Hay un hecho
terrible que es el ataque sistémico que la naturaleza está realizando
contra la humanidad con un virus diminuto e invisible está causando una
grave preocupación y llevando a muchos miles de personas a la muerte.
Frente a esta verdadera desgracia humana importante cuál es nuestra reacción
a la pandemia? Cuál es la resonancia en nosotros de esta pandemia?.
¿Qué lección nos enseña? ¿Qué cosmología (visión de mundo) y qué tipo de
ética (valores y principios) nos llevan a desarrollar? Seguramente
deberemos aprender todo lo que deberíamos haber aprendido antes y no
aprendimos. Deberíamos haber aprendido que somos parte de la naturaleza y
no sus “señores y dueños” (Descartes). Hay una conexión umbilical entre
el ser humano y la naturaleza. Venimos del mismo polvo cósmico como
todos los demás seres y somos el eslabón consciente de la cadena de la
vida.
La erosión de la imagen del “pequeño dios en la tierra”
El
mito moderno de que somos “el pequeño dios” en la Tierra y que podemos
disponer de ella a nuestro antojo porque es inerte y sin propósito ha
sido destruido. Uno de los padres del método científico moderno, Francis
Bacon, dijo que deberíamos tratar a la naturaleza como los esbirros de
la inquisición trataban a sus víctimas, torturándolas hasta que
entreguen todos sus secretos.
A través de la tecnociencia
hemos llevado este método al extremo, llegando al corazón de la materia y
la vida. Esto se ha llevado a cabo con un furor sin precedentes hasta
el punto de haber destruido la sostenibilidad de la naturaleza y por lo
tanto del planeta y de la vida. De esta manera hemos roto el pacto
natural que existe con la Tierra viva: ella nos da todo lo que
necesitamos para vivir y en contrapartida debemos cuidarla, preservar
sus bienes y servicios y darle descanso para restaurar todo lo que
tomamos de ella para nuestra vida y progreso. No hemos hecho nada de
eso.
Por no haber observado el precepto bíblico de
“proteger y cuidar el Jardín del Edén (de la Tierra: Gn 2,15)” y por
amenazar las bases ecológicas que sostienen toda la vida, ella nos ha
contraatacado con un arma poderosa, el coronavirus 19. Para enfrentarlo,
hemos vuelto al método de la Edad Media, que superó sus pandemias a
través del estricto aislamiento social. Para que el pueblo, asustado,
saliera a la calle, en el ayuntamiento de Múnich (Marienplatz) se
construyó un ingenioso reloj con bailarines y cucos para que todos
acudieran a apreciarlo, lo que se viene haciendo hasta hoy.
La
pandemia, que más que una crisis es la exigencia de un cambio de
cosmología ( de visión del mundo) y de la incorporación de una ética con
nuevos valores, nos plantea esta pregunta: ¿realmente queremos evitar
que la naturaleza nos envíe virus aún más letales que pueden diezmar
incluso la especie humana? Esta sería una de las diez que desaparecen
definitivamente cada día. ¿Queremos correr ese riesgo?
Inconsciencia generalizada del factor ecológico
Ya
en 1962, la bióloga y escritora estadounidense Rachel Carson, autora de
Primavera Silenciosa (Silent Spring), advirtió: “Es poco probable que
las generaciones futuras toleren nuestra falta de preocupación prudente
por la integridad del mundo natural que sustenta toda la vida… La
pregunta es si alguna civilización puede continuar una guerra sin tregua
contra la vida sin destruirse a sí misma y sin perder el derecho a ser
llamada civilización “.
Parece una profecía de la
situación que estamos viviendo a nivel planetario. Tenemos la impresión
de que la mayoría de la humanidad e incluso los líderes políticos no
demuestran una conciencia suficiente de los peligros que enfrentamos con
el calentamiento global, con la excesiva proximidad de nuestras
ciudades y especialmente del agronegocio masivo que avanza sobre a la
naturaleza virgen y a los bosques que están deforestando. De esta manera
destruimos los hábitats de millones de virus y bacterias que terminan
siendo transferidos a los seres humanos. Según científicos serios, el
coronavirus no habría venido a través de un murciélago del mercado de
China, sino simplemente de la naturaleza.
