El
reciente 19 de febrero, en el cierre de la jornada de las elecciones
ecuatorianas, una vez que el presidente del Consejo Nacional Electoral
(CNE) dio lectura oficial de las tendencias sobre el 51,8% de las actas
que le otorgaban al candidato oficialista Lenin Moreno de Alianza País
38,26% de la votación y a Guillermo Lasso, líder del opositor CREO-SUMA
el 29,86% quedando en el segundo lugar, la conductora del programa de
uno de los canales de televisión que construyó su versión del paisaje
electoral en base a la información de la empresa Cedatos, contratada por
Lasso según lo reveló uno de sus altos dirigentes, concluyó afirmando
que el gran perdedor de la jornada fue la empresa Opinión Pública,
contratada por Alianza País, que garantizaba el triunfo de Moreno en
primera ronda con más del 40% de la votación y una diferencia mayor a 10
puntos. Cedatos proyectó segunda vuelta.
La experiencia narrada
es paradigmática por tres razones: una que muestra que los
periodistas/medios/encuestadoras/redes juegan sus propios campeonatos
rivalizando políticamente entre ellos; otra que legitima la importancia
recuperada el día de las elecciones por los medios tradicionales en una
campaña en la que el retorno de la política a las calles y la
ciberpolítica habían secundarizado su protagonismo; y la tercera razón
tiene que ver con su alineamiento, identificándose en distintos grados
con uno de los polos del campo político en las batallas simbólicas por
la significación y disputas por el poder y la hegemonía, al punto que,
desde una de las perspectivas, no son sólo instrumentos de la oposición,
sino la oposición misma.
Lo cierto es que la experiencia
ecuatoriana confirma que no existen procesos comunicacionales asépticos,
sino más bien, como conceptualiza Wolton, espacios donde hacen
presencia “los actores que tienen legitimidad para expresarse públicamente sobre política”, según
él: políticos-periodistas-opinión pública, ampliado por nosotros a
políticos/estrategas/partidos/gremios -
periodistas/medios/encuestadoras/redes - opinión
pública/electores/ciudadanía, que no son meros dispositivos/recursos
humanos/organizacionales/técnicos, sino activos actores políticos.
El
rol político de los periodistas/medios/encuestadoras/redes, en el
proceso electoral ecuatoriano, se caracteriza por la ocurrencia de
cuatro momentos que tienen en común el paso de la linealidad típica de
las campañas publicitarias difusionistas a la producción discursiva
construida a partir de las sensibilidades, percepciones, necesidades,
intereses y opiniones de los electores, para decirles lo que esperan
oír.
Cuatro momentos, cuatro
El primer
momento ocurre durante el largo proceso preelectoral, en el que los
medios de comunicación afiliados a la propuesta oficialista destacan los
logros de la “década ganada” (en alusión a los 10 años de gobierno del
presidente Correa) y los visibilizan mediante una profusa publicidad
estatal, además de cadenas informativas que se atan a “las sabatinas”,
espacio semanal de rendición de cuentas del presidente, donde se
reafirma militancia y se cuestiona a la oposición.
En
contraposición, las propuestas de las oposiciones circulan
construcciones discursivas de ablandamiento del posicionamiento
gubernamental y de generación de un ambiente de duda, incertidumbre,
temores e indecisión, acudiendo para ello, en complicidad con los
grandes medios comerciales, al descrédito del gobierno y su modelo
estatista de revolución ciudadana. Para ello se riegan mensajes que
sobredimensionan las dificultades vividas y cuestionan las medidas
tomadas por la contracción económica producto de la baja del petróleo en
el mercado internacional, así como por los efectos de un devastador
terremoto. Las oposiciones, que no lograron unirse en un frente común,
buscan el posicionamiento de sus candidatos como los paladines de la
democracia, de la libertad de expresión y de la iniciativa privada
expuesta como la fórmula salvadora frente a la que denominan “década
perdida”.
El segundo momento ocurre durante el desarrollo de la
campaña electoral, que se caracteriza porque la videopolítica en la que
tradicionalmente los periodistas/medios son los actores clave, da paso a
una articulación entre la rua y la ciberpolítica caracterizada por el
retorno de la política a las calles y su inserción en los mecanismos de
las redes sociales, a los que Castells llama “autocomunicación” por su
cualidad de autoconvocatoria y su capacidad ilimitada de
generarse/recibir mensajes y definir receptores en el ciberespacio,
además del “dataísmo” resaltado por Byun Chul Han refiriéndose al
almacenamiento/producción/distribución de datos infinitos y en tiempo
real que tienen la web y los sistemas de internet, convirtiéndose en
fuentes de información para otros medios.
