Carolina Escobar Sarti
En la Edad Media funcionó, a mi juicio, el sistema de espionaje más eficaz de todos los tiempos, diseñado y controlado por la entonces poderosísima iglesia católica. El método por excelencia fue la confesión. El mecanismo que sostuvo todo este sistema fue la culpa instituida desde el sagrado deber ser, y el territorio donde se inscribió toda esa culpa fueron los cuerpos de las mujeres. A partir del “¿qué pecados tienes, hija?”, los “santos varones” manejaron la información proporcionada por ellas y el resto de la feligresía y la usaron, a conveniencia, para sostener un orden social determinado por la aristocracia y la misma teocracia.
Paradójicamente, en muchos casos, estos nobles y curas tendían a no practicar lo que predicaban, y sus costumbres “relajadas” contrastaban con los fuertes mandatos morales que dictaban a su grey. Dicho de otra manera, el poder económico y el poder eclesial —que también era económico— hicieron un pacto: se sirvieron de lo sagrado, que implica dogma de fe, para que su patrimonio fuera cuidado por fieles mujeres y no pecadoras Evas, dedicadas a la crianza de los hijos que heredarían el patrimonio de sus nobles padres o de sus “tíos” curas. Es una suerte que, siglos después, vivamos en un Estado laico.
Sin embargo, el reciente foro de presidenciables “por la vida y la educación” fue revelador. Lo primero que pensé fue en lo sospechosa que resultó la palabra “vida” en la boca de algunos de los y las presidenciables, que no solo han contribuido, en algún momento de su historia política, al sostenimiento de un régimen de muerte, sino que han hecho propuestas que no plantean cambios profundos al mismo. Lo segundo fue cuando los nueve presidenciables acordaron que el Estado no debe involucrarse en la educación sexual de niñez y juventud, sino solo la familia, porque es una cuestión de principios y de ética. La Iglesia sí puede meterse; el Estado, no. Raro, porque en su concepción política, Estado es un conjunto de instituciones que parten, precisamente, de esa institución llamada familia.
No se hizo esperar el desfile de liviandades y sarcasmos: ¿Permitiría la adopción de niños a parejas homosexuales?, fue la pregunta planteada a la candidata del unioninismo, Patricia de Arzú, quien respondió varios siglos tarde: “La homosexualidad es una abominación (...) el homosexual tiene que ser ayudado”. Manuel Baldizón, del partido Líder, señaló: “Dios definió hombre y mujer”, olvidándose, entre otras cosas, de que género y sexo no son lo mismo. Eduardo Suger, de Creo, a lo mejor no sabe que el promedio de hijos por mujer en Guatemala es de 5.4, y dijo, a sus 73 años, no creer en el uso de anticonceptivos, por lo cual propuso la abstinencia como método de planificación. Sobre el aborto, nadie mejor que Otto Pérez Molina, del Partido Patriota (PP), para recordarnos que la Constitución establece la protección a la vida. Y el pastel de la guinda lo puso Alejandro Giammattei, del partido Casa, cuando calificó el aborto programado como un crimen.
Parece que estos temas “tabúes” les asustan más que el hambre que se llevó a seis mil 575 personas el año pasado; en su mayoría, niños y niñas, o la violencia que nos arrebató a otras seis mil 502 en el mismo periodo. Que la Iglesia sostenga su postura es una cosa; otra distinta es que las élites políticas pacten, desde la ignorancia y el marketing político, alrededor de esa postura y no de una ética de Estado. De todas maneras, la niñez y adolescencia urbanas de hoy facebookean su salud sexual y reproductiva desde muy temprano, y las rurales la viven, muchas veces, a la fuerza en sus cuerpos, cuando apenas comienza la vida. Así que lo que escuchamos en ese foro fue creíble, sabiendo de dónde venía, pero totalmente inadmisible en términos del presente y el futuro que queremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario