Somos un Colectivo que produce programas en español en CFRU 93.3 FM, radio de la Universidad de Guelph en Ontario, Canadá, comprometidos con la difusión de nuestras culturas, la situación social y política de nuestros pueblos y la defensa de los Derechos Humanos.
jueves, 29 de julio de 2010
ALEPH: Ciudadanía sin ciudad
CAROLINA ESCOBAR SARTI
En mi país, los centros comerciales son las nuevas ciudades. Van quedando como señal decadente de ser los únicos territorios donde las personas pueden ejercer su derecho a caminar y a habitar un espacio físico, sin temor. Son nuestros nuevos parques, nuestro nuevo verde.
En los tiempos del desencanto que corren, la esperanza de algunos habita en esos corredores rodeados de teléfonos celulares, plazas financieras, tiendas de ropa de marca, carruseles de caballitos y lugares de comida rápida. Así se vive eso que llamamos ciudadanía en algunos lugares de Guatemala. En centros menos urbanos o nada urbanos y hasta distantes del “desarrollo”, la ciudadanía queda como otra superstición demasiado difundida.
Situados entre una predisposición contemporánea a la nostalgia y la euforia sostenida por esas emociones comercializadas, ¿de qué nos sirve una ciudad si no podemos ni siquiera habitarla? Una ciudad con jardineras, pero sin zonas francas de paz... ¿qué es? ¿Solo una red de calles para ir de un lugar a otro?. ¿Cómo reconocer la condición de ciudadanía en un pueblo sumido en la miseria, la ignorancia, la impunidad, la violencia y la inseguridad?. Toda la retórica del mundo no alcanza para cubrir la vergüenza de ser llamados ciudadanos en una ciudad que no es ciudad y un país que no es país.
Vivir una ciudadanía civil manda que todas y todos seamos iguales ante la ley y que estemos protegidos contra toda discriminación; que tengamos derecho a la vida, a la integridad física y a la seguridad; que exista una “justa” administración de justicia; que haya libertad de expresión y que tengamos derecho a la información. Por otra parte, vivir la ciudadanía social es sinónimo de tener derecho a la salud, a la educación y al empleo. Entonces, ¿de qué ciudadanía estamos hablando si muchas personas de este país no tienen ni siquiera papeles que hagan constar que nacieron? Sin un nombre que puedan ver puesto en una partida de nacimiento, no existen ni siquiera para este sistema de democracia parcial que demanda ciudadanos con documento de identificación, básicamente para la hora del censo y el voto.
Que no nos llamen ciudadanos. Que no se atrevan, porque esa condición demanda vivir como tales. Guatemala pasa por un momento de transiciones profundas. Las nuevas adicciones, entre ellas la violencia, el poder, el canibalismo y el consumismo, así lo han mandado. Y nos tienen muy enfermos. Un presidente que hipoteca el futuro de una nación, una casta económica ciega que no deja crecer al país, una casta política que practica la antropofagia más encarnizada, un crimen graníticamente organizado en el contexto de un imaginario nutrido por la violencia, la impunidad, el terrorismo y la polarización.
La condición previa para que nos puedan llamar ciudadanos es dar un salto de conciencia, aunque mi madre diga que no se puede pedir peras al olmo. Nos toca desconocer a la violencia en cualquiera de sus formas; nos toca abrir los parques, las calles, las casas y los caminos vecinales; nos toca abrir las puertas de escuelas y hospitales; nos toca ver que se hace justicia; nos toca impedir que nuestra niñez crezca en medio de la desnutrición, la hostilidad y el desamparo; nos toca acompañar el paso más lento de las personas mayores y darle a nuestra juventud mucho más que dogma y doctrina. Nos toca repartir mejor el pan. Nos toca habitar y caminar nuestra ciudad, nuestra aldea, nuestra comunidad. Mientras todo eso esté pendiente, que no nos llamen ciudadanos.
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