Análisis
Frente
a la controversia de si los indios americanos tenían alma o no, lo que
permitió a los conquistadores explotarlos hasta su desintegración,
cargándose, número más número menos, entre 30 y 60 millones, el Papa
Pablo III en 1537 emitió su bula Sublimis Deus en que
palabras más palabras menos decía: “Nos, que aunque indignos, ejercemos
en la tierra el poder de Nuestro Señor… consideramos sin embargo que los
indios son verdaderos hombres y que no solo son capaces de entender la
fe católica, sino que, de acuerdo con nuestras informaciones, se hallan
deseosos de recibirla”.
A la
sombra de semejante revelación, creo que ya es hora de que nuestro amado
Santo Padre Francisco, dictamine de una vez y por los siglos de los
siglos, si también los refugiados tienen alma. Para que al final de
todo, no nos llevemos la sorpresa que nos asaremos en los altos hornos
del infierno, por no atender como se debe a esos que no se sabe bien de
donde salieron y pasan por indecibles suplicios, de los que nosotros nos
desayunamos entre jugo de naranja, cafés, croissants, mantequilla y ese
exquisito dulce de pera que la tía Ernestina, tan cariñosa ella,
siempre nos envía desde el campo.
Alguien alguna vez
tendría que hacer algo, ya no sé si con los millones de refugiados que
nadie atiende, sino con quienes generan políticas y acciones para que un
zapatero sirio de Homs o un campesino somalí de Baidoa, terminen sus
vidas abrazados en el lecho del Mediterráneo.
Son
infinitos los artículos y más infinitas todavía las imágenes para que
cada uno de nosotros pueda decirse que no lo sabe y pueda seguir
desayunando sin vomitar sobre la mesa.
El viernes último,
se conoció que por lo menos 42 refugiados somalíes, que partieron del
puerto yemení Ras Arra, fueron acribillados por un helicóptero Apache.
El
informe oficial explica, que los refugiados con documentos del Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR),
intentaban cruzar el estrecho de Bal al-Mnadeb, más
irónicamente que nunca, en castellano el Estrecho de las Lamentaciones,
para alcanzar Sudán. Según el informe de ACNUR, no está claro todavía a
qué fuerzas pertenecía la nave atacante, como si eso fuera a resolverá
alguna cosa.
Otro comunicado, desde la confortable
Ginebra, de otra mega estructura de las que para nada sirven,
la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), indica que han
sido recuperados 42 cadáveres, y que son cerca de 80 los supervivientes
trasladados a hospitales en Hodeidah (Yemen), zona bajo control hutíes.
Los
hutíes, estigmatizados por la prensa occidental por su cercanías a
Irán, tienen una organización de base tribal, conformado por la
colectividad chií y sectores populares suníes de Yemen, a los que Arabia
Saudita, junto a una importante alianza ataca desde hace dos años,
provocando 15 mil muertos y 50 mil heridos, además de millones de
desplazados.
El éxodo somalí ya alcanza los dos millones
de personas, la mayoría hacinados en campos de concentración en los
países vecinos como Kenia o Etiopía. El campo de refugiados de Dadaab,
en la provincia keniata de Garissa, es el más grande del mundo, con
cerca de 400 mil personas, de los cuales casi 350 mil son somalís.
A
pesar de la guerra en Yemen, los somalíes han seguido considerando que
tienen más posibilidades de morir de hambre en su país que en un
bombardeo saudita en Yemen, por lo que el número de refugiados somalíes
no se detuvo en estos dos años de guerra, empujados ya no solo por la
anarquía que estalló tras la guerra civil de 1991 (y hoy reflejada en la
guerra entre al-Shabbab, tributarios de al-Qaeda y la Misión de la Unión Africana en Somalia, (en inglés AMISOM) sino también por las catastróficas condiciones climáticas.
La
región sufre con marcada frecuencia sequías bíblicas que hacen
imposible mantener un régimen agrícola, por modesto que fuera. El país
se encuentra a las puertas de la tercera gran hambruna en los últimos 25
años: en este momento casi 6.5 millones de somalíes necesitan
asistencia humanitaria, la mitad de manera urgente. La escasez de agua
potable pone en riesgo de contraer cólera a 5.5 millones de personas.
Las cifras si bien son espeluznantes, lo son mucho más si entendemos que
la población total del país no llega a los 11 millones.
Quizás
esta última enumeración de algunos datos de la realidad somalí,
explique la razón por la que millones de personas huyen a una aventura
muy lejana de tener final feliz.
Conociendo someramente la
realidad de Sudán, entenderíamos la trágica situación de Somalia, para
que los fusilados desde el helicóptero Apache en el estrecho de las
Lamentaciones, este último jueves, hayan elegido el país del déspota
Omar al-Bashir, antes que regresar al suyo.
