El Salto
El relato victimista del PT, la división de las izquierdas, la ausencia histórica de autocrítica y apostar por la polarización ayudaron a la ultra derecha a tomar el poder en Brasil |
Ha existido una oleada de fake news pro Bolsonaro. Una red de empresarios financió una presunta campaña ilegal, bautizada como
WhatsApp gate
. El juez justiciero Sérgio Moro descabezó la candidatura del
imbatible Lula. Los medios de comunicación abonaron el terreno a la
ultra derecha. El centro derecha coqueteó con Bolsonaro, legitimándole.
Y mercados, élites, militares y líderes evengelistas operaron para
evitar el retorno al poder del Partido de los Trabajadores (PT). Sin
embargo, los errores del PT y de las izquierdas brasileñas también han
aupado a Bolsonaro. ¿Cuáles han sido los principales errores?
Giro al centro
La llegada de Dilma Rousseff a la presidencia en 2011 acentuó el giro
al centro del gobierno petista. El nombramiento de Ana Buarque de
Hollanda como ministra de Cultura, que se alejó de la cultura libre y la
cultura viva comunitaria de la era Gilberto Gil, fue un primer gesto.
La agenda verde fue prácticamente inexistente. Dilma construyó decenas
de presas en la Amazonia, como la polémica Belo Monte.
Al mismo tiempo, Dilma abrazó la neoliberal Agenda Brasil
que pretendía introducir el copago en la sanidad pública o transformar
reservas indígenas en tierras productivas. El nombramiento del pastor
evangélico Marcos Feliciano como presidente de la Comissão de Direitos
Humanos e Minorias marcó el retroceso del Gobierno Dilma en cuestiones
morales. Antes del Mundial de Fútbol, Dilma aprobó la Ley Antiterrorista
que llevó a cientos de manifestantes a la cárcel. La gestión de Dilma
abrió una brecha con movimientos sociales y activistas que no han vuelto
a votar al PT, ni siquiera contra Jair Bolsonaro. El voto nulo fue el
mayor desde 1989, un 7,3%.
Abandono de territorios
Algunos de los proyectos territoriales estrellas del Gobierno Lula,
como los Pontos de Cultura, se estancaron con Dilma. El Estado apenas
consiguió tener presencia en los territorios más coflictivos con
proyectos como las Unidades de Pacificação Policial (UPP) de Río de
Janeiro, asociados a la represión. El ecosistema de organizaciones y de
iglesias progresistas cedió espacio a las iglesias evangélicas. En el
interior de Brasil, el eterno retraso a la reforma agraria alejó a la
Comissão Pastoral da Terra (CPT) del PT.
En las ciudades, las iglesias evangélicas construyeron una verdadera
red comunitaria de apoyo mutuo. Los partidos de izquierda han
estigmatizado al mundo evangélico, a pesar de que hay organizaciones
progresistas como la Teologia da Missão Integral. El ascenso de
Bolsonaro en las favelas, en la clase C
(clase media baja) y en ciudades castigadas por la violencia ha crecido
en el hueco dejado por la izquierda. Talíria Petrone, elegida diputada
federal por el PSOL, afirma que “la izquierda tiene que volver a los
territorios”, pero “no para llevar una verdad, si no para escuchar”.
Hegemonía de las izquierdas
Hasta el pasado mes de junio, muchos barones del PT habían aceptado
sumarse a la candidatura de Ciro Gomes, del Partido Democrático
Trabalhista (PDT). Jaques Wagner, peso pesado petista en el ultrapetista
nordeste, avalaba un pacto que abría el camino a un frente de
izquierdas junto al Partido Socialista Brasileiro (PSB), el segundo en
importancia en la izquierda, el Partico Comunista do Brasil (PcdoB) y,
posiblemente, el Partido Socialismo e Liberdade (PSOL). Lula y Gleisi
Hoffman, presidenta nacional del PT, boicotearon el acuerdo. Hoffman
llegó a decir que Ciro no adelanta al PT ni con una
reza brava
(“con un rezo potente”). El propio Lula consiguió desde su celda que el PSB se alejara de Ciro, a cambio de acuerdos regionales.
