Octavio Rodríguez Araujo
La Jornada
En mi anterior artículo en La Jornada
mencioné que podría ser pertinente que se investigara a Donald Trump y
su pasado en relación con mafias asociadas a la industria de la
construcción y los bienes raíces en la zona de Nueva York,
principalmente. Cité la novela La venganza, de Justin Scott, como una de tantas referencias que, siendo de ficción, se apoya en hechos reales.
El País (11/03/17), bajo la pluma de Jan Martínez Ahrens,
nos brinda más elementos que no pueden desdeñarse sobre esas turbias
relaciones del magnate neoyorkino. El artículo (reproducido por Reforma
el día siguiente) lo conecta ni más ni menos que con Roy Marcus Cohn,
brazo derecho del senador Joseph McCarthy durante la elaboración de las
listas negras que llevaron a la persecución de comunistas, judíos (los
Rosenberg entre otros) y homosexuales. Y añade un dato que yo
desconocía: que Cohn fue no sólo cercano a Trump sino su abogado al
mismo tiempo que lo era de los mafiosos Gambino y Genovese, y otros de
su calaña. Los Gambino, para quien no los recuerde, tuvieron enorme
influencia en Nueva York y alrededores; se dedicaban a juegos de azar,
construcción, secuestro y lavado de dinero. Los Genovese eran otra de
las familias mafiosas de Nueva York y con ellos participaron Lucky
Luciano, Frank Costello y, obviamente, el mismo don Vito Genovese, un
jefe criminal por muchos años hasta su muerte en la cárcel en 1969.
La gran paradoja es que Cohn era judío, homosexual (quien, para su
desgracia, murió de sida) y un furioso anticomunista y, sin embargo,
perseguía a los judíos (recuérdese que para muchos, en aquellos años,
todos los comunistas eran judíos) y a los homosexuales como si los quisiera borrar del mapa, haciendo caso omiso (o tal vez no) de que Edgar Hoover, según algunas fuentes serias, era también homosexual y complemento del senador McCarthy (desde la dirección de la FBI) en la confección de las listas de comunistas o supuestos comunistas. McCarthy, por cierto, fue también señalado por el periodista de Nevada, Hank Greenspun, de ser homosexual. Una magnífica película, dirigida por Frank Pierson, es Citizen Cohn (1992). En ella se revelan las turbias complicidades en varios aspectos de Cohn, McCarthy y Hoover, así como la execrable vida del que fuera abogado de Trump en los años 70 y principios de los 80 del siglo pasado.
El artículo de El País citado fue titulado
El diablo que enseñó a golpear a Trumpy hace énfasis en algo que el ahora presidente de Estados Unidos aprendió bien de su mentor Cohn: cuando el gobierno federal investigaba a Trump y a su padre por negarse a alquilar departamentos habitacionales a los negros, Cohn lo asesoró y lo convenció de ventilar el caso en los medios y pasar a la ofensiva contra el Departamento de Justicia. “Los Trump lograron un acuerdo sin necesidad de declarar su culpabilidad –escribió Martínez Ahrens– y, citando a Marc Fischer, editor en The Washington Post y coautor de la biografía Trump, al descubierto, añadió:
Fue un momento clave. Cohn le mostró el camino: no ceder, no cooperar, llamar como sea la atención y ganar los casos en los medios. En este sentido el actual presidente yanqui fue un buen aprendiz. Es lo que hizo durante su campaña y lo que sigue haciendo como gobernante.
Golpear y mentir es la doble divisa de Trump, aunque no tenga
fundamentos, como haber declarado que Obama le había grabado
conversaciones telefónicas, una mentira semejante a cuando dijo que el
ex presidente no había nacido en Estados Unidos. Si como candidato usó
esa táctica para ganar votos, empañando la campaña electoral, como
presidente de esa nación sólo puede recibir objeciones y descrédito por
su actitud. Todo mundo sabe que no es lo mismo estar en campaña que
gobernando, pero el desquiciado magnate no ha dado indicios de conocer
la diferencia. Como si quisiera suicidarse políticamente. Y sus
mentiras, a menudo usadas para golpear, son cada vez más conocidas en el
mundo y no sólo en su país, entre otras razones porque son refutadas de
inmediato por gente que sí está enterada, con credibilidad y que tiene
acceso a los medios, incluso a los que no ha denostado el gobernante en
uno más de sus dislates.
Que Cohn fuera homosexual no le importó a Trump, pues quizá una de
sus virtudes (¿la única?) es que no ha dado muestras de ser homofóbico.
Pero tampoco le importó que defendiera a mafiosos muy conocidos, que
fuera mano derecha de McCarthy ni que fuera un golpeador en los ámbitos
judiciales en que se movía como abogado. Lo grave, y esto es lo que
finalmente interesa, es que tuviera como mentor a uno de los personajes
más siniestros y turbios de Estados Unidos y que siguiera sus consejos
para alcanzar sus fines, desde el enriquecimiento del que presume hasta
la presidencia de su país que, obviamente, le queda grande y
desprestigia con su sola presencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario