejemplo, oscilan entre el 1% al 7% del PBI, confirmando que sólo
dentro de algún tiempo se podrá contar con evaluaciones más nítidas.
Mucho
más cristalina es la interpretación cualitativa del destino de los rescates.
Todos los planes socorren a cuatro actores: los empresarios, los asalariados,
la clase media y los precarizados. El sostén de las firmas se consuma a través
de los bancos, que intermedian en la implementación de los auxilios estatales.
Esa mediación introduce un filtro de calificación de los subsidios que
obstruye, demora e incluso bloquea la llegada del crédito público. Los bancos
están acostumbrados al negocio financiero de corto plazo (especialmente con
títulos públicos) y no asumen riesgos en la emergencia actual.
A
fin de evitar el cierre o la quiebra de las firmas, el estado se hace cargo
también del pago parcial de los salarios, en función del tamaño y el grado de
afectación de las empresas por la cuarentena. Para la clase media se han
dispuesto alivios de erogaciones (alquileres, hipotecas, servicios) y créditos
a bajas tasas de interés. Los planes asistenciales se han multiplicado, para
proveer algún recurso a los pauperizados que perdieron abruptamente sus
ingresos.
Pero aún se
desconoce cómo se distribuyen los montos en circulación entre los cuatro
destinos en juego. No se sabe qué porcentual subvenciona directamente a los
capitalistas y qué porción recibe la población. No hay muchos estudios precisos
sobre esa decisiva distinción. Una primera evaluación comparativa -que
diferencia recursos con o sin contraprestación (deudas versus ayudas sociales)-
estima que el plan argentino ofrece menos socorros a los empresarios que su
contraparte brasileña. Pero ensaya una estimación muy provisional[ix].
En países como
México -que arrastran la traumática experiencia de paquetes fiscales que
enriquecieron a los capitalistas (Fobaproa-1995)- existe especial preocupación por evitar la repetición de
esa estafa.
Otro problema a
dirimir es el financiamiento de los rescates. Como en todos los países el freno
de la economía ha desplomado la recaudación, se discute acaloradamente el
sostén de los nuevos paquetes con emisión, endeudamiento o impuestos. Los
neoliberales convocan a tomar préstamos, resaltando las bajas tasas de interés
imperantes en el mundo. Perú, Colombia y Brasil ya optaron por ese camino. Pero
son evidentes los enormes riesgos de esa captación crediticia en plena fuga de
capitales.
En países como
Argentina -que tienen cerrado el acceso al crédito internacional- se debate
otra alternativa: un impuesto a las grandes fortunas. Ese tributo permitiría
obtener los fondos requeridos para la emergencia (3800 millones de dólares),
mediante una afectación mínima del patrimonio de 15 mil acaudalados.
La iniciativa ha
desatado una feroz campaña de oposición derechista, que denuncia el carácter
“inconstitucional”, “inédito” y “gravoso” de un tributo que cuenta con
incontables antecedentes locales e internacionales. La pandemia no conmueve a
los millonarios que privilegian sus fortunas al drama de la población.
Ese impuesto no
representa ninguna carga significativa para los dueños de Argentina, que
tributan muy poco y evaden cifras monumentales. Suelen ocultan en el exterior
las tres cuartas partes de sus patrimonios por sumas equivalentes a todo el PBI
del país.
Los poderosos
exaltan el modelo chileno de donaciones. Ponderan el gesto filantrópico del
principal grupo empresario (Luksic) que donó un millón de mascarillas. Suponen
que esa insignificante migaja bastará para enmascarar la permisividad
impositiva, ante las 119 familias que en ese país detentan fortunas superiores
a cien millones de dólares.
EL
SENTIDO DE LOS AUXILIOS
Los gobiernos han
repetido la misma receta de intervención del 2009. En las economías centrales,
esa política de generación de liquidez (quantitave
easing) permitió salvar a los bancos de un inminente quebranto. Luego de
proteger la gestación de ganancias privadas, los estados generalizaron la socialización
de las pérdidas a través del gasto público. El mismo rescate en la actualidad
involucra en mayor medida a las empresas y a la población que a los bancos.
La pandemia impone
una paralización productiva que contrae los ingresos corrientes y desencadena cortocircuitos
en las cadenas de pagos. Los estados intentan contener con subvenciones la
bancarrota que sucedería a ese freno del nivel de actividad. Pero el socorro
presenta más parecidos con las políticas contra-cíclicas de entre-guerra, que
con el sostén de los bancos durante el 2008-09.
Muchos analistas
destacan las analogías actuales con la economía de guerra. La similitud se
verifica en la ruptura del circuito económico, la fuerte presencia de los
ministerios y el direccionamiento del gasto. Pero la gran diferencia radica en
la ausencia de un propósito destructivo. En las conflagraciones se demuelen
recursos productivos y humanos y en la pandemia se intenta resguardarlos.
En lugar de
organizar bombardeos, asaltos y capturas se busca descubrir una vacuna que
neutralice la infección. Las empresas privilegiadas son laboratorios y no
contratistas de pertrechos. Por esas razones, la crisis en curso genera
desvalorizaciones masivas de capitales (valor de cambio), pero no
necesariamente destrucciones físicas de las empresas (valor de uso).
En la crisis actual
los estados intervienen regulando la oferta. La enorme suma de fondos inyectada
en la economía no tiene contrapartida en depósitos, reservas o activos de la
misma envergadura. Esos montos representan un adelanto de los impuestos
futuros. Expresan lo que el sector público recaudaría a partir de las
ganancias, rentas y salarios surgidos de esa recuperación.