En la mejor de
las hipótesis, el coronavirus nos obligará a reinventarnos como
humanidad y a remodelar de forma sostenible e inclusiva la única Casa
Común que tenemos. Si prevaleciera lo que dominaba antes, exacerbado
hasta el extremo, entonces podremos prepararnos para lo peor.
Muchos
están anunciando una nueva era de austeridad destructiva en el
pos-coronavirus. Los buitres del pasado ya se están articulando para
volver a la perspectiva de antes y impedir cambios significativos. Los
intereses del capital financiero, y la falta de una consciencia por
parte de los que están en el poder y aún de gran parte de los saberes
académicos acerca de de la gravedad de la degradación de la naturaleza,
no los llevan a aprender nada de millares y millares de muertos por el
coronavirus a nivel mundial.
Quieren volver a la
austeridad que es una política de oportunistas, ejecutada por
oportunistas para oportunistas. Según CEPAL calculase que el covid-19,
en razón de tales políticas de austeridad peores que antes, dejarán 215
millones de nuevos pobres en América Latina (cf. Carta Maior 13/05/2020)
Sin embargo, cabe recordar que el sistema-vida ha pasado por varias
extinciones importantes (estamos dentro de la sexta) pero siempre ha
sobrevivido.
La vida parecería –me permito una metáfora
singular– una “plaga” que nadie hasta hoy ha logrado exterminar. Porque
es una “plaga” bendita, ligada al misterio de la cosmogénesis y a
aquella Energía de Fondo, misteriosa y amorosa que preside todos los
procesos cósmicos y también los nuestros.
Es imperativo
que abandonemos el viejo paradigma de la voluntad de poder y dominación
sobre todo (el puño cerrado) hacia un paradigma de cuidar todo lo que
existe y vive (la mano extendida) y de la corresponsabilidad colectiva.
En
el último párrafo de su libro La era de los extremos (1995) escribió
Eric Hobsbawn: Una cosa está clara. Si la humanidad quiere tener un
futuro reconocible, no puede ser prolongando el pasado o el presente. Si
tratamos de construir el tercer milenio sobre esta base, fracasaremos.
El precio del fracaso, es decir, la alternativa al cambio de la sociedad
es la oscuridad (p.506).
Esto significa que no podemos
simplemente volver a la situación anterior al coronavirus, ni siquiera
podemos pensar en un regreso al pasado pre-iluminista como quiere el
actual gobierno brasileño y otros de extrema derecha.
Post-pandemia: ¿lo nuevo o la radicalización de lo anterior?
Hay
muchos analistas que predicen que la post-pandemia podría significar
una radicalización extrema de la situación anterior, un retorno al
sistema de capital y al neoliberalismo, buscando dominar el mundo con el
uso de la vigilancia digital (big data) sobre cada persona del planeta,
algo que ya está en marcha en China y en Estados Unidos. Ahí
entraríamos en la era de las tinieblas, con el riesgo, sugerido por
Raquel Carson, en su famoso libro “La primavera silenciosa” de
nuestra autodestrucción. De ahí la exigencia de una conversión ecológica
radical, cuya centralidad debe ser ocupada por la Tierra, por la vida y
por la civilización humana: una biocivilización.
Los posibles riesgos en el post-covid-19
No
debemos sin embargo subestimar la fuerza de la violencia sistémica.
Sigmund Freud, al contestar una carta de Albert Einstein de 1932 en la
que le preguntaba si era posible superar la violencia y la guerra,
dejaba una aporía. Respondió, considerando que no podía decir qué
instinto podría prevalecer: si el instinto de muerte (thánatos) o el
instinto de vida (eros). Están siempre en tensión y no podemos estar
seguros de cual triunfará al final. Terminaba resignado: “Hambrientos,
pensamos en el molino que muele tan lentamente que podemos morir de
hambre antes de recibir la harina”.
