Eduardo Ibarra Aguirre
A buen santo se arrimó Felipe Calderón, en el desayuno que brindó en la hondonada de la residencia presidencial a los ganadores de Iniciativa México, nada más y nada menos que a Azcárraga Jean para jurar que “Como dijo Emilio: somos muchísimos más, millones y millones y millones de mexicanos de bien que queremos a México”.
El presidente del Consejo de Administración de Televisa postuló un esquemita que influyó al michoacano de Morelia: “Tenemos la iniciativa A, que es de conformarnos; la iniciativa B, que puede ser quejarnos, y la iniciativa, que fue la que ustedes tomaron mucho antes que nosotros, pero creo que hay que tomarla para realmente cambiar.”
Entusiasmado Calderón Hinojosa con la tesis del señor que encarceló a su madrastra, todo indica que con el apoyo de autoridades capitalinas, para que se desistiera de una demanda por incumplimiento en el pago del reparto de la herencia de Emilio Azcárraga Milmo, defendió la entrega de recursos públicos a Iniciativa México, equivalente a dos pesos por cada uno que se otorgó como premio a los 50 proyectos ganadores.
Tras el más que relevante papel desempeñado por el duopolio de la televisión y sus estrellas en el encumbramiento del abogado, economista y administrador público como el principal inquilino de Los Pinos, Televisa no sólo recibe el grueso de los recursos presupuestales publicitarios, cobra a los gobiernos de los estados como publicidad pagada las imágenes de las localidades en las que filman las telenovelas, se beneficia fiscalmente con sus promociones altruistas, sino que ahora recibe del erario aportaciones “para realmente cambiar”, será en reversa porque estas televisoras destruyen durante todo el día lo que con muchos esfuerzos construyen la escuela pública y privada durante la mañana y la tarde.
Con esos aliados --pero no tanto como para tutearlos porque forman parte de los dueños de México--, el titular del Ejecutivo tendrá propagandistas cada vez con menor credibilidad, pero en la medida que pague totalmente las facturas del 2 de julio de 2006, y las convenidas posteriormente en privado. Como lo revela el polémico fallo de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes contra el plan televisivo del monopolio Teléfonos de México.
El mismo día que Ernesto Cordero compareció, en horario de trabajo en Palacio Nacional, ante los medios para agradecer su destape a cargo de Unidos por Ernesto, su padrino Felipe Calderón, medio frustrado porque el delfín no rebasa 4 por ciento de las preferencias panistas, se quejó:
“Porque parece concurso de demolición del ánimo nacional, a ver quién le tira más fuerte, a ver quién apachurra más a alguien anímicamente. En el mundo hay cosas que se reconocen de México, y nosotros encontramos la manera de que se vea mal y que ser arruine”.
En la aldea global y aquí, no son pocos los que reconocen la hazaña que las mayorías nacionales realizan para trabajar 10 horas diarias, ganar salarios bajos, carecer de prestaciones sociales, bajísima sindicación, educar a los hijos y nietos, mantener cohesionada a la familia y sortear el fuego cotidiano de la guerra impuesta por un autócrata y puritano que da muestras de importarle poco no sólo que piensan los integrantes de otros poderes de la Unión, sino lo que opinen sus gobernados, una franja minoritaria de los cuales lo apoya.
Mas es de agradecerse que la franqueza de Calderón, quien comete el elemental y deliberado error de confundir a este gran país con su pequeña persona, tuviera límites y no se atreviera a defender abiertamente a Genaro García Luna –amigo, socio y hombre clave del grupo gobernante--, recientemente premiado por la Policía Nacional de Colombia, pero sin que solicitara la autorización del Senado.
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