De esas tres
fuentes emergería la compensación de la monumental erogación actual. Ese
adelanto presupone que la reactivación futura permitirá reingresar los fondos
ya anticipados por la Tesorería. Pero si esa recuperación no se concreta en el
lapso esperado, la marea de desvalorizaciones impactará sobre los créditos y
las monedas emitidos por los estados.
Esta
conceptualización del rescate permite contextualizar el debate en curso entre
monetaristas y heterodoxos, sobre los peligros inflacionarios de la emisión
actual. Lo ocurrido en el 2009 ya ilustró cómo opera una enorme expansión de la
liquidez sin consecuencias inflacionarias. Esa experiencia podría extenderse al
inminente marco de fuerte recesión y consiguiente presión deflacionaria.
La
traslación de esos parámetros a América Latina no es automática y las
consecuencias inflacionarias serían muy distintas para países que soportan
(Argentina, Venezuela) o no padecen esa tensión (Brasil, Chile). Pero en todos
los casos, el impacto del enorme gasto público sobre los precios está
momentáneamente compensado por la gravedad de la depresión en ciernes.
Por esta razón la
heterodoxia refuta acertadamente los fantasmas inflacionarios, que el
monetarismo despliega para exigir ajustes. Este debate es muy semejante en
Argentina, Brasil y México. Pero también es cierto que la eficacia
contra-cíclica del gasto público estará condicionada por la duración e
intensidad de la recesión.
El
trasfondo de esos debates es el modelo económico en gestación para el escenario
pos-pandemia. Los neoliberales trabajan para perfeccionar el esquema de
apertura comercial, flexibilización laboral y privatizaciones, con algunos
ingredientes de mayor estatismo. El neo-desarrollismo conservador propicia
correcciones al mismo curso, mediante regulaciones comerciales y financieras.
El social-desarrollismo alienta en cambio un giro radical basado en la
redistribución del ingreso. La factibilidad de cada opción dependerá del
resultado de grandes conflictos políticos que se avecinan.
SEGUNDA
PARTE
La pandemia reordena el contexto regional de
los gobiernos reaccionarios, progresistas y radicales. También modifica el
marco de las rebeliones populares que desafían la restauración conservadora.
Todos
los mandatarios derechistas utilizan la cuarentena para militarizar sus
gestiones. Han generalizado el estado de excepción y el protagonismo de las fuerzas
armadas. En Colombia hay toque de queda y asesinatos de líderes sociales en sus
propios hogares. En Perú se instauró una ley de gatillo fácil, que exime a los
gendarmes de responsabilidades en el uso de sus armas. Pueden vulnerar con
total impunidad el principio de proporcionalidad en sus respuestas represivas.
En Chile se ha
postergado el plebiscito y aumenta el uso de un garrote, que ya provocó 45 asesinatos,
centenares de heridos, miles de detenidos y 545 casos de pérdida parcial o
total de la visión. También en Bolivia se pospusieron las elecciones e impera
un gobierno pro-dictatorial, que intenta impedir con las botas el retorno de
Evo. En Ecuador rige la misma brutalidad y una descarada manipulación de la
justicia contra los opositores. En El Salvador el autoritarismo sanitario ha
coronado la irrupción de los soldados en el parlamento y en Guatemala la
cuarentena funciona en contubernio con el crimen organizado.
EL DESCARO NEOLIBERAL
Los derechistas
despliegan todos los argumentos del negacionismo. Suelen exigir el fin de
cualquier cuarentena subrayando su efecto demoledor sobre la economía. Con
sorpresiva preocupación por los humildes, describen cómo las reglas sanitarias
frenan el nivel de actividad afectando a los pobres. Pero omiten que la ausencia
de esa paralización convertiría a los desamparados en las principales víctimas
de la infección. Lo ocurrido en Europa y Estados Unidos ha corroborado ese
impacto social diferenciado del coronavirus.
Los
voceros del capital también señalan que la región carece de recursos, para
implementar el freno de la economía que dispusieron algunos países de Europa[x].
Pero registrando justamente esa limitación, los gobiernos que protegen la salud
pública han impulsado un aislamiento social más estricto.
La contraposición
entre salud y economía que difunden los derechistas es totalmente falsa. Frente
a una pandemia los cursos de resguardo deben ser definidos por los
sanitaristas. A los economistas sólo les corresponde evaluar opciones de
cumplimiento de esas reglas. No existe una pugna de primacías entre ambas
disciplinas.
En
el caso de Argentina, muchos exponentes del gran empresariado valoran la
centralidad oficial asignada a los epidemiólogos, pero cuestionan la falta de
una presencia equivalente de los economistas. Ignoran que el consenso entre los
sanitaristas para actuar en una pandemia, no se extiende a convergencias
similares en el manejo de las crisis sociales. En este terreno hay visiones
invariablemente contrapuestas, para dirimir cómo se reparten los costos de las
medidas adoptadas para contener la infección.
Los negacionistas
encubiertos levantan la voz contra el autoritarismo y el manejo estatal discrecional
de la pandemia[xi]. Exceptúan de esta
crítica a los mandatarios neoliberales que reparten palos entre los pueblos y
apuntan su dedo acusador contra el “populismo”. Esa desventura es señalada como
la invariable causa de todas las desgracias latinoamericanas[xii].
Pero olvidan que el coronavirus se extendió especialmente en las administraciones
neoliberales, como consecuencia del resguardo de las ganancias a costa de la
salud pública. El fantasma del populismo no explica nada.
Tampoco es cierto
que la pandemia disolvió las ideologías, imponiendo la vigencia de conductas
pragmáticas entre mandatarios de distinto signo[xiii].
