América Latina en el capitalismo contemporáneo (II)
El desarrollo desigual y combinado aporta el principal concepto 
para comprender la nueva etapa del capitalismo contemporáneo. Clarifica 
las razones de la disputa que mantienen Estados Unidos y China, en un marco general de bajo crecimiento
 global. Este escenario económico tiene complejos correlatos 
geopolíticos e importantes efectos en la estrategia que adoptan ambas 
potencias.
LIDERAZGO Y REPLIEGUE DE ESTADOS UNIDOS
En comparación a la posguerra la economía estadounidense registra un 
nítido declive. Pero el retroceso de la industria y el déficit comercial
 son compensados por la sostenida supremacía internacional en el campo 
de las finanzas y las nuevas tecnologías.
Por esa razón las ganancias del sector más globalizado de las clases 
dominantes contrastan con las pérdidas del tradicional segmento 
americanista.
El éxito inicial de la primera potencia en la globalización ha 
derivado en el repliegue actual. La reconfiguración interna que generó 
ese proceso, profundizó las viejas brechas sociales e ideológicas que 
imperan en el país. La grieta política entre las costas y el interior es
 tan sólo un ejemplo de esas fracturas.
Estados Unidos salió mejor parado que Europa y Japón de la crisis del
 2008.Pero afronta una contundente adversidad frente a China, que ha 
sido el principal ganador del período. Ese resultado indujo a la actual 
revisión de las políticas de Washington frente a la globalización.
El coloso del Norte preserva un preeminente lugar como imperio 
dominante y custodio del orden capitalista mundial. Mantiene su impúdica
 ideología intervencionista y conserva la subordinación de una amplia 
red de vasallos y apéndices. Pero afronta nuevas tensiones con sus 
socios de Europa y un choque de gran envergadura con Rusia y China.
Las caracterizaciones de Estados Unidos contraponen habitualmente 
varias miradas divergentes. Una tesis resalta el ocaso hegemónico, 
mediante frecuentes analogías con el imperio romano. Pero pasa por alto 
la continuada primacía tecnológica, financiera y militar de la primera 
potencia. 
El enfoque opuesto remarca la perdurable hegemonía norteamericana. 
Pero razona con criterios de invariable estabilidad, desconsiderando la 
crisis del país, su retroceso económico y el gran desafío de los 
competidores.
Una tercera visión transnacional ubica a Estados Unidos en la cúspide
 de una asociación global, que dejó atrás las viejas rivalidades entre 
estados y clases dominantes. Pero olvida los estrechos lazos que 
mantienen las estructuras de Washington con el segmento 
nacional-americanista del establishment. 
El diagnóstico simétrico, observa a los Estados Unidos como un 
jugador más del tablero mundial. Pero omite que ese contexto no está 
signado por una competencia entre pares. Hay una primera potencia 
militar que juega un rol imperial dominante.
Un enfoque sintético buscar superar las distintas unilateralidades 
que rodean a la caracterización del país. Resalta la existencia de una 
crisis de largo plazo, que incluye repliegues y continuada centralidad. 
Señala que el devenir de Estados Unidos no está predeterminado por un 
curso inexorable y estima que un declive prolongado puede coexistir con 
cierta supremacía tecnológica, financiera o militar.
Con esa mirada se explica por qué razón la primera potencia lideró la
 globalización y quedó afectada por los resultados de esa 
transformación. Ese enfoque recuerda que luego de comandar el debut de 
un proceso protagonizado por la Reserva Federal, el dólar y Wall Street,
 el gigante norteamericano perdió posiciones en la producción y el 
comercio.
LOS PROPÓSITOS DE TRUMP
Trump comanda el intento estadounidense de recuperar el liderazgo 
económico, mediante duras negociaciones comerciales con los clientes y 
proveedores de todas las latitudes. El magnate busca corregir 
especialmente los enormes desbalances comerciales que mantiene el país 
con sus principales socios. Pretende alcanzar ese objetivo, aprovechando
 las ventajas del país en los servicios, la economía digital y el manejo
 de la información. 
Por eso recurre a un bilateralismo mercantilista que difiere del 
proteccionismo clásico. Su prioridad -compartida por todo el 
establishment- es doblegar a China, especialmente en la urgente batalla 
tecnológica.
El ocupante de la Casa Blanca no encarna el fin de la globalización. 
Lidera una variante bilateralista, que complementa ese proceso con 
distintas opciones de regionalización. Trump no quiere, ni puede volver a
 los bloques aduaneros de los años 30. Por eso intenta un cambio 
favorable para los enriquecidos del país, en el marco de la 
mundialización. Para lograr esa meta exige la apertura del mercado chino
 y mayores concesiones económicas de Alemania, Japón y Canadá.
Pero hasta la fecha sólo logró un moderado alivio, que preserva todos
 los desequilibrios estructurales. En el plano geopolítico consiguió un 
mayor sometimiento de sus socios, pero no el acompañamiento que reclama 
en la guerra comercial contra China.
Trump no consigue concretar sus principales propósitos. China resiste
 sus presiones y afianza su expansión global. Alemania refuerza su 
alianza con Francia y consolida un bloque europeo más autónomo. Rusia 
mantiene su distancia del compromiso que inicialmente buscó el 
mandatario norteamericano. Sólo la consumación del Brexit abre una nueva
 oportunidad para el exuberante presidente, si consigue la reelección.
En el terreno militar el magnate intensifica las amenazas, pero no 
concreta ninguna intervención directa. Esa vacilación confirma el 
impacto de los grandes fracasos previos en Medio Oriente y Asia. El 
principal interrogante gira en torno a la eventual utilización de la 
preponderancia bélica estadounidense. 
Hasta ahora Trump emite amenazas que no se traducen en decisiones 
militares. A diferencia de Bush, no lanzó ninguna guerra explícita (ni 
se comprometió con ninguna invasión). Sólo sostiene las agresiones de 
sus socios (como Israel o Arabia Saudita). En Siria conspira sin actuar 
directamente. En Corea aumenta las presiones sin lograr el desarme 
nuclear. En Europa repliega tropas y en Afganistán incrementa las  
matanzas perdiendo la guerra. Se desconoce aún cuál será el alcance de 
la provocación que ha montando contra Irán.
Las limitaciones de Trump se verifican en una comparación con la 
exitosa confrontación estratégica, que encaró Reagan contra la URSS. El 
multimillonario tampoco ha conseguido la división de adversarios que 
logró Nixon, cuando opuso a China con Rusia.
Trump afronta, además, una gran oposición interna de legisladores y 
jueces y es cuestionado en las calles por afroamericanos, latinos y 
mujeres. Hay un gran proceso de radicalización por abajo, con expansión 
de la izquierda y creciente popularidad de los programas 
radical-progresistas.
En ese marco, aumenta la gravitación de América Latina para la 
estrategia económica de Washington. Estados Unidos necesita recuperar 
terreno golpeando fuerte en su propio hemisferio. Por eso busca reforzar
 las viejas relaciones de subordinación de la región, comenzando por una
 contención de la expansión china.