El analista político Marcos Nobre sostiene que Lula ha machacado
a los dos candidatos que han intentado disputar su legado: Marina Silva
y Ciro Gomes, ambos ex ministros de Lula. En 2014, el PT lanzó una dura
campaña contra Marina Silva para alejarla del segundo turno. En 2018,
Ciro Gomes recibió los golpes del PT. Ciro, visiblemente resentido y
pensando más en su propio futuro, no apoyó a Fernando Haddad en el
segundo turno. Mantener la hegemonía de la izquierda fue siempre la
prioridad del PT. Por eso sus gobiernos buscaron alianzas con la
derecha, no con la izquierda. Por eso no ha existido frente amplio en
2018.
La campaña del PT de 2018 ha sido kamikaze. Mantener la
candidatura de Lula fue efectiva para viabilizar al desconocido Fernando
Haddad y para salvar al PT. Fracasó ante el descomunal antipetismo,
capitalizado por el oportunista Jair Bolsonaro. Lula ha cometido el gran
error táctico y estratégico de su carrera.
Ausencia de frente democrático
En el segundo turno, no hubo una “alianza a la francesa” contra la
ultraderecha. Fernando Henrique Cardoso, expresidente de Brasil por el
conservador Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB), se desmarcó.
Ciro Gomes, el otro gran nombre de la izquierda, se fue de vacaciones y
se mantuvo neutral. Marina Silva declaró un tímido apoyo crítico a Fernando Haddad. A pesar del alud de peticiones para una Concentración Democrática Yá,
Haddad no convocó reunión de urgencia. El PT pensó más en el partido
que en el Estado. Tanto Ciro como Marina evitaron subirse a la campaña
del PT, pensando ya en la carrera electoral de 2022. Ni izquierdas ni derechas estuvieron a la altura del momento.
Entrega de símbolos
Tras el susto del primer turno, la campaña del PT cambio
radicalmente. La figura de Lula desapareció. La bandera brasileña
sustituyó al color rojo. Desde las revueltas de junio de 2013, la
izquierda se alejó de los símbolos patrios. En un país en el que las
clases populares abrazaron casi siempre la bandera, renegar a ella no
fue una buena idea. Cuando empezaron a surgir los cacerolazos contra el
Gobierno de Dilma Rousseff, la izquierda rechazó también este ritual
asociado a los movimientos sociales.
Durante 2013 y 2014, cuando el flanco izquierda de las protestas tenía la hegemonía de las calles, las banderas brasileñas eran puntuales. A partir de 2015, la marea verde amarela
creció, transformando la bandera y las camisetas de la CBF
(Confederação Brasileira de Futebol) en sus iconos. En 2015, el PT
colocó la etiqueta de “derechistas” a las manifestaciones contra la
corrupción y la clase política. Sin embargo, un profundo estudio académico
reveló que la mayoría de los manifestantes defendían la educación
pública (98%) o la salud universal (97%), contrariando a los
conservadores grupos convocantes. Los políticos, incluso Jair Bolsonaro,
eran mal recibidos en dichas manifestaciones.
“Ellos o nosotros”
El 18 de marzo de 2016 Lula dió un discurso
en la Avenida Paulista de São Paulo en el que acabó de redondear el
“ellos o nosotros”. Ellos “compran ropas” en Miami, dijo, y nosotros
“compramos en la 25 de março”, una calle populachera. El PT aceptaba la
polarización como terreno de juego. Este binarismo huía del espíritu de
las jornadas de junio de 2013, unas revueltas multifacéticas y
transversales. Previamente, el Gobierno de Dilma ya había criminalizado a
los movimientos críticos con el Mundial de Fútbol, definiéndoles como
“antipatriotas”.