Si hubiera imperado esa equivalencia los resultados serían semejantes y no
contrapuestos. Es evidente que Bolsonaro y Fernández o Lenin Moreno y Díaz
Canel no transitan por el mismo sendero.
Algunos analistas
resaltan la validez de la tesis pragmática, exhibiendo encuestas de aprobación
indistinta a todos los gobiernos. Pero esos sondeos sólo aportan dudosas
fotografías del momento. Además, la manipulación de la información socava la
credibilidad de esas evaluaciones. Los grandes medios suelen desechar los
informes que contrarían sus mensajes, con el mismo descaro que impugnan las
cifras de la pandemia de los gobiernos hostilizados.
INDIFERENCIA FRENTE A LA VIDA
AJENA
Los
mensajes del neoliberalismo han asumido un inédito correlato de crueldad. El
manifiesto que suscribieron todos los próceres regionales de la reacción
sintetiza esa brutalidad[xiv].
Proclaman la primacía de la Bolsa frente a la vida humana (salvo la de ellos),
exaltando las facetas más anti-humanistas de su credo. La prometida felicidad
del consumo ahora ocupa un lugar secundario.
Esta
nueva retórica es coherente con el comportamiento de la clase capitalista
regional, que en los períodos de auge económico usufructúa de los subsidios del
estado. En las crisis también reclama esas subvenciones, pero sin aportar
ninguna contribución a la emergencia. Ese egoísmo retrata especialmente a las
burguesías locales internacionalizadas, que se han distanciado por completo de
sus precedentes nacionales.
La actitud adoptada
por Techint ilustra esa conducta. Se transformó en la primera fortuna de
Argentina lucrando con subsidios, privatizaciones y contratos y no dudó en
disponer el masivo despido de operarios en medio de la cuarentena. Chantajeó a
los trabajadores y al gobierno para imponer ese terrible atropello, que ha
repetido en Guatemala, Colombia, Canadá, Brasil y Japón. La empresa fue
directamente artífice del crimen social de Bérgamo, forzando la continuidad de
labores en plena expansión del coronavirus. De esa forma actúan las
multinacionales que se han autonomizado de los mercados internos, estableciendo
sedes en ignotos paraísos fiscales.
Ciertamente
la pandemia aportó una tabla de salvación a todos los gobiernos derechistas
corroídos por las protestas del año pasado. Pero recuperaron la iniciativa en
una coyuntura muy excepcional y les resultará difícil conservar el oxígeno
logrado en esta crisis.
En muchos países la
oposición ya recupera protagonismo (Ecuador, Colombia) y en otros la derecha
ensaya andanadas, sin forjar proyectos o liderazgos (Argentina). La propia
gestión de la pandemia exige un tipo de intervención estatal, ajeno al
neoliberalismo mercantil que endiosan todos los reaccionarios. El gran test del
futuro se procesa en Brasil.
LOS PERFILES DEL FASCISMO
Bolsonaro no se
detiene ante la aterradora escalada de muertes que provoca su decisión de
forzar la inmunización de la población ante el virus. Esa indiferencia retrata
un experimento atroz, que ningún gobernante del capitalismo central finalmente
se atrevió a ensayar en la práctica.
La alocada conducta
y la lunática ideología del presidente brasileño ilustran su performance
fascista. Mientras invoca a Dios y denuncia el “corona-comunismo”, tantea la
viabilidad de un golpe autoritario para disolver el Congreso. Multiplica las
provocaciones tosiendo en público y exhibe una maldad que combina los delirios
retóricos, con la agenda clásica de la derecha neoliberal.
La necro-política que
implementa frente a la pandemia es una variante la violencia fascista. Sin
recurrir a la acción paramilitar propicia la muerte de los desamparados. Pero
frente a la adversidad de los escenarios que afronta, aún está lejos de
consumar su proyecto troglodita.
Bolsonaro ha
instalado un discurso criminal pero no monopoliza el poder político. Mantiene
una base social muy insuficiente y la influencia de su camarilla sobre los
militares es una incógnita. Por estas razones cabe la posibilidad de un
amoldamiento de su gobierno al patrón conservador clásico. También puede
prevalecer su desplazamiento, si se crea una situación de ingobernabilidad.
La
salida de Moro ha ilustrado por el momento la ruptura de la coalición con el establishment
político, judicial y mediático. No se sabe si el ejército arbitra, tutela o
depende de Bolsonaro. Las fuerzas armadas comparten su estratégica alianza con
Trump y lucran con todas las prebendas corporativas que ha introducido el
desequilibrado ex capitán.
Algunos analistas
estiman que Bolsonaro afianza su predominio, forzando renuncias, desafiando el impeachment y negociando con militares,
que a diferencia del pasado carecen de un proyecto propio de gobierno. Además, se
presenta ante los poderosos como el único freno al retorno de Lula, con
capacidad para imponer en el Parlamento las leyes del ajuste[xv].
La
biblioteca opuesta resalta la inédita turbulencia política que generan las
fosas de muertos y la economía en picada. El desbocado presidente pierde
aliados y acumula un récord de denuncias para su eventual destitución[xvi].
Si esas tensiones convergen con una reactivación de las protestas por abajo, el
gran anhelo de “Fora Bolsonaro” podría convertirse en el nuevo dato de América
Latina.
VARIANTES DEL PROGRESISMO
La pandemia ha
definido parcialmente el cariz del gobierno de Fernández, al frente de una
coalición de vertientes conservadoras y progresistas del peronismo. Las
primeras medidas y las figuras incorporadas a su administración ya presagiaban
la preeminencia de los sectores centroizquierda. Ese anticipo ha sido
confirmado en el manejo de la pandemia.
