American curios
David Brooks
▲ Aspecto de la prisión de máxima seguridad cerca de Florence, Colorado,
donde podría cumplir sentencia el narcotraficante Joaquín El Chapo Guzmán.Foto Ap
Después de más de tres meses de cubrir el
juicio del siglodel “narco más poderoso del mundo”, culminando con las palabra
culpableseguido de grandes proclamaciones de las autoridades y gobernantes estadunidenses sobre
este gran triunfo de su guerra contra las drogas(uno afirmó que el caso demostraba que los que dudan de esa guerra
están equivocados), todos sabemos que esto no cambia nada.
SÍ algo, el juicio El Chapo sólo comprobó una vez
más el fracaso de la guerra antinarcóticos impulsada hace casi medio
siglo. Desde que el capo fue arrestado y encarcelado por última vez en
México en 2016, y luego extraditado aquí, hay más drogas ilícitas
disponibles en Estados Unidos y en el mundo.
Hay más cocaína que nunca en las calles de este país y su producción
mundial llegó a un récord histórico, igual que la de opio, según cifras
oficiales de Estados Unidos y la ONU.
En Estados Unidos hay una epidemia oficial que mató por sobredosis de
droga a más de 72 mil estadunidenses en 2017 (las cifras oficiales más
recientes) más que el total de fallecimientos estadunidenses en las
guerras de Vietnam, Irak y Afganistán combinadas. Esa epidemia es
impulsada sobre todo por opiáceos responsables de unas 50 mil muertes,
incluida la heroína, pero también medicamentos legales obtenidos con
receta médica. O sea, algunos de los Chapos de este negocio están vestidos de doctores y de ejecutivos de farmacéuticas estadunidenses.
Al festejar el juicio exitoso contra El Chapo, tanto los fiscales como sus jefes en Washington repitieron que tanto los narcos
extranjeroscomo los mexicanos y los colombianos,
envenenany
destruyena los ciudadanos estadunidenses con sus drogas (aparentemente, los estadunidenses jamás consumirían tales cosas sin que los
hombres maloslos obliguen).
El propio bufón peligroso en la Casa Blanca usa ese mismo pretexto
casi todos los días con el argumento para su muro y sus políticas
antimigrantes. Y el juicio a El Chapo sirvió para nutrir esta
narrativa y para justificar su guerra fracasada en la que invierten unos
50 mil millones de dólares al año.
Esa
guerra contra las drogasfue primero declarada por el presidente Richard Nixon en 1971 con propósitos políticos, para criminalizar la creciente ola disidente contra la guerra y la militancia de los afroestadunidenses, tal como lo confesó uno de los asesores clave del presidente.
Los costos humanos comprueban que esta es una guerra contra los
pobres: del lado mexicano no necesitamos repetir las estadísticas
inaguantables que toda persona semiconsciente conoce, demasiados no sólo
por lo que leen, sino por lo que han sufrido. De este lado, en Estados
Unidos, las estadísticas demuestran algo similar en términos de quiénes
son los que pagan los costos: los pobres, los más vulnerables.
Desde que se lanzó la
guerra contra las drogaslas prisiones de Estados Unidos se llenaron de jóvenes pobres afroestadunidenses, latinos y, sí, blancos a tal nivel que ahora la población estadunidense es la más encarcelada del mundo (en 2016, 2.2 millones estaban en la cárcel), y de ellos, casi medio millón por delitos no violentos de droga. Hubo 1.6 millones de arrestos por drogas, la gran mayoría sólo por posesión; 46.9 por ciento de éstos eran afroestadunidenses o latinos, a pesar de que sólo representan 31.5 de la población y de que sus índices de consumo son parecidos a los de los blancos.
Esa guerra es un negocio, como todas. Los que no estaban en el
banquillo de los acusados en este juicio son los verdaderos
responsables, mucho más que el
padrino de capossentado ahí, por la catástrofe humana que ha provocado la guerra contra y por las drogas. Éstos incluyen a los políticos y sus comandantes que han librado y diseñado la
guerra contra las drogastanto aquí como en los países que se metieron a este esquema made in USA, generando negocio para los comerciantes de armas, los profesionales de inteligencia, los del negocio de seguridad, de prisiones y los constructores de muros, entre otros contratistas de todo lo que se necesita para hacer una guerra.
El caso de El Chapo se vuelve justificación para todo esto,
tanto la retórica como el negocio político y empresarial de la guerra
por y contra las drogas. La DEA lo usó para reclutar: inmediatamente
después del juicio, circuló por tuit un anuncio: “¿Quieres perseguir a
los narcotraficantes más grandes del mundo; capos como El Chapo? ¿Quieres hacer una diferencia como un agente especial de la DEA?” y ofreció una dirección para ver los requisitos
Pero como afirmó el propio Chapo, igual que lo había dicho anteriormente su socio El Mayo Zambada, “el día que yo no exista, no se reducirá de ninguna manera… este negocio continuará”.
La guerra contra las drogas –y los políticos y
expertosque la impulsaron– son los que deberían rendir cuentas, incluso tal vez ante un tribunal, a los pueblos de Estados Unidos y América Latina (entre otros). Ese sí sería
el juicio del siglo.
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