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El
universo complejo y heterogéneo del progresismo latinoamericano
enfrenta grandes desafíos en un momento crítico de la economía mundial.
La crisis iniciada con el derrumbe de Lehman Brothers ha significado
mucho más que el quiebre de un conjunto de empresas y bancos. Ha
significado la introducción de fuertes dosis de inseguridad e
incertidumbre -en un mundo ya poco seguro- y la remodelación del ámbito
económico, lo que ha supuesto fuertes desequilibrios y desigualdades en
los países emergentes, afectando a los sistemas políticos.
El bienio 2008-2009 fue el inicio de
algunos problemas o de profundización de los mismos en las economías
latinoamericanas, afectando a gobiernos conservadores y progresistas,
los cuales, a la luz de los hechos, fueron los más perjudicados. Ello,
fundamentalmente, porque la pauta de distribución de la riqueza y el
subsidio de algunos servicios debió cesar o reducirse. Las clases medias
de muchos países progresistas que habían visto aumentar sus
posibilidades de consumo y acceso a bienes culturales se introdujeron
por un tubo a la tendencia global de declive de la clase media. Sólo
China y la India, entre otros grandes jugadores emergentes, contuvieron
dicho declive.
Estas modificaciones mundiales
impactaron en las economías y en el universo político. El Estado y la
política pudieron hacer muy poco para resistir los embates globales y
para reconducir algo que esa crisis había provocado: el desajuste entre
el individuo y el Estado. Pero no sólo un desajuste de expectativas, sin
un desajuste mucho más profundo: ese Estado y esa democracia particular
no podían protegerlos de los efectos de la globalización. Los
progresismos observaron atónitos la fuga de adhesiones y votos. Estos
que habían distribuido riqueza y ampliado la participación política
observaron cómo el mal humor social fue circulando por espacios
ciudadanos que se creían adherentes centrales de sus proyectos.
En la actualidad, si por un momento
corremos del escenario la situación venezolana y la realidad política
nicaragüense, los gobiernos de Bolivia, Uruguay y México parecen haber
encontrado formas de gestión de esa crisis iniciada en 2008 y que no ha
cerrado. Han intentado reconfigurar la relación entre individuo-Estado
calibrando las formas de intervención y de interpelación. Las
experiencias gubernamentales de Bolivia y Uruguay –que son las más
largas- han limitado sus primigenias expectativas, pero mantienen el
poder con un importante apoyo social y con ciertas chances de continuar
en las presidencias. Podríamos, aunque sea muy temprano, pensar que AMLO
podría recorrer un sendero parecido.
Pero también existen progresismos que
intentan volver al poder o mantenerse en un lugar gravitante de sus
políticas nacionales. Éstos hoy poseen desafíos más importantes y
necesidades más agudas, ya que será imposible repetir políticas como si
ello implicase la fórmula del éxito electoral y político. Esas clases
medias latinoamericanas que, aunque ven perder sus ingresos y
posiciones, observan con dificultad apoyar experiencias progresistas que
esgriman políticas anteriores, o sectores populares complicados en sus
vidas cotidianas que se lancen directamente a los brazos de esos
progresismos sólo arguyendo políticas universales (que, como sabemos,
muchas de ellas fueron puestas en cuestión por esos sectores que las
recibieron). Por tanto, este progresismo se enfrenta a grandes desafíos:
por un lado, establecer un proyecto político teniendo en cuenta los
desajustes económicos, políticos y culturales que abrió la crisis del
2008 y, por otro, intentar representar a electorados distintos sin caer
en la búsqueda de la minoría intensa o del núcleo duro. Es decir, el
progresismo latinoamericano se enfrenta a sí mismo. En el primer
aspecto, estos proyectos supondrán refundar las relaciones entre el
Estado, los individuos y la sociedad. Lograr mayor igualdad, pero en
contextos de interpelación de lo individual. Más que focalizarse en la
ayuda social, es importante que el momento igualitario –el momento de la
igualdad de posiciones, como indica François Dubet[1]–
se realice en consonancia con la realización individual. Acotar la
brecha de desigualdad es tanto un tema de lo universal como de lo
individual.
