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sábado, 28 de mayo de 2011

Entre la espada y la pared


Apuntes postsovieticos
Juan Pablo Duch

El último dictador de Europa, como suelen llamar los medios de prensa afines al Kremlin y a los centros de poder de la Unión Europea a Aleksandr Lukashenko, presidente de Bielorrusia –la república eslava más pequeña en términos de territorio y población de la antigua Unión Soviética, después de Rusia y Ucrania–, llevó su país al borde de la quiebra.
Se acabaron los tiempos en que el gobierno de Lukashenko podía sacar provecho de la ubicación geopolítica de Bielorrusia, entre Europa y Rusia, coqueteando en una u otra dirección, sin comprometer la soberanía del país. Ahora, por su torpeza como gobernante y su intención de perpetuarse en el poder, Lukasenhko se plantó sin darse cuenta entre la espada y la pared.
Para sobrevivir, su régimen necesita varios miles de millones de dólares –cinco o seis, en lo inmediato–, con ello podría paliar la situación y evitar una crisis terminal, pero nadie quiere prestarle el dinero o, al menos, sin poner condiciones que le resultan inaceptables.
Por un lado, la Unión Europea, en lugar de facilitar los créditos del FMI y de otros organismos mundiales, impone sanciones económicas por las permanentes violaciones a los derechos humanos.
La alquimia electoral de Lukashenko y las protestas por el fraude de diciembre anterior, para el gobernante concluyeron con juicios sumarios y condenas desproporcionadas contra las figuras de la oposición, acusadas de intentar desestabilizar el país.
Por otro lado, a Rusia poco importa el desaseo de los comicios en su vecino país, pero la coyuntura se presentó favorable para hacerse con el control de los gasoductos que llevan, a través de Bielorrusia, el combustible ruso hacia Europa.
Por eso, tampoco quiere prestar dinero a Bielorrusia, a menos que entregue en bandeja el último reducto de la soberanía bielorrusa, equivalente en México a poner Pemex en manos de extranjeros.
Lukashenko, como gesto a la Unión Europea, dio a entender que podría liberar a todos los presos políticos. No lo ha hecho hasta ahora, como tampoco ceder a las presiones rusas para darle el control de su sistema de gasoductos.
La factura, como siempre, ya se turnó al menos culpable: la población de Bielorrusia, que despertó hace unos días con la noticia de que el Banco Central bielorruso devaluó su moneda casi 60 por ciento en relación con el dólar de Estados Unidos.

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