El tipo de
protección sanitaria impulsado por el oficialismo expresa una visión
progresista, pero muy alejada de propósitos radicales. Por eso se gestiona el
control de la infección mediante acuerdos con el poderoso sector privado de la
medicina prepaga. Se negoció con esas empresas la continuidad del servicio sin
subir las cuotas y con cierta centralización de los recursos de las clínicas.
La
postura progresista se verifica en un discurso anti-negacionista, que choca con
la exigencia de levantar la cuarentena. Ese planteo ha contribuido a crear una
importante conciencia colectiva del peligro que entrañan los contagios. Se ha
producido una sorprendente aceptación de las restricciones, en un país reacio
al acatamiento de esas normas.
El gobierno ha
manejado las reglas del encierro hogareño sin ninguna militarización. Es cierto
que abundan las denuncias de apremios, abusos e incluso represiones de las
fuerzas de seguridad. Pero a diferencia del grueso de la región, esos actos no
se inscriben en un marco de estado de excepción o toque de queda.
El contraste con
las administraciones derechistas es notorio en varios terrenos y las
diferencias con Brasil son abismales. Nunca los dos vecinos estuvieron tan
distanciados en la gestión de una misma crisis. Ambos países recibieron los
primeros fallecimientos por coronavirus en la misma fecha y al cabo de dos
meses, la divergencia de resultados es abrumadora[xvii].
Pero la reinvención
progresista de Fernández frente al coronavirus será corroborada o desmentida,
en su conducta frente a una crisis económica de gran arrastre recesivo y potencial
cesación de pagos. Hasta ahora transitó por un sendero contradictorio. Por un
lado, propicia suspender los pagos de intereses de la deuda por tres años,
promueve medidas de control local de los precios, demanda a los bancos la
tramitación veloz de los socorros a las empresas y anticipa un impuesto a las
grandes fortunas.
Por otra parte,
mantiene el encadenamiento al FMI y al futuro endeudamiento mediante canjes de
títulos. Además, no implementa el freno efectivo de la carestía, convalida la
obstrucción bancaria de los auxilios crediticios, tolera los despidos y la
caída del salario. Habrá que ver cómo concluye la propuesta de gravar a los
acaudalados. Fernández suele decir que “prefiere un 10% más de pobres que 100
mil muertos”, pero omite en esa ecuación a los ricos. Si los penaliza con
impuestos significativos introducirá una variable que modificará el dilema
presidencial.
La comparación con
López Obrador permite evaluaciones ante otro referente de la centroizquierda
latinoamericana. AMLO también transita por un camino intermedio, que lo
enfrenta con la belicosa derecha mexicana. Pero mantiene buenas relaciones con
Trump, elogia al ejército y negocia sin pausa con la gran burguesía.
Ha comandado una
gestión más extensa que su par argentino, con magros resultados en la reducción
de la violencia y la reactivación de la economía. Sostiene además cuestionados
mega-proyectos de refinerías y transportes que afectan los tejidos sociales
comunitarios.
Frente al
coronavirus adoptó un curso de protección de la salud y ha ratificado que no
despilfarrará los recursos públicos en el rescate de los grandes capitalistas.
Pero López Obrador no evalúa la revisión de la deuda externa y tampoco la
implantación de un tributo a las grandes fortunas. Ese gravamen es tan
imprescindible en México como en Argentina, puesto que los diez principales
potentados acumulan riquezas próximas a los 125 mil millones de dólares[xviii].
En un escenario económico que no presenta la gravedad de Argentina, AMLO ha
optado por una variante más moderada del progresismo.
DEFENSA EJEMPLAR Y PROTAGONISMO
SOLIDARIO
La recuperación de
Venezuela y la nueva centralidad de Cuba aportan los dos datos singulares del
eje radicalizado en la crisis del coronavirus. El régimen bolivariano actuó con
gran decisión para controlar la infección. Afronta la pandemia junto a bloqueos
económicos y agresiones militares cotidianas. Esa batalla en dos frentes realza
el logro de haber limitado los contagios. Ningún otro país debe implementar la
cuarentena en medio de una gran movilización defensiva, contra los
paramilitares que alberga Colombia y entrena el Pentágono.
En plena pandemia
Venezuela debió disponer el toque de queda en dos provincias fronterizas para
repeler el ingreso de bandas terroristas. Activó la preparación de los
milicianos, repelió una provocación desde la costa y desarticuló una operación
mercenaria de la CIA, que intentaba tomar el principal aeropuerto. El mayor
éxito fue la captura de miembros de las fuerzas especiales estadounidenses, que
conspiraban bajo la pantalla de la empresa contratista (Silvercorp).
Esa privatización
de la agresión con el uso de mercenarios ilustra la abrumadora ilegitimidad de
la incursión escuálida. Retoma las formas más primitivas del bandolerismo y la
piratería. Al no poder implementar una invasión en regla Trump propicia ese
tipo de incursiones. Pero ya comienza a experimentar la misma derrota, que
sufrieron sus antecesores en Cuba (Bahía de los Cochinos) y Nicaragua (captura
de aviadores espías).
La derrota de la
operación mercenaria acentúa el aislamiento de Guaidó que firmó el contrato de
invasión con los forajidos, prometiendo remunerar sus acciones criminales con
petróleo. La división de la derecha se acrecienta, además, en medio de brutales
disputas internas por el manejo de las dádivas que provee el Departamento de
Estado.