Hay una opinión nada
optimista de uno de los más grandes intelectuales estadounidenses,
crítico severo del sistema imperialista, Noam Chomsky, que dice: «El
coronavirus es suficientemente grave, pero vale la pena recordar que se
está acercando algo mucho más terrible, estamos corriendo hacia el
desastre, hacia algo mucho peor que cualquier otra cosa que haya
sucedido en la historia humana y Trump y sus lacayos están al frente de
esto, en la carrera hacia el abismo. Hay dos amenazas inmensas que
estamos encarando. Una es la creciente amenaza de la guerra nuclear,
exacerbada por la tensión de los regímenes militares, y la otra, por
supuesto, es el calentamiento global. Las dos pueden resolverse, pero no
hay mucho tiempo; el coronavirus es terrible y puede tener terribles
consecuencias, pero será superado, mientras que las otras no lo serán.
Si no resolvemos esto, estaremos condenados».
Chomsky ha
afirmado que el presidente Trump está lo suficientemente demente como
para desatar una guerra nuclear, sin importarle lo que le pueda pasar a
toda la humanidad.
No obstante esta visión dramática del
prestigioso lingüista y pensador, nuestra esperanza es que si la
humanidad corriera un grave peligro de destruirse realmente, prevalecerá
el instinto de vida. Pero a condición de que hayamos construido una
forma diferente de habitar la Casa Común, sobre otras bases que no sean
ni las del pasado ni las del presente.
Algunas buenas lecciones de la pandemia de Covid-19
De
todos modos, el coronavirus nos ha mostrado que no somos “pequeños
dioses” que pretenden poder todo; que somos frágiles y limitados; que la
acumulación de bienes materiales no salva la vida; que la globalización
financiera sola, en el molde competitivo del capitalismo, impide crear,
como proponen los chinos, “una comunidad de destino común para toda la
humanidad”; que tenemos que crear un centro global y plural para
gestionar los problemas mundiales; que la cooperación y la solidaridad
de todos con todos y no el individualismo son los valores centrales de
una geosociedad.
Que se deben reconocer y respetar los
límites del sistema-Tierra que no tolera un proyecto de crecimiento
ilimitado; que debemos cuidar la naturaleza como nos cuidamos a nosotros
mismos, porque somos parte de ella y nos proporciona todos los bienes y
servicios necesarios para la vida; que debemos buscar una economía
circular que cumpla las famosas tres erres (R): reducir, reutilizar y reciclar todo lo que ha entrado en el proceso de producción.
Que
la economía ha de ser de subsistencia digna y universal y no de
acumulación de algunos a expensas de todos los demás y de la naturaleza;
que este tipo de economía de subsistencia disminuye las necesidades
para dar lugar a la sobriedad y reducir así en gran medida las
desigualdades sociales; que el nuevo orden económico no habría de
regirse por las ganancias sino por la racionalidad económica con un
sentido social y ecológico.
Que sería altamente racional y
humanitario crear un renta mínima universal; que la atención médica es
un derecho humano universal (One World-One Health) que no
podemos desatander; que es importante garantizar un estado que regule el
mercado, que promueva el desarrollo necesario y esté equipado para
satisfacer las demandas colectivas, ya sean de salud o desastres
naturales.
Que debemos incentivar el capital
humano-espiritual, siempre ilimitado, basado en el amor, la solidaridad,
la búsqueda de la justa medida, la fraternidad, la compasión, el sentir
el encanto del mundo y en la búsqueda incansable de la paz.
Un mapa para rescatar la vida: la Carta de la Tierra
Estas son, entre otras, algunas de las lecciones que podemos sacar del coronavirus. Citando la Carta de la Tierra
(UNESCO), uno de los documentos oficiales más inspiradores para la
transformación de nuestra forma de estar en el planeta Tierra, «se
necesitan cambios fundamentales en nuestros valores, instituciones y
formas de vida… Nuestros desafíos ambientales, económicos, políticos,
sociales y espirituales están interconectados y juntos podemos forjar
soluciones inclusivas» (Preámbulo c).
¿Qué visión del mundo y qué valores incluir?
Saber
y tener conocimiento de los datos de la realidad no es todavía hacer.
¿Qué nos impulsa a actuar? ¿Qué visión del mundo (cosmología) y qué
valores (ética) deberíamos incluir? Nos orienta un texto importante de
la parte final de la Carta de la Tierra, en cuya redacción también
participé.
“Como nunca antes en la historia, el destino común
nos llama a buscar un nuevo comienzo. Esto requiere un cambio de mente y
de corazón. Exige un nuevo sentido de interdependencia global y de
responsabilidad universal. Debemos desarrollar y aplicar con imaginación
la visión de un modo de vida sostenible a nivel local, nacional,
regional y mundial” (El camino por delante).