Durante las elecciones de 2014, el PT apostó por la vieja
polarización con su enemigo tradicional, el PSDB, para traer de vuelta a
los críticos por la izquierda. En 2016, Lula completó su alejamiento
con los nuevos movimientos, arrastrando la versión oficial del PT. El
mismo Fernando Haddad publicó un artículo en la Revista Piauí en junio de 2017
culpando a junio de 2013 de todos los problemas. En 2018, la
candidatura de Lula incitó a la polarización. Y alimentó el movimiento
“anti Lula”. Inicialmente, el sistema intentó que el anti Lula fuera el
millonario João Dória.
Finalmente, la guerra de tronos del PSDB relegó a Dória a ser
candidato a gobernador de São Paulo. El fracaso del plan “Dória
presidente” dejó vía libre a Bolsonaro. El PT evaluó que el segundo
turno ideal era contra Bolsonaro. Numerosos petistas, como Breno Altman, manifestaron esa predilección por Bolsonaro.
Víctima de su propio relato
En la campaña electoral de 2014, algunas corrientes del PT intentaron
renovar las narrativas y las estéticas. Surgieron iniciativas como Podemos Mais,
imitando los tonos del partido español Podemos, así como eventos y
acciones para conectar con las revueltas de 2013. Desde el golpe
parlamentario a Dilma de 2016, el relato del “candidato Lula”, más
similar al PT de 1989 que al de 2002, adoptó un ángulo ultra
izquierdista. La paradoja es que estas elecciones no polarizaron los extremos,
Jair Bolsonaro y Guilherme Boulos, del PSOL. Fernando Haddad ocupó un
extremo que no le correspondería por su programa. Tener a la comunista
Manuela D’Ávila como candidata a vicepresidenta redondeó este relato
rojo del PT, tan distante de las prácticas centristas de Dilma. El PT,
víctima de su propio relato, le puso en bandeja a Bolsonaro sus
discursos anticomunistas. El giro de Haddad en el segundo turno huyendo
de los símbolos petistas llegó tarde.
Culturas estigmatizadas
Bolsonaro ha encontrado una fórmula
interclasista que conecta el sur y el norte del país por el interior,
evitando el izquierdista nordeste. El incipiente bolsonarismo, todavía
precario y contradictorio, no había ganado apenas con los votos del sur y
del sudeste. Por eso, Bolsonaro apostó por un Brasil olvidado,
especialmente el Centro Oeste y la Amazonia. El pasado 4 de octubre, en
entrevista a la evangelista TV Record, Bolsonaro criticó a los
artistas de la Lei Rouanet (ley de mecenazgo) y defendió la música
sertaneja, típica del centro oeste, considerada brega (cutre) por
la superioridad moral de la izquierda. En la etiqueta Música Popular
Brasileña (MPB) no caben los estilos que Bolsonaro considera populares,
como la sertaneja o la caipira, típica del interior de São Paulo.
Bolsonaro también ha arrasado en las periferias urbanas. En las favelas de Río de Janeiro, donde reina el funk carioca despreciado por los artistas de culto, Bolsonaro es el nuevo mesías. El desprecio cultural a los evangelistas, que producen un gigante mercado musical y cinematográfico, revela la incapacidad de la izquierda de escuchar nuevos lenguajes, sensibilidades, asuntos (como la familia o la seguridad) y cosmovisiones. “Si la izquierda hegemónica continúa comportándose como en los últimos años, fundamentalmente antipopular y autocentrada, el autoritarismo encontrará un suelo cada vez más fértil”, afirma Rosana Pinheiro-Machado.
Bolsonaro también ha arrasado en las periferias urbanas. En las favelas de Río de Janeiro, donde reina el funk carioca despreciado por los artistas de culto, Bolsonaro es el nuevo mesías. El desprecio cultural a los evangelistas, que producen un gigante mercado musical y cinematográfico, revela la incapacidad de la izquierda de escuchar nuevos lenguajes, sensibilidades, asuntos (como la familia o la seguridad) y cosmovisiones. “Si la izquierda hegemónica continúa comportándose como en los últimos años, fundamentalmente antipopular y autocentrada, el autoritarismo encontrará un suelo cada vez más fértil”, afirma Rosana Pinheiro-Machado.