Maduro está
ratificando una actitud de resistencia que evita la repetición de lo ocurrido
en Bolivia. También recupera autoridad regional, con la recepción de los
migrantes que retornan del exilio. Los derechistas que denunciaban esa masiva
expatriación, ahora silencian la salida forzada que padecen muchos venezolanos
para volver a su país. Los gobiernos que utilizaron ese flujo migratorio para
denigrar el proceso bolivariano han archivado sus campañas “humanitarias” y se
desembarazan de una incómoda masa de extranjeros.
El
repunte político de Venezuela empalma con el nuevo protagonismo de Cuba. En el
perdurable centro de las transformaciones revolucionarias latinoamericanas se
ha controlado la pandemia con pocos recursos. La isla continúa lidiando con un
bloqueo, que recientemente impidió la llegada de una donación de reactivos y
barbijos enviado por el empresario chino Jack Ma.
Pero lo más
llamativo es el renovado papel internacional de país. No sólo se acrecienta la
utilización de un conocido antiviral cubano para combatir la infección (Interferón
Alfa 2B). La solidaridad es el rasgo dominante en un gobierno que atendió de
inmediato a los primeros turistas contagiados en los cruceros.
El papel
descollante de los médicos cubanos ha enervado a todos los reaccionarios.
Bolsonaro, Lenin Moreno y Añez repatriaron a esos contingentes, a pesar de su
insustituible papel en la contención de los desmadrados contagios. En Argentina
irrumpió una disparatada campaña contra médicos extranjeros “que tienen poca
formación” y actúan como “agentes de inteligencia”. Este cúmulo de tonterías
incluye descalificaciones profesionales y exóticas acusaciones de manejo
estatal fraudulento de los honorarios[xix].
La
ceguera anticomunista impide a los denunciantes registrar que la fama de los
médicos cubanos, obedece a su especialidad en curaciones de campaña en
riesgosos frentes sanitarios. Esa labor ha sido realizada en un centenar de
países lidiando con el dengue, el cólera y los terremotos.
Basta comparar la
función que cumplen estos brigadistas, con la nefasta acción desplegada por los
partícipes de las “intervenciones humanitarias” que comanda Washington. Haití
ofrece un nítido ejemplo de ese contraste. Mientras que los médicos cubanos
socorren víctimas, los emisarios del imperialismo manipulan gobiernos, abortan
elecciones, amparan la corrupción y han colocado a dos ONGs al frente del
manejo actual de la pandemia.
En los últimos dos
meses Cuba desplegó una extraordinaria labor de auxilio en Italia, Andorra, Jamaica,
Venezuela, Nicaragua, Surinam, Belice y Granada y ha colaborado estrechamente
en operativos dentro de China. Lo más impactante es su participación en
socorros de países de alto desarrollo[xx].
La experiencia de
estas brigadas para manejarse en escenarios de calamidades naturales suscita
generalizados elogios. Su labor puede ser interpretada como una continuidad del
proyecto internacionalista inicial de la revolución cubana. El legado de esa
epopeya adopta un nuevo perfil en el escenario actual.
MUTACIONES GEOPOLÍTICAS
El encierro de Estados
Unidos frente a la pandemia ha profundizado el declive del sueño americano
entre sus vecinos del Sur. Las clases dominantes de la región están desorientadas
por el agudo pasaje del “América first”
al “América alone”. La sensación de
abandono se ha intensificado frente cada improvisación de Trump.
La decisión de
privar de fondos a la OMS en el pico de la infección ha sido particularmente
impactante. La secretaría de CEPAL resumió ese desasosiego al proclamar que “no
podemos contar con Estados Unidos”, que “requisa material médico para cubrir
sus propias necesidades” y “ha perdido todo sentido de comunidad”[xxi].
Los desubicados
neoliberales desconocen este escenario, cuando propician el endeudamiento
latinoamericano directo con la Reserva Federal, para afrontar la crisis en
ciernes[xxii].
No registran la nueva reticencia del coloso del norte a retomar sus viejos
auxilios.
El
resentimiento de la región se acentúa, además, por la persecución que afrontan
los indocumentados. Trump alienta ahora la expulsión de los inmigrantes
contagiados, extendiendo a los latinos su furia contra China. Busca desesperadamente
culpables de un virus que está devastando el sistema sanitario estadounidense.
El
ataque a Venezuela sería la coronación de esa agresividad. Por eso despliega
ridículas acusaciones de narcotráfico y ofrece 15 millones de dólares por la
captura de los líderes chavistas. Pero una aventura bélica en regla es
improbable en medio del uso de los portaaviones y las carpas de campaña para lidiar
internamente con la infección. El ocupante de la Casa Blanca busca crear pánico
con sus amenazas twiteras, pero sólo genera más repudios en toda geografía
latinoamericana.
También
la postura distante de la Unión Europea frente a las necesidades sanitarias de
la región impacta en los grupos dominantes locales. Las viejas solidaridades
frente a las catástrofes ya forman parte del pasado. Ahora prevalece el
encierro del Viejo Continente en su propia y fallida batalla contra la
pandemia. Las imágenes diarias de fallecidos en España han impacto en todo el
universo iberoamericano. El fracasado manejo del coronavirus en ese país
intensifica la erosión del padrinazgo peninsular sobre el Nuevo Mundo.
China
ha quedado ubicada en la vereda opuesta. Los auxilios sanitarios consolidan su
impresionante avance en la región. Salta la vista el contraste de actitudes con
Estados Unidos y Europa. En lugar de emitir insultos o exhibir indiferencia, el
gigante asiático ha ofrecido socorros. Hasta el propio Bolsonaro afronta
problemas para consumar su sometimiento a Trump, ante la creciente influencia
de China en los negocios de Brasil.