En el segundo aspecto, los progresismos
deben revisar la crisis de representación que existía y que se ha
profundizado con la posmodernidad y con el quiebre económico mundial de
2008. Dicha crisis es inmanente a las ideas o proyectos colectivos. La
suma de demandas individuales de consumo, de las identidades y de los
actores colectivos no se transforma por ósmosis en proyectos de
sociedad. La instancia principal de representación en los regímenes
democráticos, los partidos políticos, presentan un debilitamiento en su
capacidad de representar e interpelar. La crisis de los partidos
políticos afecta a los progresismos dado que éstos fueron creados para
representar identidades, no para representar demandas individuales, y
ello debe ser revisado. La demanda individual posee alto contenido
político y, muchas veces, fue comprendida como un contenido moral o
inmoral. En este sentido, el marketing político y, en menor medida, la
política en términos sustanciales, han sido clave a la hora de buscar
representar individuos atomizados y se han servido con éxito de la
volatilidad electoral.
Otro mecanismo que aseguraba sistemas de
representación era el voto, o el mecanismo electoral. La fluctuación,
la variabilidad en general en el mundo del voto, hace que este exprese
una respuesta inmediata, generalmente una oposición que asegure un
mecanismo de relación entre gobernantes y gobernados. No hay electorados
ni afinidades fijas. Ni siquiera se puede pensar que un beneficiado
será un adherente. La política progresista debe vivir con una regla de
hierro: los beneficiados por sus políticas no serán permanentemente
parte de su apoyo político.
A continuación se detallan algunos de
los temas clave a los que se enfrentan los espacios políticos que
aspiren a la realización de intereses desde la perspectiva de la
igualdad de posiciones.
- Polarización
En el caso de los países donde el
progresismo retrocedió en las urnas, como Brasil, Argentina y Chile
–exceptuamos Ecuador ante la falta del cambio de partido- la expresión
de una oposición antagónica fue clave. La confrontación no fue sólo de
proyectos políticos, sino de valores y, extremadamente, la diferencia se
tradujo en rechazo: xenofobia, aporofobia (odio a los pobres), racismo y
el odio a las mujeres.
Situarse en un extremo de la
polarización ha sido negativo en el caso de los países que participaron
en el ciclo progresista, dado que asumieron un carácter personalista y
no lograron generar sucesores continuadores del proyecto. En el caso de
los países que no participaron del ciclo iniciado a fines del siglo XXI
la asociación al mismo resultó clave para su crítica. A excepción de
México, la polarización de proyectos fue finalmente capitalizada por el
establishment.
- Corrupción, seguridad y orden social
La corrupción sirvió como ataque a los
cuerpos de las presidencias y, atacando a los líderes, logró asociarse a
todo el espectro político que representaba. El lawfare no sólo
logró hacerse del poder sino, fundamentalmente, fue un ataque contra
los cuerpos de los líderes que consiguió desde mantenerlos alejados del
país, a disparar portadas de los personajes en los tribunales o,
directamente, tras las rejas. Con los nuevos progresismos la estrategia
parece repetirse, aunque aún con falta de acciones judiciales la
satirización y la divulgación de fake news intenta mellar la reputación de los candidatos, y para ello se basa en representaciones gráficas de su corporalidad.
El progresismo le ha entregado a la
derecha el tema de la seguridad ciudadana y orden público, sin tener una
clara capacidad de respuesta frente a este problema. Los temas de
seguridad ciudadana, orden público, anticorrupción y reforma del Estado
son áreas en las que el progresismo latinoamericano debe avanzar
sustantiva y decididamente.
