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sábado, 17 de julio de 2010

ALEPH: Medellín tiene nombre de poesía


CAROLINA ESCOBAR SARTI 
Colombia es mucho más que uribes y santos, que bases militares y narcotráfico, que Íngrid Bethancourt y las FARC, con todos sus correlatos. Hay una dimensión que solo la poesía sabe rescatar y Colombia la ha descubierto; el Festival Internacional de Poesía de Medellín es la evidente cartografía de la resistencia al olvido, al desencanto y la muerte.

En su XX edición, este festival congrega hoy a cien poetas de 58 países de cinco continentes, y lanza de nuevo su flecha hacia adelante, hacia ese lugar insustituible de la palabra que pace demonios y manda renovar la esperanza.
Me voy a permitir la herejía de contradecir a Mario Rivero, el gran poeta colombiano ya fallecido, quien, junto con algunos de sus amigos creara en 1972 Golpe de Dados, una de las publicaciones más importantes de la poesía en su país, y dijera alguna vez al respecto: “Es una cosa delirante. Es un milagro en un país donde la poesía no le importa casi a nadie”. En la Colombia del 2010, la poesía sí importa y mucho; Medellín ha puesto en la historia de su país otro milagro, y ese milagro tiene nombre de festival.
Durante casi dos semanas, las plazas y los salones de 11 ciudades colombianas y 27 municipios antioqueños se han dejado habitar por cientos de hombres y mujeres de todas las edades con sed de poesía. Pero fue realmente cuando el avión bimotor iba descendiendo en Apartadó, una ciudad colombiana casi fronteriza con Panamá, que tomé consciencia de las dimensiones y posibilidades de este festival. Imaginar los ritmos y las voces de un poeta francés, un poeta colombiano y una poeta guatemalteca mezclándose con las voces de la gente del lugar, fue provocador. Luego, la lectura de poesía en ese lugar macondiano superó todas las expectativas, cuando se unieron al grupo un poeta local y una mujer de los embera katío, que recitó-cantó en su idioma. Fue una comunión poética de las que no siempre se dan. Y al bajarnos del escenario, un joven se acerca y me dice: “Muchas gracias, pero le faltó aquel poema suyo de Perdones viejos. ¿Cómo creer que este sea un país donde la poesía no le importa casi a nadie?
De vuelta en Medellín, el festival poético continúa en museos, universidades, escuelas, calles, teatros, bibliotecas, barrios, casas de la cultura, plazas en la propia ciudad y en municipios aledaños que se llenan; es una ciudad tomada por el aliento poético. Pero la gente que trabaja en los almacenes, en el mercado, conduciendo taxis o arreglando zapatos, sabe sobre la celebración de la palabra, preguntan y comentan que también ellos algo han escrito o han leído. Y es que detrás de este enorme esfuerzo de poner a leer a cien poetas por todo el territorio, no están sólo los organizadores que tanto han dado de sí mismos, sino 300 personas, casi todas jóvenes, que traducen a los poetas en varios idiomas o los leen en español, que se encargan del sonido, ponen un mantel y llevan la cuenta de los asistentes, que están atentos a cualquier minucia tecnológica o logística, que conciertan citas con los medios, que procuran siempre llevarnos a tiempo a cada lectura aunque sea lejos, que se entregan por amor. No hay otra forma de decirlo.
Y si la lectura inicial del jueves 8 de julio nos pudo haber remitido a un cuadro impresionista, con cientos de personas bajo las sombrillas de una tarde lluviosa escuchando poesía, el cierre de hoy en el Cerro Nutibara se anticipa tremendamente vivo.
Cuentan que miles de personas escuchan por horas poesía, celebrando con las y los poetas (por cierto, lo correcto según la RAE es “la poetisa”, pero la palabra poeta es irrenunciable para mí). Parece que han inventado una manera distinta de habitar el tiempo en esta época de estéticas planas y utopías caídas, de espectáculos ligeros y territorios vaciados de humanidad, justo cuando la arqueología de nuestra memoria demanda poesía. Parece que han trascendido la superstición y el sueño, que han borrado las fronteras, parece que Medellín tiene nombre de poesía.
cescobarsarti@gmail.com

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