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viernes, 22 de febrero de 2019

Venezuela, un mal ejemplo que hay que borrar del mapa

Reposicionamiento político y militar de Estados Unidos en América Latina y los gobiernos títeres


La ofensiva imperial contra Venezuela tiene como propósito acabar de una vez con un modelo basado en la solidaridad, la independencia y la autodeterminación de los pueblos, y que aspira a la unidad e integración latinoamericana y caribeña. Un modelo que, por su propia naturaleza, afecta los intereses de Estados Unidos, las oligarquías nacionales y el gran capital transnacional. 

“No hay por donde perderse”, asegura el historiador hondureño Edgar Soriano.

“La crisis que sufre Venezuela es producto de una injerencia totalmente descarada del gobierno de Estados Unidos, la derecha internacional y los poderes corporativos -inclusive los europeos-, que ven amenazados sus intereses por un proyecto político-institucional encaminado no sólo a redistribuir recursos, sino a defender los intereses de la colectividad social y generar mecanismos de participación y empoderamiento ciudadano.

Un proyecto ‘exportable y repetible’ que busca cambiar el orden establecido y construir nuevas formas de hacer política, limitando la capacidad de injerencia de Washington y las transnacionales en los intereses internos de las naciones.

Después de la caída del Muro de Berlín y las invasiones de Afganistán e Irak -continúa Soriano-, Estados Unidos se sentía el amo poderoso del mundo, pero los nuevos liderazgos que han surgido a nivel mundial están cambiando el escenario internacional, configurándolo como multipolar y con una fuerte proyección de la cooperación Sur-Sur.

Pese a eso, Washington se empecina en sostener relaciones de fuerte agresividad, y la ofensiva contra el gobierno de Venezuela y otros gobiernos progresistas es parte de esta lógica de ‘patio trasero’”. 

- Hay que acabar con el mal ejemplo.

- La propuesta de Venezuela es un mal ejemplo tanto para el proyecto imperial norteamericano como para la derecha latinoamericana porque, como dije, empodera a los pueblos y les brinda herramientas y capacidades para que puedan construir modelos repetibles en todo el continente.

América Latina tiene grandes posibilidades y todo está dado para que haya más independencia (de los países) de las potencias imperiales y de las compañías transnacionales. Esto es lo que más les irrita. No soportan que exista una Venezuela que diga: ‘vamos a tener nuestra propia moneda y vamos a reconfigurar el escenario de relaciones políticas, sociales y comerciales’.

La reacción siempre es agresiva y vemos como a Venezuela se le ha venido imponiendo un proceso de bloqueo económico y financiero, acompañado por una arremetida a nivel mediático, político y hasta militar.

Estamos viendo como han vuelto a repotenciar a una OEA (Organización de Estados Americanos) totalmente desacreditada y al Grupo de Lima que sirve ciegamente los intereses de Washington, debilitando instancias regionales y subregionales de integración (UNASUR, CELAC, ALBA).

Tanto la OEA como el Grupo de Lima son punta de lanza en la construcción de un cerco político y económico en contra de los proyectos que se apartan de las líneas dictadas por Estados Unidos, y que pretenden reconfigurar las relaciones internacionales basándolas en los principios de reciprocidad, solidaridad, complementariedad y autodeterminación.

- Los medios masivos de comunicación están jugando un papel que no tiene precedentes.

- Definitivamente. Los medios hegemónicos, a través de las mentiras, han venido asumiendo un papel importante en los procesos de legitimación de la política injerencista. Ya se ha vuelto viral que en Venezuela hay una tiranía, que por culpa del gobierno la gente se está muriendo de hambre, que no hay comida ni medicinas, que el país vive una crisis humanitaria y de derechos humanos.

Esta narrativa de los medios de comunicación corporativos nacionales e internacionales es parte de un diseño estratégico para que la gente asuma estas ‘verdades’, se conmocione adentro y afuera del país y reaccione. De esta manera resulta más fácil legitimar el injerencismo de la OEA, de los gobiernos cómplices y, hasta una eventual aventura bélica, aunque esta última no va a ser tan fácil para los agresores.

