Otra vez, como en
Conga, como en Pasco o Tintaya, como en la Oroya o Morococha, como en
Toquepala o en Marcona; las balas se cruzaron en las minas dejando un
doloroso saldo: 4 muertos y decenas de heridos. Las Bambas, yacimiento minero situado en la zona más deprimida de Apurímac, fue el escenario.
¿Hay responsables de esto que bien puede considerarse una tragedia?
Claro que los hay. Directos e indirectos. Materiales y políticos. Unos y
otros debieran atenerse a la ley, dar cuenta rigurosa de sus actos y
asumir un compromiso con la historia: nunca más balas y minas deben ser
una dupla de sangre, como viene ocurriendo en nuestro país.
Como en otras ocasiones, este era un conflicto que se veía venir. Nos deja notables lecciones. Veamos algunas:
Se ha dicho siempre que el Perú “es un país minero”.
Esa, es una verdad relativa. Si entendemos que serlo es poseer ingentes
recursos mineros, entonces sí, es verdad. El Perú es un país minero. En
nuestro subsuelo, y aún a tajo abierto, tenemos ingentes riquezas: oro,
plata, cobre, hierro, bismuto, vanadio, petróleo; y muchísimos otros
recursos que si fueran explotados en beneficio del país y de su
población, nos permitirían gozar de un bienestar esplendoroso.
Pero eso requeriría explotar esos recursos con la idea de enfrentar retos sociales. Y eso es precisamente lo que no ocurre.
Seguramente sucedió así en los años del Imperio de los Incas cuando, el
oro y la plata eran tomados como adorno destinado a embellecer los
atuendos, o el rostro de las personas. Pero ahora no, porque el oro y
los otros minerales, sirven como fuente inagotable de riqueza, moneda de
intercambio, veta de acumulación, fuente de Poder. Y no sirven para
mejorar la vida de los peruanos sino para abarrotar las arcas de
archimillonarios que andan por el mundo a costa de nuestro patrimonio.
Como el mineral que se extrae en el Perú de las entrañas de la tierra,
no sirve a los peruanos, no podemos decir que somos un País Minero, sino
más bien un País Saqueado. Debiéramos ser un país minero, pero en otro sentido, y con otro contenido.
De esa formulación, fluye otra idea: la explotación minera es “fuente de progreso”, “la herramienta que nos llevará al desarrollo”; se dice. Y es mentira. Si la formulación fuera cierta, las regiones más prósperas en el Perú serían las mineras.
Huancavelica, Apurimac, Pasco, Cusco, Puno, Arequipa, Ancash o
Cajamarca; serían un emporio inagotable, y habrían alcanzado los niveles
más altos de bienestar y desarrollo. Y todos sabemos que eso resulta
apoteósicamente rebatido por la realidad.
No hay zona más pobre en el Perú, que el “Trapecio Andino” que es, dialécticamente, la zona más rica del país por los inmensos recursos que registran sus suelos.
Es en el Trapecio Andino donde centenares de niños mueren cada año de
hambre y de frío. Es allí donde se registran los mayores índices de
desnutrición infantil, envenenamiento, contaminación, enfermedades
infecto-contagiosas y broncopulmonares; analfabetismo crónico, hambre
atraso y miseria social.
Es allí donde los niños en la escuela
escriben sobre piedras, y donde las postas médicas son una ficción, o un
lujo, y carecen desde medicinas hasta médicos.
Es allí donde
los vehículos -viejos casi todos- se despeñan en carreteras empedradas,
por fallas mecánicas, segando a vida de decenas de personas, casi de
modo cotidiano.
Es allí donde la cultura de la muerte se abre paso cada día sembrando luto, desconsuelo y abandono.
Es verdad que una causa, es lo agreste del terreno. Pero también eso,
es relativo. Porque también en esas regiones vivieron antes los peruanos
en plácido ambiente. Y fueron felices.
Lo que ocurre es que
hoy se impone la voracidad de los poderosos. La desmedida ansia de
riqueza y el desenfreno absurdo de algunas empresas sedientas de oro y
otros minerales. Para ellos, la vida humana carece de sentido. Y la
naturaleza puede sacrificarse siempre, porque lo que importa es el lujo y
el dinero.
El complejo minero de Las Bambas -se dice- es el
más grande y vigoroso de América. Es posible que lo sea. Pero
precisamente por eso debe ser manejado con extremo cuidado y con respeto
escrupuloso a los derechos de las poblaciones que habitan en su
entorno.
La consulta previa para el desarrollo de obras que
horadan la tierra o destruyen plantaciones y bosques; debe ser rigurosa y
sistemática. Y debe incluir todos los puntos del proyecto y del
proceso. No pueden darse pasos decisivos en una explotación minera de
esa magnitud, al margen y a la espalda de la información ciudadana.
SI hay seguridad que todo ello habrá de ocurrir, no hay razón para
reemplazar el diálogo por la fuerza, ni las ideas por las balas.
Hoy los pobladores exigen respeto al estudio medio ambiental que
pretende ser cambiado unilateralmente por la empresa, el retiro de dos
plantas contaminantes de molibdeno y de filtrado, así como el almacén de
concentrados. También la restitución de minero ductos para el retiro de
los minerales, que la empresa quiere hacer por vía abierta, poniendo en
riesgo el aire que respiran las poblaciones.
Es bueno que las autoridades comprendan que los pobladores de Chalhuahuacho
no han perdido la razón, ni son instrumento inconsciente de un par de
agitadores a sueldo. Quienes sostienen tamaño despropósito no sienten
apego alguno por el pueblo, ni conocen las interioridades de la
conciencia humana.
Hombres y mujeres son seres enteramente
racionales, que comprenden perfectamente lo que se les explica. Lo que
necesitan es que alguien asuma la tarea de mirarlos a los ojos y hablar
con ellos con la verdad, y el corazón, en la mano. Con seguridad habrán
de encontrar encomiable receptividad, absoluta comprensión y apoyo
decidido.
Son las razones, y no las balas; las que generan la
confianza entre gobernantes y gobernados. Y es la transparencia y la
sinceridad la que persuade el alma de las gentes. Por lo demás, hay que
tener la absoluta certeza que nada se puede hacer contra la voluntad de
las personas. Ni siquiera liberarlas. En circunstancias como ésta, la
sordera, es letal.
La “tregua” que ha surgido en la zona –algo
así como el cuarto de hora para enterar a los muertos- debe dar paso a
un entendimiento racional y sensato en el que las preocupaciones de los
pueblos se complementen con las verdaderas necesidades del desarrollo
nacional, y no con los intereses egoístas de los “inversionistas”
foráneos.
El gobierno afirma que está “contra la violencia”.
Podría ser facilista, demagógica y falsa esa postura. Pero más allá de
ella, debiera admitir entonces que no es la violencia la herramienta que
ha de usar para imponer el proyecto La Bambas.
O convence a la
población por medos lícitos, o el proyecto quedará archivado para
alegría de los pobladores, pero también para lloradera inconsolable de
los alquilones de la “prensa grande”.
Gustavo Espinoza M. es miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula. pe
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