En el pasado, Estados Unidos recurría al intervencionismo explícito y
 consideraba a Latinoamérica como su patio trasero. Mantuvo ese descaro 
cuando ya era un imperio informal, basado en la dominación económica y 
no en la ocupación territorial. Ahora Trump intenta reimponer esa 
dominación histórica.
Pero el balance de lo conseguido es tan contradictorio en América 
Latina, como en el resto del mundo. Logró consumar la revisión del NAFTA
 y asegurar la primacía de las empresas yanquis, en un convenio amoldado
 a las necesidades de esas compañías. Garantizó especialmente la 
propiedad intelectual y el pago de patentes.
Trump busca también someter a otras economías relevantes como Brasil,
 para deshacerse de los rivales sudamericanos, en el lucrativo negocio 
de las licitaciones internacionales de obra pública. Pero el objetivo 
primordial de revertir la presencia china no se vislumbra en ningún 
lado.
Los resultados del magnate son también limitados en el terreno 
bélico. Ha ensayado una y otra vez la intervención en Venezuela, sin 
lograr la unanimidad interna y el marco regional requerido para esa 
agresión. Estos obstáculos confirman que prevalece un contexto muy 
distinto a la época de las invasiones expeditivas. Estados Unidos no 
está en condiciones de repetir la ocupación de Granada (1983) o 
Panamá(1989).
Trump ha extremado las posturas imperiales en el terreno discursivo. 
Desprecia a Latinoamérica, insulta a los mexicanos, elogia el muro y 
proclama que los países del Caribe son una mierda. Con ese trato 
despectivo no sólo busca reafirmar la supremacía imperial. Pretende 
consolidar su base política interna, mediante campañas contra los 
inmigrantes. Ha logrado la misma canalización del descontento frente al 
orden neoliberal que otros derechistas del mundo, pero necesita reforzar
 ese sostén reaccionario.
En sus inicios Trump expresó a un sector secundario de las clases 
dominantes, pero ahora tiende a converger con todo el establishment 
republicano. No es fascista, ni populista. Sólo rompe el estilo 
tradicional de liderazgo, para forjar un bonapartismo anclado en una 
base electoral conservadora. Con ese propósito acentúa su disputa con 
los medios y con la elite del Partido Demócrata. La persistente 
hostilidad retórica hacia América Latina es un ingrediente de ese 
operativo.
EL SECRETO DE LA EXPANSIÓN CHINA
La transformación histórica de China es el proceso más relevante del 
período. Su enorme expansión acompaña la ventajosa inserción que logró 
en la globalización, aprovechando el gigantismo y baratura de su fuerza 
de trabajo. El país se ha convertido en tiempo récord en el principal 
taller del planeta. En contraste con la Unión Soviética, asentó su 
despegue inicial en una asociación con Estados Unidos, que ha devenido 
en férrea rivalidad.
El crecimiento de China es otro ejemplo contemporáneo del desarrollo 
desigual y combinado. Una economía retrasada escaló vertiginosamente en 
el ranking global, dejando atrás su status subdesarrollado. Capturó 
tecnologías e inversiones de potencias más avanzadas y utilizó su atraso
 para motorizar la economía con rentabilidades superiores.
La principal singularidad de esa expansión ha sido el pilar 
socialista previo y la provechosa combinación posterior de modelos 
mercantiles y planificados. El otro secreto del auge fue la retención 
local de los excedentes y la cooptación de una parte de la diáspora, que
 volcó sus recursos al nuevo desarrollo del país.
Ciertamente se configuró un modelo alejado del neoliberalismo y la 
finaciarización. La heterodoxia resalta ese distanciamiento, en 
contraposición a las simplificaciones neoliberales. Pero el esquema 
chino ha incluido componentes no capitalistas que son omitidos por esa 
interpretación.
Otras explicaciones remarcan la gravitación subyacente de una 
civilización milenaria. Pero suelen desdibujar la total primacía de 
procesos contemporáneos, en el despunte de la nueva potencia. Recurren a
 las mismas unilateralidades del excepcionalismo nacional, que objetan 
en las miradas del eurocentrismo. Sobre todo olvidan que es conveniente 
estudiar a China con los mismos criterios de materialismo histórico, que
 se aplican al análisis de cualquier otro país.
La impactante expansión china ha desembocado en el gran desequilibrio
 que genera la sobreinversión. La preponderancia de esa contradicción 
confirma la primacía de la sobreproducción global, como principio rector
 de la crisis. Ese desequilibrio le impidió a China contrarrestar las 
tensiones del 2008 con un desacople interno. Debió retomar rápidamente 
la incursión en los mercados externos.
Ese vuelco de excedentes al mercado mundial es única respuesta que ha
 encontrado para mantener el nivel de actividad. Ese ritmo de producción
 no sólo es indispensable para lidiar con las demandas del proletariado.
 También resulta necesario para equilibrar las tensiones internas de una
 burocracia gobernante, corroída por exigencias de los sectores afines y
 reacios a la globalización.
China intenta preservar una estrategia geopolítica defensiva, que es 
intrínsecamente socavada por su expansión económica. El país disputa con
 Estados Unidos el liderazgo de la globalización, a través de la Ruta de
 la Seda y la tecnología 5G. Elude el conflicto directo, pero su 
protagonismo económico agrieta esa moderación. Ya afronta en muchas 
áreas las típicas tensiones regionales de una gran potencia.
El choque entre Estados Unidos y China opone a un imperio 
predominante con otro en formación. La abrumadora diferencia de 
capacidad bélica ilustra la total ausencia de equivalencia entre ambos 
contendientes. Pero lo central es el carácter agresor de Washington y 
defensivo de Beijing.
La asociación que primó entre los dos colosos durante décadas, indica
 que el conflicto puede continuar por muchos senderos. Esa pugna no 
presenta hasta ahora el tradicional contorno interimperial, que inspira 
la adopción de posturas neutralistas en la izquierda.
Pero la denuncia primordial de las provocaciones del Pentágono, no 
justifica la indulgencia frente a la expansión externa china. Es una 
estrategia motivada por el lucro, que suscita las típicas tensiones de 
la rivalidad por el beneficio. La retórica del pacifismo y colaboración 
que caracteriza a Beijing, no torna más inofensivas o benévolas sus 
acciones. El despliegue mundial de China genera conflictos, que no deben
 ser omitidos (o minusvalorados) por su frecuente utilización por parte 
del imperialismo estadounidense.
POSTURAS FRENTE A LA NUEVA POTENCIA
Otro debate en curso es el grado de transformación capitalista 
imperante en China. Es evidente la envergadura que ya alcanzó la 
propiedad privada de las grandes empresas, en manos de una clase 
dominante en gestación. Pero ese poderío no parecería implicar una 
restauración definitiva del capitalismo.
En el país perdura la ausencia de un poder político burgués y la 
acotada financiarización coexiste con la precariedad del neoliberalismo.