¿De qué sirve la indignación?
A
un año de la vigencia del acuerdo sobre refugiados entre la Unión
Europea (UE) y Turquía, los números han sido positivos, queda por ver si
esa efectividad también rige para las personas que son tratados como
simple stock empresarial: tengo tanto, te devuelvo tanto, me quedo con
tanto, sin que quede en claro el estado de ese “tanto”.
De
un promedio de 1740 personas llegadas a Grecia por día en 2016 se bajó a
43, el número de ahogados, de un año al otro respecto al eje
Grecia-Turquía, descendió de 1100 a 70.
Todo un éxito que
sin duda sería para alegrase, si no fuera por que poco o nada se sabe de
la suerte de los casi 4.5 millones de refugiados con que se han quedado
en territorio turco y si los 3 mil millones de euros que la UE aportó a
Ankara para su sostenimiento llegaron a ellos o sirvieron para fomentar
los planes megalómanos del presidente turco, Recep Erdogan, que sueña
con la reconstrucción del Imperio Otomano.
Si bien el
cierre de fronteras funcionó en el eje Turquía-Grecia, se ha
incrementado en lo que se conoce como “la ruta italiana”, es decir
Libia-Italia, cuyos números tienen al desenfreno. Sólo en 2017, los
cuerpos recuperados en el Mediterráneo son 537, el año pasado la cifra
arañó los 5 mil.
El acuerdo migratorio entre Turquía y la
Unión Europea, ha tensado a punto de quiebre las relaciones entre Ankara
y Bruselas. El presidente Erdogan ha amenazado en varias oportunidades
con la ruptura del acuerdo, lo que sin duda sería para Europa
literalmente “el fin del mundo”. El ministro turco de Interior, Süleyman
Soylu, acaba de declarar: “Si queréis cada mes abrimos el camino a
15000 refugiados y perdéis la cabeza”.
La crisis de
refugiados ha puesto en alerta máxima a los países que conforman la ruta
europea desde Grecia, punto de partida para su asalto a Alemania, el
lugar elegido por la mayoría de los refugiados: Macedonia, Serbia,
Croacia, Hungría y otros países por donde se bifurcan esos caminos han
cerrado sus fronteras e incrementado las penalidades para aquellos que
ingresen a su territorio sin papeles. Esta cuestión es lo que ha
obligado a Grecia a quedarse con cerca de 70 mil refugiados que se
encuentran en un limbo jurídico, que Atenas quiere resolver enviándolos
de vuelta a Turquía, y Ankara, amparándose en la letra chica del
contrato, se demora en aceptarlos, por ejemplo en 2016 fueron devueltos
solo 916 personas.
Las islas de acogida griegas como
Lesbos, Samos, Quíos, Kos y Leros, están sobrepasadas de refugiados de
los que nadie quiere responsabilizarse, a la espera de una resolución
respecto a sus pedidos de asilo el que nunca llegan.
El
hacinamiento, las contingencias del clima, el mal trato, la falta de
condiciones sanitarias, la escasez de agua y aliento, sumados al temor
constante a ser deportados a Turquía y de allí a sus países de origen
como podrían ser Siria, Irak, Afganistán, Pakistán o Bangladesh, han
hecho que los índices de violencia se disparen dentro de los campos de
refugiados. Asesinatos, intentos de suicidio, autolesiones y violaciones
a mujeres y niños, se han convertido en hechos frecuentes.
Más
allá que la llegada de refugiados a Grecia ha disminuido, el número de
los que parten desde Libia sigue en aumento. Esta problemática se debe a
que en Turquía existe un gobierno fuerte y despótico en condiciones de
hacer cumplir a rajatabla las ordenes de Ejecutivo, por ejemplo los casi
900 kilómetros de frontera con Siria están herméticamente cerrados, lo
que hace que la llegada de refugiados sirios sea hoy un número ínfimo.
En
el caso de Libia, un país sin gobierno, las bandas de traficantes ya no
solo de personas sino de lo que se les ocurra: desde droga a armas y
petróleo, transitan a su libre arbitrio, pagando algún peaje a alguna
banda armada enseñoreada en algún punto u otro del país y las amplias
fronteras.
Así es que en las proximidades de los puertos
de Misrata y Sirte de donde parten hacia Italia, la mayoría de las
embarcaciones abarrotadas de “pasajeros”, es encuentran más de un millón
de refugiados llegados del África Subsahariana, Somalia, Eritrea, Sudán
y los países del Medio Oriente y Asía Central, esperando una plaza para
intentar dar el salto a Europa.
Por eso, mientras
esperamos la nueva encomienda de las mermeladas de pera de la tía
Ernestina, el Santo Padre deberá decir de una vez si los refugiados
tienen alma, por aquello de los infiernos y la santa indignación, ¿vio?
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
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