Editorial La Jornada
Tras protagonizar una retirada
con sabor a derrota del escenario bélico de Siria, todo parece indicar
que Estados Unidos ha encontrado en Venezuela un nuevo objetivo
geoestratégico. Así lo indican las múltiples declaraciones guerreristas
contra el gobierno venezolano que han venido formulando el presidente
Donald Trump y sus colaboradores. La más reciente es la del propio
mandatario, quien, en una entrevista difundida ayer, dijo que el envío
de fuerzas militares a ese país sudamericano
es una opciónque la Casa Blanca considera para respaldar al diputado opositor Juan Guaidó, quien la semana anterior se autoproclamó
presidente encargadode Venezuela.
Hay múltiples razones para pensar que la superpotencia pretende crear
un conflicto armado en esa nación. La primera, y acaso la más obvia, es
que Estados Unidos necesita mantenerse en guerra en algún lugar del
mundo, o en varios, tanto para alimentar lo que el ex presidente Dwight
Eisenhower llamó el
complejo industrial-militar, que desde la Segunda Guerra Mundial ha sido uno de los principales motores de la economía estadunidense, como para atizar el patrioterismo y el chovinismo que fueron factores principales para el triunfo electoral de Trump en 2016 y siguen siendo el origen fundamental del respaldo social a su presidencia.
Debe considerarse que la más reciente incursión militar de Washington
en el extranjero culminó, como se ha dicho, con una derrota: en Siria
la Casa Blanca no logró deponer al gobierno de Bashar Al Assad, aunque
su presencia en esa nación árabe acabó fortaleciendo a los grupos
fundamentalistas islámicos a los que decía combatir. Para colmo, la
salida estadunidense de Siria significó una victoria geopolítica para
Rusia, que apoya por tradición a Al Assad y que comprometió en el
escenario sirio una presencia militar activa.
Por lo demás, Estados Unidos parece haber desistido de iniciar una
escalada bélica contra Irán, un proyecto que Trump intentó y se vio
frustrado por su inviabilidad táctica, así como por la falta de apoyo
internacional. En lo que respecta a Corea del Norte, todo indica que
Washington determinó que una guerra contra ese país resultaba demasiado
peligrosa, habida cuenta del arsenal atómico de Pyongyang, que si bien
resulta modesto en comparación con los de otros países poseedores de
armas nucleares, parece haber sido suficiente factor de disuasión.
Ante la imposibilidad de emprender nuevas aventuras de rapiña
colonial en Levante y en Asia Oriental, Estados Unidos considera a
Venezuela como la presa ideal: se trata de un país cercano, poseedor de
inmensas riquezas petroleras y de abundantes recursos naturales.
Adicionalmente, tras el colapso de los gobiernos progresistas en la
mayor parte de Sudamérica, el gobierno de Caracas se encuentra en una
situación de aislamiento, sin más apoyos regionales significativos que
los de Cuba y Bolivia y sin más espacios diplomáticos que la neutralidad
ofrecida por México y Uruguay para buscar una solución pacífica y
negociada a su crisis política interna.
Es cierto que el régimen chavista cuenta con una de las fuerzas
militares más relevantes de la región, pero insuficiente para enfrentar
un escenario de intervención conjunta como el que Washington parece
estar preparando con la ayuda de los gobiernos dóciles de Colombia y
Brasil.
A pesar de su aparente lógica, este cálculo estadunidense es
delirante y peligroso para todo el mundo, empezando por los propios
vecinos de Venezuela: una agresión armada formal podría desembocar en
escenarios insospechados, como la regionalización del conflicto y en una
oleada de desplazados que podría sobrepasar a las autoridades de
Bogotá. No debe olvidarse, por añadidura, que el gobierno de Nicolás
Maduro cuenta con el apoyo de Rusia y China y no puede descartarse que
esas potencias decidieran respaldarlo, si no mediante una participación
directa en el conflicto, sí al menos con un abasto militar multiplicado
que implicara una elevada tasa de pérdidas para Washington y sus
aliados.
Cabe esperar, pues, que alguien en la Casa Blanca le haga ver al
temperamental presidente estadunidense los peligros que conlleva el
empecinamiento en una agresión bélica en contra de Venezuela.

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