I. El millón y medio de gentes de Boyacá, están distribuidos a lo largo de sus 23.000 Km2, que representan el 2% del territorio nacional y habitan en 123 municipios, más el calculado millón de hijos e hijas de esta tierra que viven en Bogotá. Esos miles han llenado por estos días las calles, las veredas, las vías, las plazas y los caminos, señalando unos modos de acción que enfrentan al poder establecido a la vez que llaman la atención sobre las tradicionales formas de lucha social y política. Esta vez los mandatos salen del seno de los campesinos, no tienen intermediaciones, ni expertos traductores que puedan cambiar las palabras y sus sentidos. Los campesinos son la única voz autorizada para hablar y decidir, saben perfectamente lo que quieren: ser respetados y reconocidos y eso supera el impagable precio de los insumos o la duración de los bloqueos en las vías. Son ellos los llamados a colocar los ritmos del tiempo y los temas de una agenda de conversaciones, superando el afán de quienes gobiernan. Sus prisas no son las que indica el calendario controlado por el capital a la medida de sus necesidades de plusvalías que sirven para enriquecer a los más ricos. Los campesinos no tienen necesidades electorales, no calculan votos, saben que los que por vez anuncian defenderlos es porque quieren someterlos, y también saben que sus elegidos los llaman terroristas cuando levantan sus voces para protestar y acuden a ellos tratándolos de ciudadanos cuando necesitan sus votos para legitimar sus caducas e incompetentes instituciones.
Los campesinos, suman sus voces a las de indígenas, camioneros, arroceros, mineros, estudiantes, obreros y con el paso de las multitudinarias movilizaciones anuncian una mezcla de variadas expresiones de lucha social movidas por la conciencia. No son ejércitos preparados para combatir, no son soldados de ninguna patria, no llevan armas mortales, son simplemente la otra Colombia, la Colombia campesina que siembra y cosecha alimentos. Las armas que provocan violencia y alientan la agresión y dan tratamiento militar a las demandas vitales son las del Estado que se asoman a veces discretas, otras apuntando. Los campesinos han logrado convocar a la otra Colombia a una fiesta de múltiples colores, saberes y experiencias. Es una fiesta de identidades que recibe lo mejor de cada uno/a como ser humano para que la lucha tenga resultados, son personas comunes y corrientes que gritan, juegan, corren, se asoman, hacen carteles, caminan. Es una fiesta de lucha por justicia social y económica, en la que se asocian discursos y consignas, banderas, mimos, zanqueros, ruanas, sombreros, ollas comunitarias, comparsas, música, vestuarios, maquillajes, grafitis, pedreas, llantas que se queman, barricadas, palos caídos, risas, juegos de palabras. Es una fiesta que ha puesto al descubierto que el estado carece de legitimidad y capacidad para resolver las demandas cuando se trata de tocar el fondo de los temas y en su reemplazo usa la fuerza, ridiculiza, amenaza, minimiza, ridiculiza y se autobloquea cerrando los escenarios propicios del dialogo como colegios y universidades. Trata de fragmentar y dividir en cambio de enfrentar y construir, lo que ha provocado un positivo reempoderamiento de la gente que intuye sus capacidades y su poder y se moviliza en contravía de las órdenes gubernamentales, resiste y anuncia que puede más.
Como un método de máxima aceptación de la diversidad de lo que somos y significando que campesinos somos todos, los cacerolazos han fortalecido la resistencia colectiva y en tan solo horas contribuido a cambiar los modos de entender y participar en la protesta sin centros de mando, ni orientaciones salidas de directorios políticos. La protesta ha permitido ver otro significado de la democracia en paz y con libertades, en la que niños y niñas hacen sonar sus juguetes y hombres, mujeres, parejas y familias enteras incluidas mascotas, hacen sonar matracas –propias de la semana santa-, panderetas. Señores de corbata con olletas y cucharones, profesores con ollas, estudiantes con tapas, pitos, tambores, cornetas, en fin, lo mejor cada casa es llevado a este pequeño acto de orquesta que suena con los tonos de la diversidad, de lo plural, del sentido colectivo. La gente sale, va, apoya, le importa el otro, los otros, los que van a su lado, los del lado contrario, los de arriba, los de abajo, se respira un ambiente de paz, de alegría por la dignidad de un pueblo burlado, que fue levantada por los campesinos y de la que cada uno/a se quedara con un pedacito de recuerdo. Ojala el gobierno y el estado con mayor exactitud, tuviera tiempo para vivir un día, al menos un solo día de esta fiesta democrática, y ojala se mirara a los ojos con la gente de estas tierras dormidas de otros tiempos, del remanso de paz que está de fiesta, haciendo una revuelta raizal, un carnaval salido de sus orígenes, de la tierra y de sus campesinos, que en este país somos todos.