En este proceso, las
oposiciones activan las redes sociales con su lenguaje emotivo y
autoconvocante que, al no regirse por los cánones del derecho a la
información, se otorgan permisividades que no se atan a los códigos
deontológicos para trabajar la noticiabilidad, así como para profundizar
la desacreditación del gobierno, añadiendo al cuestionamiento que hacen
de la política económica, la denuncia de hechos de corrupción
valiéndose de prófugos de la justicia para involucrar a funcionarios de
gobierno. Es un típico, y eficiente, manejo del recurso de la posverdad,
que se ha naturalizado con la guerra sucia para modelar opinión pública
con eventos en los que las emociones y creencias valen más que los
hechos tal cual realmente son, y logran afectar la credibilidad del
binomio oficialista en una dimensión que hace pasar desapercibida la
posición del candidato presidencial Lenin Moreno cuando afirma que “ni
los corruptos de hoy ni los de ayer”.
Por su parte, la propuesta
comunicacional de Alianza País, además de continuar con la publicidad
gubernamental, se desempeña, casi exclusivamente, en la relación directa
de sus candidatos con los electores en eventos masivos que buscan
reencantar a un grupo de población que la saben cuestionada en sus
afiliaciones y esperanzas iniciales con la revolución ciudadana, además
de consolidar su “voto duro” que representa más del 30% del electorado.
Esta opción, tomada acaso por exceso de confianza en las posibilidades
de su triunfo o en la eficacia de su campaña, denota un notorio descuido
en el manejo de la ciber y de la telepolítica, otorgándole ventaja a
las oposiciones. Ambos polos priorizan la exposición de promesas
electorales antes que de programas políticos.
El tercer momento
ocurre el día del acto eleccionario, las horas que le preceden y las que
le siguen en tensa vigilia por los resultados finales de la primera
vuelta, con periodistas/medios/encuestadoras/redes ya abiertamente
identificados. En su estrategia, las oposiciones suman a sus mensajes de
desacreditación los de un supuesto fraude electoral, incitando el
calentamiento en las calles con movilizaciones que articulan fines
inmediatos de defensa del voto con otros destituyentes. Lo más revelador
de esta estrategia es que nunca presentaron denuncia alguna por los
canales regulares sobre el supuesto fraude, quedándose en una movida de
redes sociales, mediática y de toma de calles, hasta el anuncio del
balotaje que las oposiciones celebraron frenéticamente, como si hubieran
ganado las elecciones.
La propuesta gubernamental, que también
cuestiona la veracidad del recuento de votos, convoca a respetar la
institucionalidad democrática y en su discurso destaca su triunfo con
una diferencia mayor a un millón de votos en relación al segundo; pone
en agenda que logra mayoría en la Asamblea (74 contra 63 de la suma de
las oposiciones); y destaca el amplio reconocimiento positivo de su
propuesta en la consulta para el impedimento de candidaturas por
personas ligadas a paraísos fiscales.
El cuarto y actual momento
está relacionado con la segunda vuelta electoral. Las oposiciones, ahora
aliadas en sus liderazgos, han internalizado que este proceso es
producto de sus movilizaciones y presión sobre el Consejo Nacional
Electoral al que desacreditaron en grado extremo, poniendo en tela de
juicio su legitimidad como garante para la segunda vuelta. Sobre esta
base, en su estrategia suman al acumulado de cuestionamientos al régimen
su intención de convertir la votación en un acto plebiscitario entre
correístas y anticorreístas, acompañado de un espíritu triunfalista que
les hace suponer que el 60% de ecuatorianos votaron contra el
oficialismo y buscan el cambio.
Por su parte, la estrategia de
Alianza País, que también propugna el cambio con profundización de las
conquistas de la revolución ciudadana, pareciera jerarquizar la
exposición de su programa de gobierno, desnudando en paralelo el esquema
propio de las políticas de ajuste del programa de Lasso, a tono con la
línea de otros gobiernos de la región, lo que inevitablemente le pone en
el carril de las construcciones discursivas que se hacen desacreditando
al contrincante. La fórmula oficialista tiene internalizado que el 70%
de ecuatorianos votaron contra Lasso y que, a pesar de las adhesiones de
los dirigentes de los distintos frentes a su candidatura, los votos no
se endosan mecánicamente.
Otra elección
La
segunda vuelta supone otras estrategias y, en consecuencia, otros
procesos de comunicación que tienen que tomar en cuenta que el 18% de
ausentismo y 9.62% de votos nulos y blancos siguen navegando en la
indecisión; que la población buscará ya no solo promesas sino ante todo
seguridades; que hay polarización entre un proyecto de cambio regresivo a
las fórmulas de ajuste estructural versus otro de profundización de la
política estatal vigente; que las militancias están activas; que resta
apenas un poco más de treinta intensos días y noches para las elecciones
del 2 de abril; que el Consejo Nacional Electoral está en la mira de la
desconfianza; que las intervenciones comunicacionales serán
multimediáticas y multidiscursivas con
periodistas/medios/encuestadoras/redes/analistas ya catalogados en uno u
otro polo del campo político; que la composición de la Asamblea hará de
su funcionamiento un espacio de debate y negociación permanente; y que
los pactos y alianzas son condición sine qua non tanto para las elecciones como para la gobernabilidad, en un nuevo mapa político nacional y continental.
Adalid Contreras Baspineiro
Sociólogo y comunicólogo boliviano. Ha sido Secretario General de la Comunidad Andina - CAN
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