- ¿Le sorprendió la actitud de la Unión Europea?

- La Unión Europea está dividida sobre Venezuela, aunque de parte de antiguas potencias imperiales la actitud ha sido muy agresiva. El comportamiento del Reino Unido ha sido vergonzoso. Se trata de un robo descarado del oro venezolano. Entre Reino Unido y Estados Unidos se están robando 30 mil millones de dólares. Es un abuso desde su condición de potencias hegemónicas.

Hay muchos países europeos que, en el siglo pasado, han apoyado a regímenes violentos y autoritarios y hasta a dictaduras feroces. Ahora que se están volviendo cómplices de esta nueva estética estratégica que tiene la derecha, no pueden venir a dictar cátedra de democracia a los países latinoamericanos. 

-¿Washington quiere solamente borrar del mapa al mal ejemplo venezolano o también a sus aliados? Pienso a Bolivia, Cuba, Nicaragua…

- Va con todo y lo hace junto a las derechas locales (nacionales) y al poder corporativo. No hay duda de que vendrá una escalada contra los países que siguen apoyando y solidarizándose con el gobierno venezolano. Ya vemos como en estos países se están promoviendo conspiraciones internas y el uso de las redes sociales para construir falsas percepciones de la realidad.

La que viene va a ser una arremetida, tanto en el plano político, como en el ideológico, económico y social, contra estos proyectos de autonomía y autodeterminación de los pueblos, tratando de imponer ‘gobiernos títeres’ que salvaguarden los intereses estratégicos, geopolíticos y económicos de Washington, para que sus compañías sigan alimentándose de los recursos de América Latina. 

- Honduras se ha sumado al plan intervencionista. 

- Honduras tiene instalado un régimen totalmente plegado a los intereses de Washington. La cúpula gobernante está vinculada a una serie de escándalos de corrupción y al crimen organizado, y esto hace que Estados Unidos tenga más capacidad de influenciar la política exterior hondureña, y que el presidente (Juan Orlando Hernández) esté anuente a todo lo que le pida Washington.

Lo hemos visto con la decisión, claramente impuesta, de trasladar la embajada de Honduras en Israel a Jerusalén. El gobierno necesita quedar bien con Estados Unidos, por eso va a seguir atacando a Venezuela y a cualquier otro país en la medida que Washington se lo pida.

También queda expuesta la hipocresía del gobierno estadounidense: por un lado exige respeto de los derechos humanos y elecciones libres y transparentes para democratizar Venezuela (y Nicaragua), por el otro legitima y respalda al gobierno de Honduras que es el resultado del fraude y es responsable de la represión post electoral (2017).

En aquella ocasión, el papel de la OEA y de su secretario general (Luis Almagro) fue vergonzoso, llamando al silencio ante el fraude, la represión, las detenciones y los muertos. 

- En la izquierda latinoamericana y mundial hay mucha confusión sobre Venezuela.

- Algo que la derecha sabe hacer con mucha eficiencia es cerrar filas en determinados momentos coyunturales. Esto es algo que le falta a la izquierda política, a los sectores progresistas, a los movimientos, que terminan ahogándose en sus propias contradicciones.

Nos encontramos en una coyuntura muy complicada, donde la derecha latinoamericana y mundial está dispuesta a hacer todo lo que sea necesario para derrocar al gobierno de Venezuela y avanzar contra los gobiernos que lo apoyan.

La izquierda política y los movimientos deberían reflexionar con mayor profundidad sobre la historia de nuestra región, de cómo se ha generado el proceso político contemporáneo durante la implementación del modelo neoliberal y valorar a qué gobiernos les apostamos. 

Tal vez el de Venezuela no sea el gobierno ideal con el cual soñamos, pero en este momento hay que cerrar filas y salvar proyectos. No podemos volvernos parte del complot que apunta a que nuestras naciones sigan viviendo bajo el yugo de regímenes que juegan a la democracia, pero plegados a los intereses transnacionales y de la clase dominante.    

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