Ilka Oliva Corado.
Sí, sí, sí, con regularidad humo mi habitación, como en esta mañana de lluvia de chipi chipi. El aroma de la hoja de Sage me hace recordar el olor de los poyetones encendidos en la Guatemala pueblerina. Aquí no hay poyetones, en esta enorme urbe industrial solo hay fábricas que se enfilan en el Barrio de las Empacadoras, aunque la otra vez vi un horno en una finca a las afueras de la ciudad y sentí que perdía el aire y que no podía respirar, ¡un horno!, grité y corrí desde el pequeño establo donde estaban las cabras y crucé el huerto y llegué a la galera que en el centro tenía un horno artesanal. ¡Un horno!, volví a gritar emocionada y mi grito lo escucharon las cabras, los tomates, las lechugas y los árboles de manzana y pera que empezaban a llenarse de frutas tiernas. Me senté a llorar bajo la sombra de la galera mientras lo imaginaba humando, con salpores, quesadillas, marquesotes y semitas de mi Comapa natal.
Sí, sí, sí, en días lluvia, como hoy, Guatemala me brota por los poros, inunda mi habitación, su niebla de chipi chipi entra por las rendijas de la ventana y se columpia en las telas de araña que nunca limpio, y yo pierdo la noción del tiempo y confundo a los arces con encinos y en los tulipanes veo flores de mayo, en los cerezos en botón, flores de chacté y la grama que empieza a reverdecer parece el zacatal de la arada en mi Gran Amor. Todo se distorsiona en los días de lluvia, como hoy.
Me sirvo el café hervido en un batidor de barro de la aldea Las Crucitas, el paisaje del río Paz se estampa en las paredes sobre mis abstractos y el sonido del agua cayendo desde La Joya en las piedronas de la quebrada armonizan con el chipi chipi de esta mañana de abril. Los días de lluvia tienen un extraño encanto, un poder subliminal que hace que Guatemala brote por mis poros y planta en el jardín: los encinos, los pinos, los cipresales, los estanques, las siembras de La María del tomatal; las pascuas, las cepas, los güisquilares, los nísperos, el caminito y el caminón y, estampa como una enorme pintura impresionista las memorias más felices de mi infancia en Ciudad Peronia.
Sí, sí, sí, me fui de cuerpo no de alma, mis pies caminan otras tierras, pero mi espíritu en días de lluvia, como hoy, retorna a chapotear en los lodazales de los caminos de tierra que abrigaron mi infancia. Lo observo, sorbiendo mi café hervido y saboreando imaginariamente en el paladar una semita de las de la Adelona. Tiempo de flores de izote y de los últimos jocotes rojos de Jalpatagua, tiempo de sembrar la milpa para que la semilla germine con los primeros aguaceros de mayo. Tiempo de los últimos mangos de pashte o de brea y tiempo también, aquí, en esta enorme urbe industrial, de la primavera que en sus días de lluvia hace que Guatemala brote por mis poros y el pasto verde del jardín se convierta en un libro de historias de los que nunca termino de escribir.
Sí, sí, sí, sigo humando mi habitación, porque el olor a Sage me hace recordar los días en los que cortaba chipilín y escobillo en la arada, en mi Gran Amor, en días de lluvia, como hoy.
Blog de autora: https:// cronicasdeunainquilina.com
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado
29 de abril de 2019, Estados Unidos.
--
No hay comentarios:
Publicar un comentario