La gravitación de
la nueva potencia en la crisis del coronavirus también confirma que China no es
un simple jugador del “Sur Global”. Forma parte del selecto club de grandes
colosos que definen la geopolítica mundial. La postura frente a la crítica
situación que se avecina en el endeudamiento latinoamericano clarificará su
posicionamiento real frente la región. La solidaridad coyuntural frente la
pandemia puede quedar ratificada o anulada en esa estratégica definición.
Como cualquier
pronóstico es muy prematuro, conviene evaluar con sobriedad las futuras
relaciones sino-latinoamericanas. En lugar de emitir ingenuos elogios o
recurrir a fantasmales prevenciones, corresponde recordar la imperiosa sociedad
con China que necesita la región, para lidiar con el tradicional dominador
estadounidense.
Pero los distintos
replanteos afrontan el enorme vacío geopolítico creado por la pandemia. Los
alineamientos derechistas están enmudecidos. El desorden que impera en
Washington ha dejado sin brújula a sus peones de la OEA y el Grupo de Lima.
También las alternativas forjadas en la década pasada están desarticuladas y en
medio de una crisis monumental la CELAC y UNASUR no funcionan. El interregno
del coronavirus ha creado un provisorio paréntesis en el ajedrez político regional.
RESISTENCIAS
Y CONVERGENCIAS
La lucha social ha
quedado muy afectada por el encierro impuesto con la pandemia. La imposibilidad
de movilizaciones callejeras interrumpe la continuidad de las grandes protestas
que emergieron durante el año pasado. Pocos días antes de la cuarentena, la
conmemoración del día de la mujer suscitó enormes manifestaciones, en las
principales ciudades de América Latina. La reclusión hogareña corta una
secuencia, que debería recomenzar cuando finalice el peligro de los contagios.
Ese reinició
afrontará un contexto económico-social terrible. Los anticipos de esas acciones
populares ya se avizoran, en los movimientos que han mantenido activos los cacerolazos
(Brasil) y el clamor vecinal (Bolivia, Colombia).
Las
demandas más acuciantes involucran la protección sanitaria. Pero también crecen
las exigencias frente a las distintas situaciones de imposible cumplimiento de
la cuarentena. El llamado a «quedarse en la casa» no funciona en viviendas
precarias, con heladas en invierno y sofocaciones en verano. Allí gana espacio
la auto-organización, para implementar el aislamiento comunitario («quedarse
en el barrio»).
Las
demandas de salarios compensatorios y alimentación son igualmente dominantes en
varios países (Haití, Colombia o Bolivia). En todas partes las modalidades
tradicionales de la huelga han quedado obstruidas y otro tipo de protestas informales
se hacen oír. Un primer paro de repartidores de comida contra la precarización
laboral y la falta de seguridad sanitaria despuntó en Argentina y tuvo eco en
otros seis países. Los jóvenes bicicleteros promueven importantes iniciativas
de organización sindical.
El
eje democrático ocupa también un lugar central en la resistencia contra
los
gobiernos que militarizan su gestión. La organización de la batalla
colectiva
contra estos atropellos empalma con el gran espíritu de solidaridad que
ha
emergido frente a la infección. Son incontables las iniciativas de
voluntarios que se anotan para ayudar a los enfermos, contagiados y
adultos mayores. Esa oleada
ilustra una creciente disposición a la acción colectiva.
Este escenario ha
creado muchos terrenos para la convergencia de corrientes de izquierda con
propuestas semejantes. Todas coinciden en fortalecer los sistemas de salud
pública a escala nacional y en batallar a nivel global contra la
mercantilización de los medicamentos, anulando los regímenes de propiedad
intelectual.
La defensa de los derechos
sociales se ubica al tope de esta agenda con exigencias de pago íntegro del
salario, prohibición de los despidos e instauración de un ingreso universal garantizado.
La cuarentena actualiza, a su vez, la demanda de alimentación suficiente y
saludable, mediante la jerarquización de la agricultura cooperativa. La
vivienda digna con servicios básicos garantizados se ha tornado tan
imprescindible, como la suspensión de los desalojos y las moratorias de deudas
a las familias asfixiadas por los pasivos.
Como todos los
países necesitan financiar los gigantescos gastos públicos que exige la
paralización de la economía, se ha tornado insoslayable la suspensión del pago
de la deuda externa y su auditoria. Ante el desmoronamiento de la recaudación
se impone la introducción de los impuestos a las grandes fortunas, con el
modelo de una “tasa Covid” ya debatida en varios países[xxiii].
La
defensa de los derechos democráticos exige el uso de mecanismos de prevención y
no de represión. Es urgente la protección de los líderes y militantes
perseguidos y la implementación de medidas efectivas para contener la violencia
machista. Las cuarentenas han incrementado en forma exponencial la
desprotección doméstica de las mujeres amenazadas.
Finalmente el
rechazo de las provocaciones y los embargos imperiales contra Cuba y Venezuela
es tan decisivo, como el sostén de la ayuda humanitaria internacionalista. Las
coincidencias de toda la izquierda en estos programas facilitan las respuestas
colectivas, pero no diluyen las controversias en curso.
CUATRO DEBATES
Para revertir la
asfixia del endeudamiento externo hay varias propuestas de condonación del
pasivo con los organismos multilaterales y negociación de moras o quitas con
los acreedores privados. Estas alternativas permitirían un respiro en los pagos
del tributo, pero no eliminarían la continuidad ulterior de la carga. Esa
eternización de las transferencias a los banqueros mantendría el grillete
financiero, que impide el desenvolvimiento con igualdad de la economía
latinoamericana.
