Por
Fuentes: Rebelión
En la formación científica del médico su aprendizaje sobre la ética
y la verdad es fundamental. De ellas emana su reputación y prestigio,
además reflejan la relación entre el pensamiento y saber del médico con
la realidad y el contexto concreto de la sociedad a la que sirve. El
médico se mueve al mismo tiempo en los dos procesos mas complejos
biológica, social y culturalmente que son la vida y la muerte. A veces
basta que el médico hable para que tristeza y abandono se conviertan en
esperanza o ganas de luchar contra las embestidas del contagio, la
desigualdad y la injusticia.
La tradición de las culturas modernas (S. XVII) forjó la
medicina basada en evidencias y diagnósticos, en tipos, patrones,
conocimiento de fenómenos e interrelaciones complejas del método
científico, organizadas y resumidas en una serie de normas y protocolos,
que la distingue de los sistemas clásicos, aunque a veces corre el
peligro de confundirse con una especie de moral. Es la que siguen los
gobiernos y de la que se ocupan los medios, a la que entre precariedades
acceden los pacientes de las capas medias de población, atendida
también a medias igual que sus cuidadores, dado el déficit estructural
de capacidades tecnológicas y de recursos económicos, ante la
inexistencia de un sistema de salud pública, que existió pero fue
transferido a inversionistas privados.
El momento de pandemia exige agradecer a médicos, médicas y
demás cuerpos de cuidado de la salud, por su defensa constante de la
vida, sin siquiera herramientas adecuadas. Es la primera vez que todas
las miradas se detienen en ellos, aunque siempre han estado ahí,
defendiendo la vida del asedio de la muerte provocada por pestes,
hombres y máquinas de guerra. Pero también la pandemia ha puesto al
descubierto la existencia de múltiples medicinas iniciadas hace
milenios, que llegan para juntarse, mezclarse, con el propósito de
aliviar el sufrimiento. En la baja edad media, Hildegarda de Bingen,
buscó en la música, la filosofía y la medicina basada en las plantas, la
conexión entre el medio ambiente, el alma y el cuerpo y casi mil años
después el Dr. Moscatti, el médico del amor y de los pobres llamaba a
defender la verdad y evitar el sufrimiento de los débiles e invitaba a
sus colegas a no sólo ocuparse del cuerpo, sino de las almas, con el
consejo, y entrando en el espíritu, antes que con las frías
prescripciones que hay que llevar al farmacéutico, de ellos hay huellas
vigentes.
Contra la pandemia batallan en silencio esas otras muchas
medicinas, que se mezclan y se complementan, unas que buscan la ciencia
moderna, otras que le permiten a la gente aferrarse a la fe o la
esperanza en lo popular, lo ancestral o lo divino tratando de evitar el
mal u obtener la cura. Los pueblos de América son ricos en sincretismo a
la hora de curar, sanar o reparar, fusionando religiones, mitos y
tradiciones. Los relatos e historias son invaluables, como los de San
Simón o Maximòn (Guatemala) el santo que bebe y fuma, junta lo maya y lo
católico, recibe a curanderos y atrae por su calidad de curación o San
Gregorio Hernández (Venezuela) el médico fantasma, al que se atribuye
seguir salvando vidas. Chamanes, taitas, curanderos, replican el saber
de las culturas precolombinas (Aztecas, Incas, Mayas, Muiscas) donde la
medicina tenía carácter mágico y el médico era al mismo tiempo el
Sacerdote o Jeque, que iniciaba su formación a los 10 años e incluía
pasar de 4 a 6 años en un bohío con una comida al día, sin salir al sol,
ni lavar su cuerpo (Zubiría R).
La medicina para la clase social alta, de ricos y poderosos, no
tiene mínimas carencias, la otra de la clase marginada y excluida,
expuesta y empobrecida, carece de todo, las dos tienen en común que poco
se conoce, no se sabe donde están ni cómo funcionan. Los pueblos
indígenas en el mundo representan el 6% de la población y están en
extrema pobreza (OIT) y decenas de millones están en el destierro y de
7300 millones de habitantes, la mitad está marginada. En Colombia son
102 pueblos y cerca de 2 millones de indígenas (presidencia.gov)
acorraladas por el desprecio, sus lideres son perseguidos y asesinados
en connivencias múltiples con el estado, olvidados y penetradas sus
culturas. En la misma condición, una persona de cada cuatro que habita
en las ciudades es pobre y entre la población rural es peor. Más ella de
las cifras, la realidad expone a la peste a inmensas mayorías de
población encerradas en cordones de miseria, tugurios, comunas,
barriadas, nuevos Bronx, alcantarillas, barrios de invasión e incluso
céntricas calles de informalidad convertidas en inquilinatos. Son
mayorías invisibles, a las que no verán los medios ni alcanzará la
medicina moderna, no cuentan en registros oficiales. ¿A quien acuden en
la pandemia?, ¿al vecino, al viejo, a la receta o la formula extraída
del saber popular de talismanes, cristales y colores que espantan lo
malo o lo curan o al saber ancestral indígena, hechicero o sacerdotal o a
aguas, rezos y yerbas?.
La medicina moderna, desfinanciada, sin recursos para cuidar a
los cuidadores, ni atender a los pacientes, esta atrapada socialmente,
desahuciada económicamente y cuestionada culturalmente, como lo está
también la sociedad toda a merced de la verdad que imponga el discursos
hegemónico que se proclama equivalente de la misma realidad para
descalificar lo demás como ceguera o mentira. No hay cabida para
discutir razonamientos sobre nada inteligible, por reducción e
imposibilidad de diálogo entre diferencias. La pandemia existe, parece
aliada del autoritarismo, del clientelismo y de los sistemas de
corrupción, le sirve de excusa a los fascistas, acallar, amordazar y
cerrar las puertas a la agenda de la paz y su implementación, para que
continúe la barbarie y se ahuyente a la débil democracia. A cambio ha
desnudado las distorsiones de la sociedad injusta y desigual, basada en
la explotación y dominación de clase que parecía ideal y exitosa. “Lo
más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos
hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad
diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha. Lo
difícil, pero también lo esencial, es valorar positivamente el respeto y
la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo
que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento” (E.
Zuleta)
P.D. Bienvenidos los 46 nuevos médicos y medicas que graduó
anticipadamente la UPTC y valga recordar que la primera mujer graduada
de medica en la U.N en 1945, nació en Duitama Boyacá: Inés Ochoa Pérez.
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