 Además, se mantiene el continuado manejo estatal de los bancos, el 
comercio exterior y los resortes estratégicos de la economía. También el
 gigantesco peso social del proletariado conspira contra una 
restauración plena de la supremacía del capital.
Esa indefinición persiste al cabo de varias décadas y debería quedar 
zanjada por el perfil de China en la mundialización. Salta a la vista 
que ninguna modalidad de socialismo es compatible con la globalización 
capitalista.
La hipótesis de un proceso inconcluso es la visión compartida por 
muchos sectores de la izquierda china. Esa caracterización destaca que 
permanece abierta la posibilidad de un resurgimiento socialista. Se 
apoya en registrar cómo la presencia de los trabajadores atemoriza a la 
burocracia y en considerar que el legado socialista no ha sido extirpado
 del universo popular. Señala que esa tradición sobrevive en amplios 
segmentos de la sociedad y constituye el cimiento de una reconstrucción 
revolucionaria, en choque con los sectores enriquecidos que controlan el
 poder.
Este enfoque contrasta con la presentación oficial del país, como un 
modelo de socialismo de mercado. Con esa mirada no se puede explicar la 
creciente desigualdad y los enormes privilegios que han consolidado los 
grupos acaudalados.
La tesis de una restauración no finalizada diverge también con otros 
enfoques que remarcan la preeminencia de un capitalismo burocrático o 
managerial. Este debate no queda zanjado con la evaluación del grado de 
privatización imperante. La naturaleza de un régimen involucra 
definiciones políticas y sociales, tan o más relevantes que los 
indicadores de la economía. 
La visión de una consolidación capitalista plena presupone un 
discutible escenario de aplastamiento de las luchas, desmoralización 
política e irrelevancia del proyecto socialista.
Las caracterizaciones de China son también determinantes de las 
distintas miradas que prevalecen en la izquierda latinoamericana. Salta a
 la vista la enorme incidencia que ha logrado la nueva potencia en la 
región. Su llegada como adquiriente de insumos y explotador de recursos 
naturales ha trastocado todos los datos de la región.
Hay tres interpretaciones de ese proceso.
Los teóricos de la nueva colonización, asemejan la presencia de China
 a todo los imperios que esquilmaron la región en las últimas cinco 
centurias. Remarcan la confiscación del excedente a través del comercio 
desigual, el extractivismo y la sumisión financiera. 
En el polo opuesto, se ubican los pensadores que elogian la 
colaboración de la nueva potencia con el desarrollo latinoamericano. En 
este caso subrayan sus contribuciones al despegue de la infraestructura y
 su respeto de la soberanía.
Una tercera actitud evita la simple denuncia o la injustificada 
ingenuidad. Destaca la potencial conveniencia de una asociación 
latinoamericana con China, para contrapesar la dominación imperial 
estadounidense. Pero también recuerda que esa posibilidad depende de una
 política regional coordinada. Esa estrategia (que no ha despuntado 
hasta ahora) presupondría evitar tanto la idealización de China, como su
 equiparación con el imperialismo estadounidense.
EL NUEVO IMPERIALISMO
El imperialismo es otra noción indispensable para comprender las 
tensiones entre Estados Unidos y China. Recuerda la enorme gravitación 
del uso de la fuerza en las relaciones internacionales, en 
contraposición a las evaluaciones centradas exclusivamente en la 
hegemonía. 
Esa segunda óptica asigna a la ideología o al consentimiento una 
incidencia equivalente a la coerción, omitiendo que el poder militar 
define los predominios a nivel global.
La unipolaridad o la multipolaridad son también nociones relevantes, 
pero sólo complementarias de esa influencia bélica. Aluden a un 
cambiante mosaico de relaciones de fuerza internacionales que se apoya 
en el cimiento bélico.
No sólo en América Latina se corrobora el enorme peso de la coerción.
 En las últimas décadas, esa gravitación ha sido muy impactante en Medio
 Oriente y África. No hay forma de comprender los sucesos de la 
periferia si se soslaya la opresión imperial. Pero conviene registrar 
también, cómo las características del imperialismo se modificaron en la 
posguerra y adoptan modalidades más novedosas en la actualidad.
Estos cambios motivan grandes controversias. Los partidarios de 
actualizar la tesis clásica postulan la preeminencia del capital 
financiero y establecen conexiones forzadas de ese rentismo con la 
dinámica imperial.
También subrayan la invariable persistencia de la vieja brecha 
centro-periferia, sin notar el nuevo escenario de estamentos más 
variados. Su pronóstico de reiteración de los conflictos 
interimperialistas, pasa por alto la evidente ausencia actual de esos 
choques bélicos entre potencias tradicionales.
La tesis opuesta del imperio global, estima que se han forjado clases
 y estados transnacionalizados por la extensión de la mundialización 
económica, a todas las esferas de la sociedad. Pero con ese razonamiento
 transforma procesos seculares en mutaciones instantáneas y omite que la
 ofensiva del capital contra el trabajo se consuma a escala nacional. 
Además, no logra percibir la nueva rivalidad geopolítica que introduce 
China y desconoce la continuada centralidad y autonomía de los estados 
nacionales.
Otra vertiente de análisis del imperialismo actual resalta la 
sostenida preponderancia de Estados Unidos en la reproducción global del
 capitalismo. Remarca ese papel preeminente y singular de la primera 
potencia. Pero extiende indefinidamente la perdurabilidad de ese 
comando, sin notar el retroceso de un imperio que pierde padrinazgo, 
afronta fracasos militares y sufre el desafío chino. Tampoco registra 
que la sociedad de Washington con sus viejos rivales, no equivale a la 
simple absorción o al puro sometimiento.
Finalmente existe una teoría del nuevo imperialismo, que asigna a 
cada etapa del capitalismo una modalidad diferenciada de funcionamiento 
imperial. Conecta la vigencia de nuevas asociaciones económicas 
internacionales, con la irrupción de formas de imperialismo colectivo. 
También relaciona esa configuración, con la nueva dinámica de crisis 
generadas por la sobreproducción global itinerante.
Las polémicas de esta última visión con el enfoque clásico han puesto
 de relieve cómo se han diversificado las transferencias mundiales de 
valor, que facilitaron el ascenso mayúsculo de China. Ese despunte 
desmiente el tratamiento de la nueva potencia como un integrante más del
 “Sur Global”. 
La expansión del gigante asiático también cuestiona la idea de una 
simple repetición del viejo esquema de polarización mundial. No basta 
con observar el aumento de la explotación que caracteriza al capitalismo
 actual. Hay que captar también quién se apropia del nuevo flujo de 
plusvalía.
Los criterios sugeridos por el nuevo imperialismo para indagar la 
etapa en curso, facilitan la percepción de cuatro cambios en la 
estratificación global. En primer lugar hay una crisis en el bloque 
transaltántico, que redefine las relaciones internas entre el 
imperialismo dominante y sus socios, apéndices o coimperios. 
En segundo término hay un ascenso de segmentos intermedios, que se 
clarifica distinguiendo el perfil económico de las semiperiferias y la 
singularidad geopolítica de los subimperios. 
