Esta semana, la Iniciativa Más Mujeres, Mejor Política lanza una campaña visual titulada: ¿En dónde están las mujeres?, que hace referencia a la escasa participación y representación política femenina en los espacios donde se toman las decisiones. La campaña pretende llamar la atención sobre el exiguo número de mujeres que hay en el Congreso, las Cortes, el Organismo Ejecutivo y las municipalidades.
Marielos Monzón
En diversos puntos de la ciudad, a través de vallas panorámicas, se pretende mostrar esta inequidad. Se señala cómo en el Congreso, de 158 diputados solamente 20 son mujeres —19 fueron electas y la número 20 asumió tras la muerte del titular—; en la Corte Suprema de Justicia hay 12 magistrados y una magistrada; en el gabinete de gobierno no existe ninguna ministra y en las municipalidades apenas hay siete alcaldesas frente a 326 alcaldes —como en el Congreso, seis fueron electas y la número siete asumió en sustitución de un alcalde fallecido—. En ninguno de los casos existe una mujer presidiendo: ni en el Congreso ni en el Ejecutivo ni en la CSJ ni en la Asociación Nacional de Municipalidades. Por eso la pregunta: ¿En dónde están las mujeres?
Y la respuesta es simple, las mujeres están en los partidos políticos, participando activamente, y sin embargo, en casi ningún caso están representadas en los órganos de dirección u ocupando lugares dentro de los listados de candidaturas con posibilidades reales de ser electas. Aún y cuando en este proceso vemos la presencia de seis mujeres en los binomios presidenciales, esto no se traduce en una mayor cantidad de mujeres en puestos elegibles para ocupar una diputación o una alcaldía. Casi todas van de relleno o encabezan los listados en distritos donde de antemano se sabe que su partido no será votado. Lo mismo ocurre con los pueblos indígenas y con la juventud.
El sistema político guatemalteco sigue reproduciendo la exclusión, el machismo y el racismo presentes en casi todos los ámbitos de la vida nacional. En la práctica, aún y cuando las mujeres demuestran iguales o mejores capacidades que los hombres, son muy pocas las que llegan a ocupar puestos relevantes, y esto se explica porque la política sigue viéndose como una cuestión eminentemente masculina y a las mujeres se nos sigue considerando únicamente en nuestro rol de madres y amas de casa; a lo que hay que agregar las millonarias inversiones que tiene que hacer una persona para ganarse uno de los primeros lugares en los listados de candidaturas, situación que hace prácticamente inviable, para la mayoría de mujeres, encabezar una nómina. El financiamiento privado de la política es un gran valladar para la equidad y, por supuesto, para la transparencia.
Sobre el trillado argumento de que las mujeres debemos ganarnos los espacios a fuerza de capacidad, un par de reflexiones: a los hombres no se les exige tal capacidad, no importa si la tienen o no, llegan al Congreso y a las municipalidades, o al mismo Ejecutivo, careciendo de credenciales para ejercer el cargo y, sin embargo, allí están y hasta se reeligen. Lo otro es que las mujeres partimos de una desigualdad histórica en el acceso a las oportunidades, lo que conlleva realizar un titánico esfuerzo por partir, en igualdad de condiciones, a competir por un cargo político.
No se piden privilegios, sino equidad en la participación y representación política de la mitad de la población, que hasta este momento, sigue siendo excluida. La aprobación de la iniciativa 4088, que busca reformar el artículo 212 de la Ley Electoral y de Partidos Políticos, para garantizar la paridad, es un imperativo democrático.
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