Derrota de la Concertación desnudó los rincones que escondían fisuras ideológicas donde pululan traidores y corruptos. Hoy el pueblo puede políticamente "meter a cada putita en su respectiva pieza"
Arturo Alejandro Muñoz
YA NO HAY duda respecto a que nuestro actual Presidente de la República, Sebastián Piñera Echenique, obtuvo tal galardón merced –principal y definitivamente- a los sufragios emitidos por concertacionistas desengañados de su propia coalición. Cualquier analista político coincidirá con la afirmación de que -a lo menos- el 30% de la votación obtenida por la Alianza y por Piñera en la última elección presidencial, procedía de las filas que en los años anteriores constituían las fuerzas oficialistas, adversarias del bloque de derecha que hoy gobierna.
Si a lo anterior agregamos que el 40% de los sufragios obtenidos por el candidato independiente Marco Enríquez-Ominami en esos mismos comicios pertenecía también a antiguos adherentes y simpatizantes de la Concertación, deberemos concluir entonces que Piñera no ganó la elección con méritos propios ni programa aceptado urbi et orbi, pues lo que acaeció en estricto rigor fue que la Concertación la perdió merced a sus errores, sus traiciones y, por último, debido a llevar como candidato a un ya pasmado político (Frei Ruiz-Tagle) que creyó ‘rejuvenecer’ porque entró a taller cosmético, pero sus promesas de gobierno se contradecían palmariamente con lo que había realizado en La Moneda años ha. Así de simple, así de claro. Era la crónica de una derrota anunciada –si el Gabo García Márquez me permite parafrasearlo- que concluyó en severo castigo popular a una pusilánime y desgastada Concertación.
Ahora que ese bloque se encuentra alejado del poder gubernativo han comenzado a florecer las discrepancias internas que antes, en beneficio de continuar con el control del país en sus manos, fueron ocultadas bajo las mantas del cinismo, la hipocresía y la demagogia. No bien el recuento oficial de votos ratificó el triunfo de Piñera en las urnas, algunos inefables dirigentes de partidos concertacionistas iniciaron la recogida de redes y lanzaron sus arrumacos a los nuevos vencedores. No se sabe si en estos avatares los pioneros fueron democristianos o fueron socialistas o fueron pepedeístas. No obstante, luego de algunas semanas, la mezcolanza partidista era un asunto caótico a la hora de ejecutar el juego “quién se arrastra más y mejor a los pies del patroncito”.
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