La tercera mutación, destaca que el imperio en formación en China se 
diferencia cualitativamente de otras potencias en ascenso. Finalmente, 
hay una reconfiguración de las diversas modalidades de la dependencia en
 toda la periferia.
¿DOS LÓGICAS O UNA CONTRADICCIÓN?
La reestructuración del escenario imperial está signada por una aguda
 contradicción, que opone la expansión global de la economía con la 
persistencia de los estados y las clases dominantes nacionales. El 
primer proceso condiciona el segundo, sin alterar su autonomía, en un 
marco de significativa ausencia de correlaciones directas entre los 
contextos económicos y geopolíticos.
Esa disonancia subyace en todos los desequilibrios de la etapa 
actual. No son tensiones propias de la economía globalizada, sino 
conflictos derivados del divorcio creado por una mundialización de la 
economía, en el continuado marco de fronteras, políticas y modelos de 
acumulación nacionales.
El capitalismo se expande a una escala planetaria, pero en un 
disruptivo escenario de estructuras nacionales. Ese choque siempre 
afectó al sistema, pero presenta en la actualidad una escala inédita. 
Gran parte de los procesos de fabricación han sido globalizados, en 
áreas comerciales multinacionales y circuitos bancarios planetarios. 
Pero esos flujos son administrados por presidentes, gobiernos y 
funcionarios de los estados nacionales.
Es muy difícil comprender el escenario actual prescindiendo de esa 
contradicción. A veces se ignora el problema desconsiderando el primer 
componente (mundialización de la economía) y en otras ocasiones 
omitiendo el segundo (persistencia de estados y clases dominantes 
nacionales). 
Desde ópticas antitéticas se desconoce esa nueva discordancia del 
capitalismo.Los desaciertos provienen de un exceso (o carencia) de 
valoración del peso de la economía en el universo político. La mirada 
economicista supone una automática traslación de las transformaciones 
ocurridas en la acumulación capitalista, al orden social o estatal. La 
visión opuesta concibe una dinámica de total independencia de ambos 
sectores o una supremacía del segundo campo. 
El choque entre un proceso de mundialización subyacente sin 
correspondencia en los estados y clases es ignorado en las dos 
posturas.Estas dificultades se verifican en algunas caracterizaciones de
 la etapa actual, como un proceso resultante de lógicas económicas y 
geopolíticas distintas, a las imperantes en períodos anteriores. 
Exploran esas singularidades sin registrar la preeminencia de una 
contradicción rectora, derivada de la obstrucción que afronta una esfera
 para extenderse a las restantes. Muchas evaluaciones comparativas de 
los “ciclos sistémicos de acumulación” comparten esa severa limitación 
metodológica.
Las mismas dificultades se verifican en los enfoques normativos, que 
intentan dirimir el perfil de la etapa contraponiendo modelos deseables 
(economía de mercado y  convivencia internacional) y objetables 
(acumulación depredadora y virulencia expansiva). La vara moral 
reemplaza en estos casos el diagnóstico objetivo de la dinámica del 
capitalismo.
En este terreno conviene recordar la utilidad de ciertos principios 
del materialismo histórico, que restringen la preeminencia del 
capitalismo a las últimas dos (o tres) centurias y asignan a la economía
 una gravitación condicionante del desenvolvimiento de otros ámbitos.
FORMACIONES INTERMEDIAS
La nueva configuración global no está sólo signada por cambios en las
 relaciones entre potencias. También incluye importantes despuntes de 
las formaciones intermedias. 
Ese tipo de países aglutina a las economías semiperiféricas que 
presentan una inserción internacional y un nivel de desarrollo medios. 
Con ese concepto se pueden distinguir grados de distanciamiento de los 
países centrales. La brecha que separa a Corea del Sur y Mozambique de 
las metrópolis es tan significativa, que torna indispensable el uso de 
alguna categoría diferenciada de la vieja periferia.
La noción de subimperialismo también alude a esos países situados en 
la franja media, pero realzando el orden geopolítico-militar. Incluye a 
las sub-potencias regionales con capacidad de acción bélica, que cumplen
 un doble rol de gendarmes asociados y autónomos de los imperios 
centrales. La pertenencia a ese grupo implica el uso explícito de la 
fuerza.
Estas nociones aportan criterios para evaluar el orden global desde 
ópticas complementarias. El status de las distintas economías queda 
determinado por su lugar en la división global del trabajo (central, 
semiperiferia, periferia). La gravitación geopolítico-militar está 
definida, en cambio, por el rango mundial o regional de esa acción 
(potencias imperiales, subimperios, imperios en gestación).
Como no hay correspondencia directa entre ambos órdenes existen 
muchas combinaciones de los dos planos. En la franja intermedia hay 
semiperiferias sin proyección imperial (Corea del Sur) y subimperios con
 dudoso status semperiférico (en Medio Oriente). 
Esta clasificación permite superar las evaluaciones meramente 
coyunturales y contribuye a dimensionar la escala de cada conflicto en 
juego. Las disputas verticales (imperio consolidado versus imperio en 
formación) son estratégicas, los conflictos intermedios (con o entre 
subimperios) son regionalmente acotados y los choques horizontales entre
 socios, involucran pugnas menores (aliados de una misma configuración 
imperial).
Estas caracterizaciones son también útiles para comprender el rol de 
los nuevos bloques a escala mundial. El conglomerado de los BRICS reúne 
varias formaciones intermedias y los denominados emergentes tipifican a 
las semiperiferias ascendentes en el ranking global.
La presencia de estas formaciones intermedias es frecuentemente 
desconocida, por las concepciones que sólo actualizan la teoría clásica 
del imperialismo. Razonan con criterios de simple polarización mundial y
 se limitan a registrar el papel de los imperios dominantes y las 
periferias dependientes.
La mirada transnacional comparte la misma omisión por otras razones. 
Como supone que el grueso de las clases dominantes y estados ha quedado 
enlazado en asociaciones comunes, desconsidera el lugar que ocupa cada 
formación en la jerarquía global. La visión auspiciada por el nuevo 
imperialismo percibe mejor los cambios en curso y nota el significativo 
rol de los países intermedios. En sus polémicas con la tesis clásica ha 
salido a flote este registro.
El esclarecimiento de las formaciones intermedias contribuye a 
evaluar la realidad latinoamericana. Esta región incluye economías de 
envergadura tan disímil, que ha perdido sentido su exclusiva 
clasificación como subdesarrollados o dependientes. Dentro de ese 
status, las semiperiferias de Brasil o México mantienen una distancia 
mayúscula con las periferias de Haití o El Salvador.
Estas significativas brechas son omitidas por las miradas que 
mantienen sin ningún cambio, las viejas nociones de país colonial o 
semicolonial. Un problema mayor afronta el enfoque que ubica a todas las
 burguesías de la región, en el mismo casillero transnacional. Intuye 
acertadamente que la vieja burguesía nacional centrada en el mercado 
interno ha perdido peso, pero no observa su reemplazo por burguesías 
locales, con intereses propios muy alejados de la disolución 
transnacional.