Observemos
que no se trata sólo de mejorar el camino andado. Este nos llevará a
las crisis cíclicas que ya conocemos y eventualmente al desastre. Se
trata de “buscar un nuevo comienzo”. Se nos reta a reconstruir la
“Tierra, nuestro hogar, que está viva con una comunidad de vida única”
(CT, Preámbulo a). Sería engañoso cubrir las heridas de la Tierra con
venditas, pensando que podemos curarla. Tenemos que revitalizarla y
rehacerla para que sea la Casa Común.
“Esto requiere un cambio de mente”.
Un cambio de mente significa una nueva mirada sobre la Tierra, tal como
la nueva cosmología y biología la presentan. Ella es un momento del
proceso evolutivo que tiene ya 13.700 millones de años y la Tierra 4.300
millones de años. Después del big bang, todos los elementos
físico-químicos se forjaron durante más de tres mil millones de años en
el corazón de las grandes estrellas rojas. Al explotar, lanzaron en
todas las direcciones estos elementos que formaron la galaxia, las
estrellas como el Sol, los planetas y la Tierra.
Ella está
viva con una vida que irrumpió hace 3.800 millones de años, un
super-organismo sistémico que se auto-organiza y se auto-crea
continuamente. En un momento avanzado de su complejidad, hace unos 8-10
millones de años, una parte de ella comenzó a sentir, pensar, amar y
adorar. Surgió el ser humano, hombre y mujer. Él es Tierra consciente e
inteligente, por eso se llama homo, hecho de humus.
Esta
cosmovisión cambia nuestra concepción de la Tierra. La ONU, el 22 de
abril de 2009, la reconoció oficialmente como la Madre Tierra porque
genera y nos da todo. Por eso la Carta de la Tierra dice: “Respetar la Tierra y la vida en toda su diversidad y cuidar de la comunidad de la vida con comprensión, compasión y amor”
(CT 1 y 2). La Tierra como suelo la podemos comprar y vender. A la
Madre, sin embargo, no la compramos ni vendemos; la amamos y la
veneramos. Tales actitudes deben ser transferidas a la Tierra, nuestra
Madre. Esta es la nueva mente que tenemos que hacer nuestra.
“Requiere un cambio de corazón”. El corazón es la dimensión del sentimiento profundo (pathos),
de la sensibilidad, el amor, la compasión y los valores que guían
nuestra vida. Especialmente en el corazón se encuentra el cuidado, que
es una forma amistosa y afectuosa de relacionarse con la naturaleza y
sus seres. Tiene que ver con la razón sensible o cordial, con el cerebro
límbico, que surgió hace 220 millones de años cuando los mamíferos
irrumpieron en la evolución. Todos ellos, como el ser humano, tienen
sentimientos, amor y cuidado a sus crías. Eso es el pathos, la capacidad
de afectar y ser afectado, la dimensión más profunda del ser humano.
La razón (logos),
la mente a la cual nos hemos referido anteriormente, apareció hace sólo
8-10 millones de años con el cerebro neocortical y en la forma avanzada
como homo sapiens (el hombre actual) hace unos cien mil años. Este, en
la modernidad, se ha desarrollado exponencialmente, dominando nuestras
sociedades y creando la tecnociencia, los grandes instrumentos de
dominación y transformación de la faz de la Tierra, creando inclusive
una máquina de muerte con armas nucleares y otras que pueden acabar con
la vida humana y la de la naturaleza.
La inflación de la
razón, el racionalismo, ha creado una especie de lobotomía: el ser
humano tiene dificultad para sentir al otro y su sufrimiento.
Necesitamos completar la inteligencia racional, necesaria para resolver
las necesidades de supervivencia de nuestra vida, pero hay que
completarla con inteligencia emocional y sensible para que seamos más
completos y asumamos con pasión la defensa de la Tierra y de la vida.
Necesitamos
el corazón para que nos lleve a escuchar tanto el grito de la Tierra
como el grito del pobre, y a forjar como dice el Primer Ministro chino
Xi Jinping: “una sociedad moderadamente abastecida” o como decimos nosotros: una sociedad con un consumo sobrio, frugal y solidario.
