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martes, 6 de julio de 2010

Piratas, corsarios y filibusteros del siglo XXI

   
por Thierry Meyssan
La piratería frente a las costas de Somalia representa un grave peligro para los barcos que navegan entre el Mediterráneo y el Océano Índico. Oficialmente, se trata de un fenómeno que escapa a todo control y las grandes potencias se han visto obligadas a enviar sus propios navíos de guerra a esa región para que brinden escolta a los barcos mercantes. Sin embargo, en ciertos puertos somalíes es posible ver barcos capturados que esperan obedientemente por la llegada del rescate exigido por los secuestradores, sin que los piratas muestren el menor temor por los navíos de guerra que patrullan frente a las costas. Después de una larga investigación, Thierry Meyssan revela quiénes se encuentran detrás de este nuevo negocio.
La piratería marítima se concentra actualmente en 3 regiones del mundo: el estrecho de Malaca, el golfo de Guinea y el cuerno de África. Se trata, sin embargo de situaciones muy diferentes.
El 30% del tráfico marítimo mundial pasa por el estrecho de Malaca, donde las poblaciones desposeídas de Indonesia y Malasia se ven confrontadas a la arrogante opulencia de la ciudad-Estado de Singapur.
Los piratas son delincuentes organizados en bandas, que se desplazan rápido y no disponen de otra cosa que de armas blancas. Generalmente se limitan a abordar barcos y desvalijar a sus tripulantes. Desde el año 2006, los 3 Estados ribereños, en respuesta a un amistoso pedido de Japón así como por temor a una intervención de la marina de guerra estadounidense, establecieron de forma coordinada una vigilancia aérea y marítima que ha dado resultados (la llamada operación Ojos en el Cielo). En este momento, la situación parece ser estable.
El golfo de Guinea no es una zona de tránsito comercial sino de explotación de yacimientos de petróleo y gas. Las plataformas marítimas se han convertido en blanco de pandillas y de los rebeldes del Movimiento por la Emancipación del Delta del Níger. Se trata de grupos extremadamente violentos, que plantean exigencias a través de tomas rehenes, a menudo sangrientas.
A veces cuentan con el apoyo de los Ijaw, cuyas tierras han sido saqueadas por diversas compañías petroleras y que en 1999 protagonizaron una revuelta, ahogada en sangre por tropas de Chevron-Texaco.
Lo más frecuente es que la población sienta temor hacia esas bandas, que siembran el terror entre los habitantes ya que realizan sus ataques indistintamente en mar y en tierra, lo mismo contra extranjeros que contra la población local. Nigeria no logra contener esa criminalidad, que desborda hacia Camerún y Guinea Ecuatorial. Ante el creciente peligro, algunas multinacionales, como la Shell, han decidido abandonar la zona.
La producción nigeriana de hidrocarburos ha descendido en un 25%, con las subsiguientes consecuencias que ello implica para las finanzas del Estado.
La situación en el cuerno de África es la única que se ha convertido en una cuestión estratégica mundial.
Primeramente, porque el estrecho de Bab el-Mandeb («La puerta de las lamentaciones»), entre Yemen y Yibuti, es etapa obligada entre el Mediterráneo, el canal de Suez, el Mar Rojo por el norte y el Océano Índico por el sur.
Tres millones y medio de barriles de petróleo circulan diariamente por el estrecho de Bab el-Mandeb. Además, la zona de piratería ha ido extendiéndose progresivamente desde el golfo de Adén hasta la costa de Somalia, de manera que ya no se trata simplemente de un cuello de botella donde los Estados ribereños deberían restablecer una policía marítima, sino de una zona muy amplia, principalmente en alta mar, en aguas internacionales.
Lo que comenzó siendo –y en muchos casos sigue aún sigue siéndolo– una actividad oportunista de pescadores hambrientos ha dado lugar a un negocio muy lucrativo. Barcos y tripulaciones han sido capturados mientras que intermediarios han reclamado cuantiosos rescates a los armadores. Esa forma de gran delincuencia se ha desarrollado en función de los sucesos político-militares ocurridos en Somalia y ha servido de justificación al despliegue de una armada occidental con pretensiones neocoloniales.
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En el largometraje «Black Hawk Down» (La caída del halcón negro), el realizador Ridley Scott mostró la derrota estadounidense ante un señor de la guerra somalí durante la operación «Restore Hope».

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