La noción de subimperialismo surgió en la región hace varias décadas,
 para caracterizar la expansión económica externa y el protagonismo 
geopolítico-militar de Brasil. Fue un concepto polémico con el 
economicismo y opuesto a los razonamientos centrados en la pura ambición
 de poder.
Pero Brasil no mantiene actualmente un papel subimperial activo, 
comparable al exhibido por Turquía (en Medio Oriente) o India (en el Sur
 de Asia). No se justifica por lo tanto su inclusión ese segmento. Esta 
mutación ilustra el status cambiante de una categoría sujeta a 
periódicas reconsideraciones.
SINGULARIDAD DEL NEOLIBERALISMO
El neoliberalismo es una característica clave del período, que ha 
sido definido de incontables maneras. Frecuentemente se divorcia el 
concepto de sus pilares capitalistas, olvidando que no existe una 
dinámica neoliberal en sí misma. El fenómeno sólo existe en conexión con
 la nueva etapa del sistema.
Las interpretaciones vagas han conducido también a una reacción 
opuesta, que propicia el abandono del término neoliberal, para evaluar 
sólo distintos modelos capitalistas. Pero esa simplificación 
imposibilita el estudio del periodo actual.
Una definición adecuada y al mismo tiempo restringida del 
neoliberalismo debe resaltar sus tres dimensiones. Es un proyecto de 
ofensiva del capital para demoler las conquistas de los trabajadores, es
 un modelo económico de privatización, libre-comercio y desregulación 
laboral y es una ideología de justificación de las agresiones 
patronales.
Otra definición más ampliada incluye todas las modificaciones del 
período(globalización, revolución digital, precarización, 
financiarización). Pero con esa elasticidad, el neoliberalismo queda 
identificado con la etapa y se diluyen sus propias especificidades.
El tercer componente del neoliberalismo (ideología) ha cumplido un 
papel central en el reforzamiento de las clases dominantes. Difunde 
creencias que legitiman los intereses de los poderosos y facilita la 
ampliación de las desigualdades. Mistifica la empresa, como un ámbito 
libertario de realización de los emprendedores y presenta a la 
globalización, como un área de consumación del mercado neoclásico 
perfecto. 
Estos mensajes contienen ingredientes racionales, pero propagan todos
 engaños que utiliza el liberalismo económico, para encubrir la práctica
 política autoritaria de sus impulsores.
La ideología neoliberal tuvo una fase inicial thatcherista de pura 
confrontación y un segundo momento social-liberal más persuasivo. La 
tercera instancia emergió con la crisis del 2008, bajo el impacto de un 
rescate estatal de los bancos, que desmintió todos los pilares de esa 
concepción. 
La fase en curso de pos-verdad, pragmatismo y cinismo, socava la 
propia función básica de cualquier ideología como estructura de 
creencias. Rehabilita además una dimensión coercitiva, que deteriora el 
consentimiento requerido para asegurar la continuidad del sistema.
Existe una tesis que remarca la gran penetración de la ideología 
neoliberal. Subraya la expansión del consumismo, la extensión de la 
alienación, la privatización de la vida cotidiana y la financiarización 
de las actividades hogareñas. Esta mirada señala que el fetichismo está 
inmerso en la estructura del capital y se reproduce objetivamente 
penetrando a todos los grupos sociales. Objeta la idea de un privilegio 
cognitivo del proletariado para el registro de la realidad.
La visión opuesta también reconoce la gran influencia alcanzada por 
esa ideología, pero considera que su asimilación entre los oprimidos ha 
sido muy limitada. El gran cuestionamiento reciente del globalismo 
neoliberal aporta indicios a favor de este segundo diagnóstico. 
El fuerte ascenso de ideologías derechistas antiliberales confirmaría
 el acotado impacto de esa concepción entre las mayorías populares.El 
predominio de la modalidad neoliberal anglosajona ha sido tan 
significativo, que todo el fenómeno ha quedado identificado con esa 
vertiente. Pero el ordoliberalismo germano -que combina gravitación 
mercantil con protagonismo estatales igualmente representativo de ese 
proyecto. Existen, además, variedades escandinavas o periféricas y son 
numerosas versiones de implementación de esa orientación. 
Las políticas de gradualismo o shock constituyen las opciones 
prácticas más conocidas. La caracterización del neoliberalismo no sólo 
debe facilitar la comprensión de esas distintas variantes. También debe 
esclarecer la presencia de los cursos distanciados de ese esquema.
Aplicando la definición restringida (con sus tres componentes 
nodales) resulta por ejemplo visible, la lejanía de China del molde 
neoliberal. En ese país no ha primado la destrucción de conquistas 
populares, prevalece un férreo control estatal del mercado y una 
ideología oficial que no idealiza al capitalismo. El registro de estas 
diferencias, permite también notar, hasta qué punto el neoliberalismo no
 es un concepto sintético del período actual. 
El protagonismo chino queda excluido, cuando el neoliberalismo es 
interpretado como la norma rectora de la época. Otro inconveniente de 
esa identificación aparece en la clasificación de los nuevos modelos 
enemistados con la retórica neoliberal. No parece muy sensato encasillar
 a Trump, el Brexit o la derecha europea en el genérico estamento del 
neoliberalismo. Esos procesos introducen correcciones reaccionarias a la
 misma etapa del capitalismo (retro-liberalismo).
CONTRAPUNTOS ESCLARECEDORES
América Latina ha sido decisiva para clarificar el sentido del 
neoliberalismo. Consumó la modalidad dependiente y periférica de ese 
modelo, con políticas extremas de desregulación financiera, apertura 
comercial y flexibilización laboral. Todas las fantasías del esquema 
neoclásico de ventajas comparativas fueron ensayadas en la región, 
provocando un inédito despilfarro de la renta.
El neoliberalismo empezó en América Latina con antelación al resto 
del mundo y agravó la indefensión de la región. Ese desamparo ha salido a
 flote en la actual reestructuración del mosaico global, que genera la 
confrontación comercial entre Estados Unidos y China.
El neoliberalismo zombie de América Latina no sólo navega en un 
desconcierto por arriba. Desde el estallido de la sublevación chilena 
también afronta un gran desafío por abajo. Esa rebelión demuele todos 
los mitos del paradigma neoliberal más ensalzado de la región.
El ciclo progresista sudamericano contribuyó -más que cualquier otra 
experiencia internacional- a clarificar el sentido neoliberalismo. 
Introdujo un serio distanciamiento de ese molde. No llegó a erigir 
esquemas de superación pos-liberal, pero cuestionó los cursos 
precedentes. Generó también ensayos alternativos, que fueron removidos o
 interrumpidos por la restauración conservadora.
En América Latina se verificaron varios modelos neo-desarrollistas y 
social-desarrollistas distanciados del patrón neoliberal. En el primer 
caso (Argentina, Brasil, Ecuador) se intentó capturar parcialmente la 
renta, con políticas heterodoxas de regulación estatal y alianzas con el
 agro-negocio. Hubo mejoras sociales, mayor consumo y cierto 
crecimiento. 