Completemos
el comentario del sugerente texto de la Carta de la Tierra que afirma
que tenemos que buscar un nuevo comienzo para forjar un modo sostenible
de vivir en el planeta Tierra.
Para eso “se requiere un
nuevo sentido de interdependencia global”. La relación de todos con
todos y por lo tanto la interdependencia global representa una constante
cosmológica. Todo en el universo es relación. Nada ni nadie está fuera
de la relación. Es también un axioma de la física cuántica según el cual
todos los seres están inter-retro-relacionados. Nosotros mismos, los
seres humanos, somos un rizoma (bulbo de raíces) de relaciones dirigidas
en todas las direcciones. Esto implica entender que todos los problemas
ecológicos, económicos, políticos y espirituales tienen que ver unos
con otros. Solo salvaremos la vida sinos alineamos con esta lógica
universal que es la lógica del universo y de la naturaleza.
Continúa
el texto de la Carta de la Tierra: “se requiere una responsabilidad
universal”. Responsabilidad significa darse cuenta de las consecuencias
de nuestras acciones, si son beneficiosas o perjudiciales para todos los
seres. Hans Jonas escribió un libro clásico sobre el Principio de
Responsabilidad, que incluye el principio de prevención y el de
precaución. Mediante la prevención podemos calcular los efectos cuando
intervenimos en la naturaleza. El principio de precaución nos dice que
si no podemos medir las consecuencias, no debemos correr riesgos con
ciertas acciones e intervenciones porque pueden producir efectos
altamente perjudiciales para la vida.
Esta falta de
responsabilidad colectiva la constatamos en la presente pandemia que
exige un aislamiento social estricto para evitar la contaminación y la
gran mayoría no lo asume. Debe ser para todos, sino sigue la
contaminación.
La Carta de la Tierra dice además:
“desarrollar y aplicar con invención la visión” (de un modo de vida
sostenible). Nada grande en este mundo se hace sin la invención del
imaginario que proyecta nuevos mundos y nuevas formas de ser. Este es el
lugar de las utopías viables. Toda utopía amplía el horizonte y nos
hace inventivos. La utopía nos lleva de horizonte en horizonte,
haciéndonos siempre caminar, en la feliz expresión de Eduardo Galeano.
Para
superar la forma habitual de habitar la Casa Común, una relación
utilitarista, sin respectar el valor intrínseco de cada ser,
independiente de uso humano, tenemos que soñar con el planeta como la
gran Madre, “La Tierra de la Buena Esperanza” (Ignace Sachs, Dowbor).
Esta utopía puede ser realizada por la humanidad cuando despierte para
la urgencia de otro mundo necesario.
Un modo de vida sostenible
La
Carta de la Tierra afirma todavía: “una visión de un modo de vida
sostenible”. Estamos acostumbrados a la expresión “desarrollo
sostenible”, que está en todos los documentos oficiales y en la boca de
la ecología dominante. Todos los análisis serios han demostrado que
nuestra forma de producir, distribuir y consumir es insostenible. Es
necesario decir que no puede mantenerse el equilibrio entre lo que
tomamos de la naturaleza y lo que le dejamos para que se reproduzca y
co-evolucione siempre. Nuestra voracidad ha hecho insostenible el
planeta, porque si los países ricos quisieran universalizar su bienestar
a toda la humanidad, necesitaríamos al menos tres Tierras como esta, lo
cual es absolutamente imposible.
El desarrollo actual que
significa crecimiento económico medido por el Producto Interior Bruto
(PIB) revela desigualdades asombrosas hasta el punto de que la ONG Oxfam
en su informe de 2019 revela que el 1% de la humanidad posee la mitad
de la riqueza mundial y que el 20% controla el 95% de esta riqueza
mientras que el 80% restante tiene que conformarse con sólo el 5% de la
riqueza. Estos datos revelan una profunda injusticia social y la
completa insostenibilidad del mundo en el que vivimos.
La
Carta de la Tierra no se rige por el lucro sino por la vida. De ahí que
el gran reto sea crear un modo de vida sostenible en todos los ámbitos,
personal, familiar, social, nacional e internacional.