La gente tomó partido por la tierra, por las semillas, las cosechas y los alimentos y sobre todo por sus originarios poseedores y cuidadores que salen de los cultivos para enfrentar al temible modelo neoliberal que afecta y destruye lo propio, que está despojando al país de su riqueza y entregándola a los nuevos colonizadores representados por transnacionales, financistas y grandes medios de des-información. Las movilizaciones ya trascienden el campo, como lo han hecho históricamente sus gentes desplazadas y desarraigadas que ahora salen del vientre de las ciudades y de los cordones de miseria a sumar en estas marchas de protesta. El país de los campesinos está presente en todo el territorio y tiende a fortalecerse, los anuncios indican que ya vienen los obreros, los estudiantes, los profesores, los trabajadores de la salud, en señal de que el paro no termina. El paro agrario es legítimo, está hecho con las fibras más finas de la justicia y las demandas son de fondo y habrá que ir a los orígenes, tocar las causas, las estructuras, la totalidad de un pueblo campesino vestido de mil colores, y esto no se logra simplificando o reduciendo trámites, tampoco con nuevas leyes, ni múltiples mesas difusas y sectoriales. Es hora de apostar por que la movilización tenga una Mesa Única Nacional de negociación directa del conflicto social entre Estado y pueblo.
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II. Cacerolazos Campesinos
Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Así como los campanazos dan señales de novedades y anuncian grandes acontecimientos en la vida de los pueblos, los cacerolazos, desde comienzos de la década del 70 en Chile, han venido anunciando que algo no está bien en los gobiernos. Son una herramienta de denuncia, en oposición a determinadas actos del gobierno, representan rechazo, inconformidad, rabia. Incluso llevaron a acelerar la dimisión de presidentes altamente cuestionados como de la Rúa en Argentina en 2001.
Los cacerolazos son una forma de protesta efectiva que señalan actos populares de conciencia, rechazo y descontento respecto a políticas y acciones del gobierno. Su expresión es la combinación de ruidos y sonidos que brotan de todas partes, de adentro de las casas, de la congregación de personas en un lugar o como ha ocurrido estos días, de extensas, festivas y solidarias movilizaciones que hacen de la política también una apuesta ética, de respaldo sincero y de compromiso con quienes consideran la base de sus orígenes: son los campesinos que están siendo irrespetados por el poder arrogante que minimiza y aparece indiferente a sus demandas, que son las mismas de un pueblo entero que toma partido por lo que le pertenece. Los cacerolazos son una forma de rendirles tributo a quienes a cambio de muy poco entregan sus vidas trabajando de sol a sol para cuidar, consentir, querer la tierra y arrancarle cosechas sin destruirla. De la tierra sacan los exiguos recursos para pagar la educación de sus hijos. De la tierra sale la vida, por la tierra se lucha por la tierra se muere. Los campesinos no están obligados a labrar la tierra, ni a alimentar a nadie, sin embargo lo hacen, porque es su vida en juego, su identidad, nuestra identidad.
Los cacerolazos han estado acompañados, también de un uso intensivo de tecnologías de la información, que algunos han llamado cacerolazos cibernéticos, en una especial y novedosa combinación del azadón y el ciberespacio como herramientas de lucha que cuando se juntan multiplican las luchas, que ya no son solo locales y aisladas del contexto global. La ONU ya sabe lo que ocurre en materia de derechos humanos por los videos caseros hechos con manos campesinos, de estudiantes, de obreros, también lo saben los indignados de Londres, de Madrid, los campesinos Sin Tierra de Brasil, los Zapatistas indígenas y Campesinos de Chiapas y los tenderos de enfrente de cada barricada popular.
Hace una década, pocos sabían lo que ocurría del otro lado, hasta que el mundo supo de las torturas que aplicaban los soldados americanos de ocupación en Irak en la cárcel de Abu Grahim a los llamados enemigos terroristas (campesinos de otras tierras) gracias a la cámara del celular con el que un soldado que creaba souvenirs de amor para enviarle a su novia. Hoy supimos de la brutalidad del ESMAD que sin indolencia golpeaba para destruir la movilización y los cuerpos de sus participantes, pero también supimos de la realidad y verdad de lo que ocurre, que no resulta igual a lo que ofrecen los medios tradicionales, gracias a que cada quien con cámara o celular en mano y con el uso de redes sociales ha influido para detener una barbarie sistemática, que no corresponde a hechos aislados, si no a formas precisas de instrucción para hacer prevalecer el daño y sembrar el miedo.
Los cacerolazos en decenas de plazas, avenidas, ciudades y campos de cultivo, le hicieron oír al presidente y a su equipo de gobierno, que el paro sí existe y es justo, legítimo y duradero. Pero también se lo hicieron saber a los medios de des-información nacional al servicio del aturdimiento y la construcción parcial de verdades, que trata de confundir todo el tiempo consecuencias con causas y victimas con victimarios. Ya no es secreto que en un país agropecuario los campesinos representan la base social más importante cuando se trata de alimentar a la población y que llevar ruana no significa que puedan ser tratados como ovejas como ellos mismos lo han señalado.
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