En 1993, cuando tenía 12 años, su madre lo envió a vivir con sus abuelos a Estados Unidos. Cursó la primaria, la secundaria y la preparatoria con excelentes calificaciones y eso le permitió obtener una beca para estudiar periodismo en la Universidad Estatal de San Francisco, en la que se graduó como alumno distinguido. Años antes, a los 16, intentó conseguir su licencia de manejo y se llevó la sorpresa de su vida cuando le dijeron que sus documentos de identificación eran falsos. Sus abuelos nunca le dijeron que los documentos con los que lo internaron en el país, eran falsos. No tuvo más remedio que continuar fingiendo ser residente legal y así sortear los obstáculos para estudiar y obtener trabajo en diferentes publicaciones, entre ellas el San Francisco Chronicle, Washington Post y la revista New Yorker.
Hace unas semanas, cuando llegó el momento de renovar su licencia de manejo, decidió que no pasaría por angustias, presión e indignidad de usar documentos falsos y divulgó su situación. Según ha declarado, lo hizo además para resaltar la necesidad de impulsar la aprobación de la legislación conocida como Dream Act, mediante la que se otorgaría la ciudadanía a miles de indocumentados que llagaron a EU siendo niños y han cursado estudios superiores o prestado sus servicios en el Ejército.
Sus declaraciones han causado las más diversas reacciones. Hay quienes reprueban sus acciones y lo acusan de delincuente, y otros lo consideran un héroe por haber tenido el valor de contar su historia como una vía para ayudar a quienes han pasado por la misma odisea.
El gobierno de Obama enfrenta la decisión de seguir deportando a jóvenes que, como él, no han sido responsables de haber llegado al país siendo niños, se identifican como estadunidenses y no conocen otra patria fuera de EU, o la de exigir al Congreso que apruebe la legislación que les permita vivir con los mismos de derechos de cualquier otro ciudadano. Con cariño para Yamil en el inicio de su odisea.
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