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jueves, 26 de mayo de 2011

QUE SE VAYAN TODOS! ¡GUATEMALA, NUNCA MÁS! URGE UNA MARCHA MULTITUDINARIA POR LA PAZ Y LA JUSTICIA

El sistema económico y político que padecemos los guatemaltecos, ostentado y defendido por una oligarquía rancia y desfasada, está podrido.

La muerte de miles de hermanos y hermanas guatemaltecos no puede seguir alimentada por la apatía popular que a su vez nutre la indiferencia criminal de las autoridades que, soslayando quien caiga, no investiga con suficiente rapidez y profundidad dichas tropelías de tal manera que los expedientes de asesinatos se acumulan a un ritmo vertiginoso. Eso sin contar los de otros delitos diversos. La justicia, entonces es inexistente más que para los poderosos.

El Ministerio Público está abatido. Sus pruebas por esa inoperancia son insuficientes, superficiales y escasas, salvo raras excepciones. Consecuencia de ello, los jueces no puedan tener a mano indagaciones precisas y contundentes con las cuales condenar a los reos. Estos son, entonces, exculpados por “falta de pruebas”. A ello, se une, por supuesto, la corrupción que compra voluntades a cambio de exculpación; y, la amenaza, la coacción y la muerte por parte de los encartados contra miembros del aparato de justicia.

La muerte de 27 campesinos en la finca Los Cocos, La Libertad, Petén, cuyos cuerpos fueron separados de sus cabezas, ahora se desvanece en la mente de los guatemaltecos ante una nueva muerte horrenda: la del auxiliar de fiscal Allan Stwolinsky Vidaurre que se une a otras cuyas características son el desmembramiento y la decapitación como la de dos mujeres cuyas testas estaban dentro de un maletín dejado por individuos que se conducían en un taxi según la versión noticiosa en la colonia Lo de Bran en Mixco. Y, a estas muchos otros crímenes en similares circunstancias.

Lo más impactante de la muerte del ex auxiliar de fiscal, Stwolinsky, es que éste cuando fue interceptado y secuestrado por sus matarifes, era acompañado por su hijito de 9 años, Aldo, quien no solo sufrió la angustia de ver a su padre arrancado de su lado con la impotencia de no poder hacer nada para impedirlo, sino más tarde, con estupor, comprobar sus inocentes zozobras al sufrir el golpe demoledor a su tierna alma de saber, a través de las noticias y los chismes de barrio, que el cuerpo de padre, a quien amaba entrañablemente, apareció en pedazos, utilizado como mensaje de los psicópatas hacia todos los órganos de justicia. Y, ese terrible hecho tenerlo que compartir con su hermanita, su mamá, abuelita y tíos.

¡Que terrible, dantesca y espeluznante experiencia le tocó vivir de nuevo a otros niños guatemaltecos! ¡Que maldita congoja llevar para siempre! ¿Acaso no revivimos con ello lo mismo que muchos niños tuvieron que soportar hace apenas 50, 40, 30 o 20 años a manos de maniáticos que hoy andan libres, tranquilos y felices? Porque la inoperancia de la justicia no es nueva. Al contrario, esas atrocidades son el alimento de estos nuevos crímenes.
    
Mientras los hijos, los padres, las parejas, en fin los familiares de los miles de asesinados en Guatemala, padecen las consecuencias de la pérdida, se encuentran de un momento a otro despojados de sus seres más queridos y necesitados por ellos, el gobierno desfachatadamente culpa a los gobiernos anteriores. Y, quizá tenga razón, pero en este contexto decirlo es como desligarse de toda responsabilidad en la prevención de los crímenes y la seguridad ciudadana. En uno de sus mandatos elementales, básicos que es el fortalecimiento y modernización de la justicia. ¿A quien eligió la mayoría de guatemaltecos empadronados en la contienda pasada, pues?  Esas infelices justificaciones hablan mucho de la insensibilidad, la deshumanización, la incapacidad y la desvergüenza del mandatario actual y sus funcionarios.

Pero eso no es todo, a ese sentimiento de abandono, angustia, tristeza, desesperación, ira, impotencia, terror y soledad; a las exculpaciones absurdas del señor Presidente, se suman las promesas vacías e incluso ofensivas de los diferentes candidatos quienes pasando por encima del duelo de muchas familias guatemaltecas se apropian de sus pesares para convertirlos en banderas electoreras. ¿Qué saben estos, en ese contexto, de los sentimientos de las niñas y los niños despojados de sus padres, de las angustias de los padres por la pérdida irreparable de sus hijos y de las agonías de las parejas quienes no solo se ven sin sus seres queridos de la noche a la mañana sino sin la ayuda que representaban aquellos en lo económico y en lo emocional.

¡¿A quién le importan, entonces, las elecciones en un clima de hemorragia nacional?! ¡¿A quien le importa quien quede si se sabe que lo que desea la mayoría de candidatos es llegar al poder del Estado para desde allí realizar sus negocios particulares con la oligarquía de este país?! ¡¿Qué nos importa un gobierno de oligarcas y lacayos si con ello no tendremos ningún beneficio ni avance social sino al contrario un hundimiento más en la negra caverna de la guerra sucia que han desatado los narcos y propiciado los ricachones de este país?!