Por esa razón es
más acertado demandar la suspensión inmediata de los pagos y la auditoria de
todos los pasivos, situando en un mismo plano los compromisos con los bonistas
privados y los organismos multilaterales. No existe ninguna justificación para
disponer quitas en un caso y condonaciones en el otro. Esa distinción legitima
un segmento del pasivo con idénticas sospechas de fraude que la otra porción.
Los reclamos de investigación
de la deuda contradicen especialmente la convalidación de las acreencias con el
FMI. Este organismo adoptó últimamente un disfraz de institución bondadosa,
para desactivar los cuestionamientos a su conocido rol artífice del sufrimiento
popular. Es una ingenuidad contribuir a esa mascarada, abriendo el camino para
el próximo retorno del Fondo a su habitual papel de auditor del ajuste.
La segunda
discusión involucra la forma de implementar los programas. Como la protección
frente a la pandemia ha ratificado el rol protagónico de todos los estados frente
a cualquier emergencia, las estrategias políticas que propugnan soslayar esa
centralidad estatal afrontan renovados problemas.
Algunos partidarios
de esa orientación describen cómo la crisis del coronavirus ha confirmado la
necesidad de forjar el “buen vivir” y recuperar la armonía con la naturaleza.
Pero no definen cuáles son los instrumentos políticos para alcanzar esos
objetivos. La pandemia ha demostrado la insuficiencia de los senderos meramente
cooperativistas. Sin protagonismo del estado no serían factibles las cuarentenas
y los auxilios de la salud pública. Muchos teóricos autonomistas eluden esta
conclusión o la aceptan en forma implícita sin conceptualizarla.
En la coyuntura
actual esa divergencia contrapone el fomento de resistencias centradas
exclusivamente en la auto-organización popular, con las estrategias que
privilegian también las demandas al estado (salarios, impuestos, deuda). Sólo
este segundo camino permite construir alternativas políticas significativas.
El
tercer debate gira en torno a las modalidades de lucha en el nuevo escenario de
militarización. En muchos países la pandemia es el pretexto utilizado por la restauración
conservadora para instaurar gobiernos cuasi-dictatoriales. La resistencia a
semejante autoritarismo exige superar el horizonte meramente electoral.
La batalla contra el
totalitarismo de Añez, la represión de Piñera, el fascismo de Bolsonaro o las
agresiones de Lenin Moreno no será eficaz, si queda atada a las anteojeras
institucionales, que habitualmente guían la política del progresismo.
Esa corriente mistifica las reglas formales
del republicanismo, sin notar cómo las clases dominantes tienden vulnerar esos
principios. Las ingenuidades institucionalistas generan dramáticas
consecuencias en el duro escenario que impera en la región.
La cuarta discusión
en la izquierda involucra la insoslayable distinción entre los gobiernos derechistas
y progresistas. Resulta indispensable reconocer la diferencia cualitativa, que
separa a un mandatario como Bolsonaro de otro como Fernández. Ese
reconocimiento es la condición para actuar con realismo, en sintonía con las
esperanzas populares.
Los reaccionarios, neoliberales y fascistas
conforman un bloque de enemigos acérrimos de los trabajadores. Sus adversarios
progresistas, reformistas y desarrollistas exhiben limitaciones e incurren en
capitulaciones e insuficiencias. Ambos sectores son muy distintos y el
desconocimiento de esa divergencia enceguece a la izquierda. Un abismo separa
el negacionismo criminal de la protección sanitaria frente a la cuarentena, y
la misma distancia se verifica entre el estado de sitio y los acotados
controles de la gendarmería.
Las
corrientes sectarias suelen omitir estas diferencias recurriendo a conceptos
ambiguos, que se aplican indistintamente a las administraciones progresistas y
derechistas (capitalistas, bonapartistas, etc). Olvidan que esos genéricos
presupuestos, no anulan las distinciones entre ambos tipos de gobiernos. El
desconocimiento de este hecho conduce al auto-encierro en proyectos sin futuro.
ESTRATEGIAS E IDEALES
Una política de
izquierda basada en dinámicas de radicalización permite evitar las ingenuidades
autonomistas, las vacilaciones institucionalistas y las miopías sectarias. En la crisis generada por la pandemia esa
orientación tiene muchas expresiones en programas, movimientos sociales y
organizaciones políticas.
Esos espacios
alientan el protagonismo popular para construir un proyecto anticapitalista. Apuestan
a dilucidar a través de la experiencia cuáles serían las reformas posibles y
propician abiertamente el avance hacia el socialismo. Promueven, además,
articulaciones internacionales y acciones parlamentarias o callejeras, para forjar
hegemonías políticas coronadas con rupturas revolucionarias. Ponderan
especialmente la voluntad de lucha como una cualidad indispensable, en
contraposición al florecimiento actual del escepticismo y la resignación.
En la convulsión
global generada por el coronavirus se ha tornado particularmente relevante la
contraposición entre humanismo y codicia. El primer principio protege a la
población con cuarentenas y la segunda actitud condena al deceso a los sectores
vulnerables. En un polo se ubica la defensa de la vida y en otro la indiferencia
ante el sufrimiento y la muerte. Esa misma simetría se extiende a las conductas
de solidaridad o agresión. Nunca ha sido tan transparente el contraste entre las
provocaciones militares del Pentágono y los gestos de hermandad de Cuba.
El socialismo
sintetiza esos principios de humanismo. No implica solamente un proyecto de
largo plazo de justicia, democracia e igualdad. Supone ya mismo la defensa prioritaria
de la vida. Los socialistas protegen la salud pública frente a capitalistas que
sólo enaltecen sus ganancias.
