Jorge Eduardo Navarrete /II
La ambigüedad deliberada del Comunicado de Toronto del Grupo de los 20 (G-20) se ha ido decantando, por desgracia, a favor de las posiciones de los fundamentalistas del equilibrio fiscal y la estabilidad de precios. Más que las declaraciones internacionales y los anuncios nacionales de política, en los que prevalece una retórica favorable a cimentar la débil recuperación de la actividad y fomentar el empleo, son las acciones monetarias (alzas prematuras de las tasas de interés), fiscales (aumento de gravámenes a gasto e ingresos) y financieras (debilitamiento o diferición de medidas para fortalecer la regulación y la vigilancia), las que demuestran que no se ha aprendido la lección de la Gran Recesión. A pesar de las intenciones propaladas, no se ha querido establecer aparatos reguladores efectivos que garanticen la no repetición de las prácticas depredadoras de bancos e instituciones financieras que provocaron la crisis y se ha iniciado el desmantelamiento de las políticas y acciones anticíclicas y de estímulo de la actividad y el empleo. Numerosas voces autorizadas, entre las que destacan las de Paul Krugman y Joseph Stiglitz, receptores ambos del Nobel de Economía, han señalado esta cada vez más flagrante contradicción entre lo que se proclama y lo que se hace; entre el culto público a los objetivos de crecimiento y ocupación y la práctica real de políticas y acciones que debilitarán o anularán al primero e impedirán un repunte significativo y suficiente de la segunda. A pesar de la optimista revisión al alza de las tasas de crecimiento previstas para el año en curso, divulgada la semana pasada por el FMI, son los indicios de signo opuesto y los riesgos de recaída los que caracterizan, casi un mes después de celebrada la cumbre, el lendemain de Toronto.
Once países del G-20 consiguieron reactivar sus economías en el primer trimestre de 2010; tres más –Corea, Brasil y Estados Unidos– habían iniciado su reactivación desde el tercero o cuarto de 2009, y otros cuatro –China, India, Australia e Indonesia– no cayeron en recesión. Así, en enero-marzo del año en curso 18 economías del G-20 registraban crecimiento y sólo dos –España y Reino Unido– continuaban contrayéndose. A pesar de la reactivación, el desempleo se mantenía a niveles elevados: la del primer trimestre de 2010 fue, en general, una reactivación sin empleos adicionales. Los indicadores tempranos para el segundo apuntan, en muchos casos, hacia el debilitamiento de la economía y la ausencia de mejoras significativas en el empleo en esta primavera y después. La consultora Roubini Global Economics –con un buen historial de aciertos en sus proyecciones– ha hecho notar que las buenas noticias económicas han escaseado en los últimos dos meses... [Para EUA], el crecimiento en el segundo semestre se debilitará, y las tensiones resentidas en la periferia europea –Grecia, España, Portugal, Irlanda– se pueden metastizar hacia el núcleo de Europa, siendo Bélgica uno de los países en mayor riesgo. El optimismo que llevó al FMI a revisar al alza sus predicciones está basado casi únicamente en la fortaleza del crecimiento en China, India y otras economías de Asia oriental y del sur. Sin embargo, la pregunta que se plantea es si los impulsos dinámicos provenientes de estos países resultarán efectivos en el ambiente de programas de ajuste recesivos en buen número de países de Europa, de retorno a políticas monetarias restrictivas y de actividad financiera que continúa desregulada en lo sustancial.
En esta última materia, hay que escuchar a Paul Volcker, quien alentó al gobierno de Obama a revolucionar el aparato de regulación bancaria y financiera estadunidense. Apartándose del coro de elogios que ha rodeado la virtual aprobación por el Congreso de una versión recortada y debilitada de la propuesta original (
Nunca más las burradas de Wall Street causarán desempleo en Main Street, proclamó Nancy Pelosi, líder demócrata de la Cámara de Representantes), Volcker ha sugerido que las omisiones y debilidades de la disposición aprobada (que quizá sea conocida como la
Dodd and Frank Act) probablemente la hagan insuficiente e ineficaz, si no del todo inoperante.
Se tiene, además, la dimensión multilateral de la regulación financiera. Para que sea eficaz, la supervisión y control de la actividad más globalizada requiere ser, en buena medida, global. La falta de acuerdo del G-20 en reglas de aplicación universal, que llevó a diferir su discusión sustantiva hasta la cumbre de noviembre en Seúl, podría prolongarse si antes no se cuenta con una recomendación sólida en la materia de parte del Comité de Supervisión Bancaria de Basilea. Este organismo parece ser una buena muestra de un regulador capturado por los que regula.
Se le ha acusado de contribuir a la crisis reciente por haber establecido requisitos de capitalización basados en las poco realistas apreciaciones de riesgo de los propios bancos, como se señaló en una nota reciente del Financial Times (6/07/10).
Quizá la más trascendente de las cuestiones pendientes después de Toronto sea la referida a la reforma de los organismos financieros internacionales (OFI), en especial el FMI y el Banco Mundial. Hasta ahora no se ha ido más allá de aprobar, para el banco, y proponer, para el fondo, correcciones significativas pero insuficientes del poder de voto de sus miembros, reconociendo el mayor peso de las emergentes en la economía, el comercio y las finanzas mundiales. Se requiere reformar también las reglas aplicables a las decisiones por mayorías especiales o calificadas, que dotan de un ilegal poder de veto de facto a los accionistas mayores, entre varias otras cuestiones. Corresponde precisamente a las economías emergentes y en transición cerrar filas para conseguir una reforma verdaderamente significativa en este asunto crucial. Sería por completo ilusorio esperar que la representación mexicana en los OFI adopte una posición de avanzada respecto de la reforma. ¿Sería demasiado pedir, al menos, que no estorbe iniciativas que podrían provenir de Argentina, Brasil, Indonesia y Turquía, por ejemplo?
Si todas estas economías deciden abatir sus déficit presupuestales, ¿qué impulsará el crecimiento global? La respuesta en Toronto fue obvia: China.
Simon Johnson, ex economista en jefe del FMI, Financial Times, Londres, 11 de junio de 2010
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