Pero esos avances se disiparon frente a la adversidad económica 
internacional. Las políticas implementadas se frustraron por la renuncia
 a introducir los cambios requeridos para superar la dependencia. Los 
esquemas social-desarrollistas incluyeron la nacionalización de los 
recursos naturales y una mayor redistribución del ingreso. 
En Venezuela, la guerra económica, el cerco exterior y el sabotaje 
interno fueron agravados por un desmanejo interno, que precipitó una 
descapitalización mayúscula. La renta petrolera -inicialmente canalizada
 hacia programas asistenciales- no fue utilizada para gestar una 
economía productiva.
Por el contrario, en Bolivia se logró retener y reinvertir el grueso 
de la renta. Esa estrategia permitió crear puestos de trabajo, ahorrar 
divisas, aumentar el consumo, reducir la pobreza y desdolarizar la 
economía. El contraste con el caso venezolano ratifica la variedad de 
experiencias latinoamericanas antiliberales. Esa multiplicidad aporta 
una brújula para evaluar por contraste, cuáles son las características 
efectivas de la política, el modelo y la ideología neoliberal.
LA NUEVA DERECHA
La canalización derechista del rechazo al neoliberalismo es un dato 
muy relevante del escenario actual. Expresa un renacimiento del 
nacionalismo regresivo y de las modalidades más xenófobas del 
soberanismo. También retrata la anomia que generó el neoliberalismo, al 
deteriorar las mediaciones que proveían las estructuras políticas 
tradicionales. El nuevo fenómeno converge con el renacimiento de las 
religiones y el repliegue identitario.
La hostilidad contra los inmigrantes es la principal bandera de las 
corrientes reaccionarias. A pesar de la reducida gravitación demográfica
 de los extranjeros se demanda su drástica penalización. Hay campañas 
contra las minorías desprotegidas, que afectan especialmente al mundo 
musulmán y una virulenta islamofobia, que reemplaza al viejo 
antisemitismo. 
Esa oleada también empalma con corrientes neo-patriarcales,que 
rechazan los nuevos derechos de la mujer. Están enfadados con los éxitos
 logrados por el feminismo, en la traumática reestructuración actual de 
las familias.Europa es el principal epicentro de los movimientos 
derechistas. Canalizan el generalizado malestar con las políticas de 
ajuste, en una región que no logra alumbrar la ansiada identidad 
europea. 
Pero todas las vertientes de ese nacionalismo comparten una atadura a
 la continuidad del euro, que contradice sus mensajes de recuperación 
soberana. Inglaterra ha sido justamente la excepción con el Brexit por 
esa falta de encadenamiento al euro, en un país con mayor tradición de 
autonomía imperial. El contrapunto más significativo se verifica en 
Estados Unidos. Allí la derecha capturó uno de los partidos dominantes y
 ha puesto en marcha un programa de recuperación de la dominación 
global.
La interpretación corriente del ascenso derechista como una 
manifestación de populismo es particularmente confusa. El neoliberalismo
 utiliza ese estigma para relegitimarse, enarbolando un impreciso 
concepto que cuestiona los liderazgos no republicanos. También pretende 
contraponer la malicia de las elites con la benevolencia de los pueblos.
 Pero el papel objetivo de las clases sociales queda invariablemente 
sustituido por una multiplicidad de sujetos, con identidades 
contingentes y discursos emitidos sin ningún amarre socioeconómico.
Para contrarrestar esas inconsistencias conviene retomar la 
tradicional divergencia entre la derecha y la izquierda. Esa diferencia 
aporta un principio orientador del análisis político, que contrasta 
dinámicas compatibles con la igualdad con procesos favorables a los 
capitalistas. Con esa distinción se pueden conectar las diferencias 
políticas en pugna con los intereses sociales en disputa.
Los liberales suelen asociar a la derecha actual con el fascismo, 
señalando semejanzas discursivas. Pero la fascistización es un proceso 
determinado por la práctica de la violencia. Requiere una base de masas,
 un nítido liderazgo, enemigos sociales definidos y un cambio sustancial
 del régimen político. Habitualmente se magnifica su relevancia para 
justificar el apoyo a los partidos conservadores.
El fascismo clásico irrumpió en el pasado frente a la amenaza 
revolucionaria, en un escenario de guerras interimperialistas. Unificó a
 las clases dominantes en una red de ideologías contrapuestas con la 
Ilustración. Ese contexto no se verifica en la actualidad, pero podría 
reaparecer frente a un agravamiento sustancial de la crisis. El 
protofascismo anticipa esa posibilidad y el neo-fascismo lo prepara en 
el marco institucional. 
Es un error circunscribir el fenómeno a la entre-guerra, suponiendo 
que sólo aparece como reacción al fantasma del comunismo. Lo más 
peligroso es naturalizar su avance, ignorando la capacidad que exhibe la
 ultraderecha para imponer la agenda política.
EXPONENTES REGIONALES
En el caso latinoamericano, el auge de la derecha es un proceso más 
reciente. Opera como pilar de la restauración conservadora y la acción 
golpista. Comparte con la oleada internacional marrón el autoritarismo y
 la intolerancia, pero con más diferencias que semejanzas. En lugar de 
canalizar el descontento con el neoliberalismo (que se observa en 
Estados Unidos y Europa) expresa una respuesta reaccionaria al ciclo 
progresista. Por eso asume la modalidad clásica de mensajes enfurecidos 
contra la izquierda.
Las principales vertientes ultraderechistas en la región confrontan 
más con la delincuencia que con la inmigración. Despliegan su demagogia 
punitiva frente a la violencia social. Cuentan con el amparo de los 
medios, para propagar una crítica hipócrita a la corrupción. Se han 
reinventado con ese sostén y utilizan descaradamente la intriga, en el 
opaco universo de las redes sociales.
Los derechistas de América Latina cuentan también con una cobertura 
religioso-financiera de los evangelistas, que ha colocado a la Iglesia 
Católica a la defensiva. Incentivan formas de violencia para-oficial y 
apuntalan el golpismo, mediante conductas que desmienten la ilusoria 
expectativa en el surgimiento de una “derecha modernizada”.
A diferencia de sus pares de Estados Unidos y Europa, la derecha 
regional defiende un neoliberalismo económico explícito. Promueve ese 
programa en oposición  a su propia tradición desarrollista, retomando a 
pleno el servilismo al imperialismo yanqui.
En Bolivia, hubo una explícita irrupción de fascistas durante el 
reciente golpe de estado. Sus bandas exhibieron una impronta racista 
contra los indios, que fue muy celebrada por la clase dominante. En 
Venezuela, los derechistas coquetean con el fascismo en su enceguecido 
propósito de enterrar al chavismo. Actúan bajo las órdenes de la CIA y 
propician todos los complots imaginables.
Bolsonaro es el mayor emblema de la ultraderecha regional. Incuba 
todos los rasgos potenciales del fascismo, pero con un proyecto de 
escasa viabilidad inmediata. No logró el liderazgo entre sus pares, ni 
impuso el aplastamiento de la resistencia popular requerido para 
perpetrar esa aventura. 
