Carolina Escobar Sarti
El mérito y no el linaje debía constituir la “nueva fuerza” del Estado, sostuvo D´Alambert, uno de los más equilibrados enciclopedistas franceses del siglo XVIII. En consecuencia, propuso lo que entonces se llamó concours aux places, para que cualquier cargo en el Estado fuera merecido y no otorgado por apellidos o “conectes”, como diríamos hoy. El espíritu de la Revolución Francesa pedía que no hubiera más Papas dándole cargos de autoridad a los sobrinos para la administración eclesiástica, ni aristócratas repartiendo puestos del Estado entre los hombres de su familia.
Con las distancias que me gusta sostener para no caer en fanatismos eurocéntricos, me atrevo a decir que tenemos pendiente el tema de la Revolución en este lado del mundo, no desde alguna prisión ideológica, sino en su sentido transformador. En nuestra América Latina colonial, el nepotismo fue un mal común, que se tradujo en un lamentable legado cultivado en las nuevas repúblicas. En la Guatemala colonial fueron los criollos quienes lo practicaron; hoy los populismos clientelistas de todas las ideologías permiten que lo practique cualquier político, para recompensar a sus familiares, partidarios y amigos, que encima lo consideran un “derecho”, por haber contribuido al triunfo. El pretexto: “los suyos” son los más confiables para cuidar la tienda.
¿Es dañino el nepotismo para la institucionalización del Estado? Y si los hijos, hijas, esposas y esposos son realmente capaces, ¿no sería eso suficiente para que participaran en política? Una por una. El hecho de que entre la parentela y amigos haya una o dos personas que sean capaces y tengan los méritos para ocupar un cargo de Estado, no significa que no haya otras personas ajenas a la familia y a los de la foto igual o más capaces que también lo puedan hacer, sin que ello vaya en detrimento del interés público. El nepotismo y el clientelismo son modalidades sobrevivientes de la corrupción que pervive en nuestro país, gracias a que el régimen político y la sociedad lo permiten. Que no estén tipificados como delitos porque los que hacen las leyes las hacen a su antojo y conveniencia, es otra cosa.
El nepotismo solo sobrevive cuando hay clanocracia. Si la democracia es el gobierno del pueblo, la clanocracia sería el gobierno de los clanes. ¿Pero es que hoy aún existen los clanes en Guatemala? Si algo es clave en la concepción y constitución de un clan es que son grupos de personas con una ascendencia e intereses comunes, donde se otorga una importancia central a los lazos de familia y a la obediencia hacia un jefe o caudillo. Así que parece que sí existen, y que, a través del nepotismo, se han ido colando en nuestro sistema político. El arzuismo, el perezmolinismo, el riverismo, el riosmontismo, el corismo, son solo algunas afirmaciones de este neonepotismo inserto en la campaña electoral y en la vida política del país.
Yo no sé ustedes, pero yo estoy harta de lo que los caudillos y sus séquitos han hecho en este país. Nos merecemos una democracia, nos merecemos transparencia, justicia social y bienestar para toda la población. Hay que reformar la Ley Electoral y de Partidos Políticos y garantizar instituciones como un Tribunal Supremo, Electoral más independientes y sólidas. Para ser ciudadanas y ciudadanos de verdad tenemos que tener un Estado de verdad, no un clan familiar extendido. Por ello, el nepotismo republicano me parece uno de los grandes males contemporáneos. ¿Y a ese sistema hay que seguirle apostando por medio del voto, aunque sepamos que es más de lo mismo?
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