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martes, 27 de julio de 2010

¿Quién se beneficia con la revolución de Kirguistán? (2/4)

China y el futuro geopolítivo de Kirguistán
por F. William Engdahl
En la continuación de su análisis sobre la actual situación de esta ambicionada región del mundo, F. William Engdahl analiza ahora, en esta segunda parte, los intereses geopolíticos de China en Kirguistán. La llamada «revolución de los tulipanes» de 2005 se debe, entre otras razones, al fortalecimiento de los lazos económicos entre los dos países, relaciones que nunca fueron bien vistas en Washington. Hoy en día, el peso económico de China sigue siendo el arma fundamental de esa nación, y no sólo le permite recuperar una sólida posición en Kirguistán –elemento crucial para su expansión en Asia central– sino que le brinda, principalmente, la posibilidad de servir de contrapeso a los efectos desestabilizadores de la presencia militar estadounidense en la región.
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El primer ministro chino Wen Jiabao (a la derecha) y el entonces primer ministro de Kirguistán Igor V. Chudinov se estrechan las manos en la ceremonia de inauguración de la cumbre de la Organización del Tratado de Cooperación de Shangai, celebrada en Pekín, el 14 de octubre de 2009. El primer ministro chino recibió con todos los honores a Chudinov, único primer ministro de Kirguistán que ha visitado China en los últimos 16 años.
(Foto Pool/Getty Images)
El fortalecimiento de los vínculos económicos entre China y el régimen del ex presidente de Kirguistán Askar Akayev es la principal razón que llevó a Washington a abandonar a su ex aliado Akayev, luego de haberle prestado su apoyo durante 10 años. En junio de 2001, China, Rusia, Uzbekistán, Kazajstán, Tayikistán y Kirguistán firmaban el acta de nacimiento de la Organización del Tratado de Cooperación de Shanghai. Tres días más tarde, Pekín oficializaba un importante préstamo destinado a Kirguistán para la compra de material militar [1].
Después del 11 de septiembre de 2001, el Pentágono daba inicio a lo que se ha considerado como la más importante modificación del despliegue militar estadounidense fuera de fronteras desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El objetivo era posicionar las fuerzas estadounidenses en función de un «arco de inestabilidad», a lo largo del Mediterráneo, África, el Medio Oriente, el Cáucaso así como el centro y el sur de Asia [2].
En aquel momento, Akayev propuso la cesión al Pentágono de su mayor base militar en la región, la de Manas. Aquello causó la alarma de China, que tiene fronteras con Kirguistán. En coordinación con Rusia, China llevó a la Organización del Tratado de Cooperación de Shangai a expresar su oposición y lanzó un llamado al retiro de las tropas presentes en las bases estadounidenses del Asia central.
Según el Wall Street Journal, en aquel momento China emprendió también negociaciones secretas con vistas a la apertura de su propia base en Kirguistán y a la modificación de la frontera, dando así lugar a una tempestad política contra Akayev en marzo de 2002.
Philip Shishkin, del Wall Street Journal, señalaba: «Recurriendo a una “diplomacia de la Ruta de la seda” y buscando la supresión de las guerrillas uigures –cuyo catalizador se encontraba principalmente en la urgente necesidad de fondos para detener la caída libre de la economía interna– las tomas de posición de Akayev para alinear a su país con Pekín exasperaron a Washington, que veía en China un obstáculo para su programa de expansión estratégica.» [3].
Shishkin agregaba: «El punto de vista estadounidense sobre esa peligrosa situación podía resumirse de la siguiente manera: “debido a la larga frontera de 1 100 kilómetros que separa a China y Kirguistán –y la presencia estadounidense, ya considerable en los vecinos Uzbekistán y Tayikistán– la caída del gobierno prochino del presidente Akayev, caído en desgracia, sería una victoria nada despreciable para la política de contención”.» [4].
A partir de aquel momento, Washington lanzó un masivo financiamiento a través de la National Endowment for Democracy (NED) y utilizó como arma la ayuda de la Albert Einstein Institution y de la Freedom House, e incluso la del Departamento de Estado y el FMI, para finalmente derrocar, durante la revolución de los tulipanes de 2005, el régimen de Akayev, que ya no le inspiraba confianza [5] [Sobre las organizaciones anteriormente mencionadas, ver «La NED, nébuleuse de l’ingérence "démocratique"», «L’Albert Einstein Institution: la non-violence version CIA» y «Freedom House: quand la liberté n’est qu’un slogan», Réseau Voltaire, 22 de enero de 2004, 4 de junio de 2007 y 7 de septiembre de 2004.]].
Hoy en día, parece lógico que China sea la potencia más interesada en el futuro político de Kirguistán. Unos 850 kilómetros de la frontera entre Kirguistán y China colindan con la sensible provincia de Xinjiang. Fue precisamente en esa provincia que estallaron, en junio de 2009, los incidentes provocados por los uigures [6], que contaron con el apoyo del Congreso Mundial Uigur –organización financiada por Estados Unidos y dirigida por «la ex lavandera» Rebiya Kadir– así como el de la «ONG» de la Casa Blanca que se encarga de los cambios de régimen, la National Endowment for Democracy.
También fronteriza con la inestable región autónoma del Tíbet, la región de Xinjiang constituye una vital encrucijada para la red de tuberías que trasladan los recursos energéticos hacia China, desde Kazajstán y, finalmente, desde Rusia. La región de Xinjiang abriga además importantes reservas de petróleo, indispensables para el consumo doméstico de China [7].
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