En Argentina, la derecha despuntó contra el kirchnerismo, pero quedó 
muy deteriorada por los fracasos de Macri. No tiene sostén militar, ni 
apoyo social significativo.
La tipificación de los procesos derechistas latinoamericanos en 
términos de populismo es más imprecisa que en otras partes del mundo. En
 esta región el concepto tenía un significado histórico de mejoras 
sociales, democratización o soberanía, que se ha disuelto por completo. 
Con el mismo mote de populismo se alude en la actualidad a procesos tan 
variados como contrapuestos.
Otro debate que ha resurgido es la caracterización del fascismo. Una 
vieja tesis niega la posibilidad de su presencia en América Latina. 
Sostiene que esa modalidad política es imposible en la periferia, 
desconociendo las distintas formas que asumió el fascismo dependiente. 
Esa variante tuvo su apogeo en la guerra fría y no en los años  y 
alcanzó gran incidencia con el pinochetismo y el uribismo. 
Otros pensadores suelen sustituir el concepto de fascismo por una 
acepción más genérica y confusa del bonapartismo. La confusión de los 
liberales es mayor. Suelen observar vetas de fascismo en cualquier 
proyecto nacionalista, desarrollista o popular. El mismo mareo afecta a 
los intelectuales que identifican el fascismo con el extractivismo o la 
violencia machista.
La derecha latinoamericana es muy agresiva, pero no ha implementado 
el nivel de violencia fascista que se instrumentó en el mundo árabe. 
Allí el yihadismo emergió para aplastar el intento la democratización 
que se ensayó con las Primaveras Árabes . Ese teofascismo confirmó que 
no debe existir una amenaza de la izquierda, para que aparezca una 
reacción sanguinaria.
La lucha antifascista presenta en el caso latinoamericano una nítida 
tónica antiimperialista. Converge plenamente con la resistencia al 
intento estadounidense de confiscar las riquezas naturales. Esa batalla 
también confronta con el golpismo que retomaron las clases dominantes. 
La prioridad inmediata en esas asonadas no es el fascismo, sino la 
proscripción de los líderes progresistas y el control pleno de los 
gobiernos.
Para frenar esta escalada resulta indispensable impedir la gestación 
de procesos derechistas dentro del propio campo progresista. Los 
poderosos suelen recuperan los gobiernos porque nunca perdieron el 
poder. Preparan su venganza, aprovechando la ausencia de radicalidad de 
los proyectos populares.
Venezuela ha demostrado que la batalla en las calles permite contener
 esa acción derechista, si se recurre a respuestas de la misma escala. 
Esa intervención (junto a la acción política en el ejército) es la clave
 para impedir la repetición de lo ocurrido en Bolivia.
LA DINÁMICA DE LA LUCHA SOCIAL 
Si el eje del período ha sido la ofensiva neoliberal contra las 
conquistas populares, resulta indispensable evaluar el resultado de esa 
confrontación, para completar la caracterización de la etapa. Sin ese 
diagnóstico quedan omitidos los principales determinantes sociales del 
período. Pero ese análisis del estado de la lucha de clases debe 
sustentarse en alguna teoría específica.
Esa concepción tiene que explicar la lógica e intensidad cambiante de
 la resistencia popular. Un punto de partida de esa evaluación es la 
tesis marxista que interpreta la historia de la humanidad, como una 
secuencia definida por la lucha de clases.
Algunas teorías proponen conceptualizar las distintas oleadas de 
protestas, como ciclos diferenciados por su belicosidad. Distinguen 
adecuadamente la pujanza combativa de esas acciones de su nivel de 
conciencia política, remarcando la ausencia de estrictas correlaciones. 
Resaltan la gran dependencia de ese último componente de las tradiciones
 y tipos de militancia vigentes en cada país.
Pero algunas variantes de ese enfoque, intentan establecer también 
una conexión forzada de la lucha popular con el sentido ascendente o 
descendente de las ondas largas.
En este terreno, el desarrollo desigual y combinado ofrece pistas 
analíticas más  fructíferas. El análisis de la lucha de clases de las 
últimas cuatro décadas debe contemplar el resultado adverso que produjo 
la implosión de la URSS. Ese desmoronamiento generó una crisis de 
credibilidad en el proyecto socialista, que permitió la inédita 
expansión de la ideología neoliberal. 
Pero ese impacto fue especialmente significativo para la generación 
formada en la expectativa de superar al capitalismo, mediante una 
expansión del bloque socialista. Esa tradición perdió peso en un nuevo 
milenio signado por otro tipo de esperanzas.
En todo el período el repliegue de las luchas sociales estuvo también
 determinado por la reestructuración del universo laboral, que impuso la
 flexibilización laboral, la precarización y el deterioro de las 
conquistas sociales. Ha prevalecido un dramático debilitamiento de los 
sindicatos y una pérdida de influencia de los partidos tradicionales de 
la izquierda. Esas adversidades fueron especialmente significativas en 
Europa, que durante dos siglos ocupó un lugar de referencia en el 
pensamiento y en la acción de los socialistas.
La dinámica más reciente de la lucha popular quedó definida por el 
resultado de las protestas, que sucedieron a la crisis del 2008. Las 
significativas reacciones de inicio (movimientos en Europa, Ocupar Wall 
Street) no prosperaron, ni gestaron un canal perdurable de resistencia. 
Por esa razón gran parte del descontento fue capturado por la derecha.
Ese desenlace condujo a ciertas caracterizaciones del período como 
una etapa reaccionaria. Esta evaluación es muy controvertible observando
 la magnitud de las confrontaciones. En la mayoría de los casos no ha 
predominado el aplastamiento físico de los trabajadores, que singulariza
 a una era contrarrevolucionaria. Más bien ha prevalecido la angustia 
del desempleo, la humillación de la flexibilidad laboral, la desgracia 
de la pobreza o las bofetadas de la desigualdad.
En la enorme variedad de contextos regionales, América Latina 
sobresale por la referencia que aportó el ciclo progresista. En ese 
período la lucha popular fue muy significativa. Se desenvolvió a 
contramano de la adversidad neoliberal e incluyó grandes rebeliones y 
conquistas sociales. Ese proceso permitió recuperar tradiciones de la 
izquierda, en un marco internacional hostil a cualquier posicionamiento 
radical.
También en el mundo árabe se verificó un curso político articulado en
 torno a la Primavera. Pero ese proceso fue dramáticamente ahogado por 
golpes militares, desangres yihadistas y devastaciones imperiales Esa 
sangría se perpetró a través de guerras sectarias y provocó en un breve 
lapso muy breve, la total demolición de cuatro estados nacionales.
Las referencias ordenadoras de la lucha social que se han observado 
en Latinoamérica y el mundo árabe, no se extienden a Europa. Allí primó 
un debilitamiento de las tradiciones de resistencia, con picos de 
significativa ausencia de revueltas e insatisfacciones sólo canalizadas a
 través del voto. Pero el desemboque de ese proceso se mantiene 
irresuelto. 