El sentimiento anticorrupción
Tras el escándalo del Mensalão, que reveló en 2005 un esquema
de pagos mensuales ilegales a la base parlamentaria aliada, no hubo
autocrítica. Cuando estalló el Petrolão, un monumental escándalo
de corrupción de la empresa pública Petrobrás, el PT adoptó la postura
de víctima. La narrativa petista impugnó la totalidad de operación
anticorrupción Lava Jato empujada por el juez Sérgio Moro.
Defender la pauta anticorrupción ha sido un tabú para la izquierda
brasileña. Cuando Luciana Genro, que ya fue candidata a presidenta por
el PSOL, elogió en la operación Lava Jato,
fue masacrada. No haber disputado la pauta anticorrupción, principal
indignación de los brasileños, ha sido un error garrafal. Fernando
Haddad, en la campaña del segundo turno, defendió por primera vez la
lucha anticorrupción. Un primer paso, que también llega tarde.
Campaña en red
No todo han habido fake news. La campaña de Bolsonaro ha sido
una verdadera revolución tecnopolítica. Una campaña en red,
descentralizada, con mensajes construidos de abajo arriba. No todo ha
sido miedo. La campaña fue construida por millones de fans de Bolsonaro,
con narrativas múltiples, fragmentadas, al servicio de la alegría y la ilusión por el cambio.
Del otro lado, el PT se ha apoyado en los grandes ideales de la
izquierda, en mensajes de arriba a bajo, en centralizados lemas
unitarios. Desde el año 2015, como apunta el investigador Bruno Cava,
las derechas se mezclaron con una movilización real. En mayo de 2018,
los camioneros pararon Brasil y articularon una revuelta en red a través
de WhatsApp. La izquierda caricaturizó ese movimiento y no tardó en
estigmatizarlo como derechista. La derecha capturó ese malestar. “El
verdadero drama es que la victoria aplastante de Bolsonaro está siendo
vivida como renovación de la esperanza y despertar democrático, como
ariete antisistémico y movilización de los pobres y castigados por la
crisis”, apunta Bruno Cava.
Mientras la campaña de Bolsonaro adoptaba ropajes antisistema, la del PT sabía a Estado y la del ultra izquierdista PSOL parecía incluso institucional.
Mientras la campaña de Bolsonaro adoptaba ropajes antisistema, la del PT sabía a Estado y la del ultra izquierdista PSOL parecía incluso institucional.
Ausencia de autocrítica
El PT todavía no ha entonado ningún mea culpa frente a la
gestión de sus gobiernos, la crisis económica o la corrupción. Al
contrario, el PT ha buscado chivos expiatorios. Culpó a los críticos por
la izquierda de hacer juego a la derecha, a los isentões (los
omisos) por no denunciar el “golpe” y a la ultraderecha internacional de
Steve Bannon por ayudar a Bolsonaro. La narrativa del golpe, según el
sociólogo Pablo Ortellado, sirvió como “estrategia discursiva para
asustar a la militancia de izquierda y cooptarla en la defensa del
legado lulista”. También para esconder los errores. El rapero Mano Brown,
en un acto de campaña de Fernando Haddad, lanzó una dura crítica: “Si
(el PT) no consigue hablar la lengua del pueblo va a perder. El partido
del pueblo tiene que entender lo que el pueblo quiere. Si no lo sabe,
que vuelva a la base e intente saberlo”. Fernando Haddad le dio la
razón. Por primera vez, un líder petista parece dispuesto a hacer
autocrítica, aunque llegue tarde.
Bernardo Gutiérrez,
periodista y escritor hispano brasileño, escribe sobre política de
Brasil desde 2001. Desde Brasil, ha cubierto todo el lulismo para medios
como La Vanguardia, El Mundo, El País, Público, Eldiario.es, Interviú, Milenio (Ciudad de México), La Repubbica (Roma), Visão (Lisboa), entre otros. Autor de libros como Calle Amazonas (Altaïr, 2010), co-autor de Amanhã vai ser maior (Anna Blume, 2014) y co-editor de
Junho: potência das redes e das ruas
(Friedrich Ebert Stiftung, 2014).
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