- Igualdad de género
A excepción de Bolivia -y el aspecto
institucional de Michelle Bachelet-, los progresismos del siglo XXI no
lograron -y, aun peor, no propusieron- medidas para obtener una igualdad
real de género; aun así, la ampliación de derechos y el hecho simbólico
de que las mujeres fueran lideresas incrementó la visibilización de las
mujeres en la política. Pero no fue suficiente.
El posicionamiento con respecto al
género dejó sabor a poco. Esto desconectó a los progresismos de los
nuevos movimientos sociales emergentes, en general, y de la juventud, en
particular, que perseguían medidas más radicales en torno a las
demandas de género. Otros aspectos muy relevante en el siglo XXI han
sido las diversidades, las uniones civiles y el matrimonio igualitario,
todos temas en los que las izquierdas han tenido enormes dificultades
para poder relacionarse positiva y constructivamente. Este es un error
que no puede volver a cometerse si los nuevos progresismos buscan
representar una opción no sólo de cambio sino de transformación.
- Sustentabilidad
El tema medioambiental ha sido una
dimensión conflictiva estructural, conceptual y teóricamente. Los
progresismos han seguido la línea del productivismo, en la que los temas
medioambientales eran más bien obstáculos al desarrollo de las fuerzas
productivas.
El desarrollo sustentable no fue una
prioridad de los progresismos del siglo XXI. El ciclo de bonanza
económico fue utilizado para la inversión social, priorizando al
ciudadano urbano. La receta funcionó hasta el 2008, cuando la crisis
comenzó a gestarse y el modelo mostró sus fallas y sus consecuencias a
largo plazo. Las derechas no presentaron una solución; por el contrario,
agudizaron o continuaron el problema. Esto deja a los nuevos
progresismos ante un dilema, cuya solución implica fortalecer el tejido
comunitario para buscar formas y alternativas de producción sostenible a
largo plazo, lo que es especialmente un desafío en países productores
de materias primas.
- Derecho a la ciudad
Un hecho que se repite es la
compartimentación social de los ciudadanos en las grades ciudades, donde
se recreó la lógica de la propiedad privada en la zonificación de la
exclusividad. La militarización de los barrios pobres y el desalojo de
vendedores ambulantes, entre otras, han sido constantes en los
neoconservadurismos. El aumento de la renta aumentó la presión para
expulsar a los pobres de la ciudad alegando seguridad y estética. En
este sentido, la presencia en las calles se convirtió en un punto clave
de la resistencia a los neoconservadurismos y una forma de participación
clave de los nuevos progresismos.
- Movimientos sociales
En la actualidad hay tres grandes tipos
de actores organizados. En primer lugar, los actores individuales que
se expresan en público, una suma de individuos. En segundo lugar,
actores que se identifican en torno a identidades. Por último, los
sectores sociales que se nuclean en torno a un determinado impulso, como
puede ser la necesidad de consumo. Los actores clásicos se han
debilitado.
El aumento del proceso de individuación
se ha incrementado, pasando de un mundo de intereses identificables,
estables y colectivos, a un mundo de demandas individuales. De este modo
emergen las demandas sin representación, es decir, que no tienen un
colectivo específico que demande por políticas públicas. Asimismo, la
mediación que hay entre la demanda y la política pública se encuentra
mediada por la lógica de los medios masivos de comunicación.
Los progresismos se encuentran ante
fuertes desafíos en momentos críticos. La reformulación y revisión de
algunas de sus políticas anteriores son fundamentales para lograr
mayores interpelaciones y no quedarse en territorios acotados o
limitados por imaginarios de izquierdas que no entienden que todas las
dimensiones de la realidad global e individual se recrean en las
ciudades y en las democracias.
[1] François Dubet, «Los límites de la igualdad de oportunidades», Nueva Sociedad, No. 239, mayo-junio 2012, pp.42-50. En: http://nuso.org/articulo/los-limites-de-la-igualdad-de-oportunidades/
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