La frustración generada por Syriza en Grecia, la indefinición de 
España y el laboratorio de Portugal convergen en el renacimiento de la 
protesta en Francia y el indeterminado impacto del Brexit inglés.
También en Estados Unidos los indicadores son contradictorios. La 
consolidación de una base derechista con Trump y el retroceso sindical 
coexisten con el gran predicamento de la izquierda. El socialismo 
millennial es la gran sorpresa del país.
El reducido conocimiento que impera en Occidente de las luchas 
sociales de Oriente, no impide registrar el enorme significado de las 
huelgas en China, la gran capacidad de acción democrática en Corea del 
Sur y la pujanza de las demandas en la India. Como la región asiática 
aglutina al nuevo proletariado del capitalismo contemporáneo, tiende a 
convertirse en el gran epicentro de la protesta obrera.
CONVERGENCIAS DE PROTESTAS
En un escenario internacional muy variado, el año 2019 estuvo signado
 por un giro ascendente de las movilizaciones callejeras. Por primera 
vez en mucho tiempo se observó una oleada convergente en diversos 
países. América Latina ocupó nuevamente un lugar protagónico en esas 
revueltas. En plena restauración conservadora, llamó la atención la 
magnitud de la acción popular. 
En Chile, las movilizaciones para exigir el fin de Piñera y la 
convocatoria a una Asamblea Constituyente persistieron frente a una 
represión salvaje. En Ecuador, el movimiento indígena impuso la 
derogación de un ajuste del FMI. En Colombia, un nuevo sector urbano 
-con alto nivel de organización, centralidad de los sindicatos y nítidos
 programas- se sumó a la tradicional lucha campesina.
Pero además, por primera vez en la historia de Puerto Rico, un 
gobernador fue tumbado por la presión popular. En Haití, la enorme la 
marea de protestas no cedió contra los presidentes que malversaron 
fondos públicos. En Honduras, continuó la batalla contra el régimen 
brutal surgido del fraude, que transformó al país en un narcoestado.
El contrapunto de este alentador contexto de movilizaciones ha sido 
el golpe en Bolivia. La asonada se inscribió en una dramática secuencia 
regional de golpes institucionales. También en Brasil la gran victoria 
obtenida con liberación de Lula, no frenó la ofensiva social contra los 
trabajadores. Tampoco en Venezuela, la derrota de los golpistas erradicó
 las amenazas derechistas, en un marco de angustiante regresión 
económica.
En otros países han prevalecido coordenadas de otro tipo. En México, 
el triunfo popular en las urnas no resolvió el gravísimo problema de la 
violencia. En Argentina, una importante victoria en las urnas afronta el
 desafío de lidiar con la catástrofe económica. En Uruguay, la derecha 
reconquistó el gobierno por una diferencia mínima y se apresta a iniciar
 el mismo giro conservador que introdujo en El Salvador. 
En síntesis: en un escenario de gran disputa regional, la derecha 
responde a las movilizaciones populares con contragolpes del mismo 
alcance.
Pero lo más novedoso es la sintonía de esas batallas con la nueva 
oleada de protestas globales. Existen varias áreas de convergencias, que
 enlazan las demandas democráticas y sociales.
Lo más llamativo es el protagonismo común del joven trabajador 
precarizado, que se rebela al cabo de un largo periodo de retroceso de 
la clase obrera tradicional. 
No son sectores contrapuestos al proletariado, sino distintos 
segmentos de una clase trabajadora ampliada. Esa variedad de sujetos 
populares y ámbitos de resistencia, no son registrados por la tesis en 
boga de declive del proletariado. Tampoco son captados por las miradas 
dogmáticas, que omiten las importantes transformaciones consumadas en 
los conglomerados populares.
Otro campo de confluencia internacional es la primacía de la lucha 
callejera. Esa gravitación deriva del menor peso que exhiben los 
interlocutores capitalistas privados, en una fase de aguda violencia y 
desigualdad. En todas las latitudes, los medios de comunicación 
constatan la novedad de la protesta global. Pero la interpretan como una
 reacción frente a la corrupción o como una astuta manipulación de los 
políticos populistas. Suelen olvidar que las redes sociales no originan 
las revueltas.
La tónica de los movimientos fue anticipada por los piqueteros de 
Argentina y es expresada por los chalecos amarillos de Francia. También 
ha resurgido en el mundo árabe una nueva oleada que se expande por 
contagio, a partir de los éxitos conseguidos en Sudán, Argelia y el 
Líbano. 
En Europa, las protestas de Francia podrían modificar el tablero 
regional, si la extensión de las huelgas logra repetir el éxito de 1995.
 En todas las revueltas se plantean reclamos nacionales. Los distintos 
estados son los principales referentes de esa negociación. La 
contundente contraposición de la década pasada entre foros mundiales 
(“Otro mundo es posible”) y dos globalizaciones (Porto Alegre versus 
Davos) ha sido sustituida por una agenda más nacional.
Pero ya existen dos movimientos muy dinámicos que actúan a escala 
mundial. El feminismo consiguió grandes éxitos y la batalla contra el 
cambio climático resurge en franca oposición al negacionismo. Estas 
movilizaciones aportan el cimiento potencial para retomar el 
internacionalismo.
El escenario actual está signado por un significativo retorno de la 
lucha de clases. Por el momento se verifica una secuencia de revueltas, 
sin el viejo alcance de las oleadas revolucionarias. Tampoco se observa 
un cariz político definido, pero ya se percibe el enorme potencial de 
las protestas para revertir el escenario neoliberal. Los intereses de la
 minoría capitalista chocan con los anhelos de la mayoría popular y el 
alineamiento derechista de los poderosos contrasta con las propuestas 
emancipadoras de la izquierda.
Estados Unidos comandó el debut de la globalización, pero quedó muy 
afectado por sus resultados e intenta recuperar primacía con Trump. Esa 
restauración exige doblegar a China y reconquistar el dominio pleno de 
América Latina. El ascenso chino obedece a procesos objetivos, modelos 
antiliberales y cimientos no capitalistas. Podría ser un socio de la 
región contra el opresor del Norte.
La gravitación geopolítica de la coerción rehabilita la teoría del 
imperialismo.Pero sólo la versión contemporánea percibe la disonancia 
que opone a la mundialización económica con los estados y las clases 
dominantes nacionales. Esa mirada también registra el nuevo papel de las
 formaciones intermedias.
La etapa actual se asienta en el neoliberalismo, pero incluye 
variantes distanciadas de ese modelo. La experiencia latinoamericana 
clarifica esa complejidad.
La nueva derecha canaliza parcialmente el descontento, pero en 
América Latina emerge como reacción al ciclo progresista. Las rebeliones
 en la región contrastaron con repliegue popular a escala mundial, pero 
en la coyuntura resurge una convergencia de protestas con sujetos y 
demandas semejantes.
Claudio Katz, economista argentino profesor de la Universidad de Buenos Aires.
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