La importancia del biorregionalismo
Por
último, este modo de vida sostenible debe realizarse a nivel local,
nacional, regional y mundial. Por supuesto, se trata de un proyecto
mundial que debe realizarse procesualmente. Hoy en día, el punto más
avanzado de esta búsqueda tiene lugar a nivel local y regional. Se habla
entonces de biorregionalismo como la forma verdaderamente viable de
concretar la sostenibilidad. Tomando como referencia la región, no según
las divisiones arbitrarias que aún persisten, sino las que la propia
naturaleza ha hecho con los ríos, montañas, selvas, bosques y otras que
configuran un ecosistema regional. En este marco se puede lograr una
auténtica sostenibilidad, incluyendo los bienes naturales, la cultura y
las tradiciones locales, las personalidades que han marcado esa
historia, favoreciendo a las pequeñas empresas y a la agricultura
orgánica, con la mayor participación posible, en un espíritu
democrático. De esta manera se proporcionará un “buen vivir y convivir”
(el ideal ecológico andino) suficiente, decente y sostenible con la
disminución de las desigualdades.
Esta visión formulada
por la Carta de la Tierra es grandiosa y factible. Lo que más
necesitamos es buena voluntad, la única virtud que para Kant no tiene
defectos ni limitaciones, porque si los tuviera, ya no sería buena. Esta
buena voluntad impulsaría a las comunidades y, en el límite, a toda la
humanidad para conseguir realmente “un nuevo comienzo”.
Este
modo de vida sostenible propuesto por la Carta de la Tierra se traduce
en prácticas virtuosas que hacen real este propósito. Son muchas las
virtudes para otro mundo posible. Seré breve, ya que publiqué tres
volúmenes con este mismo título “Virtudes para otro mundo posible” (Sal Terrae 2005-2006). Enumero 10 sin detallar su contenido, lo que nos llevaría lejos.
Virtudes de otro mundo posible y necesario
La primera es el cuidado esencial.
Lo llamo esencial porque, según una tradición filosófica que proviene
de los romanos, cruzó los siglos y adquirió su mejor forma con varios
autores, especialmente en el núcleo central de Ser y Tiempo de
Heidegger. En él se considera el cuidado como la esencia del ser humano.
Es la condición previa para el conjunto de factores que permiten el
surgimiento de la vida. Sin cuidado, la vida nunca irrumpiría ni podría
sobrevivir. Algunos cosmólogos como Brian Swimme y Stephan Hawking
vieron el cuidado como la dinámica misma del universo. Si las cuatro
energías fundamentales no tuvieran el cuidado sutil de actuar
sinérgicamente, no tendríamos el mundo que tenemos. Todo ser vivo
depende del cuidado. Si no hubiésemos tenido el cuidado infinito de
nuestras madres, no sabríamos cómo salir de la cuna y buscar nuestro
alimento, ya que somos seres biológicamente carentes, sin ningún órgano
especializado. Necesitamos el cuidado de otros. Todo lo que amamos
también lo cuidamos y todo lo que cuidamos, lo amamos. Con respecto a la
naturaleza significa una relación amistosa, no agresiva y respetuosa de
sus límites.
La segunda virtud es el sentimiento de pertenencia
a la naturaleza, a la Tierra y al universo. Somos parte de un gran Todo
que nos desborda por todos los lados. Somos la parte consciente e
inteligente de la naturaleza, somos esa parte de la Tierra que siente,
piensa, ama y venera. Este sentimiento de pertenencia nos llena de
respeto, de asombro maravillado y de acogida.
La tercera virtud es la solidaridad y la cooperación.
Somos seres sociales que no sólo viven, sino que conviven con otros.
Sabemos por la bioantropología que fue la solidaridad y la cooperación
de nuestros antepasados antropoides la que, al buscar alimentos y
traerlos para el consumo colectivo, les permitió dejar atrás la
animalidad e inaugurar el mundo humano. Las varias ciencias de la vida,
la psicología evolutiva, las neurociencias, la cosmogénesis, la ecología
y otras han confirmado el carácter esencial de la cooperación y de la
solidaridad. Hoy, en el caso del coronavirus, lo que nos está salvando
es la solidaridad y la cooperación de todos con todos. No son los
valores axiales del capitalismo: la competencia y el individualismo.
