William I. Robinson*
Décadas después de las guerras
de revolución y contrainsurgencia en Centroamerica, la región otra vez
está al borde de una implosión. El istmo ha estado sumido en una
reanudación de las luchas de masas y la represión estatal, el
desmoronamiento de los sistemas políticos, la corrupción, el
narcotráfico y el despojo y migración forzada de millones de
trabajadores. Detrás de esta segunda implosión –reflejo de la crisis
galopante del capitalismo global– está el agotamiento del desarrollo
capitalista tras las convulsiones de los años 80 al ritmo de la
globalización.
Los movimientos revolucionarios de masas entre 1970 y 1980 lograron
desalojar del poder a las dictaduras y abrir los sistemas políticos a la
competencia electoral. Pero no alcanzaron la justicia social sustancial
ni democratizar el orden socioeconómico. La globalización desplazó a
millones, agravando pobreza, desigualdad y exclusión social, y dañó el
ambiente, ocasionando una oleada de emigraciones y más movilizaciones de
masas entre quienes se quedaron. Las raíces del conflicto regional han
persistido: la concentración de la riqueza y del poder político en manos
de élites al lado de la pauperización y la impotencia de una mayoría
desposeída.
Con el golpe de Estado en Honduras (2009), la masacre de manifestantes en Nicaragua (2018) y el regreso de los escuadrones de la muerte en Guatemala la ilusión de
paz y democracia, tan pregonada por la élite trasnacional, ha sido destrozada. Los regímenes centroamericanos ahora enfrentan crisis de legitimidad, estancamiento económico y colapso del tejido social.
El modelo de acumulación implementado hacia finales del siglo XX y en
adelante abarcó la introducción de actividades que integraron la región
a las cadenas trasnacionales de producción y servicios, parte de la
globalización capitalista que ha involucrado una expansión de la
minería, la agroindustria, el turismo, la extracción energética y los
megaproyectos de infraestructura a lo largo de América Latina,
alimentando una economía global voraz y desbordando las arcas de las
trasnacionales.
La evolución de la economía política centroamericana refleja la de la
economía global. La mundial pasó por un periodo de prosperidad entre
los 50 y 60, seguido por crisis, el estancamiento y la transición en las
décadas de 1970 y 1980, para luego pasar al auge de la globalización en
los 1990 y principios del siglo XXI. El istmo experimentó una tasa de
crecimiento anual promedio de 5.7 por ciento (1960-70), tasa que cayó a
3.9 entre 1970-80, y luego desplomó a apenas 0.8 en la década de
1980-1990. Pero luego, en sincronía con la economía global, el
crecimiento se recuperó a un promedio anual de 4 porciento durante la
globalización entre 1990-2008, según la Cepal. Tras la crisis de 2008,
la tasa de crecimiento descendió a 3.7 en 2012, a 3.5 en 2017, y a un
estimado 2.6 en 2018.
El orden social de la globalización sólo podía ser sostenido mientras
expandía la economía y los despojados podían emigrar. La reanudación
del crecimiento desde los 90 ha dependido de: fuerte incremento del
flujo de la inversión corporativa trasnacional, aumento constante de la
deuda externa y las remesas de los migrantes.
La inversión extranjera directa bajó a partir de 2016, mientras la
deuda externa pasó de 33 mil millones de dólares en 2005 a 79 mil
millones en 2018. Pero sobre todo los 20 mil millones que envían los
migrantes se han convertido en un salvavidas para la economía regional,
mientras la emigración contiene las explosiones políticas.
Las remesas aportan 18-19 por ciento del PIB en El Salvador y
Honduras; es 10 por ciento para Guatemala y Nicaragua. Las remesas
representaron la mitad del crecimiento del PIB en esos países en 2017.
La economía regional colapsaría sin ese dinero.
La población centroamericana creció de 25 millones (1990) a 40
millones (2017), según la Cepal, pero el mercado laboral no absorbe a la
mayoría de los entrantes, lo que explica el repunte de la emigración:
casi se duplicó de 2000 a 2017: 4.3 millones.
El capitalismo global enfrenta una crisis estructural de la
polarización social y la sobreacumulación. La continua expansión de la
economía global en años recientes ha sido alimentada en el consumo
basado en el endeudamiento, la especulación en el casino global que ha
inflado una burbuja tras otra, y la militarización impulsada por los
estados en tanto el mundo entra a una economía global de guerra. Hoy la
economía global está al borde de otra recesión. El sistema enfrenta una
crisis política de la hegemonía y una escalada de tensiones globales.
Esta crisis subyace a la segunda implosión de Centroamérica.
Se desarrolla en el istmo otra ronda de protesta popular de masas;
los regímenes locales pierden legitimidad, se vuelven más corruptos y
amenazan la constitucionalidad, como ha sucedido en Honduras y Nicaragua
y podría ocurrir en Guatemala.
Las comunidades más vulnerables han sido identificadas como chivos
expiatorios para la crisis, sobre todo los refugiados y los migrantes.
Esto ayuda a entender la respuesta hasta fascista de Trump hacia los
refugiados centroamericanos.
El futuro de Centroamérica dependerá de la capacidad de las fuerzas
populares en Centro y Norteamérica de movilizarse para preservar el
estado de derecho e impulsar la agenda de la justicia social que pudiera
paliar la crisis. De lo contrario, una recesión económica podría tumbar
el castillo centroamericano de naipes.
*Profesor de sociología, Universidad de California en Santa Bárbara
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