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Coronavirus: la veloz reacción de Perú ante la crisis chocó con un sistema de
salud ineficiente. 8-5-2020 https://www.lanacion.com.ar
[i]Al 12 de mayo del total de 286.000 fallecidos en todo el mundo,
21.528 se localizan en América Latina y de 4.100.000 infectados hay
383.670 en la región, https://www.infobae.com /2020/05/12/
[ii]El número de infectados y fallecidos según los datos oficiales de
cada país es el siguiente: Brasil (169.594 casos, 11.653 muertos), Perú
(68.822 casos. 1.961 muertos), México (36.327 casos, 3.573 muertos),
Chile (30.063 casos, 323 muertos), Ecuador (29.509 casos, 2.145
muertos), Colombia (11.613 casos, 479 muertos), República Dominicana
(10.634 casos, 393 muertos), Panamá (8.616 casos, 249 muertos),
Argentina (6.278 casos, 317 muertos), Bolivia (2.831 casos, 122
muertos), Honduras (2.100 casos, 116 muertos), Cuba (1.783 casos, 77
muertos), Guatemala (1.114 casos, 26 muertos), El Salvador (998 casos,
18 muertos), Costa Rica (801 casos, 7 muertos), Paraguay (724 casos, 10
muertos), Uruguay (711 casos, 19 muertos), Jamaica (505 casos, 9
muertos), Venezuela (422 casos, 10 muertos), Nicaragua (16 casos, 5
muertos) https://www.infobae.com /2020/05/12/
[iii]¿Cuáles son los países que más invierten en
salud? https://chequeado.com/el-explicador
, Zibechi, Raúl. Una bomba a punto de estallar, 12-5-2020 //www.motoreconomico.com.ar
[iv]La carestía de los reactivos obligó a poner un tope a su cobro.
Cada uno costaba según el país entre 70 y 420 dólares. ¿Cuánto cuesta un
test de coronavirus en América Latina? 1-4- 2020, https://www.resumenlatinoamericano.org
[v] https://www.cepal.org/es/comunicados/pandemia-covid-19, mayo 2020. El FMI ve una
«década perdida» en América Latina por el coronavirus, 16 abr. 2020 https://www.infobae.com/america/agencias
[vi]Alejandro Izquierdo; Martín Ardanaz.
Cómo puede financiar América Latina el combate al virus, 15 abr. 2020, https://www.lanacion.com.ar
[vii]¿Qué hacen los países frente a la pandemia de coronavirus? 16 abr. 2020, CENTRO CEPA, https://www.cronista.com/
[viii]Coronavirus: ¿cómo ayudó cada gobierno de
América Latina al sector privado?, 25 abr. 2020, https://www.lanacion.com.ar
[ix]Nicolás
Oliva, Guillermo Oglietti y Mariana Dondo Latinoamérica y el
COVID-19: ¿Movilizar recursos o gastar en la gente? 24 mar. https://www.celag.org/latinoamericagente/
[x]Eduardo Levy Yeyati; Andrés Malamud.
Coronavirus: ¿Cómo y cuándo salir de la cuarentena? La Nación, 29 de marzo de 2020.
[xi]Laura Di Marco, «Amagues
autoritarios en medio de la pandemia» 10 abr. 2020. La Nación
[xii]Andres Oppenheimer, El populismo irresponsable, 20-3-2020 La Nació
[xiii] Isabella Cota América Latina trata de
aparcar las ideologías para priorizar los planes económicos,17-4-2020
https://elpais.com/noticias/america
[xiv]Vargas Llosa Mario, Macri Mauricio, Aznar, José María Aznar y otros.
Que la pandemia nos sea un pretexto para el autoritarismo” 23 abr.
020 https://www.clarin.com
[xv] Lincoln Secco, A famiglia no poder 08/04/2020 https://aterraeredonda.com.br David Maciel Bolsonaro aposta no caos 19 de abril de 20201 https://contrapoder.net/colunas
[xvi]Dario
Pignotti La renuncia de Moro puso a Bolsonaro contra las cuerdas 25 abr.
2020 https://www.pagina12.com.ar,/
Eric
Nepomuceno Bolsonaro liquidado, o casi 25 abr. 2020 https://www.pagina12.com.ar/
[xvii]A principios de mayo Argentina duplicaba el número de decesos cada 15,4
días y Brasil cada ocho. En el primer caso había 4,7 fallecidos por millón de
habitantes y en el segundo 24. Las mismas diferencias se verifican en las
emergencias hospitalarias. Raúl Kollmann
Coronavirus: un análisis comparativo entre Brasil y Argentina, 4 mayo, 2020. https://www.pagina12.com.ar/
[xviii] Manuel Aguilar
Mora AMLO y el bonapartismo autista, 17 abr. 2020 https://www.sinpermiso.info/
[xix]Andrés
Oppenheimer Coronavirus: médicos cubanos para la Argentina, La Nación, 29
abr. 2020
[xx]Katu Arkonada
Cuba se escribe con S de solidaridad, 25 abr. 2020 https://www.jornada.com.mx
Luiz Bernardo Pericás Cuba e o coronavírus 09/04/2020 – https://teoriaedebate.org.br/
[xxi]Cepal: «Latinoamérica no puede contar con EE.UU. en la crisis del coronavirus», 7 abr. 2020 https://www.efe.com/efe/america/
[xxii]Alejandro
Izquierdo, Martín Ardanaz. Cómo puede financiar América Latina el combate al
virus 15 abr. 2020, La Nación.
[xxiii] Hay proyectos en Argentina, España. Rusia, Italia, Suiza e Inglaterra,
Alemania, Brasil, Ecuador, Chile, Bolivia y Perú, 29 abr. 2020, www.pagina12.com.ar/262701
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