Esta solidaridad debe comenzar por los últimos e invisibles, sin los
cuales deja de ser inclusiva de todos.
La cuarta virtud es la responsabilidad colectiva.
Ya hemos expuesto su significado más arriba. Es el momento de la
conciencia en el que cada uno y toda la sociedad se dan cuenta de los
efectos buenos o malos de sus decisiones y actos. Sería absolutamente
irresponsable la deforestación descontrolada de la Amazonia porque
desequilibraría el régimen de lluvias de vastas regiones y eliminaría la
biodiversidad indispensable para el futuro de la vida. No necesitamos
referirnos a una guerra nuclear cuya letalidad eliminaría toda la vida,
especialmente la humana.
La quinta virtud es la hospitalidad
como deber y como derecho. El primero en presentar la hospitalidad como
un deber y un derecho fue Immanuel Kant en su famoso texto “En vista de
la paz perpetua” (1795). Entendía que la Tierra es de todos, porque
Dios no le dio la propiedad de ninguna parte de ella a nadie. Ella
pertenece a todos los habitantes, que pueden caminar por todas partes.
Cuando se encuentra a alguien, es el deber de todos ofrecer
hospitalidad, como signo de pertenencia común a la Tierra, y todos
tenemos derecho a ser acogidos, sin distinción alguna. Para Kant, la
hospitalidad junto con el respeto de los derechos humanos constituirían
los pilares de una república mundial (Weltrepublik). Este tema es de
mucha actualidad dado el número de refugiados y las muchas
discriminaciones de diferentes clases. Tal vez sea una de las virtudes
más urgentes en el proceso de planetización, aunque una de las menos
vividas.
La sexta virtud es la convivencia de
todos con todos. La convivencia es un hecho primario porque todos
venimos de la convivencia que tuvieron nuestros padres. Somos seres de
relación, que es lo mismo que decir, no vivimos simplemente, sino que
convivimos a lo largo del tiempo. Participamos de la vida de los demás,
de sus alegrías y angustias. Sin embargo es difícil para muchos convivir
con aquellos que son diferentes, ya sea de etnia, de religión, de
partido político. Lo importante es estar abierto al intercambio. Lo
diferente siempre nos trae algo nuevo que nos enriquece o nos desafía.
Lo que nunca podemos hacer es convertir la diferencia en desigualdad.
Podemos ser humanos de muchas maneras diferentes, a la manera brasileña,
italiana, japonesa, yanomami. Cada manera es humana y tiene su
dignidad. Hoy, a través de los medios de comunicación cibernéticos,
abrimos ventanas a todos los pueblos y culturas. Saber convivir con
estas diferencias abre nuevos horizontes y entramos en una especie de
comunión con todos. Esta convivencia implica también a la naturaleza,
convivir con los paisajes, con los bosques, con los pájaros y los
animales. No sólo para mirar el cielo estrellado, sino para entrar en
comunión con las estrellas, porque de ellas venimos y formamos un gran
Todo. En definitiva, formamos una comunidad de destino común con toda la
creación.
La séptima virtud es el respeto incondicional.
Cada ser, por pequeño que sea, tiene valor en sí mismo,
independientemente del uso humano. Albert Schweitzer, gran médico suizo
que fue a Gabón, en África, para atender a los hansenianos, desarrolló
el tema en profundidad. Para él el respeto es la base más importante de
la ética, porque incluye la acogida, la solidaridad y el amor. Debemos
empezar por el respeto a nosotros mismos, manteniendo actitudes dignas y
formas que despierten el respeto de los demás. Es importante respetar a
todos los seres de la creación, porque ellos valen por sí mismos;
existen o viven y merecen existir o vivir. Es especialmente valioso el
respeto ante toda persona humana, pues es portadora de dignidad, de
sacralidad y de derechos inalienables, sin importar de dónde provenga.
Debemos un respeto supremo a lo sagrado y a Dios, el misterio íntimo de
todas las cosas. Sólo ante Él podemos arrodillarnos y venerar, pues sólo
ante Él cabe esta actitud.