¿Por qué tenemos que aportar nosotros los muertos, los huérfanos, las viudas y los viudos, los padres sin sus hijos mientras en Estados Unidos se siguen consumiendo drogas a diestra y siniestra sin que ese gobierno desmantele los carteles que operan en su territorio y no estructure una política de combate racional a su consumo? A los gringos no les interesa. ¡Ese es su rentable negocio! Un jugoso negocio entre ese narco-Estado y las oligarquías locales de los países proveedores y corredores, no solo de drogas, sino de armamento y recursos en el “combate” a ese mal que a ellos les resulta sumamente lucrativo. Por eso, es que no avanza el “combate contra las drogas”. Se capturan algunos elementos delincuenciales para que suframos los desvaríos de un espejismo de seguridad, mientras quienes se esmeran en cumplir su trabajo y se comprometen firmemente en ese combate son asesinados inmisericorde y brutalmente como aconteció con Stwolinsky. ¡Honra a su memoria y a sus deudos fortaleza en estas horas aciagas!

Por ello, no tiene ningún sentido ese combate a las drogas, porque es una gran patraña mortal donde los jodidos son los pobres.

¡Que se paren las elecciones! ¡No hay condiciones para que éstas se lleven a cabo mientras a todo lo largo del territorio nacional no se establezca la paz y la seguridad! Pero no a través solo de Estados de Excepción sino de todo un fortalecimiento de la ley y el derecho. La justicia y la persecución penal hacia los delincuentes. Tampoco que alguien se confunda, con traer a tropas extrajeras al país pues esas fuerzas son las que cuidan los carteles del narcotráfico en su país de origen. Sería como meterse un alacrán en la camisa.

No queremos políticas de mano dura que solo harán la pantomima de luchar contra los delincuentes, capturando y eliminando a los menos importantes en la cadena del delito (pandilleros, pequeños distribuidores, etc.) dejando intocable a los grandes jefes de esa estructura criminal donde están comprometidos funcionarios de gobierno y altos personajes de la iniciativa privada. Porque, además en esa dinámica de muerte se llevan por delante a los más pobres. Jamás he visto a ningún “señorito” encartado en esos delitos y hay muchos. Además, el candidato que abandera esa política no tiene la solvencia moral de blandir esos tambores de guerra cuando él ha sido protagonista directo de violaciones a los derechos humanos en el otrora arrasado Quiché cuando fue Comandante General de la base militar que se ubicó allí en tiempos del conflicto armado.

Dicha política no tuvo éxito ni en El Salvador ni en Honduras donde se abuso de ellas propiciando más muertes que seguridad. Al contrario ante el fracaso de la Mano Dura tuvieron que reemplazarla con la de Super Mano Dura. Y, ante el fracaso de esta segunda, desmantelarlas ambas.

Por otro lado, algunos candidatos hablan de potencial fraude. ¡Qué más fraude que éste de las elecciones burguesas donde la oligarquía va a elegir dentro de sus candidatos al que más esté dispuesto a sangrar y vender al país al capital extranjero de las transnacionales!

¡Que las bases eligieron a los diferentes candidatos de los partiduchos estos! ¡Por favor! Esos puestos fueron escogidos por un grupúsculo de dueños y financistas de los partidos donde lo único que hacen “las bases” -eufemismo para referirse a esas masas de pobres que engrosan sus filas los cuales nunca serán electos para los comités ejecutivos y cuya labor como siempre será la de pegar calcomanías, pintar postes y muros con los colores de esos partidos, hacer pintas en carreteras y piedras, ondear banderitas y ponerse la camiseta y la gorra de esa agrupación a la que dicen pertenecer pero en la cual no deciden ni jota-, en “Asamblea General”, será aplaudir y avalar con ese aplauso, a quienes los amos y financistas ya designaron. A ese gran fraude me refiero. Ese que le imponen al pueblo cada cuatro años.

Y, de la izquierda, a la cual por herencia histórica le compete sintetizar el sentir de los más pobres, me entero que copiando las mañas de sus referentes ideológicos de la derecha, se ha enfrascado en peleas y divisiones que lo único que le traerán es la repulsa popular que se traducirá en sus escuálidos votos. ¡Que tanta razón tenía Carlitos Marx al sentenciar que: “las ideas dominantes en una sociedad, en un determinado momento histórico, son las de la clase dominante”!

¿Qué alternativas tenemos la mayoría entonces?

¡Que se vayan todos los candidatos! ¡Queremos un gran Movimiento Nacional que promulgue una Asamblea Nacional Constituyente con la participación de los sectores más golpeados de la sociedad! 

Pero eso solo será posible si la gente pobre, abandonada, desalojada, desnutrida, explotada, abusada, exprimida, marginada, drogada, alcoholizada, discriminada, extorsionada, aterrorizada, amenazada, asesinada, descuartizada, entendemos la magnitud de esta farsa y, por ningún motivo, seguimos avalando con nuestro voto este fraude anunciado. De lo contrario, corroboraremos una vez más que no somos capaces de aprender de la historia sino del sufrimiento. Y, así hasta que muramos más de nosotros los pobres y en una explosión de pundonor saquemos a los mercaderes del templo pero sin darles tregua para que se reorganicen pues sino nos crucificarán, sin duda alguna y sin miramientos.

Las calles son nuestras, no permitamos más crímenes cuya sangre fortalezca las instituciones oligárquicas. Es nuestro deber marchar por los campesinos asesinados en Petén, por Stwolinsky, por las mujeres, por las niñas y niños huérfanos, por las viudas y los viudos, por los padres que quedan sin sus hijos, por los hermanos, por nuestros hijos, por todos en unidad. Sin diferencias de credos, ideologías, ni origen étnico. Que nuestra marcha sea una gran procesión por la paz que la encabece, por ejemplo, el señor Arzobispo.

Nos merecemos un futuro mejor y un mejor país. Como dijo el querido hermano Gerardi: Guatemala, nunca más. O, ¿no?

Carlos Maldonado
Colectivo “La Gotera”

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