Marcos Roitman Rosenmann
En esta pandemia hay
responsables, deben señalarse y no olvidarlos. No es posible hacer
borrón y cuenta nueva. Hay quienes han sacado tajada valiéndose del
miedo, el hambre y la muerte. Entidades financieras, empresas
trasnacionales, jefes de Estado, partidos y un sinnúmero de personajes
han aprovechado el momento para enriquecerse y obtener ventaja política.
Electrolux–refrigeradores no ha sido la única. En muchos países, los
empresarios, han primado el beneficio económico sobre la vida de las
personas. Han sido irresponsables, causado dolor, muerte y expandido la
pandemia. No se trata de errores, son decisiones temerarias a
contracorriente de los informes de epidemiólogos y personal sanitario.
No es posible soslayarlo. El dueño de Amazon, Jeff Bezos, ha
incrementado su fortuna en 10 mil millones de dólares durante el
confinamiento. Ha sido denunciado por sindicatos y trabajadores que se
han sentido desprotegidos. Sus almacenes dan positivo en Covid-19.
La responsabilidad política, sea en situación de guerra o pandemia,
debe juzgarse. Baste un ejemplo histórico. Se cumplen 75 años del final
de la Segunda Guerra Mundial y éste permanece vivo en la memoria
colectiva. Es obligado recordar la entrega de millones de personas que
combatieron contra el nazismo y el fascismo. La dignidad de quienes no
se dejaron avasallar, ni rindieron. Hombres y mujeres, miembros de la
resistencia civil, sin su entrega el triunfo frente al nazi-fascismo se
hubiese retrasado años. Les rendimos homenaje y dentro de 100 años
seguirá teniendo sentido recordarlos. Pero conviene visualizar la
contraparte. Los millones de muertos, los campos de concentración y los
hornos crematorios. El tribunal de Núremberg juzgó a unos pocos. Algunos
fueron condenados a la horca, a prisión o absueltos. El juicio redimió a
las víctimas. Pero en los estertores, Hiroshima y Nagasaki. Tampoco
podemos olvidar a sus responsables.
La memoria puede jugar malas pasadas, extraviarse, ser manipulada,
destruirse. El olvido deliberado adormece la conciencia. ¿Acaso los
preminentes hombres de ciencia alemanes, nazis confesos, algunos SS, no
fueron cooptados por los servicios de inteligencia estadunidense? Se les
dio otra vida, trabajaron en sus proyectos científicos y
contraespionaje. Wernher von Braun, el ingeniero de bomba V-1 y V-2 que
destruyó Londres, fue jefe de la NASA en el proyecto Apolo. Se le
concedió la nacionalidad estadunidense y condecoró. Su pasado no
existió. Benno Müller-Hill lo detalla con rigor en uno de los pocos
textos que lo analiza: La ciencia del exterminio. Siquiatría y antropología nazis (1933-1945)
¿Y la Iglesia católica? Desde Roma, muchos prelados dieron cobertura a
criminales nazis, proporcionándoles una nueva identidad. La empresa IBM
fue contratada por el Tercer Reich para informatizar los campos de
concentración. Mientras, Hugo Boss surtió a las tropas alemanas de
uniformes utilizando mano de obra de prisioneros. La lista es
interminable. Es la historia del olvido. Los casos abundan. Brasil,
Uruguay, Guatemala, El Salvador, Paraguay, Chile o Perú. En España, uno
de sus máximos torturadores, el policía Antonio González Pacheco,
apodado Billy el Niño, murió de coronavirus hace unos días.
Mantuvo sus condecoraciones, y cobro sobresueldos hasta la tumba. Sus
compañeros lo reivindican. Su pasado fue obviado y se jubiló con
honores. Apellidos de tercera o cuarta generación encubren a familias
franquistas. Ahí están, en las listas electorales reivindicando el
olvido como opción política. En Chile, su presidente, Sebastián Piñera,
nombra ministra de Mujer y Equidad de Género a Macarena Santelices. Un
apellido sin pedigrí. Pero su tercero resulta familiar: Pinochet. Es
sobrina-nieta del tirano. Apoyó la dictadura, justificó los asesinatos,
no condenó las violaciones de los derechos humanos, incluyendo la
violencia política-sexual. En entrevista declaró: “No podemos desconocer
lo bueno del régimen militar (…) activó la economía”. Su nombramiento
es una afrenta a las mujeres, señalaron las organizaciones feministas
chilenas.
No podemos olvidar. Es necesario mantener vivos los recuerdos. Hay
que estar alerta. La memoria juega un papel fundamental en este campo de
batalla. Así como otras especies, los seres humanos compartimos una
memoria simple de sensibilización. Pero somos capaces de forjar
relaciones más allá de una interacción química. Lo denominamos estado de
conciencia. La memoria es la base para lograrlo. Los neurobiólogos la
dividen en episódica, categorial y procedimental. Sin memoria la vida
humana sería inviable. Se pierde la autonomía, el tiempo desaparece, el
conocimiento se desvanece. Así, la memoria episódica facilita recordar
sucesos vividos y relacionarlos. ¿Dónde estábamos cuando se produjo un
golpe de Estado? La memoria categorial abre al significado de las
palabras: perro, guerra, coronavirus y por el último, la procedimental
facilita el aprendizaje de una técnica de pesca, el uso de un arma o la
conducción de coche. Su desarrollo integral nos hace humanos. No es
posible tener una vida digna sin pasado, sin recuerdos, olvidando y
evadiendo nuestras responsabilidades ciudadanas. Jorge Luis Borges, en
1934, escribió Historia universal de la infamia. Tras la
pandemia, debemos poner sobre la mesa los nombres de personas, empresas
trasnacionales y bancos, cuyas decisiones constituyen la historia de una
nueva infamia, que ha puesto en riesgo la vida de millones de seres
humanos para salvar el capitalismo y sus fortunas. Ni olvido ni perdón.
Memoria para recordar y no olvidar. ¿Será posible?
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