La octava virtud es la justicia social y la igualdad
fundamental de todos. Justicia es más que dar a cada uno lo que es
suyo; entre los humanos, la justicia es el amor y el mínimo respeto que
debemos dedicar a los demás. La justicia social es garantizar lo mínimo a
todas las personas, no crear privilegios, y respetar sus derechos en
pie de igualdad, porque todos somos humanos y merecemos ser tratados
humanamente. La desigualdad social significa injusticia social y,
teológicamente, es una ofensa al Creador y a sus hijos e hijas. Tal vez
la mayor perversidad que existe hoy en día sea la que deja a millones de
personas en la miseria, condenadas a morir antes de tiempo. En este
tiempo de coronavirus, se ha demostrado la violencia de la desigualdad
social y la injusticia. Mientras algunos pueden vivir en cuarentena en
casas o apartamentos adecuados, la gran mayoría de los pobres están
expuestos a la contaminación y a menudo a la muerte.
La novena virtud es la búsqueda incansable de la paz.
La paz es uno de los bienes más ansiados, porque, por el tipo de
sociedad que construimos, vivimos en permanente competencia, con
llamadas al consumo y a la exaltación de la productividad. La paz no
existe en sí misma, es la consecuencia de valores que deben ser vividos
previamente y que dan como resultado la paz. Uno de las formas más
acertadas de comprender la paz nos viene de la Carta de la Tierra, donde
se dice: «La paz es la plenitud que resulta de las relaciones correctas
con uno mismo, con otras personas, con otras culturas, con otras vidas,
con la Tierra y con el Gran Todo del cual somos parte» (n.16 f). Como
se puede ver, la paz es la consecuencia de relaciones adecuadas y el
fruto de la justicia social. Sin estas relaciones y esta justicia sólo
conoceremos una tregua, nunca una paz permanente.
La décima virtud es el cultivo del sentido espiritual de la vida.
El ser humano tiene una exterioridad corporal mediante la cual nos
relacionamos con el mundo y con las personas y tenemos también una
interioridad psíquica donde se anidan, en la estructura del deseo,
nuestras pasiones, los grandes sueños, y nuestros ángeles y demonios.
Debemos controlar estos últimos y cultivar amorosamente los primeros.
Sólo así podremos disfrutar del equilibrio necesario para la vida.
Pero
también poseemos una profundidad, esa dimensión en la que residen los
grandes interrogantes de la vida: ¿quiénes somos, de dónde venimos, a
dónde vamos, qué podemos esperar después de esta vida terrenal? ¿Cuál es
la Energía Suprema que sostiene el firmamento y mantiene nuestra Casa
Común alrededor del Sol y la mantiene siempre viva para permitirnos
vivir? Es la dimensión espiritual del ser humano, hecha de valores
intangibles como el amor incondicional, la confianza en la vida, el
coraje para enfrentar las inevitables dificultades. Nos damos cuenta de
que el mundo está lleno de sentidos, que las cosas son más que cosas,
son mensajes y tienen otro lado invisible. Intuimos que hay una
Presencia misteriosa que impregna todas las cosas. Las tradiciones
religiosas y espirituales han llamado a esta Presencia con mil nombres,
sin poder, sin embargo, descifrarla totalmente. Es el misterio del mundo
que se remite al Misterio Abisal que hace que sea todo lo que es.
Cultivar este espacio nos humaniza, nos hace más humildes y nos arraiga
en una realidad trascendente, adecuada a nuestro deseo infinito.
Conclusión: ser simplemente humanos
La
conclusión que sacamos de estas largas reflexiones sobre el coronavirus
19 es: debemos ser simplemente humanos, vulnerables, humildes,
conectados entre sí, solidarios y cooperativos, parte de la naturaleza y
la porción consciente y espiritual de la Tierra con la misión de cuidar
la herencia sagrada que hemos recibido, la Madre Tierra, para nosotros y
para las generaciones futuras.
Son inspiradoras las
últimas frases de la Carta de la Tierra: «Que nuestro tiempo sea
recordado por el despertar de una nueva reverencia ante la vida, por el
firme compromiso de alcanzar la sostenibilidad e intensificar la lucha
por la justicia y la paz, y por la alegre celebración de la vida».
- Leonardo Boff es ecoteólogo y ha escrito Virtudes para otro mundo posible (3 vol.), Sal Terrae, 2005-2006.
Traducción de Mª José Gavito Milano
https://www.alainet.org/es/articulo/206686
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